Yo y tú
eBook - ePub

Yo y tú

  1. Spanish
  2. ePUB (apto para móviles)
  3. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Yo y tú

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

La importancia caudal de esta obra en la filosofía occidental se debe a haber dado el giro del pensamiento monológico al dialógico, el cual se expresa así: cada uno es quien es en su relación con el otro. Según Buber, el ser humano se relaciona de dos formas con la existencia: la actitud del Yo hacia el Tú, que genera relaciones siempre abiertas y de mutuo diálogo, y la relación Yo-Ello, referida al mundo y sus objetos tal como los experimentamos.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Yo y tú de Buber, Martin en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Filosofía y Historia y teoría filosóficas. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2017
ISBN
9788425439827
TERCERA PARTE
Las líneas de las relaciones, prolongadas, se encuentran en el Tú eterno. Cada Tú singular es una mirada hacia el Tú eterno.
A través de cada Tú singular la palabra básica se dirige al Tú eterno. De esta acción mediadora del Tú de todos los seres procede el cumplimiento de las relaciones entre ellos o, en caso contrario, el no cumplimiento. El Tú innato se realiza en cada relación, pero no se plenifica en ninguna. Solo se hace pleno en la relación inmediata con el Tú que por su esencia no puede convertirse en Ello.
***
Los seres humanos han llamado a su Tú eterno con muchos nombres. Cuando cantaban al así denominado lo pensaban siempre como Tú: los primeros mitos fueron himnos de alabanza. Luego los nombres pasaron a formar parte del lenguaje del Ello; ese lenguaje elloico empujó a los seres humanos cada vez más a considerar y a tratar a su Tú eterno como a un Ello. Pero todos los nombres de Dios son glorificados, porque en ellos no solo se ha hablado de Dios, sino también a Dios.
Algunos quisieran prohibir de manera legítima la utilización del vocablo Dios, porque de ese vocablo se ha abusado mucho. Y ciertamente es el más abrumado de todos los vocablos humanos. Precisamente por ello es el más imperecedero y el más indispensable. Pero ¿qué pesa todo discurso erróneo sobre la esencia y las operaciones de Dios —aunque ninguna otra cosa que discursos ha habido ni puede haber al respecto— contra la verdad una de que todos los seres humanos que han invocado a Dios lo mentaban a Él mismo? Pues quien pronuncia el vocablo Dios y tiene realmente al Tú en el pensamiento se dirige —cualquiera que sea la ilusión en que esté confundido— al verdadero Tú de su vida, que no podría ser limitado por ningún otro Tú, y con el cual está en una relación que incluye todas las otras.
Pero también se dirige a Dios el que aborrece ese nombre y se imagina sin Dios, si con todo su ser entregado se dirige al Tú de su vida, en cuanto Tú que no podría ser limitado por ningún otro.
***
Cuando vamos por un camino y encontramos a un ser humano que se aproxima hacia nosotros y que también él ha recorrido un camino, nosotros conocemos solo nuestra parte del camino, no la suya, pues la suya solo la vivimos en el encuentro.
Del acontecimiento referencial pleno conocemos, por haberlo vivido, nuestro haber echado a andar, nuestro trozo del camino. Lo otro solamente nos sucede, pero no lo conocemos. Nos sucede en el encuentro. Pero nos extralimitamos si hablamos de ello como de un algo de más allá del encuentro.
Con lo que tenemos que ocuparnos, por lo que tenemos que preocuparnos, no es con la otra parte, sino con nuestra parte; no es ahora la gracia, sino la voluntad. La gracia nos concierne en la medida en que nosotros salimos hacia ella y esperamos su presencia; nuestro objeto no es ella.
El Tú se me pone enfrente. Pero yo me pongo en la relación inmediata respecto a él. De este modo la relación es ser elegido y elegir, pasión y acción a la vez. Pues como acción con todo el ser, en cuanto superación de todas las acciones parciales y, por ende, de todos los sentimientos de acción —fundados solo en su condición fronteriza—, debe asemejarse a la pasión.
Esta es la actividad de quien se ha convertido plenamente en ser humano, a la que se ha designado como un no hacer nada, en donde ya no se mueve nada aislado, nada afectado de parcialidad y donde, por lo tanto, tampoco interviene nada de eso en el mundo; donde el ser humano todo, ceñido en su totalidad, descansando en su totalidad, actúa; donde el ser humano se ha convertido en una totalidad actuante. Haber ganado firmeza en esta disposición significa poder marchar hacia el encuentro supremo.
