Modernidades periféricas
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Información del libro

Esta obra se propone problematizar los conceptos a través de las cuales académicos e intelectuales han intentado aclarar cómo y por qué las tradiciones premodernas, las expectativas de la modernidad y los efectos de la condición posmoderna resultan indiscernibles a la hora de describir las sociedades latinoamericanas.El resultado es un texto fronterizo en el que se inscriben múltiples racionalidades insertas en formas de vida complejas y contradictorias entre sí que definen las distintas épocas y formaciones sociales a partir de la Conquista de América. Visto en conjunto, si en la primera parte del libro se impone la pregunta por la presencia del pasado prehispánico en el presente de la modernidad colonial y el de la colonialidad en la República, en la segunda prima lo paradójico, lo múltiple y lo heterogéneo que caracteriza las periferias contemporáneas. Con el trasfondo de la discusión filosófica contemporánea, este libro es un trabajo de archivo conceptual atraído por el proyecto de una teoría que dé cuenta de las sociedades periféricas en el devenir de su propia modernidad.

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Información

Editorial
Herder
Año
2020
ISBN
9788425443794

1. Tiempos pre/pos/modernos

Una evaluación de los alcances de la modernidad como cultura global en la actualidad podría tener cuatro indicadores básicos: el alcance de la expansión de la economía de mercado, los grados de escolarización de la población, la tecnologización masiva de la vida cotidiana y la implantación de la democracia electoral en todo el mundo. El correlato de esa descripción objetiva es el desarrollo de una serie de facultades subjetivas tales como autonomía, libertad y propiedad, así como virtudes ligadas a la creatividad, el conocimiento, la dignidad y la conciencia crítica. Entre esos dos polos, quisiera plantear una tercera aproximación, que ve la modernidad no tanto como una edad específica del mundo ni como una cualidad de los sujetos sino como acontecimiento, esto es, como el momentum en que un individuo, un grupo o una sociedad dan cuenta de su propio presente críticamente y salen de la infancia hacia la edad adulta de la razón. Esta forma de ver la modernidad permite contrastar distintas modernidades dando tanta importancia a los índices objetivos de modernización como al proceso interno que significa para cada sociedad —y para la filosofía que la piensa— dar cuenta del presente desde una visión crítica de su propia racionalidad.
Ahora bien, al contrastar el metarrelato épico de la modernidad con sus propios criterios de crecimiento económico, innovación técnica, democracias robustas y producción de sujetos escolarizados en todo el mundo, el resultado no parece positivo. Básicamente porque en una gran parte del planeta la realidad social e individual no se corresponde con esa idealización. Pero también porque en la periferia los ideales de autonomía y libertad también podrían ser —y de hecho lo han sido— traducidos como una forma de conservar y potenciar los modos de pensar y relatarse a sí mismas propios de las culturas no modernas. Esa constatación del fracaso o del inacabamiento de la modernidad en la periferia coincide sintomáticamente con el debate que se ha venido dando en el arte, en la política y en la academia sobre si vivimos el final, el cumplimiento o el desborde posmoderno de lo moderno. La forma en que se ha dado en llamar ese desencanto, a partir de Lyotard, es la de «condición posmoderna». En la línea del tiempo histórico, el sentido común sugiere que lo posmoderno sucede a lo moderno como si fuese su continuación crítica o su nueva versión «recargada». Sin embargo, en Lyotard el prefijo «pos» tiene dos implicaciones que eluden esa connotación evolutiva: en la primera, de carácter artístico, la posmodernidad como vanguardia plantea una continua ruptura con la modernidad que la antecede, lo cual hace pensar en una multiplicidad de modernidades equivalentes respecto del pasado superado, a cada una de las cuales le correspondería su propia posmodernidad; la segunda, más radical, supone la suspensión de la flecha del tiempo que nos hacía pensar la modernidad en términos de progresión continua hacia el cumplimiento de una cierta finalidad.
Ante tales dificultades, me propongo abordar la pre/pos/modernidad y su relación con la formación de sujetos en la periferia, tratando de descubrir una lógica del tiempo adecuada a la serie de diferendos y contradicciones que tienen su genealogía en la conquista y la colonización americana. Sin que sepamos aún la forma definitiva de esa lógica temporal, suponemos que debe responder a, —y enriquecerse con— la inconmensurabilidad entre la cronología de los acontecimientos que destacan el desarrollo material, técnico y científico del capitalismo periférico y la duración que caracteriza la vida cotidiana, las mentalidades ético-religiosas y las tradiciones étnicas y culturales de las poblaciones que habitan la periferia. Igual, podríamos contrastar los modos de la subjetividad euromoderna con la vida material y productiva de los pueblos amerindios. Al final, lo que interesa es si la oposición objetivo/subjetivo es adecuada como matriz interpretativa de los problemas del tiempo a resolver. El argumento a favor para aceptar ese primer anclaje hermenéutico es que se corresponde con la reducción de la experiencia del tiempo a la dualidad que la remite alternativamente al movimiento o a la experiencia interna; pero también porque justamente esa es la oposición que habría que deconstruir a lo largo del ensayo.
