Introducción a la filosofía de la religión
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Esta Introducción a la filosofía de la religión ofrece una amplia visión de los temas fundamentales en el debate en la filosofía contemporánea. Se discuten y analizan las principales ideas y argumentos de autores tanto históricos como contemporáneos, centrándose en las tres principales religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islam.

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Información

Año
2017
ISBN
9788425439124
Categoría
Religión

PARTE II
LA RACIONALIDAD
DE LA CREENCIA RELIGIOSA
4. Fe y racionalidad
Fe, según las Escrituras cristianas, es «el fundamento de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve».1 Sin embargo, así definida, ¿no se parece un poco la fe a las ilusiones o al rechazo obstinado a permitir que las creencias de cada uno sean juzgadas en el tribunal de la dura evidencia? En pocas palabras, ¿no hace esto que la fe parezca una forma irracional o, como mínimo, no racional de adquirir creencias y aferrarse a ellas?
Algunas personas se sienten a gusto con la idea de que su fe religiosa es de algún modo contraria a la razón o no está sometida a la razón. Se citan a menudo las palabras de Tertuliano, Padre de la Iglesia antigua: «Creo porque es absurdo».2 La cita no es correcta; pero quienes de esta forma citan equivocadamente con frecuencia aprueban la idea. A quien así piensa de la fe religiosa –es decir, quien piensa que la fe religiosa es irracional o no racional y que, además, es correcto o incluso loable tener fe religiosa– se le llama fideísta.
El fideísmo ha sido aceptado muy seriamente por una diversidad de filósofos y teólogos. Pero una mínima reflexión pone de relieve que la mayoría no se siente demasiado cómoda con ello. Supongamos que acudes a la consulta del médico para tratarte un resfriado, y el médico te dice que sería una buena idea extirparte un riñón. Naturalmente, querrías que el médico te diera alguna razón que justificase su opinión, y no te convencería nada que simplemente te dijese: «En realidad, no tengo ninguna razón. Solo la fuerte convicción de que sería bueno quitarle el riñón». Cuando están en juego asuntos de gran importancia –salud, supervivencia, sentimientos profundos, etcétera– queremos una prueba sólida, no convicciones carentes de fundamento. Queremos, en otras palabras, estar seguros de que las creencias a partir de las cuales actuamos sean racionales. Si descubrimos que estamos en peligro de sufrir algún daño por las prácticas irresponsables de otros, basadas en creencias irracionales o no racionales, nos enfadamos muy justificadamente.
No debiéramos sentirnos a gusto si la fe religiosa resultara ser el producto de prácticas irresponsables configuradoras de creencias irracionales o no racionales. Pues, normalmente, las creencias religiosas tratan de asuntos de gran importancia, y actuar, o dejar de actuar, a partir de las creencias religiosas que uno tiene genera a menudo consecuencias importantes para el bienestar de los demás. En efecto, según algunos, el propio destino eterno de cada cual podría depender decisivamente de sus creencias religiosas; y por eso, desde este punto de vista, quienes deliberadamente o de forma involuntaria inventan visiones religiosas falsas se arriesgan a llevar a otros por mal camino y a poner en peligro sus almas inmortales. En consecuencia, insistir alegremente en que no hay ningún problema en abrazar creencias religiosas de manera irracional o no racional –o, peor, hacerlo porque son absurdas– terminará por dañarnos de manera grave.
Pero ¿puede la fe religiosa escapar a la acusación de irracionalidad? Responder a esta pregunta ocupará fundamentalmente nuestra atención a lo largo de este capítulo. Comenzaremos analizando la naturaleza de la fe y algunos supuestos requisitos de la racionalidad. Volveremos luego al análisis de los fundamentos de la creencia religiosa. Consideraremos diferentes visiones sobre lo que deberían ser las bases de la creencia religiosa para estar justificada. Examinaremos también la cuestión de si el fenómeno del desacuerdo general con las posturas religiosas mina de alguna manera la justificación que pudiéramos tener para nuestras creencias religiosas. Cerraremos el capítulo considerando un argumento que trata de volver del revés los planteamientos de quienes se oponen a la creencia religiosa, argumentando que no es la fe religiosa sino más bien el ateísmo lo que es en definitiva irracional.
LA NATURALEZA DE LA FE
Antes de avanzar en el análisis de las diferentes concepciones de la fe y sus méritos filosóficos, tenemos que aclarar que hay algunos sentidos de la palabra fe –perfectamente respetables– que no serán aquí el centro de nuestra atención. En lo que sigue, consideraremos la fe como una actitud proposicional, esto es, una postura cognitiva con respecto a una proposición. Tomemos la proposición «El Real Madrid ganará la Liga este año». Se podrían tomar diferentes posturas (o actitudes) cognitivas sobre esta proposición. Yo podría ponerla en duda, creerla, temerla, confiar en ella, etcétera. Cada una de las palabras o de las expresiones en cursiva representa una actitud proposicional diferente. En este capítulo, nos ocuparemos principalmente de la fe como actitud proposicional. En particular, reflexionaremos sobre la fe como una (mera) forma de creencia. El motivo para centrarnos en este sentido del término, con exclusión de otros, es que este es el que principalmente se cuestiona cuando se plantean preguntas sobre la racionalidad de la fe o sobre la relación entre fe y razón.
Existen, por supuesto, otros sentidos del término «fe». Por ejemplo, algunos filósofos señalan que, en muchas tradiciones religiosas, la fe es una virtud (y la falta de fe, un vicio) y, como tal, se dice, no puede ser principalmente un asunto de creencia. En definitiva, virtudes y vicios son estados de los que somos moralmente responsables. Como tales, esos estados deben estar directa o indirectamente bajo nuestro control voluntario. Pero no está claro si las creencias están bajo nuestro control voluntario o en qué medida lo están. (Por mucho que lo intentes, no puedes creer que no tienes cabeza, o que eres Shakespeare. Y muchas personas dirán que, de forma similar, les resulta imposible adquirir o conservar la creencia en Dios). En consecuencia, algunos piensan que el tipo de fe que importa a efectos religiosos no es un tipo de creencia, sino más bien algo como la esperanza unida a una disposición a actuar sobre la base de esa esperanza, como si esta fuera realmente verdadera.3 Esta puede ser una noción de fe perfectamente respetable, pero no es la que examinaremos aquí.
Alternativamente, muchos creyentes religiosos utilizan la palabra fe para referirse a un tipo de confianza personal. Consideremos, por ejemplo, alguien que odia a Dios, cree que Dios está decidido a hacer su vida desgraciada, y, por tanto, se pasa el tiempo desafiando a Dios. ¿Tiene esa persona fe en Dios? Aquí parece que pretendemos decir que, aunque podría aceptar por fe que Dios existe, no tiene fe en Dios. En el primer caso, la palabra fe se refiere a su actitud hacia la proposición de que Dios existe; en el segundo, a su falta de toda confianza en Dios. Este segundo uso del término, en el que «fe» implica algún tipo de confianza personal, es un uso perfectamente respetable; pero no es tampoco del que nos ocuparemos aquí.
Existen, sin duda, otros usos del término «fe». Pero, de aquí en adelante, hablaremos de la fe tan solo como un tipo de creencia. Pero ¿qué tipo de creencia es esa? Sea lo que fuere lo que la fe pueda implicar, más o menos todo el mundo está de acuerdo en que tener fe en una proposición implica creer que es verdadera aunque no se tenga ninguna demostración ni prueba sensorial directa de su verdad. Demostración, en este contexto, debe interpretarse a la manera que se interpreta en geometría, es decir, el resultado de un razonamiento deductivo a partir de premisas que se supone son evidentes por sí mismas para todo pensador sensato y competente. (Por lo tanto, dado el sentido en que utilizaremos el término, se puede decir que generalmente no se obtienen demostraciones a partir de la ciencia natural. En el mejor de los casos, se podrá obtener una prueba fuerte o convincente). La prueba sensorial directa es lo que logramos a partir del ejercicio específico de los sentidos: ver, oír, tocar... Gran parte de la confusión en las discusiones sobre la fe surgen de no distinguir demostración de prueba, y también de no distinguir entre diferentes tipos de pruebas. Otra confusión surge de no prestar suficiente atención a lo que se puede y no se puede tomar sensatamente como requisito para el conocimiento. En esta sección, trataremos de aclarar brevemente algunas de las posibles confusiones; luego examinaremos los componentes de la fe y las condiciones en las que aparece.
