La anorexia juvenil
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La anorexia juvenil

Una terapia eficaz y eficiente para los trastornos alimentarios

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La anorexia juvenil

Una terapia eficaz y eficiente para los trastornos alimentarios

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Este libro presenta enfoques terapéuticos eficaces que distinguen distintos tipos de trastornos alimentarios y que reconocen las características específicas de esta difícil patología, la anorexia juvenil, que exige una intervención inmediata, precoz y decidida. Divulgar este tipo de terapia es el objetivo de este libro. A través de sus páginas, escritas de modo accesible a un público muy amplio, la lectura de esta obra permitirá la correcta identificación de las distintas variantes de la enfermedad para así poder aplicar la estrategia apropiada que conducirá al cambio.

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Información

Año
2018
ISBN
9788425442049

1. La psicopatología más terrible y más amada
En el amplio panorama de las psicopatologías, solo la anorexia mental tiene como consecuencia directa la muerte. Según la Organización Mundial de la Salud, representa la segunda causa de muerte entre los jóvenes, después de los accidentes de tráfico. Es el terror de los padres y la patología más temida por psicoterapeutas, psicólogos y psiquiatras. Las muertes provocadas directamente por este trastorno oscilan entre el 5 por ciento y el 18 por ciento de los casos (Gordon, 2004; Steinhausen, 2002; Steinhausen et al., 2003; Fichter, Quadflieg y Hedlund, 2008; Casiero y Frishman, 2006; Nielson et al., 1988; APA, 2014): desde luego, no es un dato tranquilizador, sobre todo si pensamos que se mantiene invariable desde hace unos decenios. Eso significa que, pese a los progresos en la investigación, las terapias para este trastorno mental en la mayoría de los casos siguen siendo muy poco eficaces y muchas veces no logran limitar y minimizar su peligrosa evolución.
Como veremos detalladamente en las páginas siguientes, en ocasiones el tratamiento terapéutico es justamente lo que agrava el trastorno en vez de hacerlo desaparecer (Dalle Grave, 2015; Steinhausen, 2009; Nardone, Verbitz y Milanese, 1999; Nardone y Selekman, 2001). El otro dato descorazonador es el de la eficacia de las terapias, evaluada internacionalmente por la National Eating Disorders Association (NEDA): los resultados positivos no superan el 40 por ciento de los tratamientos; el 45 por ciento de los casos se cronifica y el 15 por ciento restante, como hemos dicho, tiene un desenlace fatal. No obstante, un débil rayo de luz se vislumbra en medio de la oscuridad de la situación: existen enfoques terapéuticos que constituyen una excepción, ya que garantizan unos porcentajes de curación mucho más elevados, en algunos casos incluso el doble de la media. Divulgar este tipo de terapia es el objetivo del presente libro, que, pese a ser una obra especializada, está escrito de modo que también resulte accesible a un público muy amplio.
Una de las cosas más sorprendentes con que nos encontramos al introducirnos en el mundo de la anorexia es que, contrariamente a lo que nos indica el sentido común, las personas que son víctimas de ella, o pueden llegar a serlo, son justamente las que no temen esta peligrosa enfermedad, porque es la patología más amada y a menudo se percibe como una virtud y no como un trastorno.
Para comprobar la realidad de esta afirmación aparentemente increíble basta acudir a Internet y entrar en los grupos de discusión sobre «Ana», como llaman afectuosamente a la anorexia sus vestales: allí descubriremos un mundo de una absurdidad estremecedora. Las chicas manifiestan un profundo amor a su patología –que se representa como un estado de gracia y de elevación− y se intercambian información sobre las sublimes sensaciones provocadas por su condición. Por otra parte, la abstinencia de comida y de placer se ha considerado desde siempre y en todas las culturas un camino para alcanzar estados de éxtasis de tipo religioso o esotérico.
También hay que saber que el organismo humano, en las primeras fases de fuerte restricción alimentaria y consiguiente pérdida de peso, sufre modificaciones biológicas causadas por el sistema nervioso central: una de ellas es la producción de endorfinas, que provocan estados de bienestar y efectos de excitación comparables a los derivados del consumo de cocaína. Bastaría esto para comprender cuán engañosa y a la vez seductora es esta patología, que corre el riesgo de evolucionar, como ocurre en casi dos tercios de los casos, hacia su peor variante, esto es, comer y vomitar para mantenerse por debajo del peso correcto o para adelgazar, que a su vez se transforma en la irrefrenable compulsión a comer para vomitar como forma de extremo placer (Nardone et al., 1999). Las chicas hablan de la anorexia como de un «irresistible amante secreto», un «acogedor refugio», un «maravilloso compañero de viaje». De modo que no debe sorprendernos esta devoción aparentemente paradójica a la patología mental más peligrosa.
Hay que tener en cuenta, además, el papel bastante relevante que tiene el atractivo social de una enfermedad padecida desde siempre por princesas, actrices y otras mujeres que representan modelos imitables para el mundo juvenil femenino. Y este factor ha cobrado mayor importancia en estos últimos decenios debido a la influencia de la moda sobre las nuevas generaciones. Está a la vista de todos que las modelos que pisan las pasarelas de los desfiles y cuyas fotografías aparecen en las páginas de las revistas, ya no solamente de moda, representan un ideal de belleza de tipo anoréxico. En los años ochenta, las top models ofrecían la imagen de un cuerpo fuerte y a veces incluso atlético; desde mediados de los años noventa en adelante, las modelos empiezan a mostrar un físico demacrado, en la mayoría de los casos presentan un grave subpeso y a menudo padecen trastornos de alimentación.
