Surcar el mar sin que el cielo lo sepa
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Surcar el mar sin que el cielo lo sepa

Lecciones sobre el cambio terapéutico y las lógicas no ordinarias

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Surcar el mar sin que el cielo lo sepa

Lecciones sobre el cambio terapéutico y las lógicas no ordinarias

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Para el ser humano, estar en contradicción es una regla, no una excepción. ¿Cuántas veces nuestras emociones nos empujan a hacer algo que es incoherente con nuestro modo de actuar habitual? Con la publicación hace más de 20 años de El arte del cambio, Giorgio Nardone introducía la paradoja, la creencia y la contradicción –las lógicas no ordinarias- como elementos para seleccionar la estrategia más adecuada en la resolución de patologías de tipo individual, grupal o empresarial.

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Información

Año
2012
ISBN
9788425429712

CAPÍTULO 1

LÓGICA NO ORDINARIA

[…] para volver es necesario partir, la parada necesita del movimiento, el liberar necesita al retener, porque cada uno nace del otro, entonces hablad para el silencio, mutad para conocer lo inmutable, vaciaros para poderos saciar. De momento en momento la mente engaña a la mente y los pensamientos indican con claridad el pensamiento. La vía de salida está en el interior, la vía de acceso en el exterior. A través está en el medio. Agarrad ambas por la mitad y abridlas de par en par o cerrad las puertas de la mente.
La mente colmada coincide con la mente vacía.
R. GRIGG, El tao de las relaciones entre hombre y mujer
No tenemos manera de aferrar el mundo exterior sino es a través de los sentidos, de los cuales podemos recibir imágenes constantemente engañosas; sin embargo, aunque viésemos el mundo del todo correctamente, no tendríamos manera de saberlo.
E. VON GLASERSFELD, Radical constructivism
La lógica no es otra cosa que el método a través del cual el hombre, desde siempre, aplica sus propios conocimientos, resuelve problemas, alcanza objetivos, de modo que es el puente entre teoría y aplicación directa. La mayoría de los modelos de psicoterapia pasa de la teoría a la práctica sin recordar que entre los teoremas y la aplicación directa existe un agujero que llenar; esto ocurre solamente a través de un modelo lógico. La lógica es lo que nos permite construir un modelo aplicativo de la teoría a la práctica; por lo tanto, no sólo pura teoría por «encima de la observación empírica», sino una cosa que debe producir a nivel empírico lo que se ha buscado comprender a nivel teórico.
La lógica ordinaria es la que tradicionalmente se puede resumir en conceptos como «verdadero/falso» o «tercero excluido» de Aristóteles en adelante, en los principios de «no contradicción», de «coherencia interna» y de «congruencia de los modelos lógicos». La lógica ordinaria, en otras palabras, es nuestra costumbre de discriminar las cosas a través de la negación –«Si no es, es. Si es, no es»– , a través del reconocimiento asociativo –«Si pertenece a esta categoría, tendrá las características de esta categoría»–, a través de los silogismos –«Si pertenece a esta clase significa que tiene todas las características de esta clase»–, a través del principio de no contradicción –«Si es así, no puede ser lo contrario»–, a través del principio de coherencia –«Las cosas han de ser coherentes o han de tener un hilo de conexión lineal»–, a través de la congruencia –«Dentro de un sistema ha de haber un nexo congruente entre sus componentes»–.
Pensemos cuántas veces utilizamos las fórmulas negativas «No hacer», «No decir», sencillamente porque estamos acostumbrados a un tipo de lógica en la que el «no» es un fuerte discriminante, aunque empíricamente se ha demostrado que no sólo es ineficaz sino también contraproducente cuando se quiere persuadir a alguien de algo. Continuamos utilizando este tipo de lógica sencillamente porque forma parte de nuestra idiosincrasia cultural. