El debate entre quienes argumentan la descomposición de las FPC y quienes sustentan su fortalecimiento aún sigue vigente, y sobre ello se encuentra una amplia literatura (Cáceres et al., 2010; Llambí y Pérez, 2007; Valderrama y Mondragón, 1998; Escobar, 1991; Baca, 1990; Grupo Esquel, 1989; Cepal y FAO, 1986; Astori, 1981). Machado y Torres (1987) presentan una síntesis de los principales planteamientos hechos por algunos de los más destacados analistas de esta temática, sin concluir al respecto. El punto más alto de estos debates en América Latina, se presenta en los años setenta, cuando fue evidente que el desarrollo del capitalismo no había logrado homogenizar las relaciones sociales de producción en la agricultura y que la fuerza de trabajo no se proletarizaba completamente, como lo habían previsto las teorías clásicas; estas sustentaban que el campesinado constituía un resabio sociocultural del pasado destinado a desaparecer, debido al desarrollo de la agricultura empresarial y de la manufactura, y, por esta razón, no merecía más consideración como forma de producción que el análisis de los mecanismos que conducían u obstaculizaban su modernización (Schejtman, 1980). En los años noventa, con las políticas globales de apertura de mercados, integraciones regionales y pactos de libre comercio quedó implícito el anacronismo de las FPC, más aún con el desmantelamiento y reorientación de programas e instituciones que de alguna manera representaban alguna oportunidad para la FPC. Sin embargo, en los últimos años, las FPC vuelven a estar en el centro de la discusión, debido principalmente a la crisis alimentaria en el planeta y en la cual quedó en evidencia su importancia en la producción de alimentos. La realidad es que las FPC continúan presentes y vigentes en muchas regiones del planeta.
Van der Ploeg (2010) presenta tres estudios de caso sobre la permanencia y el fortalecimiento de las FPC, a los cuales les ha hecho seguimiento por más de veinte años en cuanto a los cambios y contradicciones. Uno de estos está ubicado en el norte de Perú, en la comunidad campesina de Catacaos. Allí, la agricultura capitalista tuvo que ceder ante las luchas campesinas de principios de los años setenta, en el 2004 la agricultura capitalista estaba nuevamente establecida simultáneamente con un amplio despliegue de recampesinización. Otro de los casos es el de la región de ganadería lechera para la producción de queso parmesano, en Italia, donde, desde finales de los años setenta y principios de los ochenta, se presentaba una dinámica de expansión continua de granjas empresariales; sin embargo, a principios de siglo, los niveles de producción en las granjas se estancaron o se redujeron, mientras que las granjas campesinas tuvieron la capacidad de responder a los procesos de globalización y liberación a los que fue sometida esta región. El tercer caso es en la región boscosa de Frisia Septentrional en los Países Bajos, históricamente caracterizada por granjas relativamente pequeñas dedicadas a la ganadería lechera, que funcionan dentro de un hermoso paisaje con setos hechos por el ser humano y de gran diversidad, en los años setenta y ochenta los principales expertos del sistema establecido consideraron que esta agricultura estaba condenada a desaparecer por la baja competitividad debido a la estructura productiva relativamente pequeña de la mayor parte de las granjas, y aunque muchas granjas fueron liquidadas, muchas otras resistieron y siguieron desarrollándose, especialmente, mediante estilos de producción agrícola con costos de producción muy bajos, la creación de una cooperativa territorial de los agricultores para la manutención del paisaje, de la biodiversidad y del ecosistema regional, lo cual se ha convertido en una nueva y sólida actividad que sostiene la economía de las granjas y de la región.
Un estudio comparativo sobre la participación de la mano de obra familiar en la agricultura por regiones del mundo mostró que de 19 países altamente tecnificados, solamente en Estados Unidos, Suiza y Reino Unido el trabajo asalariado supera la mano de obra familiar empleada, algo similar pasa en Asia del Este y el Pacífico, Europa y Asia Central, Medio Oriente, Asia del Sur y África Subsahariana (ETC Grupo, 2009). Esto demuestra la considerable importancia de los productores familiares, aún en los países altamente industrializados. El caso de América Latina es diferente, en 13 de 24 países el trabajo asalariado supera la mano de obra familiar empleada (ETC Group, 2009). Sin embargo, la población rural de América Latina durante los años noventa se mantuvo con una participación del 23 %, este porcentaje representaba alrededor de 127 millones en el 2000 (Pérez y Pérez, 2002). Aunque Colombia figura entre estos países, esto debe ser revisado debido a que los campesinos contratan cantidades significativas de jornaleros para muchas labores de sus fincas (Forero, 2003).