En el plano objetivo, normalmente se acude a la noción aristotélica de tiempo como expresión numérica del movimiento, y si bien no se afirma que el tiempo sea idéntico a la línea sucesiva del movimiento, tampoco se acepta que sea posible pensarlo «separado de él».1 Pero, en realidad, lo interesante del movimiento aristotélico es que le corresponde actualizar la potencia de un determinado objeto, «sea con la enseñanza, la curación, la rotación, la marcha, el salto, la degeneración, el crecimiento», en una secuencia que puede afectar los más diversas cuerpos y, además, involucra el aspecto activo o pasivo del movimiento.2 Es, por tanto, una objetividad que no se agota en la percepción, lo que sugiere una potencia de movimiento que afecta la interioridad de los objetos, sus cualidades particulares, igual si se trata de cuerpos celestes, de seres vivos, de afectos o de pensamientos. Aun así, en esa instancia se puede afirmar que el tiempo por sí mismo, igual que la naturaleza, no tiene fines. Pero a falta de fines, podemos hablar del final —o de la no continuidad— del movimiento como si se tratara de un acabamiento del tiempo, del paso del acto en su actualidad moviente a la pasividad de la potencia. Esa manera de hablar no deja de tener consecuencias en la experiencia del tiempo respecto de cualquier cuerpo, incluso del propio pensamiento en su estado de reposo o movimiento. De otra parte, nos hemos acostumbrado a hablar de una experiencia interna del tiempo (Kant) que resulta especialmente valiosa para comprender la noción del ser humano como un fin en sí mismo. Así, la temporalidad se define en el plano subjetivo como esencia de la vida humana, «de los proyectos humanos y sus historias, de los deseos humanos y de las acciones que llevamos a cabo para satisfacerlos»,3 aunque en Kant esa forma de interioridad tenga tantos correlatos como variaciones tiene el tiempo objetivo en tanto que sucesión, duración o simultaneidad.
En la búsqueda de la inscripción del tiempo en la periferia, me ciño en principio a la dualidad entre lo objetivo y lo subjetivo, con la sospecha de que el problema está justamente en la frontera de esas dos dimensiones, esto es, en la manera en que las diferentes culturas asumen el tiempo con sus variaciones objetivas en la perspectiva de los fines internos del tiempo subjetivo, y al contrario. En el análisis de la dinámica temporal implícita en la continua diferenciación que lo moderno hace con respecto al pasado, es necesario incorporar los componentes ontológicos, los vectores de subjetivación, la transformación de los territorios propios de la diversidad de modernidades que supone el contexto de su realización. Al cruzar las atribuciones de lo objetivo y lo subjetivo surge un sinnúmero de cuestiones históricas sobre el sentido mismo de la modernidad; entre ellas, dos especialmente importantes. La más acuciante, acerca de si el tiempo de la modernidad ya llegó a su fin, de si estamos ya en una época posterior, y si la esperanza en el cumplimiento global de los fines de la modernidad —Ilustración, libertad individual, desarrollo— son suficientes para otorgarle vigencia histórica. Una pregunta desde la periferia es si en la vida social muchas de las que llamaríamos sociedades primitivas, modos de vida arcaicos o tradiciones comunitarias pueden estar presentes en la posmodernidad como formas de vida, ahí al lado, aunque que no terminen de ajustarse a las «exigencias del presente».
Las preguntas tienen como efecto una descripción disyuntiva respecto de la modernidad que intentamos tematizar, depende del lugar de enunciación de la pregunta: si nos interpela desde una experiencia pos a la de la modernidad o desde una condición pre anterior a la modernidad. En los dos casos se asume que la distancia con lo anterior y lo posterior es más epistémica que real, en el sentido de que tanto lo pos como lo pre de la modernidad conviven con ella en un presente expandido. Para Jameson, la posmodernidad podría ser definida como una narrativa global de las transformaciones del capitalismo tardío que incorpora en su relato los períodos anteriores a ella desde un plano de contemporaneidad ineludible para la multitud. Por su parte, la premodernidad, siguiendo a Bhabha, podría ser definida como una subjetividad periférica «escindida» que trata de resignificar desde el pasado no moderno el acontecimiento histórico de la colonización. En los dos casos, se trata de comprender al sujeto y describir el presente como efectos de «la disyunción de tiempo y ser que caracteriza la sintaxis social de la condición posmoderna».4 Dicho de otro modo, el conjunto que acoge las simultaneidades espaciales y las disyunciones históricas de lo moderno es la propia posmodernidad.
Al privilegiar la posición del sujeto no moderno en la descripción de las modernidades periféricas, lo que parecía una historia compartida a la luz de los ideales modernos se convierte en una deconstrucción de los ideales que presiden el telos moderno de la historia. Para «nosotros»,5 lo posmoderno no es tanto la expansión económica y la intensificación tecnológica de lo moderno sino la forma en que lo premoderno se actualiza, se encarna en los sujetos, adquiere distintas formas de realización histórica, en fin, hace parte activa del presente.6 En la tarea de examinar el sentido de lo premoderno en las modernidades periféricas me ocupo de tres problemas, en su orden: (i) la diferencia entre modernidad y modernización entendida como una relación dialéctica —entre los Estados nación periféricos y los Estados centrales a partir del siglo XIX— que ignora o minimiza la premodernidad; (ii) la periferia como locus epistémico y como lugar de enunciación de un relato que pretende remontarse al momento de la conquista para establecer otra genealogía de las modernidades coloniales; y (iii) la posibilidad de establecer conceptualmente un tiempo comprensivo que incorpore la simultaneidad de tiempos y modos de vida que caracteriza a las sociedades latinoamericanas. La relativización de la comprensión lineal del tiempo abre una multiplicidad de imágenes-tiempo, sin un centro o línea definidos pero que, sin embargo, expresan lógicas de abstracción temporal y dan cuenta del plano de inmanencia compartido por los diferentes individuos, grupos culturales y tipos de sociedad. En fin, si es cierto que «solo en la intersección de múltiples clases de temporalidad puede hacerse aparecer el Tiempo mismo, si es que puede hablarse de algo así»,7 entonces, quizá las facetas del tiempo periférico puedan ser presentadas en el ejercicio mismo de su descripción.

