SEGUNDA PARTE Política y cultura durante la República Liberal
Rubén Sierra Mejía
Universidad Nacional de Colombia
Presagios de muerte de la civilización europea
PRÁCTICAMENTE, LOS CUATRO PERIODOS presidenciales de la llamada República Liberal (1930-1946) transcurrieron en momentos en que gobiernos totalitarios orientaban los destinos de países europeos de indiscutible importancia económica y cultural para Colombia, y en los que se produjeron los dos conflictos armados, la guerra civil española y la Segunda Guerra Mundial, de mayores impactos entre nosotros{460}. Ya en 1929, Armando Solano anunciaba «tiempos [...] cargados de peligros», y se atrevió a afirmar que a la nueva generación —la conocida en la literatura colombiana como la de los «Nuevos»— le tocaría «el trágico papel de asistir a los funerales de una civilización que, como todas, se creía eterna»{461}. También Alberto Lleras Camargo, en vísperas de que los aliados declararan la guerra a Alemania, escribió, en uno de los primeros editoriales de El Liberal, que «la guerra será, al fin, inevitable»{462}. Desde años atrás, antes del ascenso al poder del liberalismo, el panorama europeo no podía ser más disolvente para una cultura que se acoplara a los ideales de democracia, de libertad, de controversia de las ideas, de crítica de las tradiciones y de comunicación con otros pueblos y otras maneras de organización social{463}. Años poco propicios, por lo mismo, para unas relaciones diplomáticas, culturales y comerciales con los países del viejo continente.
El malestar que produjo en Colombia la situación europea quedó nítidamente enunciado en la exposición de motivos que justifica la creación del Ateneo de Altos Estudios, fundado en 1940. Fue un malestar expresado a menudo por el grupo de intelectuales que, durante los años en que el liberalismo estuvo en el poder, asumió la tarea de impulsar los programas culturales del Estado colombiano: era el efecto de la percepción que produjo en ellos el desmoronamiento del orden democrático en el viejo continente, con las consecuencias negativas para nuestra tradición cultural, arraigada en la mediterránea, que fue su origen y de cuya evolución se benefició asimilando permanentemente sus nuevos aportes. La «exposición de motivos» a que me refiero es un texto que rezuma pesimismo por el porvenir de los valores y las realizaciones del pensamiento europeo: se tenía la sensación de que filosofía, ciencia, conceptos del hombre y de la libertad, doctrinas jurídicas, derechos humanos, etc. habían perdido su vigencia, debido a la falta de principios claros que sirvieran para la orientación de todo aquello que se conoce como cultura democrática moderna.
La biografía de la cultura europeo-mediterránea —dice el documento en su aparte esencial— se halla en trance de registrar la total liquidación de una civilización, a causa del desorden espiritual que señorea todos los territorios de la inteligencia occidental. El orden europeo está a punto de sucumbir por la confusión de los principios, por la anarquía de los procedimientos y por la inercia de las instituciones encargadas de la defensa y conservación de los más preciados tesoros de la cultura cristiana. Las conquistas de la ciencia, las adquisiciones de la filosofía, los principios religiosos y el alma misma de la democracia, han sido heridos de muerte, y la raíz de esta tragedia del espíritu impotente hay que buscarla en la crisis de los hombres y de las instituciones que, al presentir el huracán devastador, huyeron, dejando inermes y desmanteladas las fuertes alcazabas de la inteligencia.{464}
Debido sin duda a la crueldad con que se combatieron los ejércitos, a las consecuencias de la guerra en la vida colombiana y a la complejidad de las relaciones internacionales, el Gobierno y la prensa del país mantuvieron una mirada atenta sobre lo que sucedía en el continente europeo. Algunos periodistas, como Enrique Santos (Calibán), ofrecían casi a diario las noticias recientes sobre las acciones militares y las políticas llevadas a cabo por los países protagonistas de la tragedia. No ocultó su alborozo cuando en julio de 1932 se firmó el acuerdo de Lausana, que dio término a las reparaciones que, en el tratado de Versalles, se le impusieron a Alemania al finalizar la Primera Guerra Mundial, y se atrevió a preconizar el fin de las guerras mundiales{465}. Pero dos meses después, el 12 de septiembre, conocidos ya los propósitos de Hitler y ante los preparativos armamentistas de Alemania, se vio obligado a abandonar su optimismo y anunciar a sus lectores que «los jinetes del Apocalipsis galopan otra vez sobre la tierra». Vaticinaba, finalmente, una guerra que sería «la ruina completa de [la] civilización»{466}. Y Alberto Lleras, por su parte, desde los editoriales de El Liberal, entregaba con regularidad sus análisis sobre los acontecimientos que antecedieron al estallido de la guerra, y luego sobre el desenvolvimiento de esta, pensando siempre en sus repercusiones en América y en la necesidad de atender a su seguridad. Desde que se conocieron las intenciones expansionistas de Hitler, expresó sin ambages el deseo de que Estados Unidos abandonara su postura neutral, y concentró todas sus facultades intelectuales y sus amplios conocimientos sobre política internacional a impulsar desde la prensa acuerdos que garantizaran la supervivencia de la democracia de los países de América.