Para esto no se necesita prescindir del mundo de los sentidos como si fuera un mundo engañoso. No existe ningún mundo engañoso, solo existe el mundo; naturalmente, el mundo que para nosotros es doble nos parece doble por nuestra doble actitud. Solo hay que suprimir el anatema de la separación. Tampoco se necesita ningún «sobrepasamiento de la experiencia sensible»; cualquier experiencia, también la espiritual, solo podría darnos como resultado un Ello. Tampoco se necesitaría ninguna entrega a un mundo de ideas y valores, que no puede llegar a tener presencia para nosotros. De nada de eso se precisa. ¿Se puede decir qué se precisa? Nada en el sentido de una prescripción. Todo lo que de espíritu humano ha sido imaginado e ideado a lo largo de los tiempos en materia de prescripciones, de preparación detallada, de práctica, de meditación, no tiene nada que ver con el hecho protosimple del encuentro. Cualesquiera ventajas que pudieran atribuírseles al conocimiento o a la eficacia de tal o cual práctica, nada de eso afecta a lo que aquí se habla. Todo eso tiene su lugar en el mundo del Ello, y no sirve para avanzar un paso, no sirve para avanzar el paso que nos llevaría fuera de ese mundo. El salir de él es inenseñable en el sentido de prescripciones. Solo es mostrable de una manera, a saber: trazando un círculo que excluya todo lo que no sea esa buena salida. Entonces resulta visible lo único que importa: la plena aceptación de la presencia.
Evidentemente, la aceptación presupone, cuanto más se ha extraviado el ser humano en su condición de aislado, una aventura tanto más difícil, una conversión tanto más elemental; no se trata de una renuncia al Yo, como en general piensa la mística, pues el Yo es imprescindible para toda relación y, por ende, también para la más elevada, dado que la relación solo puede acaecer entre Yo y Tú; por lo tanto, no una renuncia al Yo, sino a ese falso instinto de autoafirmación que, a la vista del incierto, inconsistente, efímero, imprevisible, peligroso mundo de la relación, permite al ser humano huir hacia el tener cosas.
Toda relación verdadera con un ser o con una esencia en el mundo es exclusiva. El Tú de esa relación es destacado, puesto ante mí, único y situado frente a mí. Llena la esfera celeste, pero no como si no hubiera otra cosa, sino que todo lo demás vive en su luz. Mientras dura la presencia de la relación, es esta su intangible extensión cósmica. Pero, desde el momento en que un Tú se torna un Ello, el alcance de la relación aparece como una injusticia hacia el mundo, su exclusividad como una exclusión del Todo.
En la relación con Dios van de consuno exclusividad incondicionada e inclusividad incondicionada. A quien entra en la relación absoluta, a ese ya no le preocupa nada aislado, ni cosas ni seres, ni tierra ni cielo, pero todo está incluido en la relación. Pues prescindir de todo no significa entrar en la pura relación, sino ver todo en el Tú; no renunciar al mundo, sino ponerlo en su lugar. Apartar la vista del mundo no es dirigirse a Dios; empecinarse en el mundo tampoco es acercarse a Dios; pero quien ve el mundo en Él, está en su presencia. Decir «aquí el mundo, allí Dios», eso es lenguaje-Ello; y decir «Dios en el mundo», eso es otro lenguaje-Ello. Pero no excluir nada, no preterir nada, incluirlo todo, el mundo entero, en el Tú, conceder al mundo su derecho y su verdad, no captar nada junto a Dios sino todo en Él; he ahí la plena relación.
No se encuentra a Dios si se permanece en el mundo, no se encuentra a Dios si se sale del mundo. Quien con todo su ser sale al encuentro de su Tú y le hace presente todo el ser del mundo, encuentra a aquel que no se puede buscar.
Ciertamente Dios es el «totalmente otro», pero también el totalmente sí mismo: el totalmente presente. Ciertamente es el Mysterium tremendum, que aparece y abate, pero también es el misterio de lo evidente, que es para mí más cercano que mi yo.
Si examinas a fondo la vida de las cosas y de la realidad condicionada, llegas a lo indescifrable; si cuestionas la vida de las cosas y de la realidad condicionada, vas a parar a la nada; si santificas la vida, encuentras al Dios viviente.
***
El sentido que tiene del Tú el ser humano, al que a partir de las relaciones con cada Tú singular le ocurre la decepción de verlos transformados en Ello, aspira más allá de todos ellos y, sin embargo, no fuera de ellos a su Tú eterno. Pero no como se busca alguna cosa, pues en verdad no existe ningún buscar a Dios, pues nada hay donde no se lo pueda encontrar. Cuán necio y desesperado sería aquel que se apartase del camino de su vida para buscar a Dios: aunque hubiera logrado toda la sabiduría de la soledad y toda la fuerza del recogimiento, no lo encontraría. Ocurre más bien como cuando uno va por su camino y solo desea que pudiera ser el camino: en la fuerza de su deseo se expresa su aspiración. Cada acontecimiento relacional es una estación que le abre una perspectiva sobre lo plenificante, y así no participa en cada suceso de la relación única, pero también participa, porque queda esperando. Esperando, no buscando, sigue su camino; de ahí la serenidad respecto a todas las cosas, y el tacto con que las ayuda. Pero, cuando ha encontrado, su corazón no se aparta de las cosas, aunque ahora lo encuentre todo en uno. Bendice todas las celdas que lo han albergado, y todas aquellas que aún lo abrigarán. Pues este encontrar no es un final del camino, solo su eterno medio.
