Mantener la memoria
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Mantener la memoria

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En este texto, el autor presenta el ejemplo paradigmático de la experiencia judía --desde el Israel bíblico hasta el Holocausto-- como muestra del imperativo de recordar y hacer memoria, porque es esta la que funda y lo mantiene en su identidad. Asimismo, la obra extrapola su discurso a la experiencia humana en general, aportando argumentos filosóficos, muchos de ellos de la mano de Walter Benjamín.

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Información

Año
2018
ISBN
9788425440977

I. Israel, Pueblo de la Memoria
Para tratar de la memoria, como en todo tema importante, hay que acudir a las fuentes. El Israel bíblico es sin duda una de las fuentes más cristalinas y abundantes. Con ello entramos en el vasto campo del legado judío en nuestra cultura europea, occidental. Un tema muy vasto, del que simplemente se podrán evocar algunas líneas. La intención es también reivindicar estas raíces de nuestra cultura, y algo más que raíces, también tronco, ramas, hojas, flores y fruto, pues han tenido una riquísima y extensa historia efectual.
Este inestimable legado se va a concretar en el rasgo que define a Israel como «Pueblo de la Memoria».1 Tomo esta bella caracterización de uno de mis maestros en Teología, Johann Baptist Metz, que en repetidas ocasiones ha reivindicado la razón anamnética, frente a la razón moderna que, por descuidarla, se ha hecho mediocre, es una razón a medias (halbiert), se ha dividido, ha partido su alma, perdiendo una mitad, convirtiéndose en razón instrumental.2
La importancia de la memoria para Israel se hace patente si consideramos que sus libros sagrados son en gran medida libros de historia, que cuentan historias de familias, de tribus, del pueblo, de la humanidad, de la creación. Las mismas exhortaciones de los profetas o las reflexiones de los sabios se basan en historias y se presentan bajo forma de historias; su ordenamiento jurídico, moral y cúltico toma su razón de ser de la experiencia histórica; incluso las promesas, su fiabilidad, se basa en recuerdo de lo que Dios hizo ya a favor de su pueblo. Israel se sabe constituido como pueblo por una historia y por la memoria de esta historia. Sus libros son fundamentalmente los libros de su memoria, ciertamente una memoria que no mira solo al pasado, sino que abre un futuro.
La creencia fundamental de Israel es, según Fackenheim, la fe en la presencia de Dios en la historia. «El Dios de Israel no es una deidad mitológica que se mezcle alegremente con los hombres en la historia»; «es Dios mismo quien actúa en la historia humana» y «Él se hizo inequívocamente presente a todo un pueblo al menos una vez».3 Precisamente por eso los acontecimientos de la historia afectan a la fe israelita, que se ha visto probada por sacudidas y catástrofes históricas.4 «A lo largo de su carrera milenaria, la fe judía ha pasado por muchos acontecimientos que han hecho época, tales como el final del profetismo y la destrucción del primer Templo, la rebelión macabea, la destrucción del segundo Templo y la expulsión de España. Cada uno de estos acontecimientos supuso una nueva exigencia para la fe judía, es más, no habrían hecho época de no ser así. Sin embargo, no produjeron una nueva fe, sino una confrontación en la que la antigua fe fue puesta a prueba a la luz de la experiencia contemporánea».5 A pesar de estas pruebas, o precisamente por ellas, «la fe judía no solo rehusó desesperar de Dios, sino que también rehusó desconectarlo de la historia y buscar escapatoria en el misticismo o en un espiritualismo extraño al mundo».6 Es más, la experiencia histórica le llevó a la convicción de que el Dios «que en el Mar Rojo luchó a favor de Israel no era otro que el Creador del mundo».7
Esta fe tan probada, que ninguna experiencia adversa es capaz de destruir, «ella misma se ha originado en acontecimientos históricos»,8 ella misma tiene como base una «experiencia radical»9 que configura la historia entera y la percepción misma del tiempo y obviamente la concepción de Dios, un Dios trascendente y a la vez involucrado en la historia de su pueblo.10
