Misterio y transparencia
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Misterio y transparencia

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La «transparencia» es un valor en alza que responde a la aspiración del ciudadano moderno de controlar los gestores públicos. Sin embargo, al aplicarlo al ámbito religioso, surgen dificultades como la impenetrabilidad de un Misterio que, por definición, es incognoscible. La opinión de pensadores como Walter Benjamin, María Zambrano, Nietzsche, Simone Weil, Wittgenstein y Byung-Chul Han, contrastadacon las aportaciones del mundo del arte, con las fuentes bíblicas y con textos de la tradición crisiana, contribuye a clarificar los términos "transparencia" y "opacidad".

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Información

Año
2017
ISBN
9788425440007
Categoría
Religion
1. LA COMPLEJIDAD DE LA TRANSPARENCIA
La reivindicación de una mayor transparencia es una constante en el actual debate ciudadano. Se ha convertido en un requisito básico que afecta a múltiples ámbitos de la vida social. La sociedad mediática dispone de instrumentos muy eficaces y reclama su utilización para controlar a los representantes políticos.
Aun así, a pesar de la visión idílica que la transparencia suscita en el discurso cívico, no deja de ser una cuestión problemática que pone en entredicho los mecanismos que articulan la convivencia. Además, sorprende que un principio proveniente de las ciencias naturales tenga tanto eco en las ciencias humanas.
Entonces nos preguntamos: ¿resulta pertinente aplicar un concepto de la física a las relaciones sociales? ¿La transparencia solo acarrea efectos beneficiosos? ¿Es un valor en sí misma? ¿Qué aporta en el análisis de la trascendencia, de lo sagrado y, en definitiva, del Misterio?
1.1. LAS PARADOJAS DE LA TRANSPARENCIA
Durante los últimos años, sociólogos, filósofos, politólogos y ciudadanos en general se han interesado por la transparencia, un concepto que, gracias a su polisemia, resulta útil para describir, analizar e interpretar muchos de los procesos que están afectando a la sociedad posmoderna.
En realidad, se trata de un término que atañe al ámbito de la física. En sentido estricto, es una cualidad de algunos materiales que permite ver con nitidez a través de ellos. La razón estriba en que dejan pasar los rayos de la luz en vez de absorberlos tal como sucede con los cuerpos opacos.
Aunque relacionamos la transparencia con la luz, se trata de una propiedad que puede estar asociada a otros tipos de radiación, como los rayos X, los rayos ultravioleta o los rayos gamma. Así, un cuerpo opaco para un tipo de radiación puede ser transparente para otra.
Si nos centramos en la transparencia con respecto a la luz, encontraremos que entre ella y la opacidad se da una gradación. Un cuerpo diáfano deja pasar la luz casi en su totalidad. Un cuerpo translúcido deja pasar la luz, pero solo se ve lo que hay detrás confusamente, con cierta dificultad, sin poder distinguir los detalles.
Junto con «transparente» y «diáfano» habría que incluir adjetivos como «nítido», «límpido» o «pelúcido». Todos ellos se refieren a la capacidad de permitir el paso de la luz. En cambio, «nebuloso», «turbio» o «borroso» nos remiten a la capacidad de reducir la transparencia. Con las tinieblas, lo oscuro y lo lóbrego nos adentramos en el terreno de la opacidad.
Aunque en la naturaleza es posible encontrar elementos plenamente transparentes, como el aire o el agua, la mayoría de los materiales son claramente opacos. Algunos fenómenos, como la niebla, la calima o la bruma, se encuentran a caballo entre la transparencia y la opacidad.
Por otra parte, el cristal y algunas gemas nos recuerdan que existe una transparencia natural que ha intentado ser imitada por la mano del hombre a través de la fabricación del vidrio.
Etimológicamente, la palabra «transparente» procede del latín. El prefijo trans indica «de un lado al otro», «a través de», y el verbo parere significa «ser visible», «aparecer». Por tanto, literalmente se podría traducir como «aparecer a través de», aunque hay que tener en cuenta que en el latín clásico no se conocía el término transparere. Una paradoja de la transparencia, y no la única. Veamos algunos ejemplos.
Si bien identificamos presencia con visibilidad, lo transparente es una presencia invisible que, a su vez, hace visible algo que no está plenamente presente. Percibimos lo opaco a través de lo transparente. Sin transparencia no existiría opacidad. Además, lo que consideramos transparente no siempre lo es o no lo es del todo. La transparencia es compleja, ambigua, confusa y, en ocasiones, engañosa. Aun cuando el rasgo característico de la transparencia es la capacidad de hacer visible, lo transparente, por definición, no lo es.
Con frecuencia falsea la realidad al dar a entender que nada se interpone entre el observador y el objeto observado, de manera que el primero tiene la sensación de tenerlo a su alcance. Las vitrinas y los aparadores juegan con este equívoco. Permiten el contacto visual con algo que no es tangible de manera inmediata. Muestran una accesibilidad engañosa. La conjunción visual no va acompañada de la conjunción material. Lo mismo sucede con una pecera o un acuario. Hacen posible que nos sintamos dentro cuando, de hecho, estamos fuera.
Además, la vitrina y el escaparate, al captar la atención del observador para mostrarle algo, ocultan otros objetos. Centran la mirada del espectador en un punto mientras que el resto de su campo visual se difumina. Al tiempo que transparenta una realidad, vuelve opaca otras.
El velo, la tela que cubre una parte del cuerpo o un objeto para no ser visto, ejerce una función inversa. Esconde algo y a la vez dirige la mirada hacia lo que es digno de ser visto. Mientras vela, revela. Invisibiliza lo que merece la pena mirar. Lo oculta y, al mismo tiempo, indica su ubicación.
