II
CRISTIANISMO
La idea de la unidad manifiesta de Dios
1. EL OBRAR DE DIOS. EXPERIENCIAS HUMANAS
[Moisés] vio que la zarza estaba ardiendo, pero que no se consumía. Dijo, pues, Moisés: «Voy a contemplar este extraño caso: por qué no se consume la zarza».
Dicho esto, [María] se volvió y vio que Jesús estaba allí, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú le has llevado, dime dónde le has puesto y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella le reconoce y le dice en hebreo: «Rabbuni» —que quiere decir: Maestro—.
El cristianismo surge de un giro dramático del judaísmo. La historia de Moisés ante la zarza ardiente es característica del judaísmo: él, Moisés, se acerca hacia la zarza ardiente, él se acerca para re-presentarse qué es lo que sucede allí. Pero, para el cristianismo, el movimiento de la re-presentación no es decisivo en el hombre, sino en la auto-re-presentación (Selbstvergegenwärtigung) de Cristo: él, Cristo, se re-presenta a sí mismo y le habla a María. Así pues, el cristianismo es la experiencia de la auto-re-presentación del Dios Uno en Jesucristo. Un giro dramático. Es la experiencia de la acción de Dios como experiencia divina.
Siguiendo la mejor de las tradiciones, Jesús concibe a Dios como el sujeto agente de la creación y la historia, un agente cuyo plan de salvación se ha de realizar en el futuro próximo restituyendo la justicia. Si Jesús se hubiera entendido como profeta del fin de los tiempos, incluso como Mesías, también podría haberse entendido como un justo perfecto que predica y actúa en nombre de Dios. Pues la justicia divina se ha de hacer realidad en la tierra, incluso si para ello ha de intervenir Dios mismo. Dios es el agente de esta intervención, y su acción no está sujeta al entendimiento y el juicio humanos, pues, como rey de Israel, no se deja presionar a actuar de una determinada manera:
Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos,
Ni vuestros caminos son mis caminos
—Oráculo del Señor—.
Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra,
Así aventajan mis caminos a los vuestros
Y mis pensamientos a los vuestros.
Esta libre majestad de Dios —«Dónde estabas tú cuando fundaba yo la tierra», le dice Dios a Job— es intangible, como Dios mismo. La obra de Jesús es descrita de manera semejante a esta elevada intangibilidad. No solo lo muestra el «no me detengas», traducido usualmente como «no me toques», sino la descripción en la narración de la enfermedad de Lázaro. Aunque se llama a Jesús para que lo sane, no viene de inmediato, y Lázaro muere. Según el entendimiento humano, con razón le dice Marta a Jesús: «Si hubieras estado aquí, Señor, no habría muerto mi hermano». Pero Jesús se presenta determinado por Dios. Él no puede ni quiere dejar que dispongan de él. Hasta actúa bruscamente, pues, como representante de Dios, su acción no le debe nada a la cercanía humana, ya que más bien es él quien la ofrece sin que pueda requerirse de él. Por eso incluso ante su madre no se limita a «reaccionar», sino que aparece determinado por Dios, y transmite experiencias divinas, experiencias no solo de la manera de obrar de Dios, sino de Dios mismo: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre». Mientras que en el caso de Moisés aún se decía: «Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo», ahora el rostro del Eterno es manifiesto, y verlo significa vivir. Esta actitud transmite una experiencia divina; al igual que el modo de obrar de Dios mismo, Jesús habla con tono imperial, como dando órdenes: «¡Venid, seguidme!».
Jesús se dirige a los hombres, que no esperaban ni podían esperar una arenga semejante. Es él quien se presenta ante ellos, tanto antes de morir como después de su «resurrección». La muerte, «vencida» por Cristo, se muestra ante los hombres como el poder invencible y supremo, tal como se dice en la poesía griega conocida por cualquier persona de su época: «Fácil es para un dios, si lo quiere, aunque sea desde lejos socorrer a un mortal [...]. Mas la muerte es común para todos, ni pueden los dioses evitarla al amado varón una vez que le toma el destino fatal del morir». Y famosos y muy citados son los versos de la Antígona de Sófocles, que cito aquí en la igualmente famosa traducción de Friedrich Hölderlin:
Experto en todo,
inexperto. A nada llega.
De los muertos el paradero futuro solamente rehuir no sabe...
Pero Jesús ha vencido a esta muerte. «Mediante su muerte ha vencido a la muerte, a los muertos les ha dado la vida». Y Pablo también dice: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, tu aguijón?». Es Jesús, entonces, quien se hace presente después de su muerte y, de esa manera, aparece como más poderoso que el supremo poder de la muerte, él mismo es un poder superior y, por lo tanto, supremo, él es Dios. Y, una vez más, él transmite una experiencia divina que, en su persona, se hace presente para los hombres. Y así también se hace presente no solo para aquellos que no podían esperarlo, sino también para aquellos que no querían esperarlo, que no querían tener esta experiencia divina:
Entretanto Saulo, respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores del Camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén. Sucedió que yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra, y oyó una voz que le decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?». Él respondió: «¿Quién eres, Señor?». Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero, levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer...».
Jesús se hace presente mediante una profunda y poderosa experiencia, acompañada por un discurso de tono imperial que abraza al hombre todo: «Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. [...] Pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber». Esta forma de hacerse presente a sí mismo ...