Facultad de Medicina: su historia
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Facultad de Medicina: su historia

Tomo I

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La Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia ha sido fundamental en el desarrollo de la medicina en el país. Aunque la historiografía médica nacional ha reconocido su importancia en varias ocasiones, hasta el momento ninguna obra se había propuesto indagar sobre su historia. En el marco del sesquicentenario de la Facultad y de la Universidad, el Centro de Historia de la Medicina Andrés Soriano Lleras presenta un relato articulado que combina la perspectiva de la historia institucional con el enfoque de la historia social, incluye fuentes de archivo no exploradas en trabajos previos y elabora una narración inédita sobre el proceso evolutivo de la Facultad. En sus páginas, el lector podrá apreciar las tensiones presentes en su crecimiento y valorar su papel en la construcción de una sociedad en paz, democrática, educada, justa y saludable.

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Información

CAPÍTULO 1

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La enseñanza médica y los procesos previos a la creación de la Facultad de Medicina

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Antonio Vargas Reyes
Tomada de la página web de la Facultad de Medicina, Universidad Nacional de Colombia, sección Historia.
Entre 1867 y 1868 tomó forma una de las instituciones más importantes en la vida científica y educativa del país: la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia. Bajo el mandato de gobiernos liberales y como parte del esfuerzo colectivo por dotar a la sociedad de un orden republicano, la Universidad abrió sus puertas a estudiantes de todas las regiones para convertirlos en actores de la historia nacional.
Si se consulta la producción institucional del periodo del radicalismo liberal (Rodríguez, Vargas y Vega, 2013), la creación de la Universidad parece la apertura de una institución más entre otras tantas que vieron la luz durante esos años pero que luego desaparecieron en el transcurso de los siglos XIX y XX. Sin embargo, la Universidad no solo perdura hasta hoy, sino que aún constituye, como en aquel tiempo, un soporte fundamental en la construcción del Estado nación colombiano.
Uno de los pilares de la Universidad fue la Escuela de Medicina. En medio de las inestabilidades republicanas y las indecisiones sobre el mejor modelo político-económico, la Escuela sedimentó el complejo proceso de profesionalización de la medicina colombiana y funcionó como espacio de formación de nuevos galenos, epicentro de importantes desarrollos científicos y cuna de otras escuelas y profesiones que durante los últimos dos siglos han contribuido a la lucha por la salud de todos los colombianos.
Durante el siglo XX, el esfuerzo por sostener la educación médica, los distintos formatos de la universidad estatal, la escuela privada, el papel de los médicos y los retos y limitaciones de la formación en salud han estado vinculados a procesos políticos, sociales y económicos propios de una sociedad en construcción que abandonó su pasado colonial y saltó al abismo incierto de la modernidad política. Este proceso se dio bajo una tensión permanente por desarrollar una medicina ajustada al proyecto nacional en el marco de un Estado sujeto a precariedades, ambivalencias y configuraciones sociopolíticas que sacrificaron la educación pública en aras de favorecer otros intereses económicos e ideológicos.

