Ética de los medios de comunicación
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Esta obra trata sobre los medios y su función democratizadora, esto es, informar para formar opinión pública. Se expone, por un lado, la exigencia de la correcta satisfacción del derecho a estar informado que requieren los ciudadanos y, por el otro, los dilemas y necesidades que enfrentan las otras funciones de los medios, tales como educar y entretener, que son distintas y precisan de otro tratamiento. En este sentido, indaga una propuesta de cómo un marco ético podría colaborar en la toma de decisiones, en este caso, de una profesión.

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Información

Año
2016
ISBN
9788425438028
Categoría
Sociología
NIVELES ÉTICOS COMO GARANTÍA DE UN PERIODISMO DE CALIDAD
En el primer capítulo hicimos un diagnóstico: operamos con categorías morales obsoletas, añejas. En el segundo propusimos revitalizar la manera de interpretar la función de los medios desde una perspectiva ética y sugerimos que esa revitalización se haga desde la ética discursiva y con la ética de la responsabilidad como objetivo. En este capítulo repasaremos los niveles desde los cuales revitalizar las categorías morales.
Desde el punto de vista de la ética podemos enfrentar las problemáticas de los medios desde tres niveles: el del profesional, asumiendo que lo que define a la profesión es satisfacer el derecho de los ciudadanos a estar informados; el de la empresa, con su particular encomienda y responsabilidad; y el del sector, este último como la comunidad de referencia compuesta por los profesionales, los colegios profesionales y aquellas entidades o instituciones que colaboren en la manera de entender la función social de los medios.
La vida democrática exige información, pero no de cualquier tipo, sino la que los ciudadanos necesitan y les corresponde. Por ello es indispensable un periodismo de calidad con un compromiso ético en cada uno de estos niveles, teniendo en cuenta la tarea pendiente de una regulación adecuada del sector conforme a los desafíos actuales, así como las condiciones necesarias para un periodismo virtuoso y de calidad. Por ello en la última parte del capítulo se repasarán las condiciones de posibilidad de un periodismo de calidad.
Perspectiva ética del profesional
Ya hemos dicho que la legitimidad del ejercicio del profesional de la información se encuentra en satisfacer el derecho a estar informado. En efecto, y siguiendo a MacIntyre, si la satisfacción del fin último de cualquier práctica es lo que le otorga legitimidad, el fin último de dicha actividad profesional es satisfacer aquel derecho. MacIntyre21 explica que la existencia de unos bienes internos, inherentes a toda actividad, le da sentido y la legitiman, mientras que los bienes externos de toda actividad se alcanzan con su desempeño (poder, fama, prestigio, dinero). El desarrollo de ambos bienes, internos y externos, repercute en la comunidad que participa en la práctica.
Las universidades, el medio de comunicación, las asociaciones, los colegios profesionales, etc., deberían ser todas comunidades donde aprender buenas prácticas —en el sentido de MacIntyre— porque, aunque al competir por los bienes externos unos ganan y otros pierden, el logro de los bienes internos es un bien para toda la comunidad que realiza la práctica. Si la empresa y las universidades funcionan como estas comunidades de referencia, pueden salvar a individuos que, por no contar con ellas, acaban convirtiéndose en héroes intentando la excelencia en el ejercicio profesional.
La ética profesional queda definida por que hay unos modos concretos de realizar el trabajo profesional de buena manera, un determinado quehacer que es el adecuado. Cada profesión estará inspirada por distintos valores y en cada una de ellas se defenderán diferentes principios; cada profesional resguardará valores y principios de formas diversas. La ética de las profesiones reflexiona sobre los fines que legitiman una actividad profesional, y ese fin es el bien o servicio que la profesión rinde a la sociedad.
Transversal a cualquier ética aplicada, en este caso profesional, se encuentra una ética universal. Carmen Velayos lo llama «ethos colectivo» y lo referencia a través de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Begoña Román, siguiendo a Adela Cortina, especifica aún más la distinción cuando explica la diferencia entre una ética de mínimos y una ética de máximos. La ética de mínimos no dicta todas las normas que cabe seguir, sino solo aquellas normas exigibles a todos los ciudadanos para crear una convivencia humana;22 una ética de máximos, por su parte, es la reflexión filosófica que conduce a un determinado estilo de vida, a una vida feliz. La distinción entre ética de mínimos y ética de máximos supone la garantía de la convivencia entre ciudadanos asegurada por unos mínimos compartidos y no por compartir el estilo de vida personal. Las éticas profesionales también tienen unos mínimos que aseguran el buen ejercicio profesional.
Las críticas al trabajo periodístico suelen centrarse en el ejercicio profesional mismo —falta de autocrítica, corporativismo o cooperativismo—.23 Sin embargo, es necesario prestar atención a las deficiencias que se arrastran desde la etapa de formación, considerando que el buen periodismo se vincula al concepto de excelencia y a unas virtudes profesionales adquiridas —o no— desde la etapa de la formación profesional. La excelencia es el buen hacer y las virtudes son hábitos positivos que colaboran a la hora de decidir la mejor forma de hacer, la decisión que se ha de tomar ante un conflicto.
Durante la formación de los periodistas, y de muchos otros profesionales, el énfasis está puesto en la adquisición de ciertas técnicas o contenidos prácticos, relegando la ética y el análisis crítico de situaciones en las que se enfrentan valores (personales y de la profesión, por ejemplo, o entre valores propios de la misma profesión), haciendo creer que la ética en el periodismo es un añadido externo,24 casi opcional o cosmético. De esta manera se acentúa la percepción de que hay un abismo entre la realidad y lo que se explica en las aulas sobre el buen hacer profesional.
Velayos25 arguye que la existencia y la supervivencia del ethos periodístico requieren de la posibilidad de su propia transmisión en cuatro etapas fundamentales:
  1. Fase de vocación, en la que se despierta el interés personal por la profesión.
  2. Fase de reclutamiento, que se refiere al ingreso en la educación universitaria.
  3. Fase de entrenamiento, que se produce durante los períodos de prácticas profesionales.
  4. Fase de resocialización ocupacional y profesionalización, que comienza una vez que el profesional ingresa a un entorno laboral.
Velayos le concede bastante importancia a la fase de entrenamiento, pues sería el momento en que se pasa del aprendizaje teórico o referencial a un adiestramiento en terreno, conjugando, según ella, la adquisición de la ideología y la práctica en cualquier profesión. Esta afirmación nos merece dudas, dado que la adquisición de la ideología requiere del desarrollo, la formación y el fomento de un pensamiento crítico y reflexivo del cual ninguna de las fases descrita suele hacerse cargo. En la universidad, lugar idóneo para que dicho pensamiento se estimule, más bien con frecuencia se transmiten fórmulas éticas con las cuales se espera que los futuros periodistas se enfrenten a los dilemas reales.
Velayos comenta que durante el período de prácticas profesionales, con el fin de conseguir la aceptación del grupo de iguales, el iniciado buscará hacer lo correcto, lo que se espera de él. El problema será dilucidar si lo que se espera de él es o no lo correcto. El iniciado debe tener capacidad crítica para evaluar tanto las opciones que se le presentan como las expectativas que se tienen de él.
No podemos desconocer cuál es el contexto en el que se desarrolla el juicio moral del profesional: salas de prensa bajo presión que hacen sentir que no se puede hacer nada más allá de los intereses del público o del propio medio. Por eso las prácticas no siempre brindan el ambiente más adecuado para que se desarrolle un juicio moral crítico a la altura de los dilemas que se presentan día a día en el trabajo profesional.
Otro problema es que con frecuencia los estudiantes llegan a la fase de reclutamiento con una idea demasiado elaborada —incluso en ocasiones rígida— de cómo es y cómo funciona la vida profesional, teniendo clara conciencia del abismo entre teoría y práctica. Ya desde la época de la universidad asumen las clases de deontología o ética profesional con ideas preconcebidas que los conducen a memorizar contenidos para rendir unos exámenes y aprobar, a sabiendas de que lo que han aprendido probablemente sea muy distinto en la sala de redacción. Así como la ética no puede ser concebida solo como una materia a aprobar, tampoco puede ser reducida a la práctica; si desde antes no está presente, es muy difícil exigirla después. Entonces se producen conflictos por la falta de concordancia entre teoría y praxis. Parece haber un abismo insalvable entre ambas: si existen dinámicas viciadas en las salas de redacción, los nuevos profesionales que llegan de las universidades se ven forzados a asumir que hay que olvidar los textos de deontología y los casos analizados para dejarse llevar por el «verdadero know how».
Discutiremos a continuación sobre aquellos rasgos que distinguen a la profesión periodística y que a su vez le plantean particulares escenarios éticos. Estos elementos distintivos guardan relación con aquello que origina el proceso informativo, es decir, la satisfacción de un derecho humano, y con el papel democratizador de los medios en cuanto generadores de opinión pública.
Satisfacción del derecho a estar informado
Resulta curioso que con frecuencia, a la hora de hablar de la ética de la profesión periodística, las discusiones se centren en la defensa de la libertad de expresión, ya sea contra cualquier tipo de censura externa, interna o desde los propios grupos económicos propietarios de los medios de comunicación. Y es curioso porque en realidad el objeto de la ética periodística es regular el comportamiento de los profesionales para salvaguardar la correcta satisfacción del derecho a estar informado. Desde el punto de vista de la ética profesional del periodista, la libertad de expresión queda al servicio de la satisfacción de ese derecho.
El derecho a la información tiene un objeto que es general, la información, y un sujeto que es universal, todos y cada uno de los seres humanos, sin distinción.26 Ya hemos dicho que el bien interno es el que proporciona el sentido de la práctica ante la sociedad y, con él, su credibilidad y legitimidad. El bien interno del ejercicio profesional del periodista es cumplir con la satisfacción de la facultad delegada, dar a cada uno lo suyo, lo que a cada quien le pertenece: la información.
Una vez conquistada la libertad de expresarse se tomará conciencia de que esa libertad es útil porque existe un derecho y que este se materializa a través de una prensa libre. Los derechos individuales garantizan el ejercicio de las libertades en sociedad. La doctrina del derecho de la información se refiere a la información, a la prensa y a sus profesionales; surge en el siglo XVIII con la proclamación de la libertad de expresión en la Revolución francesa. Sin embargo, pasarán un par de siglos antes de que ese derecho llegue a ser valorado como tal. Al igual que en 1789 en Francia, en la Declaración de Virginia de 1776 en Estados Unidos solo se habla de libertad de expresión, sin reconocer explícitamente el derecho.
Si revisamos los textos internacionales sobre la protección de la libertad y el derecho, constatamos que en un principio solo fue consagrada la libertad de expresión; no fue hasta 1948 con la Declaración de los Derechos Humanos promulgada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que se reconoció el derecho a la información, abriendo paso al entendimiento de la libertad informativa como una función social. La responsabilidad de los medios fue mencionada por primera vez en 1950 en el Convenio Europeo de Derechos Humanos, destacando la responsabilidad como un rasgo clave en el trabajo de los medios de comunicación.
La declaración de 1948 se configura en una norma de carácter internacional que define las facultades y proyecciones de este derecho. Su artículo 19 consagra la libertad de expresión y de opinión por separado, y quedan establecidas las tres facultades del derecho: investigar, difundir y recibir información. El artículo señala:
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.
La promulgación de este artículo significó la declaración explícita que consagra no solo la libertad —que terceros no interfieran en la expresión y recepción de información—, sino también el derecho a estar informado —entendido como acto de justicia de recibir aquello que le corresponde al ciudadano—: derecho que incluye recibir información. Las facultades del derecho a la información son i...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. AGRADECIMIENTOS
  6. INTRODUCCIÓN
  7. ORIGEN Y FUNDAMENTO DE LA FUNCIÓN SOCIAL DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN: LA HERENCIA DE LA TEORÍA LIBERAL
  8. EL PAPEL DE LOS MEDIOS EN LAS DEMOCRACIAS ACTUALES: UNA PROPUESTA DESDE LA ÉTICA DISCURSIVA Y LA ÉTICA DE LA RESPONSABILIDAD
  9. NIVELES ÉTICOS COMO GARANTÍA DE UN PERIODISMO DE CALIDAD
  10. LA REVOLUCIÓN DIGITAL Y LOS MEDIOS: NUEVOS HORIZONTES ÉTICOS
  11. NOTAS
  12. EPÍLOGO
  13. BIBLIOGRAFÍA
  14. INFORMACIÓN ADICIONAL