La filosofía de Nietzsche
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Friedrich Nietzsche es una de las grandes figuras filosóficas que han marcado el curso intelectual de Occidente. La radicalidad sin concesiones y el atrevimiento sin remilgos de su pensamiento se expresan con una elocuencia a la vez poética y mordaz, que ejercen, ya solo estilísticamente, una fascinación irresistible. Sin embargo, esa misma riqueza desbordante y cautivadora de pensamiento y palabra, a menudo dispersa en aforismos aparentemente inconexos, ha sido causa de malinterpretaciones en un público que no siempre estaba maduro para su recepción. Para ayudar a una mejor comprensión, el prestigioso filósofo alemán Eugen Fink ?alumno de Husserl y Heidegger? escribió este estructurado libro que nos guía a lo largo de las fases del pensamiento nietzscheano, con sus auges y sus ocasos, hacia el descubrimiento de su núcleo. En un recorrido cronológico por las obras nietzscheanas, Fink reconstruye sus ilaciones profundas, y así nos invita a repensar las claves del pensamiento de Nietzsche y a entablar un diálogo directo con él.

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Información

Año
2019
ISBN
9788425442162

1. La «metafísica del artista»
La filosofía de Nietzsche que se esconde tras las máscaras
Friedrich Nietzsche es una de las grandes personalidades que han marcado el destino de la historia intelectual de Occidente, un hombre que encarna la fatalidad y que fuerza a tomar decisiones últimas, un terrible signo de interrogación puesto en el camino que hasta ahora ha recorrido el hombre europeo y que había sido trazado por la herencia de la Antigüedad y por dos mil años de cristianismo. Nietzsche representa la sospecha de que este camino ha sido un camino errado, de que el hombre se ha extraviado, de que es preciso dar marcha atrás, rechazar todo lo que hasta ahora se consideraba «sagrado», «bueno» y «verdadero». Nietzsche significa la crítica más acérrima a la religión, a la filosofía, a la ciencia y a la moral. Si Hegel hizo el titánico intento de concebir la historia entera del espíritu como un proceso de desarrollo en el que todos los niveles anteriores se asumen y tienen que ser reconocidos en su derecho propio, si Hegel creyó poder justificar positivamente la historia de la humanidad europea, Nietzsche representa la negación tajante y sin paliativos del pasado, el rechazo de todas las tradiciones, la llamada a una radical vuelta atrás. Con Nietzsche, el hombre europeo llega a una encrucijada. Hegel y Nietzsche tienen en común que representan una conciencia histórica que recapitula sobre todo el pasado occidental y lo examina sopesándolo. Ambos se sitúan de forma decisiva en la esfera de influencia de los primeros pensadores griegos, ambos se remontan hasta lo inicial, ambos son heraclíteos. Hegel y Nietzsche son como la afirmación que todo lo comprende frente a la negación que todo lo discute. Hegel lleva a cabo una inmensa labor conceptual al reflexionar sobre todas las transformaciones de la comprensión humana del ser y al integrarlas, al unificar todos los motivos antagónicos de la historia de la metafísica en la unidad superior de su sistema, llevando así esta historia metafísica a su finalización. Para Nietzsche, esa misma historia no es más que la historia del error más prolongado: una historia que él combate con desmedida pasión, en una polémica que vibra de tensión, una polémica que sospecha e imputa, con un odio furibundo y una burla amarga, con mucho ingenio y valiéndose al mismo tiempo de todos los arteros ardides del panfletista. En su lucha recurre a todas las armas de las que dispone: su refinada psicología, la agudeza de su ingenio, su vehemencia y, sobre todo, su estilo. Nietzsche combate con total entrega, pero no lleva a cabo una destrucción conceptual de la metafísica, no la desmonta con los mismos medios del pensamiento ontológico conceptual, sino que rechaza el concepto, lucha contra el racionalismo, contra un forzamiento conceptual de la realidad. La confrontación de Nietzsche con el pasado se desarrolla en un frente amplio. No solo lucha contra la filosofía tradicional, sino también contra la moral y la religión tradicionales. Su lucha tiene la forma de una crítica cultural generalizada. Este factor tiene la mayor importancia.