Este es el recurso empleado por el artista de origen búlgaro Christo, y su esposa, Jeanne-Claude, en sus instalaciones. Sus obras más famosas consisten en envolver con telas elementos naturales, edificios emblemáticos, espacios públicos y monumentos como el Pont Neuf de París o el Reichstag de Berlín. Tal estrategia de ocultamiento altera la percepción y la relación del observador con el paisaje circundante o con la construcción al conferirle una nueva relevancia o visibilidad.
La celosía es otro dispositivo cultural que juega con las propiedades de la transparencia. Al aproximarnos a esta rejilla se vuelve transparente, y al distanciarnos, opaca. El individuo oculto tras este delicado entramado puede ver sin ser visto.
Otro caso interesante son las lentes. Un requisito esencial es que sean transparentes; de otro modo no cumplirían su cometido. Ahora bien, aunque podamos ver a través de ellas, no muestran lo que vemos tal cual es. Alteran la imagen original: la aumentan o la modifican según las leyes de la óptica. Pero es precisamente al deformar la realidad cuando nos permiten percibirla tal como es. Engañándonos, nos revelan la verdad.
Estos ejemplos ponen de manifiesto que la transparencia no es un fenómeno tan simple como cabía esperar y que, en cambio, puede ser una potente herramienta conceptual que incita a la reflexión a través de sus paradojas.
En este sentido, es posible entender la transparencia como una metáfora. Además de su acepción literal, procedente de la física, se le puede atribuir un sentido figurado en virtud de sus analogías. Podemos aplicar el calificativo de «transparente» a cuanto es claro, evidente, y se comprende sin duda ni ambigüedad. Designa todo aquello cuyo significado resulta obvio y unívoco.
Y el término «transparentación», esto es, manipular algo para convertirlo en transparente, muy utilizado en el lenguaje científico, también puede ser aplicado a otros ámbitos del saber. Los investigadores utilizan tintes y otras técnicas para transparentar tejidos vegetales, animales o humanos y hacer visible lo que no se percibe a simple vista. El anhelo ilustrado de iluminar, con la luz de la razón, todos los rincones de la sociedad y de la cultura, es, de hecho, un deseo de transparentación. Los argumentos transparentan la verdad que subyace en un razonamiento.
En definitiva, un fenómeno físico, la transparencia, puede ser utilizado como metáfora porque nos sirve para describir fenómenos sociales, culturales o incluso religiosos. A su vez, toda metáfora tiene, en el fondo, algo de transparente. Es una idea que nos remite a otra; nos deja entrever otra idea a través de ella.
1.2. LA SOCIEDAD TRANSPARENTE
La sociedad democrática ha erigido la transparencia como un valor que la identifica. Durante los últimos años se ha insistido en esta dimensión de la gestión política generando una legislación que la promueva en distintos ámbitos de la Administración.
La transparencia, el acceso a la información pública y las normas de buen gobierno deben ser los ejes fundamentales de toda acción política. Solo cuando la acción de los responsables públicos se somete a escrutinio, cuando los ciudadanos pueden conocer cómo se toman las decisiones que les afectan, cómo se manejan los fondos públicos o bajo qué criterios actúan nuestras instituciones podremos hablar del inicio de un proceso en el que los poderes públicos comienzan a responder a una sociedad que es crítica, exigente y que demanda participación de los poderes públicos.1
«Transparente» ha pasado a ser sinónimo de «público» en el sentido que se aplica a toda información que no está restringida y a la cual puede tener acceso cualquier ciudadano. Se apela a este valor cívico frente a la lacra de la corrupción porque presupone rectitud, coherencia y responsabilidad. Nadie expuesto a la mirada vigilante de la opinión pública se atrevería a cometer una irregularidad. En cambio, su ausencia se identifica con el fraude, el engaño, la manipulación o la traición. Lo opaco rezuma malicia. El corrupto se ampara en la opacidad, en el disimulo de una falsa apariencia.
La obra de Paul Scheerbart ha sido fundamental para interrelacionar la transparencia física y la cívica. Este autor de novelas de fantasía utópica plantea en Lesabéndio una imaginativa historia en la que los habitantes del asteroide Pallas se enfrentan al dilema de elegir entre el progreso y la conservación del astro donde habitan. Podemos leer dicho relato como una fábula de uno de los problemas que actualmente acucian a la humanidad: los límites del progreso. Sin embargo, el libro fue publicado en Alemania en 1913.
En la novela aparecen frecuentes alusiones a la transparencia. Desde el punto de vista político, los habitantes de Pallas se reúnen para tomar decisiones por unanimidad, en una democracia de plena transparencia. Físicamente, «los pallasianos solo morían cuando sus cuerpos se quedaban completamente secos y casi transparentes».2 Y una posible salvación consistiría en trasladarse a otro asteroide «blando, gelatinoso y transparente».3
A pesar de la fantasía de Paul Scheerbart, Walter Benjamin repara en un detalle de sus escritos que ha tenido un gran eco y se ha convertido en una metáfora de una sociedad que aspira a una democracia real, en la que los ciudadanos tengan acceso a toda la información para adoptar las decisiones que estimen oportunas.
El filósofo berlinés afirma que este autor
concede gran importancia a que sus gentes y, a ejemplo suyo, sus conciudadanos habiten en alojamientos adecuados a su clase: en casas de vidrio, desplazables, móviles, tal y como entretanto las han construido Loos y Le Corbusier. No en vano el vidrio es un material duro y liso en el qu...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Presentación
  6. 1. La complejidad de la transparencia
  7. 2. La opacidad divina
  8. 3. La transparencia desveladora
  9. 4. La transparencia religiosa
  10. 5. La transparencia veladora
  11. 6. La transparencia reveladora
  12. 7. La mirada mística
  13. 8. La transparencia trascendente
  14. Notas
  15. Información adicional