Más allá de uno mismo
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Más allá de uno mismo

La ciencia y el arte de la performance

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Más allá de uno mismo

La ciencia y el arte de la performance

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¿Es posible ir más allá de nuestros límites y obtener resultados extraordinarios? ¿Puede el talento cultivarse con cuidado y perseverancia?Superar las propias limitaciones ejerce fascinación y anhelo. De la mano de la psicología, las neurociencias y la terapia breve estratégica, Giorgio Nardone y Stefano Bartoli nos confirman en esta obra que sí es posible la mejora y la superación de las características personales trabajando la resiliencia y la determinación, la flexibilidad y la adaptabilidad. Este libro no pretende ser una colección de recetas mágicas, sino una especie de guía para ayudar a sacar lo mejor que todos tenemos. Fruto de la investigación aplicada y de muchos años de experiencia en Terapia Estratégica, los autores exponen un método riguroso que implica esfuerzo y frustración, pero que, si se sigue con esmero, reserva grandes satisfacciones personales y profesionales.

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Información

Año
2019
ISBN
9788425443916

1. En la mente del performer
Aprende a escribir tus heridas en la arena y a grabar tus joyas en la piedra.

LAO TSE
La determinación resiliente
Las dificultades a menudo preparan a las personas
normales para un destino extraordinario.