De acuerdo con las estimaciones de ETC Group (2009), la mitad de la población mundial es campesina, hay 1500 millones de campesinos y campesinas en 380 millones de fincas, 800 millones más producen en huertos urbanos, 410 millones recolectan las cosechas ocultas de nuestros bosques y sabanas, 190 millones son pastores y más de 100 millones son pescadores artesanales. Al menos 370 millones de estos pertenecen a pueblos indígenas. Todos juntos producen al menos el 70 % de los alimentos del mundo.
Una manera de abordar la discusión sobre si es necesario e importante la persistencia, fortalecimiento y desarrollo de las FPC, y la compresión de su estructura, racionalidad, estrategias y funcionamiento, es identificar si estas son funcionales para el conjunto de la sociedad dentro del actual modelo socioeconómico. En esta perspectiva, muchos estudios demuestran la capacidad de las FPC para combatir el desempleo, la escasez de alimentos, la pobreza y conservar la agrobiodiversidad (Van der Ploeg, 2010; Hecht, 1991; Altieri, 1991; Toledo, 2005). A continuación se presenta una síntesis de la significancia de los aportes de las FPC al conjunto de la sociedad.
En el recuadro 1 se presentan algunos datos y los resultados de las investigaciones más recientes sobre los aportes específicos de la producción campesina a la soberanía y seguridad alimentaria en Colombia que permiten dimensionar la vigencia e importancia de las FPC en Colombia. Es importante anotar que las estadísticas utilizadas por las fuentes consultadas provienen de datos oficiales. Así, Garay
et al. (2010) utilizaron información de la Encuesta Continua de Hogares del 2005, adelantada por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE); el estudio de la Corporación Colombia Internacional (2008) fue realizado conjuntamente con el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, y Forero (2003) utilizó estadísticas del Ministerio de Agricultura y de la Federación de Cafeteros. Estos autores tomaron como criterio para identificar a los productores campesinos la Unidad Agrícola Familiar (UAF).
{1} Recuadro 1. Vigencia e importancia de las formas de producción campesinas en Colombia
1. Población rural
La población rural es, aproximadamente, de 11,6 millones y los hogares campesinos 1.369.438, que representan el 25,7 % de la población total, y el 12 % del total de hogares (DANE, 2007; Garay et al., 2010).
2. Ocupación
El 48 % de los ocupados en el sector agropecuario (1.776.253 personas) son trabajadores independientes, los cuales se asocian a productores campesinos. Esta cifra representó el 10 % del total de ocupados del país en el 2005 (Garay et al., 2010).
3. Producción
El 87 % de las unidades productivas agropecuarias se asocian con la economía campesina.{*} Cada unidad productiva campesina utilizó, en promedio, 4,8 ha de suelo (Garay et al., 2010). El 59 % de la agricultura se hace en predios menores de 5 ha, esto es el 14,33 % de la tierra cultivada de un total de 2.856.272 ha. Al incluir los predios menores a 10 ha, se cubre el 71,4 % de los predios en agricultura y el 18,71 % de la tierra cultivada (Corporación Colombia Internacional, 2008). Esta participación de las FPC debe ser mayor, ya que estas también se encuentran en predios mayores a 10 ha. En cultivos transitorios las unidades campesinas ocuparon el 47 % del área cosechada y el 50 % de la producción. En cultivos permanentes ocuparon el 56 % del área cosechada y el 48 % de su producción (Garay et al., 2010). En el 2005, las unidades campesinas poseían el 17 % del ganado bovino para leche, el 25 % para doble propósito, el 12 % de carne, poseían el 17 % de las aves, el 35 % de los cerdos y el 38 % de las especies menores (ovejas, cabras, conejos y cuyes) (Garay et al., 2010). El valor de su producción representa el 62,9 % de la producción agrícola total, sin considerar los cultivos ilícitos (coca y amapola) (Forero, 2003).
4. Soberanía y seguridad alimentaria
En papa, los productores con menos de 3 ha constituyen cerca del 90 % de los cultivadores y generan cerca del 45 % de la producción del país. Si se suman los productores entre 3 y 10 ha, la participación en la producción sería del 80 % (Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, 2005a). En arroz, los cultivadores de menos de 10 ha, representan el 81 % de los productores, el 23 % del área y el 18 % de la producción. Si se suman los cultivadores entre 10 y 50 ha, el número de productores llegaría al 95 %, el área al 53 % y la producción al 50 % (Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, 2005b; Fedearroz, 2007). En caña panelera, más del 65 % de la producción se concentra en pequeños productores, en minifundios y microfundios. Los pequeños productores siembran entre 5 y 20 ha, y poseen trapiches de tracción mecánica cuya capacidad de proceso oscila entre 100 y 150 kg panela/hora. Este nivel de explotación, en su mayor parte dentro del esquema de FPC, es el más representativo de la agroindustria panelera colombiana. Los minifundios y microfundios producen en fincas menores a 5 ha, proc...