Se trata de un encontrar sin buscar, de un descubrir aquello que es lo más originario y el origen. El sentido del Tú, que no puede saciarse hasta que encuentra el Tú infinito, se le había hecho presente desde el comienzo, pero la presencia solo había de serle completamente real a partir de la realidad de la vida santificada del mundo.
No es que Dios pudiese ser descubierto a partir de algo, por ejemplo de la naturaleza, como crea­dor de ella, o de la historia como su guía, o incluso del sujeto como el sí mismo que se piensa a sí mismo en Él. No es que existiera algo «dado» diferente de Dios, de lo que Dios fuera deducido, sino que es lo ante nosotros inmediato y primero y duradero existente: aquella realidad a la que solo cabe dirigirse, pero a la que no se puede expresar.
***
Se quiere ver como el elemento esencial de la relación con Dios un sentimiento, al que se denomina sentimiento de dependencia, y recientemente, con más precisión, sentimiento de criatura. Por correcto que sea el realce y determinación de este sentimiento, con su acentuación sin contrapeso se desconoce otro tanto el carácter de la relación plena.
Lo que ya se ha dicho del amor vale aquí aún con más claridad: los sentimientos solo acompañan al hecho de la relación, que ya no se da en el alma, sino entre Yo y Tú. Por esencial que pueda comprenderse un sentimiento, permanece sometido a la dinámica del alma, donde un sentimiento es sobrepasado, superado, suprimido por el otro; el sentimiento, a diferencia de la relación, se encuentra situado en una escala. Pero, sobre todo, cada sentimiento tiene su lugar dentro de una tensión polar; extrae su coloración y su sentido no solo de sí mismo, sino también de su polo opuesto; todo sentimiento está condicionado por su contrario. De este modo, en psicología se relativiza la relación absoluta, que en la realidad incluye todas las partes relativas y no es una parte más como ellas, sino el todo en cuanto plenitud y unificación de todas ellas, cuando se la reconduce a un sentimiento aislado y limitado.
Desde la perspectiva del alma, la relación plena solo puede ser entendida como bipolar, como la coincidentia oppositorum, como la conversión a la unidad de las oposiciones del sentimiento. Evidentemente, a menudo desaparece un polo —refrenado por la actitud religiosa básica de la persona— de la conciencia retrospectiva, y solo puede ser recordado en la más pura y serena reflexión profunda.
En efecto, tú te has sentido pura y simplemente dependiente del otro en la relación pura, como en ninguna otra has sido capaz de sentirte, y también pura y simplemente libre, como por lo demás nunca y en ninguna parte: creaturalmente y creadoramente. Allí no tenías ya lo uno limitado por lo otro, sino ambos sentimientos sin barreras y ambos a un mismo tiempo.
Que tú necesitas a Dios por encima de todo lo sabes siempre en tu corazón, pero ¿acaso no sabes también que Dios te necesita a ti en la plenitud de su eternidad? ¿Qué sería del ser humano si Dios no lo necesitara, y qué sería de ti? Tú necesitas a Dios para ser, y Dios te necesita a ti precisamente para aquello que es el sentido de tu vida. Enseñanzas y poemas se esfuerzan por decir más, y dicen demasiado: ¡qué turbio y presuntuoso palabrerío el del «Dios en devenir»! Pero un devenir del Dios que es, ese lo conocemos inconmovible en nuestro corazón. El mundo no es un juego divino, es un destino divino. Que hay mundo, que hay seres humanos, que hay persona humana, tú y yo, todo eso tiene sentido divino.
La creación: ella ocurre en nosotros, nos supera, nos inunda, temblamos y perecemos, nos sometemos. La creación: participamos en ella, encontramos al creador, nos ofrecemos a Él como auxiliares y amigos. Dos grandes servidores recorren las edades, la plegaria y el sacrificio. El orante se derrama en dependencia incontenida y sabe —incomprensiblemente— que actúa sobre Dios, aunque nada obtenga de Dios; pues, cuando él nada más anhela para sí, ve arder su actuar en la más alta llama. ¿Y el oficiante del sacrificio? Yo no puedo despreciarlo a él, el honesto servidor del pasado, que creía que Dios deseaba el aroma de su holocausto: él sabía de una forma extravagante pero vigorosa que se pueden y se deben realizar ofrendas, y eso también lo sabe quien ofrece a Dios su pequeña voluntad y lo encuentra en la grande. «¡Hágase tu voluntad!», nada más que eso dice; pero la verdad añade para él: «A través de mí, al que tú necesitas». ¿Qué diferencia al sacrificio y la plegaria de cualquier clase de magia? Esta última pretende actuar sin entrar en la relación, y practica artificios en el vacío; aquellas, sin embarg...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Primera parte
  6. Segunda parte
  7. Tercera parte
  8. Epílogo
  9. Información adicional