Deus ineffabilis
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Una teología posmoderna de la revelación del fin de los tiempos

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Una teología posmoderna de la revelación del fin de los tiempos

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Dios es inefable. Aprender a invocarlo con esperanza, en medio de los escombros de la sociedad posmoderna, es el objetivo de este libro. En tiempos en que la violencia sistémica recorre la aldea global, la pregunta por la posibilidad de la esperanza se vuelve aún más radical. Este es el tema central de Deus ineffabilis, cuyo fondo teológico encuentra interlocuciones con la antropología y la filosofía de la historia en pensadores del mundo occidental, desde Hegel y Benjamin hasta Heidegger, Girard y Agamben. Sin embargo, esta problemática adquiere matices sorprendentes cuando es analizada desde el Sur, con el pensamiento político antisistémico y el decolonialismo que surge de la potencia de los pobres de la tierra. La esperanza es una apuesta vital e intelectual, ética y mística a la vez. Una virtud del fin de los tiempos que vivimos hoy, urgente no solo para los creyentes de cualquier tradición religiosa o sabiduría espiritual, sino para cualquier ser humano que anhela un mañana para todos. La última y universal esperanza de liberación solo es posible cuando la persona se sabe "incondicionalmente amada por esa alteridad inefable a la que llamamos Dios". Aprender a invocarlo con esperanza, en medio de los escombros de la sociedad posmoderna, es el objetivo de este libro.