LOS SOPORTES INICIALES

La historia de la Facultad tiene sus raíces antes de su fundación oficial y se remonta al final del periodo colonial, cuando el empeño de hombres como José Celestino Mutis y José Francisco Isla se tradujo en la creación de los primeros planes de formación médica en el Colegio del Rosario. Estas iniciativas, junto con la Expedición Botánica y el intento de Francisco Antonio Moreno y Escandón por crear una universidad pública (Quevedo et al., 2008), manifestaron ideas científicas avanzadas y contribuyeron en gran manera a la medicina posterior influenciada por el romanticismo y la tradición francesa.
Igual de importantes en la constitución de la Facultad fueron los aportes de médicos independentistas como José Joaquín García, Joaquín Camacho y Manuel María Quijano (Ibáñez, 1968), quienes no solo ejercieron sus conocimientos en salud sino que participaron en la confrontación política y armada por la Independencia. En su historia de las guerras y la medicina en Colombia, Sotomayor (1997) ofrece un cuadro interesante de la participación médica en acontecimientos como la firma del Acta de Independencia en 1810 por parte del médico capitalino Juan María Pardo y los aportes a la causa insurgente de los doctores Benito Osorio en 1811, José Félix Merizalde en 1812 y Alejandro Macaulay, médico norteamericano decisivo en las batallas del sur de 18121 (Sotomayor, 1997).
Por su parte, en el bando realista resaltan figuras como el médico Vicente Gil Tejada, opositor de la Independencia, Jaime Serra, destinado a la atención de seis unidades españolas asentadas en Santa Fe, y José María Unda, médico de las tropas realistas en Sogamoso durante 1818 (Sotomayor, 1997). Una función similar cumplieron los galenos Manuel Lozano, Juan Nieto Samaniego, Manuel de Jesús Arocha, Lorenzo Bendini, Juan Colmillo, Juan José García, Antonio Gómez, Manuel Machado y Francisco Valecillo, quienes fueron protagonistas en el sitio de Cartagena durante la cruenta reconquista iniciada por Pablo Morillo en 1815 (Sotomayor, 1997).
Es preciso comprender esta transición del antiguo régimen a la modernidad política como parte de un ciclo de revoluciones transatlánticas con asiento en numerosos territorios. Con base en las ideas de la Ilustración, las nuevas realidades industriales, el desgaste de los órdenes monárquico-feudales y las nuevas configuraciones sociales, estas revoluciones prometieron a los hombres un porvenir de progreso, libertad, igualdad y fraternidad labrado únicamente por la voluntad, la razón y la fuerza humanas. Si bien en Colombia tal transición abarcó un largo periodo entre mediados del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, solo en 1810 y 1819 tuvieron lugar las mayores tensiones de una transformación que implicó, al mismo tiempo, la destrucción violenta del antiguo régimen y la construcción de un orden moderno.
La Independencia no se puede reducir a una simple guerra o declaración, es más bien un proceso signado por el conflicto con los españoles, por las disputas entre criollos sobre la concepción de orden que debía implementarse, por la mutación cultural de los referentes que organizaban el mundo colonial (Guerra, 1992) y por la necesidad de modificar la configuración histórica del poder y la representación política que provenía de los ordenamientos del antiguo régimen.
En esa cuádruple tensión se arraigó el sentido moderno de la libertad y el rechazo al dominio español en algunos sectores de la población. La lucha fraguó un espacio de sociabilidades donde la desazón del pasado se encontró con el anhelo y la esperanza del futuro (Thibaud, 2003). Sin embargo, ni las claves del antiguo régimen pudieron ser erradicadas por completo de la sociedad ni la creatividad conjuró con acierto todos los problemas que implicaba formar una comunidad política moderna llena de tensiones y luchas por definir el mejor formato para su nueva vida.