El planteamiento de Nietzsche, que arranca de una crítica de la cultura, oculta con demasiada facilidad el hecho más profundo de que, esencialmente, en Nietzsche no hay más que una confrontación filosófica con la metafísica occidental. Sin duda Nietzsche somete todo el pasado cultural a su demoledora crítica. Al remontarse a un pasado tan remoto, al cuestionar tan radicalmente los orígenes occidentales, Nietzsche se distanció de entrada de los críticos moralizantes de la época, que tan en boga estuvieron en el siglo XIX. No solo se vuelve críticamente contra el pasado, sino que también lleva a cabo una decisión, hace una nueva tasación de los valores occidentales, tiene una voluntad de futuro, un programa, un ideal. Pero no es un utopista, uno de esos que pretenden mejorar el mundo y traerle la felicidad: no cree en el «progreso». Tiene una tenebrosa profecía para el futuro, es el adivino del nihilismo europeo. Desde entonces parece que el nihilismo ha llegado ya, y no solo a Europa. Todo el mundo lo conoce y lo comenta, incluso ya hay quien se dispone a «superarlo». Nietzsche anuncia la venida del nihilismo «para los próximos dos siglos». La conciencia histórica de Nietzsche también alcanza mucho en dirección al futuro. Resulta por tanto mezquino y miserable querer meter a presión en el breve período de tiempo de la historia actual a un pensador que abarca históricamente todo nuestro pasado europeo y que diseña un proyecto vital para los siglos venideros, y tratar de interpretarlo a partir de ahí. Hay que rechazar del modo más tajante los intentos por arrastrar a Nietzsche a la política del día a día, por presentarlo como el clásico enaltecedor de la violencia, del imperialismo alemán, como el loco homicida germano que acaba con todos los valores de la cultura mediterránea, y cosas así. Es verdad que Nietzsche no puede escapar al destino de toda gran filosofía de ser vulgarizada y trivializada. Pero que abusaran políticamente de Nietzsche no es un argumento contra él, a no ser que se aporte la prueba de que la infame praxis política surgió de una comprensión genuina de su auténtica filosofía. Quizá los grandes pensadores sistemáticos, como por ejemplo Aristóteles, Leibniz, Kant o Hegel, a causa de la dificultad del estilo de sus obras no han estado tan expuestos a ser tan banalmente malinterpretados como Nietzsche, que aparentemente ofrece un acceso más fácil, que seduce con su estilo brillante y con la forma aforística, que fascina y cautiva con la audacia de sus formulaciones, que ejerce un embrujamiento estético, que aturde con la magia de su extremosidad. En vista de la ola todavía creciente del influjo de Nietzsche hay que plantear esta pregunta para reflexionar: ¿el efecto se debe a la filosofía de Nietzsche, o a motivos secundarios de su obra, si es que no a la seducción que ejercen los sugestivos medios estilísticos de su sobreexcitado intelecto?
Nuestra respuesta podrá decepcionar: es justamente la filosofía de Nietzsche lo que menos repercute, lo que quizá siga sin haber sido comprendido, aguardando las interpretaciones esenciales. El filósofo Nietzsche queda tapado y desfigurado por el crítico de la cultura, por el misterioso augur, por el elocuente profeta. Las máscaras ocultan la esencia. Nuestro siglo rinde vasallaje de múltiples modos a las máscaras de Nietzsche… pero sigue estando lejos de su filosofía. Sin embargo, la imagen de Nietzsche ha experimentado una característica transformación en el curso de las últimas décadas. A comienzos de siglo XX Nietzsche es presentado en las «exposiciones» sobre todo como el genial diagnosticador de la decadencia cultural, como el creador de una psicología críptica e inescrutable al modo de un sublime arte de la adivinación y la interpretación. Se ensalza a Nietzsche como el sagaz desvelador del ressentiment, de la décadence, dotado de una mirada maligna que le hace percibir todo lo mórbido y putrefacto. Es considerado un artista, un elocuente poeta, un predicador profético. Como en cierta ocasión dijo Scheler, Nietzsche dio a la palabra «vida» una áurea sonoridad. Fundó la «filosofía de la vida». Cuanto menos se comprende la auténtica filosofía de Nietzsche, tanto más prolifera el culto que se le profesa. Se glorifica a Nietzsche como una figura legendaria, se lo sublima erigiéndolo en símbolo. Su biografía y su obra se entremezclan en una reinterpretación que las convierte en el artificio de una «leyenda». Las interpretaciones más recientes de Nietzsche tienen un sentido más riguroso de la realidad. En ellas podemos observar una inversión de la tendencia. Muchas veces el planteamiento es también biográfico e intenta comprender la obra a partir de la vida que la creó. Pero se mira a Nietzsche más desengañadamente. No se lo considera el hombre superior que él proclama en su Zaratustra. Al contrario. La refinada psicología de desenmascaramiento, que Nietzsche perfeccionó hasta el virtuosismo, ahora se le aplica a él. Aparece como alguien que sufre profundamente, como el hombre destrozado, maltratado por la vida. El odio salvaje e infernal a todo lo cristiano solo se puede explicar por la imposibilidad de desprenderse del cristianismo; su crítica a la moral, su inmoralismo, solo se puede explicar por un refinamiento moral, es decir, justamente por una sinceridad a ultranza; su cántico de alabanza a la vida salvaje y fuerte, al poderoso, a la salud robusta, solo se puede explicar por las privaciones forzosas que padece el doliente. La imagen de Nietzsche se define más en función de aspectos periféricos de su obra que desde el centro de su filosofía. Los «logros psicológicos de Nietzsche» son indiscutiblemente poderosos: abrió la mirada para las ambigüedades y los sentidos ocultos de las formas de expresión anímicas, para los innumerables fenómenos de la ambivalencia. Su arte del análisis psicológico es de primerísimo orden. Es indiscutible que Nietzsche está dotado de un olfato tremendo para los procesos históricos, que puede descifrar los signos de lo venidero y predecir el futuro. Es sin discusión un artista hipersensible, dotado de un ingenio enorme, de una fantasía desbordante, de una imaginación visionaria. Nietzsche es, sin discusión, un poeta.