LA DIALÉCTICA MODERNIDAD/MODERNIZACIÓN

La formulación del problema del tiempo en las sociedades periféricas en Latinoamérica ha sido planteada como una dialéctica en la que las dimensiones subjetiva y objetiva del tiempo se proyectan en la operación binaria modernidad/modernización. Desde los años ochenta ese es un esquema interpretativo corriente en las ciencias sociales. La modernidad hace énfasis en los procesos de subjetivación y en la producción de sujetos políticos, económicos, culturales. La modernización resalta los dispositivos económicos, técnicos y jurídicos que hacen de cada conjunto social un sistema capaz de reproducirse y autoproducirse en el tiempo.8 El dispositivo modernidad/modernización ofrece un orden discursivo incluyente bajo el supuesto de que la diversidad de modernidades en juego pueden ser reducidas a la conciencia reflexiva —intensiva— del presente y a la implementación funcional —extensiva— del entorno productivo y de las instituciones que hacen posible la idea misma de sociedad moderna. La fórmula parecía proyectar a futuro ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Introducción
  6. 1. Tiempos pre/pos/modernos
  7. 2. Las anomalías periféricas del paradigma sistémico de lo social
  8. 3. La soberanía divina o las «causas de la justa guerra»
  9. 4. Conjeturas sobre la formación de Estado
  10. 5. La genealogía colonial del nosotros1
  11. 6. El caudillo en la fundación del Estado nación
  12. 7. La violencia histórica y el axioma de la renta de la tierra
  13. 8. Construcción y deconstrucción del ideal mestizo
  14. 9. La emergencia del multiculturalismo constitucional
  15. 10. Biopolítica y poder constituyente. La experiencia boliviana
  16. 11. El falso dilema entre democracia y populismo
  17. 12. Ciudadanías o la vuelta pragmática al fundamento universal de lo político
  18. 13. La disputa teleológica entre marxismo y liberalismo1
  19. Epílogo. La comunidad (im)posible y el problema de lo común
  20. Bibliografía
  21. Información adicional