DE PROTESTAS, VIOLENCIAS Y OTRAS FIEBRES TROPICALES:
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DE PROTESTAS, VIOLENCIAS Y OTRAS FIEBRES TROPICALES:

Aportes para una historia sociopolítica de la salud pública en Colombia, 1974-2004

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DE PROTESTAS, VIOLENCIAS Y OTRAS FIEBRES TROPICALES:

Aportes para una historia sociopolítica de la salud pública en Colombia, 1974-2004

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La epidemia de fiebre amarilla que surgió en 2002 en los territorios del Catatumbo nortesantandereano y que se expandió en 2004 hacia la Sierra Nevada de Santa Marta generó protestas desde distintos sectores sociales y cuestionamientos a la Ley 100 de 1993 que ha regido el sector salud del país en medio de grandes controversias.Esta no fue la primera vez en la historia reciente de Colombia que se presentó una epidemia de fiebre amarilla de características similares. La última ocurrida en la misma región emergió entre 1978 y 1979, y puso en tela de juicio el modelo de salud vigente. Asimismo, otros muchos brotes y epidemias de fiebre amarilla y otras enfermedades transmitidas por vectores (ETV) se han registrado en el territorio nacional, y han dado lugar a correlatos de protesta y crítica al sistema de salud de cada momento.La investigación documentada en este libro se propuso ampliar el panorama sobre las interacciones entre política y salud pública en Colombia, analizando las relaciones existentes entre política contendiente, tendencias en las políticas públicas y procesos de salud–enfermedad relacionados con ETV en el contexto colombiano.Este proyecto fue posible gracias al apoyo del Grupo de Investigación en Violencia y Salud de la Universidad Nacional de Colombia que se creó en 2005, y al Doctorado en Salud Pública de la misma universidad, que se oferta desde el primer semestre de 2004 como respuesta a las necesidades en salud pública de Colombia y Latinoamérica.

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Información

CAPÍTULO 1

SOBRE POLÍTICA CONTESTATARIA EN SALUD PÚBLICA: LO QUE SE HA DICHO

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Fuente: El Tiempo. Página 9. 1 de junio de 1969.

RESUMEN

En la sección inicial de este capítulo se presenta un balance sobre diferentes aproximaciones teóricas empleadas para el análisis de la protesta y movilización social, a partir de tradiciones surgidas en diferentes momentos y lugares del mundo.
A continuación, una segunda sección profundiza los planteamientos correspondientes a la vertiente sostenida por Tilly y Tarrow, presentando aspectos clave para la conceptualización de la acción colectiva contendiente (Tarrow, 1997; Tilly, 2008).
En dos secciones finales se da cuenta de diversas investigaciones históricas efectuadas en diferentes lugares del mundo, en Latinoamérica y en Colombia, en torno a la acción colectiva contendiente en general, y a aquella relativa a epidemias, problemas de salud pública y enfermedades transmitidas por vectores.

