Vida cotidiana y velocidad
eBook - ePub

Vida cotidiana y velocidad

  1. Spanish
  2. ePUB (apto para móviles)
  3. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Vida cotidiana y velocidad

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Vivimos marcados por el reloj. Nuestro día a día se desarrolla en un ajetreo constante de tareas por hacer y plazos de entregas, desplazamientos marcados por horarios draconianos, horas de sueño irrealizadas… Sin embargo, aunque pueda parecer contradictorio, «ser veloz» se asocia a la modernidad y al progreso y, en cambio, la lentitud se tiene por una característica que denota atraso y una profunda inadecuación al momento presente. Esto supone una exigencia y un desgaste enorme para las personas que, además de generar crispación en su estado de ánimo, conducena la distracción, el anonimato y la renuncia de la reflexión. Ante este fenómeno moderno de la percepción del tiempo, Lluís Duch nos propone en su último libro una meditación sobre el concepto de la velocidad y nos brinda una aproximación al sosiego.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Vida cotidiana y velocidad de Duch, Lluís en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Philosophy y Philosophy History & Theory. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2019
ISBN
9788425442858

El impacto de la velocidad en las estructuras de acogida
INTRODUCCIÓN
Al llegar a este mundo, el recién nacido es un ser inválido, sin relaciones, sin palabras, in-fans lo denomina la tradición latina, es decir, un ser que todavía no habla, que en la inarticulación del lloro tiene su único medio para relacionarse con su entorno familiar. Eso significa que, al nacer, el ser humano todavía no se encuentra significativamente ubicado en ninguna corriente cultural concreta y que, por eso mismo, a pesar de poseer todos los recursos biológicos y mentales para desarrollar su humanidad, es incapaz de expresarla porque carece de los lenguajes adecuados para construir su propia presencia y el conjunto de sus relaciones en y con su mundo; en un mundo que, bien o mal, tendrá que construir y habitar con la ayuda de las diversas transmisiones que irá recibiendo durante toda su vida. En un sentido antropológico estricto, el recién nacido solo es un ser humano en potencia. Aún no está en condiciones de actualizar debidamente las capacidades expresivas que le permitirán diseñar, construir, habitar, instalarse en medio de sus contemporáneos con una cierta y, casi siempre, problemática autonomía. El infante no solo ha de ser esperado con ilusión, sino que es necesario además que su singularidad humana sea acogida y reconocida para que paulatinamente pueda integrarse en la humanidad; integración que es una especie de incorporación sinóptica en una cultura concreta. Entonces, poco a poco, llegará a ser capaz de actualizar y desplegar «a su aire» sus distintas y complejas potencialidades como este hombre o como aquella mujer. Es sabido, como lo pone de manifiesto con nitidez una experiencia secular, que la calidad de la espera del recién nacido determinará la calidad de su acogimiento y de su reconocimiento. Y, muy a menudo, será el futuro y las expectativas de aquel niño o de aquella niña los que estarán más o menos decisivamente condicionados por la calidad del acogimiento y del reconocimiento que recibieron al nacer; calidad que, en realidad, dependerá en grado sumo de la bondad o la maldad de las distintas transmisiones que, a lo largo y ancho de su periplo histórico, fueron recibiendo e integrando en su diario vivir y convivir.
LAS ESTRUCTURAS DE ACOGIDA
Es una obviedad afirmar que todo ser humano tiene la imperiosa necesidad de ser acogido para que, poco a poco, vaya recorriendo, afirmando y reconstruyendo las sucesivas etapas de su «proceso de identificación». Este es un recorrido nunca finalizado del todo con etapas de todo tipo; se trata de un proceso que, en realidad, durará, con los correspondientes altibajos y peripecias, toda su vida. Al nacer, el ser humano es alguien completamente desvalido y sin rumbo: le faltan puntos de orientación fiables y, por encima de todo, necesita lenguajes adecuados para poder construir su mundo e instalarse en él con ciertas garantías. Se encuentra «lanzado» en medio del mundo, la familia, la sociedad; de alguna manera se encuentra «perdido» en un espacio y un tiempo que para él son anónimos y sin rostro humano. Posee la urgente necesidad de adquirir las cartas de navegación que, de una manera u otra, le permitan el paso del caos al cosmos, de lo informal a las formas concretas para expresarse e integrarse en la sociedad en la que ha visto la luz del sol. Para ello dependerá de la imprescindible ayuda de sucesivos empalabramientos de sí mismo y de su entorno, no solo del inmediato, sino también del lejano y mediato. Dicho de otra manera: necesita imperiosamente integrarse en una «una esfera de/con sentido» (semioesfera) (Lotman). Solo por mediación del acogimiento y el reconocimiento, el hombre y la mujer con nombre y apellidos podrán vincularse efectiva y afectivamente a una comunidad, es decir, a un «ámbito cordial» en el que la comunicación y no la mera información les permitirán establecer vínculos de comunión y responsabilidad como seres humanos entre seres humanos.