Dada esta fe tan arraigada en la historia no es de extrañar que la historia tenga un peso decisivo en la propia identidad. Así como con el griego Simonides en el siglo VI a.C. nace el arte de la memoria que será desarrollada por la retórica romana, con Israel surge la memoria cultural. La nemotécnica era individual, destinada a formar la capacidad retentiva de los oradores; la memoria cultural es colectiva, con el fin de asegurar la identidad, fundar un orden religioso, social y político, creando la comunidad de la memoria.11 Por la memoria y su institucionalización Israel funda unas prácticas y una actitud que por primera vez en la historia puede llamarse religión; del mismo modo que Egipto funda el Estado.12 «La Biblia hebrea no parece vacilar cuando ordena recordar. Sus mandatos para recordar son incondicionales, [...] la memoria es siempre esencial»,13 e incluso «es un imperativo religioso para el pueblo entero».14 De modo paradigmático y muy actual, Israel ofrece un ejemplo de cómo la identidad, tanto la social como la personal, se construye sobre la base de la memoria, elaborándola, recordándola y reviviéndola.
Esta constatación nos remite a algunas preguntas básicas, pues, entonces ¿qué significa recordar, que pueda llegar a tener tal significado? ¿Qué se recuerda? ¿Cómo lo recordado puede ir tejiendo la propia vida?
1. El sentido del tiempo
Antes de entrar en estas cuestiones, hay una previa, una cuestión de fondo, que determina las preguntas y su respuesta. La sola mención del peso, que la memoria tiene en el pueblo de Israel, nos pone ante un problema de fondo que por lo menos hay que evocar. Que el recuerdo pueda ser actualizado y revivido, celebrado y festejado, de modo que siga vivo en el presente y que además abra caminos para el futuro, ello solo es posible dentro de una concepción peculiar del tiempo que contrasta fuertemente con la nuestra.
Nuestra concepción vulgar del tiempo lo asemeja a una línea recta indefinida, a lo largo de la cual se van marcando, colgando los acontecimientos o los personajes. De hecho las cronologías frecuentemente se escriben y dibujan de este modo. Se trata de la idea de un tiempo como sucesión de acontecimientos, unidos por un flujo homogéneo e indefinido, que siempre fluye de modo igual e incesante, como si el tiempo fuera independiente de los acontecimientos que en él tienen lugar, los cuales pueden ser más o menos abundantes o importantes, pero en ningún caso modifican la línea recta del tiempo, que sigue su curso.15
Esta concepción, que podríamos llamar homogénea e indefinida del tiempo, un tiempo sin límite ni significado, no es la de Israel. Israel es incapaz de separar los acontecimientos de su tiempo respectivo, no podía pensar un tiempo sin un determinado acontecimiento. Su tiempo no es un tiempo vacío, conocía solamente un «tiempo lleno» (como así lo llama Benjamin). El hebreo no tiene una palabra para nuestro tiempo vacío. Para el hebreo, el tiempo es siempre un momento temporal, un corte temporal, tiempo de algo: «tiempo del embarazo» (Miq 5,2), el tiempo de apacentar y el tiempo de recoger el ganado (Gen 29,7), «el tiempo en que los reyes salen a campaña», a la guerra (2 Sam 11,1); en el caso del proyecto extraordinario de reconstruir el templo se debate si ha llegado su tiempo (Ag 1,4); a su tiempo el árbol da su fruto (Sal 1,3); Dios da a su tiempo el alimento a toda criatura (Sal 104,27). Es decir, todo acontecimiento tiene su determinado orden temporal; lo importante es que cada acción no falle a su debido tiempo (Ecl 3,1-8); el acontecimiento no es pensable sin tiempo, ni el tiempo sin acontecimiento.16
De ahí el uso del plural: los tiempos. Así un salmo expresa la confianza diciendo a...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Prólogo
  6. I. ISRAEL, PUEBLO DE LA MEMORIA
  7. II. HISTORIA Y MEMORIA
  8. III. LA MEMORIA Y EL PERDÓN
  9. Información adicional