LAS TRADICIONES DE ANÁLISIS SOBRE PROTESTA Y MOVILIZACIÓN SOCIAL

Asumiendo que los conceptos no son estáticos, ni portadores de verdades únicas y absolutas, sino más bien reflejo de los contextos sociales, políticos y culturales en medio de los cuales emergen y adquieren uso, se trazará un breve panorama en torno a diversos modos de asumir y operar el concepto de acción colectiva contendiente.
El abordaje conceptual de la protesta y la movilización social puede dividirse en tres corrientes: aquellas con foco analítico en los factores externos que animan el surgimiento de una acción; las que enfocan procesos al interior de dicha acción relativos a generación de identidad en los actores; y otras que combinan ambas perspectivas (Archila, 2003; Laraña, 1999).
Empezando por las corrientes centradas en factores externos, existen las orientadas a características estructurales de la sociedad y tensiones generadas por procesos de modernización, disponibilidad de recursos organizativos, distribución de poder y existencia de oportunidades políticas, o difusión de conciencia de clase. En este grupo podemos ubicar tanto aquellas explicaciones basadas en la existencia de clases sociales en conflicto, incluyendo los enfoques marxistas clásicos y las corrientes renovadoras del marxismo, como las relacionadas con la teoría de movilización de recursos (Archila, 2003).
En las corrientes orientadas hacia factores internos generadores de identidad en los actores sociales están la Teoría del Comportamiento Colectivo, el paradigma de los Nuevos Movimientos Sociales, con los planteamientos de Alain Touraine en su Sociología de la Acción como ejemplo más elaborado, que integra elementos conceptuales originariamente marxistas, y las corrientes constructivistas, enfocadas en la generación de identidad de los actores (Laraña, 1999; Múnera, 1998; Touraine, 1997).
Autores como Tilly consideran que se debe abandonar el conflicto entre interés colectivo e identidad, reconociendo que todo conflicto implica afirmaciones de identidad al igual que el desarrollo de intereses colectivos. Desde esta perspectiva, las identidades en general, incluyendo a las de tipo político, son experiencias compartidas de determinadas relaciones y representaciones de esas relaciones sociales (Gómez Suárez, 2001).
Por lo tanto, siempre se considera que las identidades políticas son relacionales y colectivas, cambian según las redes de relaciones, las oportunidades políticas, las estrategias utilizadas, y se confirman a partir de actuaciones aceptadas por las otras partes implicadas en la relación. Una identidad política es la experiencia que tiene un actor de una relación social compartida (Gómez Suárez, 2001). Otros autores, tales como Sydney Tarrow, siguen la misma tradición y se ubican también dentro de esta última categoría de aproximaciones mixtas a la acción colectiva (Tarrow, 1997).
Las tres corrientes mencionadas para el estudio de la acción colectiva han surgido a lo largo de la historia en momentos y lugares distintos, asumiendo temporalmente de manera sucesiva el dominio del panorama académico para abordar el tema.
Las teorías contemporáneas de la acción colectiva suelen emplear elementos mixtos tomados de distintos enfoques mencionados. Predominan en ellas elementos comunes cuyos orígenes pueden remontarse a las teorías clásicas de Marx, Lenin y Gramsci, aunados al concepto de Estructura de Oportunidad Política. Estas teorías contemporáneas asumen como rasgos principales de la acción colectiva: 1. La transformación de la capacidad de movilización en acción por medio de la organización, reconociendo estructuras de movilización más elásticas que las de Lenin; 2. La movilización por consenso, a través de marcos culturales más amplios y poco controlables que los descritos por Gramsci; 3. El análisis de la estructura de oportunidades políticas, más estructural que táctica, a diferencia de las descritas por Lenin y Gramsci; 4. La política como un proceso social interactivo (Tarrow, 1997).
Además, los enfoques contemporáneos tienen en común la percepción de la protesta ciudadana como proceso político que permite la emergencia de nuevas estructuras y la intervención de otras ya existentes; asumen la existencia de “olas de democratización y ciclos de protesta” como importantes dimensiones históricas del cambio, y recurren al programa político de la política contendiente, articulado sobre la definición de una identidad estructurada a partir de las élites intelectuales, entendida como la principal estrategia política y de movilización social, que se orienta hacia el logro de unos objetivos específicos. El instrumental analítico que emplean estos enfoques contemporáneos para abordar las diferentes manifestaciones de la acción colectiva es ecléctico, buscando facilitar un análisis conjunto de todos los elementos (Viejo Viñas, 2001).

TILLY, TARROW Y LA ACCIÓN COLECTIVA CONTENDIENTE

Desde la perspectiva de Sidney Tarrow, la acción colectiva puede transcurrir básicamente dentro de dos modalidades: una institucional, cuando es desarrollada por parte de grupos constituidos que actúan en nombre de objetivos considerados socialmente “neutros”, en ocasiones denominada acción colectiva contenida; y otra contendiente, también llamada contenciosa o beligerante a partir de sus formulaciones iniciales efectuadas por Tilly, que es utilizada por gente que carece de acceso regular a las instituciones, que actúa en nombre de reivindicaciones nuevas o no aceptadas, y que se conduce de un modo que constituye una amenaza fundamental para otros (López Maya, 1997; Tarrow, 1997).
López Maya, retomando a Tilly, puntualiza que cualquier acción colectiva contendiente es interactiva, por cuanto no pertenece a un solo actor, sino que es una relación de al menos dos actores (López Maya, 1997). En cuanto a sus formas, la acción colectiva contendiente puede ser breve o mantenida, convencional o disruptiva, monótona o dramática. Desde el punto de vista teórico, constituye la base de todos los movimientos sociales, revoluciones y protestas (Tarrow, 1997).
Si los actores no logran concertar acciones, organizarse de forma mantenida en torno a objetivos comunes, ni establecer secuencias mantenidas de interacción con sus oponentes, bien sea porque no logran activar sus redes sociales, basadas en marcos culturales compartidos y repertorios de organización y enfrentamiento sostenidos, o porque en el momento no se cuenta con una estructura de oportunidades políticas propicia, el asunto se resuelve en forma de protestas aisladas (multitudes amotinadas, disturbios, concentraciones espontáneas, etc.). (Tarrow, 1997).
Pero cuando diversos actores sociales logran concertar sus acciones en torno a aspiraciones comunes y en secuencias mantenidas de interacción con sus oponentes o las autoridades, entonces se habrá constituido un movimiento social, cuyas propiedades empíricas básicas son: 1. desafío colectivo; 2. objetivos comunes; 3. solidaridad, y 4. acción sostenida (Tarrow, 1997).
En cuanto al desafío colectivo, el movimiento lo plantea a través de una acción directa, disruptiva y sostenida contra las élites, que suele ser pública pero que también puede adoptar la forma de resistencia personal coordinada o de reafirmación colectiva de nuevos valores. Este desafío suele caracterizarse por: la interrupción u obstrucción de las rutinas, o la introducción de incertidumbre en las actividades de otros. Los movimientos recurren a diferentes tipos de acciones para plantear sus desafíos: protestas coordinadas y mantenidas, consenso entre los seguidores reales o potenciales, formación de grupos de presión, negociación con las autoridades, cuestionamiento de los códigos culturales por medio de nuevas prácticas religiosas o culturales (Tarrow, 1997).
No obstante, en el seno de los sistemas represivos pueden adoptar formas subterfugias, semejantes a las descritas por James Scott, tales como: consignas, formas de vestir, tipos de música, cambio de nombre de objetos familiares asignando otros símbolos nuevos o diferentes, usados como pautas privadas de conducta asumidas porque representan el objetivo colectivo y permiten la construcción visible de “comunidades de discurso” en medio de circunstancias adversas (Scott, 2002).
Antiguamente, la mayor parte de las formas de acción colectiva estaban íntimamente ligadas a grupos y situaciones conflictivas determinadas: la apropiación del grano, la humillación ritual o charivari, el motín contra los señores. Pero a finales del siglo XVIII, de la mano de la creciente circulación de medios impresos y el conocimiento generado por las redes de los movimientos sociales, empezaron a emplearse de manera rutinaria ciertos modos estandarizados de acción colectiva, que Tarrow llama “repertorios modulares” (Tarrow, 1997).
Para Tilly los antiguos repertorios de acción, anteriores al momento en que el Estado genera formas para penetrar en la sociedad y recaudar impuestos, eran de carácter localizado, patrocinado y se apoyaban en el patronazgo de los ostentadores de poder más inmediatamente asequibles; a menudo se iniciaba en las celebraciones públicas, empleando un simbolismo rico e irreverente extraído de los rituales religiosos y la cultura popular. Los participantes convergían a menudo en la residencia de quien había cometido una injusticia, y solían aparecer como miembros de comunidades o grupos corporativos constituidos (Tarrow, 1997).