C.S. LEWIS
Como se ha anticipado en las páginas anteriores, el performer capaz de superar sus límites es el que, en su propio campo, consigue elevar su rendimiento a niveles extraordinarios no solo ocasionalmente, sino de manera constante y repetida. En caso contrario, una performance excepcional podría ser simplemente el fruto de una coincidencia de factores en circunstancias favorables. No basta una actuación aislada para considerar a un individuo capaz de superarse a sí mismo: es necesario repetir o mejorar el resultado. Un atleta que no consigue igualar o mejorar su propio récord es excepcional por ese único acto, pero no podrá ostentar el título de «buscador», según la definición de Ortega y Gasset. Igualmente, un científico que efectúa un único descubrimiento y después solo colecciona fracasos tendrá el gran mérito de esa única contribución al progreso de la ciencia, pero no se lo considerará extraordinario. Si un mánager acierta con una estrategia vencedora para su empresa, pero no consigue mantener los resultados, se lo considerará como alguien que ha dado un giro al futuro de su organización, pero no como alguien que ha sabido superar los límites de la gerencia empresarial. Si un artista realiza una única obra maravillosa, siempre será recordado por este logro, pero no se lo comparará con Miguel Ángel, Boticelli o Giotto. Para ser considerado un performer extraordinario no es suficiente haber producido una obra excepcional, sino que se requiere una serie continuada de resultados.
Por otra parte, como afirmaba el escritor Ignazio Silone, «el hombre no existe realmente más que en la lucha contra sus propios límites». En el momento en que se deja de buscar esa continua superación, cesa también la capacidad de superarse a sí mismo de manera constante.
No se trata tan solo de un aspecto cuantitativo, sino de una característica que define cualitativamente el perfil de quien se supera a sí mismo. En otras palabras, esta perspectiva destaca la resiliencia y la determinación como componentes esenciales del sujeto capaz de superar constantemente los resultados ya obtenidos. Este constructo psicológico se expresa en la capacidad del individuo de resistir a los inevitables golpes de la vida y a las frustraciones personales y profesionales, a lo largo de un recorrido tanto más elevado cuanto más expuesto está a obstáculos e inconvenientes. Solo puede gestionar con éxito esas dificultades el que no se deja abatir por las adversidades y dominar por los sufrimientos, sino que se alimenta de ellos para hacerse más fuerte, como el higo chumbo que no solo crece, sino que se alimenta de las cenizas de lava del Etna. No es casual que la resiliencia, como característica humana, se haya convertido en uno de los factores personales y sociales más estudiados de los últimos decenios (Nardone et al., 2017) presentándose como «la diferencia que marca la diferencia» entre las personas corrientes y las que obtienen resultados notables.
Sin embargo, la resiliencia como capacidad de no dejarse aplastar psicológicamente por los fracasos y de levantarse de las caídas e infortunios no es suficiente para ser performers extraordinarios: para esto se requiere también una notable determinación de obtener resultados excelentes. Por tanto, la característica esencial de quien se supera a sí mismo es una «cualidad emergente»1 entre resiliencia y determinación de conseguir el objetivo, una síntesis elevada de dos características psicológicas de por sí ya evolucionadas. Es importante subrayar que uno no nace resiliente o determinado, sino que llega a serlo enfrentándose reiteradamente a dificultades y frustraciones con vistas al objetivo prefijado. Resuenan aquí las palabras de André Malraux: «Desconfiad de quien ha tenido una infancia demasiado feliz» porque, añadimos nosotros, no será capaz de superar sus límites personales. Con eso no pretendemos decir que solo se llega a ser determinado si se ha sufrido traumas o graves males, sino que quien no ha tenido que superar dificultades y frustraciones y, por consiguiente, no ha tenido posibilidad de poner a prueba su capacidad de enfrentarse a las tribulaciones, difícilmente desarrollará estas características. Como afirmó Nelson Mandela, el gran político sudafricano y premio Nobel de la paz, «las dificultades destrozan a algunos hombres, pero refuerzan a otros».
La sociedad y el modelo familiar de Occidente, unidos al ideal del bienestar y caracterizados por la sobreprotección y el permisivismo respecto de los niños y jóvenes (Nardone et al., 2001), reducen al mínimo los obstáculos y sufrimientos, limitando así la posibilidad de que los hijos desarrollen resiliencia y determinación durante el crecimiento. Efectivamente, desde hace unos años se dice que Occidente es una sociedad carente de «héroes», pero repleta de débiles que querrían sentirse heroicos. El hecho de que la sociedad del bienestar produzca paradójicamente individuos más infelices y menos capaces (Nardone y Tani, 2018) no debería inducirnos a nostalgias roussonianas del «buen salvaje» o a inconsistentes teorías del «decrecimiento feliz», sino a orientar a padres e hijos hacia una plena asunción de la responsabilidad de la propia vida.
Sobre esta base, los padres deberían ofrecer a sus hijos la oportunidad de poner a prueba sus recursos personales exponiéndolos a dificultades constantes y crecientes y ofreciéndoles ayuda, pero sin reemplazarlos nunca. Por otra parte, los jóvenes deberían empezar a adquirir por su cuenta habilidades y competencias, favoreciendo el crecimiento y la mejora personal con el fin de realizar los esfuerzos necesarios para alcanzar los objetivos fijados.
Quien ha tenido una infancia y una adolescencia felices y sin problemas no tiene por qué convertirse forzosamente en un adulto débil e incapaz si está dispuesto a construir su propia resiliencia y determinación. Tampoco está escrito que quien ha tenido una infancia infeliz desarrolle automáticamente estas dos características personales. Alejandro Magno fue educado por los mejores maestros de su tiempo, tuvo una infancia feliz y creció junto con compañeros y amigos que lo seguirían en todas sus gestas. Siendo aún muy joven tuvo que asumir grandes responsabilidades y enfrentarse a grandes padecimientos, como el asesinato de su padre Filipo y las luchas intestinas en el reino macedonio. Su determinación le permitió convertirse en el caudillo más grande de la historia. A diferencia de Alejandro, Leonardo da Vinci, hijo ilegítimo de un noble, tuvo una infancia y una adolescencia muy difíciles. No podía ir a la escuela ni estudiar, y pasaba el tiempo solo en una cabaña analizando el organismo de los animales que capturaba o creando con un cuchillo extrañas figuras de madera. El padre, contrariado por la situación, mandó a Leonardo a Florencia al taller de Verrocchio. El famoso pintor maltrataba al muchacho y finalmente lo echó de su laboratorio, no porque no fuese suficientemente bueno, sino por todo lo contrario: el maestro no podía soportar que el joven y excéntrico discípulo lo superara en talento. Leonardo tuvo que abrirse paso en la Florencia renacentista antes de ser reconocido como artista. Fue encarcelado por un delito de sodomía del que luego fue absuelto tras haber cumplido una parte de su pena y, sobre todo, después de haber sufrido la condena de la sociedad. La resiliencia y la determinación le hicieron superar estas y muchas otras pruebas, hasta convertirse en el mayor genio de la historia.
Como los estudios y las investigaciones muestran con claridad (Kagan, 2002; Nardone et al., 2001), los hijos crecidos en condiciones emocionalmente estresantes pueden clasificarse en dos categorías: los que sucumben y desarrollan psicopatologías o conductas desviadas y los que salen reforzados y desarrollan resiliencia, aunque a menudo asociada con problemas psicológicos que el sujeto deberá resolver para utilizar plenamente y de forma equilibrada esos recursos personales. En caso contrario tendremos, en la mejor de las hipótesis, al performer loco o atormentado. De nuevo, es el individuo el que, en ambos casos, y reaccionando ante un destino más o menos adverso, construye su propia realidad. En palabras de Jean-Paul Sartre: «No siempre hacemos lo que queremos, pero somos responsables de lo que somos». Resiliencia y determinación exigen una larga serie de aprendizajes emocionales fruto de experiencias concretas de éxito en la superación de obstáculos y frustraciones.
Por esto son puramente ilusorios ciertos cursos impartidos por motivadores extraordinarios durante un fin de semana, procesos acelerados de coaching o de técnicas de supervivencia. El efecto Barnum, esto es, la ilusión de hallarse frente a un fenómeno extraordinario, tiene poco que ver con la construcción de la resiliencia y de la determinación personal. Del mismo modo, el uso de las nuevas tecnologías, como la realidad virtual o aumentada para acelerar la adquisición de estas capacidades, resulta un fracaso: ninguna simulación, por sofisticada que sea, puede sustituir la experiencia concreta, como demuestra, por ejemplo, el entrenamiento militar de élite.
Por tanto, como ya se ha dicho, quien quiera superar sus límites deberá pasar por un proceso duro y sin atajos, respetando los tiempos requeridos. Pocos textos son tan evocadores como el poema Si, que Rudyard Kipling dedicó a su hijo:
Si puedes conservar la cabeza cuando a tu alrededor todos la pierden y te echan la culpa; si puedes confiar en ti mismo cuando los demás dudan de ti, pero al mismo tiempo tienes en cuenta su duda.
Si puedes esperar y no cansarte de la espera, o siendo engañado por los que te rodean, no pagar con mentiras, o siendo odiado no dar cabida al odio, y no obstante no parecer demasiado bueno, ni hablar con demasiada sabiduría…
Si puedes soñar y no dejar que los sueños te dominen; si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu objetivo; si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso (desastre) y tratar a estos dos impostores de la misma manera.
Si puedes soportar escuchar la verdad que has dicho, tergiversada por bribones para hacer una trampa para los necios, o contemplar destrozadas las cosas a las que habías dedicado tu vida y agacharte y reconstruirlas con las herramientas desgastadas…
Si puedes hacer un hato con todos tus triunfos y arriesgarlo todo de una vez a una sola carta, y perder, y comenzar de nuevo por el principio y no dejar escapar nunca una palabra sobre tu pérdida.
Y si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus músculos a servirte en tu camino mucho después de que hayan perdido su fuerza, excepto La Voluntad que les dice «¡Continuad!».
Si puedes hablar con la multitud y perseverar en la virtud o caminar entre reyes y no cambiar tu manera de ser.
Si ni los enemigos ni los buenos amigos pueden dañarte, si todos los hombres cuentan contigo pero ninguno demasiado.
Si puedes emplear el inexorable minuto recorriendo una distancia que valga los sesenta segundos, tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella, y lo que es más: serás un hombre, hijo mío.
Cambiar y seguir siendo uno mismo: flexibilidad y adaptabilidad
Lo que en el mundo es más flexible vence
a lo que en el mundo es más duro.