Fe, pruebas y conocimiento
Mark Twain definió expresivamente la fe como «creer lo que sabes que no es así».4 Por supuesto, la fe no puede ser literalmente creer lo que sabes que es falso. No obstante, la observación de Twain es atractiva porque para muchos tiene, de todos modos, un punto de verdad. ¿Cuál, pues, podría ser la idea aparentemente correcta que ronda por ahí? Aquí vienen a la mente cuatro definiciones de la fe:
(I) Fe es creer algo en ausencia de demostración.
(II) Fe es creer algo en ausencia de pruebas que lo apoyen.
(III) Fe es creer algo a pesar de abrumadoras pruebas en contra.
(IV) Fe es creer algo que no sabemos que sea verdadero.
¿Podríamos apoyar alguna de esas posibles concepciones de la fe? Considerémoslas de manera sucesiva.
¿Hay alguna buena razón para aceptar la primera definición? No realmente. Hemos aceptado ya que la fe implica creer en ausencia de demostración, donde, repitámoslo, tener una demostración equivale a tener un argumento deductivo cuyas premisas son evidentes por sí mismas para todo pensador cuerdo y capaz. Pero parece demasiado fuerte decir que cualquier cosa que se crea en ausencia de demostración supone fe. Los científicos creen las teorías que creen en ausencia de demostración. Los jurados declaran a alguien culpable y lo condenan a prisión sin demostración. En ambos casos, los creyentes en cuestión tienen cantidades enormes de pruebas (podemos suponer), pero no demostraciones. Y en todos estos casos parecería raro decir que todas esas creencias se apoyan en la fe.
¿Qué pasa con la segunda definición? ¿Podemos decir sensatamente, con Richard Dawkins (entre otros), que la fe es «creencia que no se basa en ninguna prueba»?5 No lo parece. Por ejemplo, Charlie Brown necesita un montón de fe para creer que esta vez Lucy no apartará el balón cuando él trate de golpearlo y le dé una patada al aire. Y eso será verdad aunque Charlie Brown tenga gran cantidad de pruebas de que Lucy no lo hará. Supongamos que Lucy le dice que no tiene ninguna intención de quitar el balón, y supongamos que esta afirmación está apoyada por el hecho de haber pasado por un detector de mentiras. Supongamos, además, que, durante el año pasado, Lucy ha participado en un programa de rehabilitación orientado a la curación de su tendencia a gastar bromitas sádicas con el rugby. Recientemente, ha ido a ver a Charlie Brown con una disculpa en apariencia sincera y sentida por todas las veces que le ha apartado el balón en el pasado, y ha declarado solemnemente su intención de reformarse. Tenemos aquí un montón de pruebas auténticas de que hoy Lucy no apartará el balón. Sin embargo, ¿no exige fe el que Charlie crea realmente que Lucy no le quitará el balón? Sin duda. Por eso, es un error sugerir que la fe implica siempre creencia en ausencia de pruebas.
Igualmente, la tercera definición se equivoca al proponer que la fe implica creencia a pesar de la existencia de abrumadoras pruebas en sentido contrario. Sin duda, a veces usamos la palabra fe de esta manera. Esta es una forma habitual de utilizar el término entre entrenadores y atletas, por ejemplo. Cuando un equipo deportivo de bajo nivel tiene que jugar con el mejor equipo de la liga, entrenadores y jugadores del equipo más débil a menudo dirán que tienen fe en que su equipo ganará; ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Dedicatoria
  6. Prefacio
  7. PARTE I. LA NATURALEZA DE DIOS
  8. PARTE II. LA RACIONALIDAD DE LA CREENCIA RELIGIOSA
  9. PARTE III. CIENCIA, MORAL E INMORTALIDAD
  10. Notas
  11. Índice analítico
  12. Información adicional