Justo en medio de este proceso, surgió en 1812 —al inicio de la mal denominada Patria Boba— la iniciativa del doctor José Félix Merizalde de crear una cátedra de Medicina en el Colegio de San Bartolomé, la cual, junto a la cátedra del Colegio del Rosario en cabeza de Benito Osorio, constituiría uno de los primeros espacios para la formación de médicos durante estos años. No obstante, la guerra y los trastornos vinculados a la reconquista interfirieron con el desarrollo de estas cátedras, las cuales serían retomadas a partir de 1819, tras la victoria de la campaña libertadora en la Batalla de Boyacá (Ibáñez, 1968).
Las epidemias de coqueluche y viruela desencadenadas en 1814 y 1815, respectivamente, modularon el curso de los acontecimientos bélicos y políticos del momento. Las huestes españolas exigieron la asistencia en los hospitales existentes de médicos como José Joaquín García, José Félix Merizalde, José C. Zapata, Santos González, Pedro Lasso de la Vega y Benito Osorio. Con seguridad, algunos lo hicieron en contra de su voluntad.
Tras ser controlada la epidemia de viruela, Manuel María Quijano fue nombrado director del Hospital San Juan de Dios y se dispuso la confiscación de las rentas del Colegio Mayor del Rosario, cuyo edificio se emplearía como prisión para la causa de Morillo y Fernando VII. Los buenos oficios del rector Domingo Burgos ante Juan de Sámano permitieron que en 1818 el Colegio volviera a su propósito original (Ibáñez, 1968).
Entre 1815 y 1819, la campaña libertadora y la contraofensiva española marcaron el ritmo con que la medicina se institucionalizaba y su vínculo con las ideas políticas de ese periodo. Como lo ilustró Ibáñez (1968), la conformación por orden de Sámano de una primera Academia de Medicina en 1817 para que los médicos de la capital conferenciaran resulta un producto paradójico de la guerra. En este hito se expresa el avance de la medicina profesional bajo la represión militar y, al mismo tiempo, el rechazo de algunos médicos independentistas a la misma. La oposición entre realistas e independentistas al interior del gremio médico era evidente.
A la Batalla de Boyacá, en donde el médico Juan Gualberto Gutiérrez prestó sus servicios a los independentistas (Sotomayor, 1997), siguieron otros combates como el del Pantano de Vargas. Asimismo, surgieron imperiosas tareas en el campo de la formación médica. En Bogotá, por ejemplo, varios galenos intentaron sostener sus cátedras privadas mientras se establecían las normas pertinentes para otorgar títulos.
Mientras la confrontación bélica entre españoles e insurgentes continuaba, los procesos de independencia se multiplicaban en el continente y la revolución liberal en España crecía. En la década de 1820, la nueva nación se enfrentó a una epidemia de sarampión y a los estragos físicos, morales y sociales que dejaban la sífilis (Vega, 2013) y el coto en ciudades como Bogotá (Lozano, 1983). A estos males se sumaron los grandes retos que planteaba la unión de un territorio tan diverso, la amenaza aún palpable de los peninsulares y la creación de un mercado interno y una fiscalidad para asegurar el sostenimiento del nuevo Estado.
Ante la inestabilidad de los procesos de formación médica, el entonces vicepresidente Francisco de Paula Santander dispuso la enseñanza de la anatomía, la cirugía, la patología interna y la fisiología en los Colegios de San Bartolomé y del Rosario. Para apoyar esta iniciativa —que resumía muy bien el interés general por la instrucción pública del proyecto republicano— Santander convocó en 1822 a los médicos franceses Pablo Broc y Bernardo Daste.
Sin embargo, la presencia de estos extranjeros suscitó un fuerte debate con el doctor José Félix Merizalde, quien protestó no solo porque enseñaban conocimientos atrasados en anatomía y patología, sino porque recibían sueldos elevados. En realidad, detrás de esta discusión estaba la disputa en torno al reconocimiento profesional y la posición de los ciudadanos de la nueva nación frente a Europa (Quevedo et al., 2008). Otro debate se dio entre los recién arribados médicos extranjeros Cheyne, Dávoren y Dudley —partidarios de las doctrinas de Brown— y los defensores de Broussais. En el marco de estas controversias surgió otro referente importante para la creación de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia: la Universidad Central.