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Información

Año
2015
ISBN
9788425436826
Categoría
Religion
1
¿ACASO HABRÁ UN FUTURO PARA TODOS?
Si queremos hablar hoy de la revelación de Dios1 a la humanidad, en el seno del mundo plural y violento propio de la historia fragmentada que vivimos, hemos de dejar en suspenso por un tiempo indefinido la creencia en un más allá y hemos de concentrarnos en el más acá, porque la creencia escatológica leída en clave de metahistoria hizo de las realidades últimas un objeto de la emoción religiosa, funcionando como salvavidas en medio del naufragio de la cristiandad, primero, y luego, del ego moderno.
También hemos de asumir, con sentido crítico y a la vez con sospecha, la orfandad moderna de quienes proponen explicar «a ciencia cierta» el misterio del origen y del fin de la vida como un mero asunto de azar o de casualidad. Desde ahí será posible preguntarse por el papel de la libertad humana y su posible relación con la libertad divina, en particular en torno al problema del mal.
En ambos casos, siguiendo la lógica de la encarnación del Verbo, que es la sustancia misma del cristianismo, y de su perenne vaciamiento, hemos de mantenernos, como el gran poeta Hölderlin, en la frontera entre el cielo y la tierra, es decir, en el seno de aquella distancia siempre abierta entre la carne del hombre y el misterio de Dios:
Y los muchos que
lo miraron tuvieron miedo,
cuando el Padre hizo
su mejor esfuerzo, trayendo de hecho
lo mejor para resistir a los hombres,
y lleno de dolor y aquejado en su mente
también el Hijo se encontraba.2
Y, por último, tendríamos que atrevernos a plantear las dos preguntas ineludibles sobre el sentido del cristianismo hoy: la primera, en torno a si es razonable vivir todavía una práctica cristiana con representaciones de lo divino; y la segunda, en qué sentido sería viable la vida teologal que otrora fuese el código de interpretación de la experiencia cristiana por el que el ser humano recibe en sus dinamismos vitales el don divino, pero que ya no responde a la experiencia de la subjetividad deconstruida propia de estos tiempos del fragmento.
Porque, en efecto, en el mundo católico que caracterizó al modelo de cristiandad, la fe, la esperanza y la caridad fueron expuestas como virtudes teologales en su condición de fundamento antropológico-teológico de una relación con lo divino. Tal modelo subrayó el carácter objetivo3 del don de Dios y de su recepción en la vida de la gracia inserta en la vida moral a través de las virtudes cardinales. Por su parte, en el mundo protestante el realismo de la fe siempre estuvo basado en el primado de la Biblia como palabra misma de Dios, incluso ahora, en tiempos de la narrativa posmoderna,4 con frecuencia presentada como fetiche con un verdadero poder por encima de la libertad humana misma.
Este realismo cristiano, de uno u otro signo confesional, se hizo añicos en los tiempos modernos ilustrados con la crítica a la ontoteología incoada por Hegel, primero, y llevada a cabo más adelante de manera implacable por Nietzsche y Heidegger. Si bien esta crítica desconocía el sentido propiamente metafísico del ser superesencial del pensamiento de Dionisio Areopagita, retomado por Tomás de Aquino en plena Edad Media, puso sobre la mesa la cuestión de la supuesta «objetividad» de las representaciones de lo innombrable. Por eso el pensamiento posmetafísico de la segunda mitad del siglo XX, hasta el día de hoy, intenta reconstruir ahora una ontología de la diferencia, incluso desde una «metafísica negativa»5 que permita a la razón, en tiempos de la modernidad tardía, abrirse al fondo innombrable de lo real.
Por eso, resultará ya inevitable para nosotros deconstruir esas virtudes teologales hasta un grado tal de desmontaje que muestren su sola pulsión vital y su posible relación con la razón y con la sensibilidad deconstruidas de su afán de poder y de saber objetivante. Desde ahí, desde ese fondo de lo innombrable, fortuito y contingente, propio de toda existencia y de todo pensar finitos, nos arriesgaremos finalmente en estas disquisiciones para mostrar la plausibilidad de la idea de revelación cristiana en el contexto posmoderno. Así podremos dar alguna razón de la potencia de la vida teologal vivenciada desde el Crucificado que vive como poder del no poder.
Para la teología cristiana clásica, que hoy se recompone en su aspecto teórico como una crítica a la razón moderna, sea bajo la figura de la Radical Orthodoxy o del tomismo doctrinal, el reto resulta aún más complicado y poco probable de superar, pues la razón posmoderna impele a dejar atrás la versión objetivante, tanto de lo divino como de lo humano, para recuperar si acaso su experiencia originaria de talante nihilista y apofático.6 Se trata de volver, en efecto, a la fuente primigenia de la teología que estuvo radicalmente abierta a la contemplación del misterio de la existencia, sobreabundante y extravagant, como lo llaman los teólogos de habla inglesa. Ese mysterion del ser y del devenir que por la fe llamamos Deus ineffabilis.
1. PENSAR EL FUTURO COMO SOBREVIVIENTES CON LA MEMORIA DE NUESTROS MUERTOS
Como sustrato existencial de nuestra reflexión, no olvidamos el contexto crucial de lucha por la vida en el que vivimos los seres humanos. Nos encontramos todos en la otra orilla del abismo de la historia, como sobrevivientes de apasionadas experiencias de luchas agónicas que tantos libraron antes que nosotros, hasta el último aliento, y que muchos más padecieron, siendo aniquilados. Partimos de esta común herencia, no por un prejuicio darwiniano, que bien podría explicar el pathos moderno de la competencia sin fin, sino por una constatación histórica y literaria de los pueblos a los que pertenecemos: estamos vivos aquí quienes hemos sobrevivido en el proceso de la humanización y la posterior evolución de la cultura… a costa de muchos que fueron aniquilados.
No es casual, entonces, que la hondura del pensamiento, de las artes y de la religión se manifieste como fuente de esperanza cuando asume la pregunta por el sentido de esta historia humana maltrecha, llena de claroscuros7 y, a pesar de todo, adorable, como diría Jean-Luc Nancy8 con ese tono nihilista propio de su filosofía de la declosión. Una existencia en la que el fulgor del enamorado da paso, tarde o temprano, en el mismo corazón, a la violencia de la codicia.
Porque si algo importante hemos de pensar los seres humanos en tiempos de precariedad es precisamente cómo alcanzar la existencia auténtica.9 Y una de las facetas más arduas para mirar de frente el desafío de esta existencia es la del sentido del sinsentido que se revela en la conciencia como su propio abismo.10
Este cuestionamiento, traducido al tema de la vida teologal, tendrá que preguntarse tarde o temprano por la posibilidad de un mañana para todos. ¿Cómo vivir en la fe el duelo por quienes han muerto? ¿Qué decir de la esperanza para los inocentes victimados? ¿Qué significan la justicia y la caridad para con los verdugos y miserables? ¿Cómo transfigurar de cara a Dios el dolor por la ausencia de quienes amamos y ya se han ido? Porque tales son las preguntas hoy lanzadas a la fe como un clamor que se dirige buscando esperanza y como una mano que se extiende pidiendo pan. Solamente ahí podrá adquirir sentido el sinsentido: en el gesto originario de la caridad que todo lo da.
En su afán emancipador, la razón moderna buscó suplantar la religión que, a sus ojos, avasallaba al pensamiento y a la sensibilidad. Pero lo hizo con nuevas representaciones, conceptos, doctrinas, valores, instituciones y modelos que, al fin y al cabo, hicieron aún más cruda la realidad del sinsentido de la vida. Porque el Occidente moderno surgió con la pretensión de sustituir la imagen del todopoderoso —y siempre a la vez impotente, no lo olvidemos— Dios judío, cristiano y musulmán, poniendo en su lugar al sujeto emancipado, guiado por la sola luz de la razón. Pero aún peores fueron los restos que quedaron del sapere aude kantiano, luego de su aventura egoica llevada al hartazgo por la razón instrumental: un ego ensoberbecido e incapaz de asumir sus límites, hasta el día en que se enfrentó al horror del Holocausto…
¿Quién de entre nosotros, hijos de ese Occidente emancipado y cruel, podría seguir aún esperando hoy en día que se realice de manera definitiva la utopía de la sociedad sin clases, de la economía justa y del derecho respetado para todos y cada uno de los seres humanos que poblamos la faz de la tierra? ¿Quién osaría hoy anunciar, después de la caída del Muro de Berlín, del colapso del 11 de septiembre y del clamor traicionado del levantamiento zapatista, que hemos conquistado al fin la meta de la dignidad reconocida para todos? ¿Quién se atrevería hoy a defender el monopolio de la verdad y del sentido en la ciencia, la política, la religión o el arte?
No por capricho o azar el pathos posmoderno es nihilista. Pero no en el sentido con el que lo ridiculizan los poderes morales, mediáticos o religiosos de hoy. Ni tampoco en el sentido en que lo caricaturizan los filósofos del fin de la historia. Algunos autores de habla inglesa tratan de asumirlo como un relativismo perspectivista11 que desafía a la fe para que descubra sus propios límites. Pero nosotros preferimos una interpretación del nihilismo —má...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. Cita
  6. Índice
  7. Prefacio de Andrés Torres-Queiruga
  8. Agradecimientos
  9. Prólogo
  10. Introducción
  11. 1. ¿Acaso habrá un futuro para todos?
  12. 2. El fin de los tiempos en la teología paulina
  13. 3. La manifestación de Jesús en Galilea
  14. 4. Los modelos de teología de la revelación
  15. 5. La teología de la revelación en clave posmoderna
  16. Conclusión
  17. Epílogo
  18. Posfacio
  19. Glosario
  20. Bibliografía
  21. Notas
  22. Información adicional