«Soy el más escondido de todos los escondidos», dijo en cierta ocasión Nietzsche de sí mismo. Que lo que más difícil nos resulta de comprender sea el Nietzsche filósofo quizá se deba precisamente a que este es el auténtico Nietzsche. Ocultar el carácter es en Nietzsche una pasión: le encanta enormemente la mascarada, la mojiganga, la bufonada. Se oculta bajo tantas «figuras» como en las que se muestra: tal vez ningún otro filósofo escondió su filosofar bajo tanta sofistería. Da la impresión de que su carácter versátil y cambiante no puede llegar a formular una expresión clara y definida, de que está representando muchos personajes.
Estos personajes son el «espíritu libre» de los tiempos de la obra Humano, demasiado humano, el Príncipe Proscrito, Zaratustra y su autoidentificación final con Dioniso.
¿Pero qué significan estas ganas de mascarada? ¿Son un mero truco literario, una forma de embaucar al público, el método impune de defender una posición sin comprometerse con ella? ¿Surgirá al cabo este rasgo de Nietzsche de un desarraigo, de un pender sobre el abismo pretendiendo fingir ante sí mismo y ante los demás que se está sobre suelo firme? Ninguna explicación psicológica podrá disipar jamás este enigma de la existencia de Nietzsche. Empleando una imagen de gran fuerza simbólica, Nietzsche habla de un «laberinto»: el ser humano es para él un laberinto cuya salida aún no ha encontrado nadie y en el que todos los héroes han sucumbido. El propio Nietzsche es el hombre laberíntico por excelencia. No podemos sonsacarle el secreto de su existencia, pues él lo ha puesto a buen recaudo escondiéndolo en muchos laberintos y bajo muchas máscaras y personajes. ¿Pero nos importa eso a nosotros? Las interpretaciones de Nietzsche se resienten en general porque tratan de acceder a la obra a través del hombre, de emplear la biografía como clave. La vida de Nietzsche es más oscura que su obra. Pero lo extraordinario de su destino, su pasión y, por otro lado, su pretensión mesiánica, el pathos inaudito con el que se presenta, con el que asusta, con el que suscita enojo, desconcierto y encandilamiento: todo esto incita constantemente a dirigir la mirada al hombre, en lugar de ocuparse solo de la obra. Nietzsche seduce para que nos dirijamos a él mismo. Todos sus libros están escritos en estilo de confesiones: como autor no se queda en un segundo plano, al contrario, de una manera casi insoportable habla de sí mismo, de sus experiencias anímicas, de su enfermedad, de sus gustos. Hace falta una arrogancia sin parangón para importunar de este modo al lector con la persona del autor, expresando al mismo tiempo que, en el fondo, todos los libros no son otra cosa que un soliloquio de Nietzsche consigo mismo. Nietzsche se vale de la desvergüenza de esta impertinencia con el lector como recurso artístico, como una suculencia literaria. Se asegura seguidores justo a base de ser repulsivo: este pathos aristocrático resulta excitante e interesante. Como escritor Nietzsche es refinado, tiene instinto para el efectismo, domina todos los registros, desde las delicadas notas sublimes hasta las estridentes fanfarrias. Tiene un pronunciado sentido para la melodía natural del lenguaje, construye frases divagadoras como períodos sujetos a las reglas artísticas, con un tempo que se va acelerando, con un brío que coloca correctamente cada palabra en su si...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. 1. LA «METAFÍSICA DEL ARTISTA»
  6. 2. LA ILUSTRACIÓN DE NIETZSCHE
  7. 3. LA ANUNCIACIÓN
  8. 4. LA DESTRUCCIÓN DE LA TRADICIÓN OCCIDENTAL
  9. 5. LA RELACIÓN DE NIETZSCHE CON LA METAFÍSICA COMO CAUTIVIDAD Y LIBERACIÓN
  10. Información adicional