LAO TSE
La antigua sabiduría china del taoísmo enseña, partiendo de la atenta observación de los fenómenos naturales, que lo flexible vence a lo rígido y lo blando a lo duro, y toma como modelo el agua que todo lo vence porque se adapta a todo. El agua es el único elemento de la naturaleza que es capaz de cambiar su estado adaptándose a las circunstancias: se endurece al helarse, se vuelve gaseosa al calentarse y es líquida en condiciones normales. Puede ser calmada y plácida, violenta y rápida, cascada impetuosa u ola arrolladora. Puede ser hirviente o helada, salada o dulce, benéfica o venenosa. Por esto se considera el elemento natural más poderoso.
La segunda característica esencial del performer extraordinario es precisamente la capacidad de adaptarse al cambio continuo de las cosas, aunque manteniendo sus características distintivas y, gracias a esto, seguir cosechando éxitos. De hecho, igual que en la naturaleza es frágil todo lo que se endurece, la persona que se fija en un aspecto acaba debilitándose. La elasticidad mental, igual que la física, es uno de los requisitos fundamentales para obtener un alto rendimiento y para quien quiera superar sus límites personales. No obstante, pese a que, en teoría, generalmente esto es aceptado, en la práctica representa una dificultad a menudo insuperable porque la elasticidad se ve obstaculizada por nuestra naturaleza y por el funcionamiento de nuestro organismo, que tiende a mantener el equilibrio «homeostático»2 incluso cuando produce efectos disfuncionales en virtud de la resistencia al cambio. Como ya se ha expuesto en otros textos (Nardone y Watzlawick, 1990; Nardone y Balbi, 2008; Nardone y Milanese, 2018), el cambio y la resistencia al cambio son fenómenos muy comunes en todos los organismos. Esta natural ambivalencia biológica se propone de nuevo a nivel mental y en las dinámicas afectivas: el individuo oscila constantemente entre la predisposición al cambio y la resistencia al mismo, entre estancamiento y evolución, entre apertura y cierre ante lo nuevo, incluso cuando esto último es claramente preferible. Piénsese, por ejemplo, en los conflictos amorosos y sentimentales o en las dudas que nos impiden tomar una decisión aunque sea razonablemente la mejor. Más universal aún es la rígida repetición de esquemas de acción que tuvieron éxito en el pasado, pero no son adecuados a las circunstancias actuales (Nardone y Balbi, 2008). Ese mecanismo de «soluciones intentadas» de éxito que se transforman en estrategias fracasadas (Watzlawick et al., 1974) representa...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. PRÓLOGO
  6. 1. EN LA MENTE DEL PERFORMER
  7. 2. CULTIVAR EL TALENTO
  8. 3. MENTES VELOCES Y MENTES LENTAS
  9. 4. ELEVAR O DESBLOQUEAR LA PERFORMANCE
  10. BIBLIOGRAFÍA
  11. Información adicional