El impacto de la guerra europea afectó en nuestro país a los sectores más sensibles de la actividad nacional. El periodo presidencial de Eduardo Santos transcurrió, como él mismo lo afirma en su «Mensaje al Congreso» del 20 de julio de 1942, «casi íntegramente entre las inquietudes y calamidades de una guerra sin precedentes en la historia». Para el momento en que entregaba el mando a su sucesor, la guerra cumplía tres años de acciones desoladoras, pero —observaba el presidente— ya desde principios de 1938 «obsesionaba a todos los espíritus como inminente e ineludible catástrofe». Y evocaba luego cómo, al año justo de tomar posesión de la Presidencia, se desencadenó, en septiembre de 1939, «la temida y prevista tempestad, que poco a poco ha ido alcanzando todos los continentes y todos los pueblos»{467}. El presidente Santos, en su mensaje, centró la atención en los trastornos que la guerra generó a la economía colombiana y afirmó, acerca del problema, que «el comercio internacional no solo está profundamente perturbado sino aun amenazado casi de una suspensión»{468}. Recordemos que entre los productos sometidos al bloqueo impuesto por Inglaterra se encontraban el café y el banano, los dos artículos que mayores divisas le rendían a Colombia en su comercio con Europa, y que el mayor volumen de exportaciones tenía a Alemania como destino. «Con el correr de los meses íbamos a ver cerrarse uno tras otro los mercados del continente», afirma Carlos Lleras Restrepo, ministro de Hacienda de la administración Santos{469}. Por su parte, Enrique Santos, en su columna de El Tiempo, «Danza de las horas», del 3 de septiembre de 1941, se refiere a los efectos que produjeron las restricciones en las exportaciones: escasez de materia prima para la industria, en particular para la industria de la construcción{470}. Y meses más tarde, a mediados de 1942, sus cálculos sobre las consecuencias de la guerra, en caso de que esta se prolongara por dos años más, fueron extremadamente pesimistas:
En dos años más, en Colombia se habrían cerrado las dos terceras partes de las industrias. El servicio de transportes por carreteras, habría desaparecido, y el de los ferrocarriles, por la escasez de material rodante, apenas satisfaría las necesidades locales. El Gobierno tendría que atender a la subsistencia de centenares de miles de desocupados, y su misión debería limitarse a aumentar los cultivos agrícolas para que por lo menos, nos libráramos de las calamidades del hambre.{471}
Considero suficientes, para mis propósitos, las líneas precedentes acerca de la percepción inmediata del Gobierno y la opinión pública sobre las consecuencias de la guerra en la economía del país. Otro aspecto sobre el que debo llamar la atención es el de los efectos que tuvo en la política colombiana el manejo del Estado que se estaba imponiendo en Europa, el cual repercutió con propuestas que buscaban trasladar al país las orientaciones de los gobiernos fascistas, lo que impondría un nuevo tratamiento de las cuestiones educativas y culturales que se acoplara al carácter del totalitarismo entonces dominante. El Siglo, el periódico de Laureano Gómez, y La Patria, de Manizales, son dos valiosas fuentes de información para conocer el pensamiento de quienes aspiraban a imponer entre nosotros un régimen similar a los que estaban vigentes en el viejo continente. El intelectual liberal, por el contrario, sobre todo aquel que tuvo participación en la vida pública, ya fuese como periodista o como funcionario del Estado, mostró su compromiso irrenunciable con la democracia moderna y su distanciamiento, por consiguiente, de la orientación que se expandía por los países europeos: sentía que la cultura mediterránea, con sus bienes científicos y artísticos, se desmoronaba y que había que responder con programas estatales para asegurar su supervivencia en el continente americano....