LA ESCUELA DE MEDICINA DE LA UNIVERSIDAD CENTRAL: UN PRIMER PILAR INSTITUCIONAL

Uno de los principales objetivos del orden republicano fue luchar contra la enfermedad, pues el nuevo cuerpo social debía ser saludable en términos físicos y morales. Para lograrlo, la República implementó diversas estrategias con base en la medicina colonial y los avances europeos. La constitución de una ciudadanía virtuosa, la creación de instituciones asistenciales y educativas, el control de los puertos y la salubridad de las ciudades fueron propósitos centrales del dispositivo de producción y reproducción social que se desplegó por esos años (Hensel, 2006).
La creación de universidades fue un hecho clave en el proceso mediante el cual se buscó dotar al Estado de talento humano para enfrentar los problemas de salud y fortalecer la ciudadanía. Con este doble fin, mediante la Ley y Reglamentos Orgánicos de la Enseñanza Pública en Colombia acordados el 18 de marzo de 1826, se fundó la Universidad Central con sedes en Caracas, Quito y Bogotá. Este sería el primer intento de establecer una institución pública de educación superior en el nuevo orden republicano. En la sede de Bogotá se constituyó la primera Escuela de Medicina, en marzo del mismo año se establecieron cátedras universitarias separadas y en diciembre se completó su instalación según relata un aviso publicado en la Gaceta de Colombia:
El 25 del corriente a las once de la mañana se instaló solemnemente en la capilla de San Carlos la Universidad Central de Bogotá con asistencia del vicepresidente de la República, los secretarios del despacho y la mayor parte de las autoridades y personas notables de la capital: el director general de estudios doctor Félix Restrepo recibió en el acto el juramento al rector nombrado doctor Fernando Caicedo, al vicerrector doctor José María Castilla y Rada, y al de la universidad doctor Alejandro Osorio […] Concluido este acto toda la concurrencia se trasladó́ al salón en que se hallaba colocada la biblioteca pública y allí el secretario del interior procedió a instalar la academia nacional, con los miembros que actualmente se hallan en la capital. (Anuncio de instalación, 1826, p. 2)
El 3 de febrero de 1827, la Escuela de Medicina se estableció como sección universitaria y asumió la función de validación de títulos que había ejercido el antiguo protomedicato y, transitoriamente, la Diputación Médica. Asimismo, se hizo efectivo el capítulo VII de la Ley de 1826 que ordenaba la conformación de una escuela para la enseñanza de la medicina, la cirugía y la farmacia en las sedes de la Universidad Central (Quevedo et al., 2008). La sede de Bogotá comenzó a funcionar bajo la rectoría de las autoridades eclesiásticas y tuvo a su disposición las aulas de los dos colegios mayores. Esto ocasionó resistencia por parte del Colegio del Rosario (Lozano, 1983).
La educación médica en la Universidad Central se organizó a partir de cuatro elementos que conectan la medicina de finales del siglo XVIII y la futura formación médica en la Universidad Nacional de Colombia: a) la base de conocimientos impartidos, b) la organización material de la enseñanza, c) los mecanismos de nombramiento y promoción de los docentes y d) los requisitos establecidos para la obtención de títulos universitarios. La Ley de 1826 ordenaba la enseñanza de la medicina, la farmacia y la cirugía mediante las cátedras:
De anatomía general y particular, de fisiología e higiene, de patología y de anatomía patológica, de terapéutica y materia médica, de clínica médica, de cirugía y clínica quirúrgica, de farmacia y farmacia experimental y de medicina legal y pública. Esta última enseñanza y la de higiene serán comunes a las universidades departamentales. (Lozano, 1983, p. 116)
Por su parte, la enseñanza de la cirugía y la obstetricia debía incluir una práctica en hospitales bajo un reglamento especial. El Decreto del 5 de diciembre de 1829 —que complementó el Decreto del 3 de octubre de 1826— ordenó la apertura de una cátedra de Medicina, una de Anatomía y, según los recursos y las condiciones, una de Botánica. La cátedra de Medicina debía dictarse en la mañana y la de Anatomía en la tarde:
Los cursos de medicina durarán cuatro años, de los cuales tres se estudiará anatomía, por la tarde, y uno por lo menos botánica, donde haya cátedra; si no la hubiere se emplearán en el estudio de las ramas de la medicina y anatomía que se juzguen más convenientes, de los que expresa el plan general de estudios, cuya elección se hará a juicio de la Junta de Gobierno. (Lozano, 1983, p. 118)
Solo al terminar los cuatro años los estudiantes recibían el grado de bachiller. Para obtener el título de licenciado —con el cual se podía ejercer públicamente— y de doctor, debían asistir tres años más a las cátedras de medicina y anatomía2. Durante esos tres años, debían realizar una práctica certificada junto a los profesores en hospitales y casas de enfermos. Al final presentaban un examen en la Escuela de Medicina cuya aprobación, junto con los títulos de bachiller y licenciado, les permitía ejercer la profesión públicamente. El artículo 61 de la Ley de 1826 estipulaba que el grado de licenciado se obtenía enviando una solicitud con el título de bachiller y el certificado de los cursos requerido...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Página legal
  4. Agradecimientos
  5. Autores
  6. Contenido
  7. Siglas y abreviaturas
  8. Prólogo
  9. Introducción
  10. Capítulo 1 La enseñanza médica y los procesos previos a la creación de la Facultad de Medicina
  11. Capítulo 2 La nueva Escuela de Medicina en la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia (1867-1871)
  12. Capítulo 3 El Estatuto Orgánico de 1872 y sus posteriores regulaciones (1872-1876)
  13. Capítulo 4 De los cambios institucionales a los ajustes centralizadores (1877-1885)
  14. Capítulo 5 El giro de la Regeneración (1886-1899)
  15. Capítulo 6 La reorganización y el traslado de la Facultad de Medicina y Ciencias Naturales (1899-1918)
  16. Capítulo 7 Un nuevo hospital para la clínica ecléctica (1918-1935)
  17. Capítulo 8 La ilusión del modelo flexneriano (1935-1948)
  18. Capítulo 9 La incorporación del modelo Flexner en la Facultad de Medicina (1948-1962)
  19. Capítulo 10 El despliegue tecnológico y la edad de oro de la Facultad (1962-1975)
  20. Capítulo 11 La difícil inserción sectorial de la Facultad (1975-1992)
  21. Capítulo 12 La Facultad en pos de la universidad de investigación (1992-2001)
  22. Epílogo
  23. Referencias
  24. Página institucional
  25. Créditos
  26. Cubierta posterior