Autores como Rudé, Hobsbawm y Thompson creían que las acciones colectivas directas, inmediatas y aún violentas propias de los repertorios tradicionales desaparecerían en la medida en que fuera penetrando la modernidad (López Maya, 1997). Sin embargo, sin que desapareciera del todo el repertorio antiguo, surgió un nuevo repertorio nacional y anónimo. La acción colectiva se empezó a organizar en lugares públicos, con quejas dirigidas a las sedes de poder, mediante el empleo de programas, consignas y símbolos de pertenencia al grupo. Esos repertorios modernos se caracterizan con base en tres aspectos, combinados de diferentes maneras: la violencia, la convención y la disrupción (Tarrow, 1997).
Desde el punto de vista de las características predominantes en los repertorios actuales, las acciones colectivas contendientes suelen ser clasificadas como: tradicionales, cuando se apegan a las formas propias de los antiguos repertorios confrontacionales y violentos, tales como los bloqueos y tomas, las quemas y apedreamientos o los motines; convencionales, cuando se basan en rutinas conocidas por la gente y que las élites aceptan y facilitan, como en el caso de las peticiones, los comunicados a la opinión pública, las marchas, las manifestaciones y los paros; y las formas disruptivas, tales como los apagones, pitazos y cacerolazos, las huelgas de hambre y encadenamientos, el uso de disfraces o de desnudez, que sorprenden y desorientan a los observadores y las élites por ser inesperadas y cruzar la frontera entre la convención y la confrontación, aunque presentan la desventaja de resultar inestables y degenerar fácilmente en violencia o en normalización de la convención (Tarrow, 1997).
López Maya y colaboradores, en sus análisis sobre la protesta venezolana y latinoamericana durante el siglo XX, comprueban desde lo empírico para sociedades de América Latina los supuestos teóricos de Mark Traugott, Francis Fox Piven y Richard Cloward, según los cuales las condiciones aceleradas de la vida actual han hecho que las ventajas de la modularidad se apliquen a todas las formas de repertorio y no solo a las formas modernas, a la vez que han modulado las manifestaciones de protesta de los pobres según las condiciones institucionales y sociales vigentes, consiguiéndose así que algunas modalidades del repertorio popular en Venezuela y otros países latinoamericanos resulten ser mezclas de formas históricas locales con otras practicadas por sociedades distantes, conocidas a través de los medios masivos de comunicación, así como de formas históricas adaptadas a las condiciones institucionales actuales (López Maya, 1997, 1999a, 1999b, 2002).
Un concepto recientemente incorporado al análisis de la acción colectiva contendiente es el de los ciclos de protesta, entendidos como períodos relacionados con coyunturas en las sociedades, durante los cuales se cumplen cinco rasgos: una propagación rápida de la acción colectiva desde sectores más movilizados hacia menos movilizados; la aceleración en las innovaciones dentro de los repertorios contendientes; emergencia de ideologías de acción nuevas o transformadas; una combinación de participación organizada y desorganizada; y secuencias de interacción intensivas entre desafiadores y desafiados (López Maya, 1997).
Aunque López Maya y otros autores latinoamericanos ratifican con sus estudios que este tipo de ciclos pueden identificarse dentro de las sociedades de América Latina, Archila Neira establece que para el caso colombiano no parece estar muy clara su existencia (Archila, 2003; López Maya, 1997, 1999a, 1999b).
Finalmente, es interesante para nuestro estudio retomar los planteamientos sobre acción colectiva y cambio social formulados por Tilly. Para este autor, el conflicto y el cambio social están influidos mutuamente, por cuanto el conflicto da lugar a reorganización de las relaciones sociales, al realineamiento de los actores implicados, a la represión por parte de la autoridad y a la realización de unos objetivos propuestos. Las categorías de cambio social empleadas por Tilly coinciden con los elementos de la estructura de oportunidad política, es decir: la organización de instituciones políticas, la alineación entre las élites, la represión-facilitación y la apertura del sistema político.
Además, acepta que las acciones colectivas contendientes tendrían el potencial de producir un mayor cambio social si existe una Estructura de Oportunidades Políticas (EOP) más amplia, dada por la presencia de instituciones de poder débiles, élites divididas, represión débil y numerosos canales de entrecruzamiento de las reivindicaciones planteadas por diversos grupos sociales implicados en dichas acciones (Gómez Suárez, 2001).