De nada sirvió que algunos estados europeos, preocupados por el fenómeno y por su incidencia en la salud de los jóvenes, impidieran a los diseñadores utilizar modelos demasiado delgadas y prohibieran a estas desfilar por debajo de ciertas tallas. Desgraciadamente, las instituciones no pensaron que a los diseñadores más importantes les bastaba reducir las medidas de la talla propuesta como patrón, de modo que actualmente son inferiores a las de los años noventa.
A propósito de esto recuerdo las palabras aparentemente provocadoras del sociólogo Sabino Acquaviva, recientemente fallecido, que como atento observador de la evolución de las costumbres advertía del «pacto perverso» entre diseñadores y directores de revistas de moda, que proponía un modelo masculino cada vez más efébico y uno femenino cada vez más andrógino, de acuerdo con un proyecto que ensalza el unisex total.
Si analizamos las imágenes más recientes de la publicidad de la moda y las características de quienes pisan las pasarelas, ciertamente hemos de dar la razón al brillante sociólogo. No obstante, creemos que es excesivo atribuir al mundo de la moda toda la responsabilidad del aumento exponencial en los últimos años de la incidencia de los trastornos alimentarios.
Buscar culpas y culpables tampoco ayuda a encontrar las soluciones, tan solo lleva a una condena moral. La moda modela conductas pero a su vez es influida por las costumbres sociales. Existe una influencia recíproca y circular entre lo que se propone como nuevo criterio estético y lo que surge de los cambios de hábitos y estilos sociales. Es cierto que la publicidad de un modelo estético no puede dejar de influir o ser inocua para los teenager que se enfrentan a la realidad de las relaciones interpersonales adolescentes, en las que el look que se ajusta a lo que está de moda desempeña un papel importante de reafirmación en el momento de la exposición social.
Otro factor que incide de forma directa en la aparición de la anorexia es el nivel de bienestar y de abundancia de comida de que se dispone: no es casual que a lo largo de la historia solo se hayan detectado casos de esta patología entre nobles y ricos, y en cambio no se tiene noticia de ningún hambriento que haya enfermado de anorexia. A este respecto es significativa la experiencia que viví en primera persona en 1993, cuando recibí la visita de una colega india a la que había conocido durante mis estudios en Palo Alto y que entonces era directora del hospital psiquiátrico de Bombay, ahora Mumbai. Había venido a ponerse al día en su trabajo con los trastornos fóbicos y obsesivos, y se quedó sorprendida de que también me estuviese ocupando de anorexia, puesto que en India, en aquella época, los casos eran contados y solo se daban en familias nobles. Por esta razón no la consideraba una temática clínica tan importante como para dedicarle un proyecto de investigación-intervención específico. Once años más tarde, cuando India había alcanzado un nivel de bienestar más elevado, la colega regresó para recibir formación sobre el tratamiento en tiempo breve del trastorno de la anorexia y de sus variantes, porque también en su país había explotado la epidemia.
Tras estas reflexiones, el lector comprenderá cuál es la paradoja de la anorexia, un fenómeno que asusta tanto como atrae y una enfermedad grave que se confunde con una sublime virtud a la que se aspira.
Ahora bien, a esta paradoja se le añade otra no menos sorprendente para quien no sea un experto en la materia: el hecho de que la prevención por medio de la información, en vez de reducir el fenómeno, lo aumenta; es decir, cuanto más se habla de él, más crece. Piénsese que, en contra de lo que convendría hacer, la televisión dedica una gran cantidad de horas a debates y programas de información juvenil, con un éxito de audiencia garantizado pero con un efecto epidemiológico nefasto.
Recordemos el caso extremo de la administración romana, que encargó a un famoso fotógrafo que hiciera una campaña de sensibilización sobre la anorexia: se colgaron carteles en toda la capital en los que aparecía una joven absolutamente esquelética posando como modelo. El objetivo era «impactar» y hacer desistir del proceso de restricción alimentaria, pero el resultado fue el contrario: parecía que se hacía publicidad de la belleza de ese estado de desnutrición, hasta el punto de que la iniciativa fue recibida con entusiasmo justamente en los sitios y las redes sociales sobre la anorexia. Además, la joven anoréxica de la foto murió al poco tiempo a causa de los efectos devastadores de su enfermedad, que se había exhibido de tal forma. Eso no significa que no deba hablarse del tema, sino que hay que tratarlo con mucho cuidado y competencia, evitando hacer una publicidad que convierta la enfermedad en algo más deseable aún de lo que ya es por las razones que hemos aducido.
La anorexia tiene una capacidad de difusión mayor que el efecto Wherter, esto es, la cadena de suicidios por imitación que se produjo entre los jóvenes románticos tras la lectura de la célebre novela de Goethe, justamente porque las chicas que se inician en la vida de la relación adulta, turbadas por los cambios fisiológicos de su cuerpo y por los cambios emocionales y cognitivos propios de la edad, se convierten en fácil presa de sugestiones muy poderosas.

2. La investigación-intervención sobre la anorexia
En 1993 comenzó el proyecto de investigación para la puesta en marcha de un modelo terapéutico avanzado para los trastornos alimentarios; de hecho, la experiencia anterior con los trastornos fóbicos y obsesivos (Nardone y Watzlawick, 1990; Nardone, 1993) había obtenido unos resultados tan importantes que inducían a aceptar también este desafío en el terreno clínico.
El enfoque sistémico y estratégico de la psicoterapia ya tenía una tradición en el tratamiento de la anorexia mental (Minuchin et al., 1975; Minuchin, 1978; Haley, 1973; Selvini Palazzoli, 1963; Elkaim, 1995). No obstante, enseguida se vio claramente que los trastornos alimentarios habían evolucionado mucho y presentaban claras diferencias respecto a los tipos observados en las décadas anteriores. El estudio de la literatura científica y no científica, obra de numerosos autores representativos de distintos modelos teóricos y prácticos de la psicoterapia y de la psiquiatría, resultaba decididamente discrepante y sobre todo desalentador teniendo en cuenta los resultados de las terapias, tan poco satisfactorios como para sugerir que era necesario contemplar nuestra investigación-intervención desde una perspectiva alternativa a la adoptada por los colegas que nos habían precedido.
Se trataba de reformular las observaciones diagnósticas, así como las estrategias terapéuticas, a la luz de las observaciones empíricas derivadas de la experiencia clínica directa. De hecho, en los años noventa, los criterios para el diagnóstico de los trastornos alimentarios contemplaban únicamente dos cuadros: el de la anorexia y el de la bulimia nerviosa, que, si bien abarcaban otros subtipos, no describían tipologías clínicas fuertemente caracterizadas por una serie de conductas sistemáticas como el purging, el exercising, el vómito autoinducido o la alternancia de periodos de restricción alimentaria y de atracones; conductas que en nuestra práctica eran bastante más frecuentes que las dos patologías de referencia del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), del que ya ha aparecido su cuarta edición.1
En otras palabras, los criterios oficiales necesarios para establecer el diagnóstico no daban cuenta de las realidades que la observación clínica directa ponía en evidencia, y forzaban la inclusión de las numerosas variantes de trastornos alimentarios en dos únicas categorías antitéticas: por una parte, la restricción alimentaria como síntoma; por la otra, el consumo excesivo de comida.
El primer estudio empírico experimental realizado sobre 192 casos (Nardone et al., 1999) reveló que la mayoría de las personas con un diagnóstico de anorexia eran en realidad sujetos que comían y vomitaban varias veces al día, y que entre los diagnosticados de bulimia muchos alternaban periodos de restricción alimentaria y períodos de grandes atracones. De ello se deducía que lo que se había considerado un síntoma accesorio se había convertido en realidad en un auténtico trastorno, basado en una peculiar forma de equilibrio patológico. La hipótesis de una evolución de los trastornos alimentarios en distintos cuadros patológicos fue corroborada por el hecho de que requerían estrategias terapéuticas totalmente distintas de las que se habían aplicado hasta entonces para la cura de la anorexia y de la bulimia. Esto demostraba claramente que el funcionamiento de la patología, en su formación y su persistencia, era completamente diferente del de los dos tipos originarios de trastorno alimentario.
La constatación empírico-experimental de que «la solución que funciona es la que explica el funcionamiento del problema que es capaz de resolver» (Nardone, 1997, 1998, 2003; Nardone y Portelli, 2005; Nardone y Watzlawick, 2005; Nardone, 2009) permitió obtener dos resultados importantes: uno, en el ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. PRESENTACIÓN
  6. 1. LA PSICOPATOLOGÍA MÁS TERRIBLE Y MÁS AMADA
  7. 2. LA INVESTIGACIÓN-INTERVENCIÓN SOBRE LA ANOREXIA
  8. 3. COMPRENDER EL TRASTORNO
  9. 4. EL TRATAMIENTO TERAPÉUTICO
  10. 5. ANOREXIA JUVENIL: LA TERAPIA EFICAZ
  11. APÉNDICE
  12. BIBLIOGRAFÍA
  13. Información adicional