En este contexto, es importante que nos refiramos esquemáticamente a la insuficiencia del instinto para la edificación y mantenimiento físicos y psíquicos del ser humano. Casi inmediatamente después de su nacimiento, el animal ya dispone de los mecanismos que, a no ser que intervengan en contra alguna poderosa causa externa, le permitirán instalarse adecuadamente en su hábitat y vivir en él de acuerdo con las posibilidades que le ofrecen, por un lado, su instintividad característica y, por el otro, los recursos naturales de su entorno. En el ser humano, en cambio, a pesar de que la instintividad, como sucede en todos los animales, le es imprescindible para la vida, precisa además de otras intervenciones externas, esto es, de diversas transmisiones, que le permitan integrarse y desarrollarse en un flujo de vida humana, protagonizando así un conjunto de historias, de periplos personales, de encuentros y desencuentros. A diferencia de los animales, los humanos poseemos una biografía («trayecto biográfico»), una manera propia e intransferible de ejercer el oficio de hombre o de mujer. Con su reconocida sagacidad, Friedrich Nietzsche afirmaba que el hombre era un «animal no-fijado». En efecto, el ser humano nunca se encuentra ni completamente limitado y determinado por la capacidad receptiva y transmisora de los instintos que son propios de su especie, ni tampoco vive su cotidianidad reducido y constreñido por las posibilidades, siempre limitadas y, a menudo, escasas, que le ofrece un determinado medio natural. En cualquier caso, es libre, aunque deba añadirse enseguida que se trata siempre de una libertad condicional. Es importante subrayar que el cambio, la aceleración social y cultural, las tomas de decisión individuales y colectivas, el intercambio de ideas, la lectura, la enfermedad, la irrupción de interrogantes hasta entonces inéditos, las mutaciones y recomposiciones de todo tipo que experimentan los contextos, etc., intervienen de manera decisiva en la instalación del ser humano en su mundo, en la forma específica de habitar en su espacio y su tiempo, en el uso terapéutico o, por el contrario, nocivo que hará de la palabra. Michael Landmann escribe que «en lugar de los instintos, en el hombre se imponen las tradiciones del pensar, del sentir y del actuar, que provienen del pasado y son mantenidas y reforzadas en el presente por la comunidad», que es la causa fundamental de que mujeres y hombres tengan —o puedan tener— algo o mucho en común. Ha de observarse, como lo señala Odo Marquard, que, lo queramos o no, para el ser humano, «el avenir depende del provenir».
Hace ya algunos años, el antropólogo y filósofo alemán Helmuth Plessner hacía notar que el hombre, a diferencia de los animales, era un ser excéntrico porque disponía de la facultad de distanciarse del centro de sí mismo, es decir, era capaz de establecer una distancia crítica entre él mismo y sus experiencias, deseos y realizaciones. El animal nunca está capacitado para abandonar el centro que le es propio, el cual se encuentra inscrito de manera casi indeleble en su instintividad característica. El hombre, en cambio, porque posee la aptitud de ser consciente de las dimensiones y cualidades materiales, lingüísticas y espirituales de su centro, puede abandonarlo y situarse como ser fronterizo que se encuentra en la periferia, y, entonces, someterse el mismo y el conjunto de la realidad a una reflexión crítica «desde fuera», poniendo en cuestión la validez y oportunidad de sus juicios, decisiones y acciones. Como consecuencia de su excentricidad constitutiva, la posibilidad de ser autocrítico es un rasgo distintivo de los humanos, que los diferencia radicalmente de las especies animales, las cuales no pueden experimentar, a causa de su sujeción casi completa y mecánica a su instintividad específica, la necesidad de emitir juicios de valor sobre su conducta, sus proyectos y sus acciones.
Con una intencionalidad de carácter pedagógico y para poder instaurar un cierto orden en el cúmulo de palabras, sentimientos y acciones que articulan la existencia humana y la ponen en movimiento, designamos con la expresión «estructuras de acogida» aquellas entidades que tienen como misión específica el acogimiento y el reconocimiento del ser humano en las distintas etapas de su trayecto biográfico desde el nacimiento hasta la muerte. Por consiguiente, las estructuras de acogida, cada una de ellas a su manera, tienen la misión específica de dar vida a los mecanismos idóneos para que sus transmisiones posibiliten la integración efectiva y cordial de los seres humanos en la corriente de vida y de intercambios que designamos con el nombre de «cultura», de «una» cultura específica. Fundamentalmente, distinguimos cuatro «estructuras de acogida»: la codescendencia, la corresidencia, la cotranscendencia y la comediación, de las que a continuación haremos una breve descripción, señalando sus aspectos más sobresalientes y perceptibles.
La codescendencia
Es la primera y fundamental estructura de acogida, que reúne el conjunto de los miembros del grupo humano denominado familia. Desde siempre —sean cuales sean las modalidades y peculiaridades que históricamente haya podido adoptar—, la familia ha constituido una célula social y cultural imprescindible y, con toda seguridad, la más significativa de la existencia humana, porque en ella y por medio de ella, negativa o positivamente, se efectúan las transmisiones más influyentes y eficaces para la vida presente y futura de individuos y grupos humanos. La familia ha sido y es un entramado muy complejo de elementos biológicos, afectivos y culturales que, en la diversidad de culturas y de tiempos históricos, otorgan su peculiar fisonomía a la misma familia y a sus miembros. Tradicionalmente ha constituido el «lugar natural» de la lengua materna, cuya función no se limita a proporcionar al recién nacido un conjunto objetivo y aséptico de voces y expresiones, sino que su objetivo primordial es facilitarle la progresiva construcción de un ámbito efectivo y afectivo en el que aprenderá prácticamente el valor de las grandes palabras como, por ejemplo, amor, comprensión, responsabilidad, perdón, trabajo, autoridad, etc. «Nuestro primer hogar se halla en el domicilio de la lengua materna» (Juhani Pallasmaa). Se ha dicho, creemos que con razón, que «las significaciones que tendrán para las palabras clave serán en primer término las significaciones que tuvieron para nosotros en la familia» (Charles Taylor). La codescendencia es, por consiguiente, el lugar privilegiado en el que el ser humano, bien o mal, a gusto o a disgusto, aprende a configurar las distintas modulaciones de la «gramática de los sentimientos», que puede ser uno de los pilares más sólidos de su convivencia humana o, por el contrario, a lo largo y ancho de la existencia de mujeres y hombres, convertirse en el punto de partida de toda suerte de desencuentros, violencia y comportamientos hostiles.
Seguramente que Niklas Luhmann tiene razón cuando afirma que el amor romántico, tan característico del siglo XIX, a diferencia de lo que había sucedido en tiempos anteriores, se convirtió en un tópico institucionalizado. En las primeras décadas del siglo XXI, la problemática en torno a la fisonomía de la institución familiar adquiere unas dimensiones hasta entonces desconocidas y extrañas para los miembros de generaciones más viejas. Es indudable que el incesante incremento del tempo vital tuvo ya entonces consecuencias más bien negativas para la configuración de la institución familiar tradicional. En la actualidad, en ella, se muestran operativos algunos aspectos que eran prácticamente desconocidos en el modelo familiar que, hasta hace cuarenta o cincuenta años, tenía plena vigencia entre nosotros. En su brillante estudio sobre la codificación moderna de la intimidad, Luhmann observa que, en comparación con los modelos familiares de otros tiempos, la sociedad moderna y, más en concreto aun, la institución familiar, se caracteriza por una doble acumulación: 1) un mayor número de posibilidades para establecer relaciones impersonales y 2) una intensificación de las relaciones personales. Esta situación, solo aparentemente paradójica, tiene una decisiva importancia para comprender las contradicciones internas de los sistemas rectores de las sociedades modernas, especialmente de la institución familiar, que se ha visto afectada, por un lado, por la lógica impersonal que regula la actual sociedad tecnocrática e informacional y, por el otro, por la emocionalidad más intensa e intimista, expresada, por ejemplo, mediante la «cultura del