EL ESTUDIO DE LA PROTESTA Y LA MOVILIZACIÓN SOCIAL EN AMÉRICA LATINA

Los investigadores latinoamericanos suelen definir la acción colectiva con distintos matices, de acuerdo con toda una amplia gama de teorías sociales desde donde se le aborda, desde las funcionalistas hasta las desarrolladas por la sociología de la acción (Múnera, 1998).
A partir de su revisión sobre diversas corrientes teóricas y trabajos empíricos en el tema, Múnera Ruiz establece que toda acción colectiva tiene tres dimensiones, resaltadas individualmente por las diversas corrientes que la estudian, a veces de manera positiva y a veces negativa según cada paradigma: la racionalidad instrumental, que permite el cálculo de costos y beneficios propio de toda práctica social; lo simbólico-afectivo que le otorga significado a la acción por lo que ello significa para los actores; y el sentido de acuerdo con determinados valores que orientan la praxis (Múnera, 1998).
El estudio de las acciones colectivas contestatarias organizadas por los sectores populares ha fluctuado en América Latina entre posturas cercanas a las teorías sociales y posturas más pragmáticas; entre estas últimas algunas hacen un uso amplio del término, aceptando como tales acciones a todo el conjunto de luchas, organizaciones, asociaciones e incluso partidos que encarnan diversas prácticas sociales colectivas de las clases dominadas, mientras que otras prescriben un uso restringido del término a aquellas prácticas sociales ajenas a la competencia por el ejercicio del poder estatal (Múnera, 1998).
Remitiéndonos al modo como han sido realizados los estudios latinoamericanos sobre el tema de la acción colectiva contendiente, durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX predominaron los análisis de la movilización social y política vivida en diversos países de América Latina en décadas anteriores, utilizando los enfoques de la “sociedad de masas”, los cuales bajo la influencia general de la teoría de la modernización entendían la movilización urbana como una acción básicamente anómica y desorganizada (Tanaka, 1995).
Desde mediados de las décadas de los sesenta y durante los setenta predominaron para el estudio del tema los enfoques orientados por el marxismo estructuralista francés, de acuerdo con el cual las movilizaciones sociales eran comprendidas como expresiones de la acción de clase, tanto del proletariado como del campesinado. En la década de los ochenta, esas teorías entraron en crisis al no resultar suficientes para comprender las nuevas formas de acción colectiva popular que emergieron a lo largo de América Latina, mediadas por nuev...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Página legal
  4. Contenido
  5. Prólogo
  6. Introducción
  7. Capítulo 1: SOBRE POLÍTICA CONTESTATARIA EN SALUD PÚBLICA: LO QUE SE HA DICHO
  8. Capítulo 2: UNA POSTURA PERSONAL EXPLÍCITA ANTE EL TEMA: EL ENFOQUE HEURÍSTICO Y LAS ESTRATEGIAS METODOLÓGICAS
  9. Capítulo 3: INCIDENTES VISIBLES DE UN ASUNTO SECUNDARIO, 1974-1982
  10. Capítulo 4: LOS GRANDES INVISIBLES OLVIDADOS, 1983-1997
  11. Capítulo 5: EL INMÓVIL TIEMPO DEL SILENCIO A VOCES, 1998-2004
  12. Entre el asalto, la epidemia y el comunicado: una nueva protesta por vacunas, 2002-2004
  13. Capítulo 6: LA HUELLA Y EL CAMINO: REFLEXIONES FINALES
  14. CONCLUSIONES
  15. REFERENCIAS
  16. Lista de artículos consultados en periódicos, sin identificar el autor, ordenados cronológicamente
  17. Cubierta posterior