yo» o con los recursos de la «sociedad de vivencia» (Erlebnisgesellschaft), según la terminología elaborada por Gerhard Schulze. Explícita o implícitamente, en nuestros días, esta necesidad de afecto suele ocupar un lugar muy destacado en la vida privada y pública de un número muy considerable de mujeres y hombres. No es sorprendente, por consiguiente, que la actual crisis de la codescendencia (familia) afecte directamente a la calidad de sus transmisiones, las cuales, en el pasado y en el presente, han sido determinantes para el porvenir de los seres humanos. En la actualidad son perceptibles algunos ecos en forma de «cruzada» en defensa de la familia burguesa y de los llamados valores burgueses, ya que el pensamiento y los intereses rematadamente conservadores, por extraño que pueda parecer, ven ahora en aquel modelo, en su momento histórico denostado y demonizado, el único puerto de salvación para el «mundo sin hogar» del momento presente. Cualquier reflexión sobre este estado de cosas debería tener muy en cuenta la ponderada advertencia que, en 1972, formulaba Philippe Ariès: «Es necesario comprender que la familia que los reformadores actuales de la moral tradicional han tomado como objetivo de su crítica no es la familia milenaria, tampoco es la familia de la Edad Media o del Antiguo Régimen, sino que es la del siglo XVIII. La historia de la familia se encuentra obstruida por ideas falsas que se refieren al modelo familiar construido a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX por los filósofos de las Luces y por los sociólogos tradicionalistas, desde De Bonald a Le Play». Es una obviedad subrayar que el modelo familiar que, desde hace ya algunos años, ha entrado en una crisis cada vez más profunda y, por lo que parece, irreparable es el que, en las clases altas a partir del sigo XVIII y en las clases populares a partir de mediados del siglo XIX, había sido aceptado con algunas, más bien pocas, excepciones como el modelo indiscutible y canónico. Este modelo familiar ejercía dos funciones muy importantes: 1) sustituía la antigua socialización de los individuos basada sobre todo en la vida pública (el Milieu, en la terminología de Philippe Ariès) y en el sujeto corporativo; 2) intentaba asegurar, y no siempre lo conseguía con éxito, la educación y promoción profesional y social de los hijos.
En contra del parecer de muchos investigadores, Eva Illouz sostiene que la familia actual comparte muchas más afinidades y similitudes con la familia victoriana de lo que puede parecer a primera vista. En efecto, de la misma manera que la familia moderna de clase media, la victoriana restringió los nacimientos; entendió la vocación de la familia en términos emocionales y se centró cada vez más en la pareja. Lo que sí que las distingue de manera contundente es que el matrimonio del siglo XIX se dedicaba explícitamente, por un lado, al mantenimiento de determinados valores morales e, incluso, religiosos, y, por el otro, estaba firmemente convencido de que era el garante más firme y eficaz para el mantenimiento del orden social, que se veía amenazado por un sinfín de movimientos y sensibilidades de carácter más o menos revolucionario. En el seno de la familia burguesa, el rol paternal y maternal con sus respectivas identidades masculina y femenina pretendía poner de manifiesto que hombres y mujeres, padres y madres, habían adquirido las competencias adecuadas para garantizar eficazmente sus respectivos roles educativos y ejemplarizantes. En contingentes de población muy amplios de la sociedad, esta convicción ha entrado no solo en crisis, sino que la praxis familiar cotidiana de nuestros días, con las correspondientes excepciones, la desmiente bastante categóricamente.
La provisionalidad en la codescendencia
Actualmente, creemos, resulta evidente que la configuración histórica de la familia nuclear, que inició su periplo vital en el siglo XIX, es la que experimenta más agudamente la actual crisis familiar. Es fácil comprobar que este modelo familiar, basado mucho más en la diferenciación sexual que en los vínculos de sangre, ha alcanzado, como lo pone de relieve la vida cotidiana de nuestro tiempo, un cierto agotamiento, dando lugar a numerosas experimentaciones de nuevas formalizaciones y comportamientos de los roles familiares. En la actualidad, según la opinión de Ulrich ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. INTRODUCCIÓN
  6. LA FUNCIÓN DE LA CULTURA EN LAS SOCIEDADES HUMANAS
  7. LA SOBREACELERACIÓN DE LA SOCIEDAD ACTUAL
  8. EL IMPACTO DE LA VELOCIDAD EN LAS ESTRUCTURAS DE ACOGIDA
  9. LA MEMORIA (OLVIDO)
  10. LA SALUD/ENFERMEDAD
  11. CONCLUSIÓN
  12. BIBLIOGRAFÍA
  13. Información adicional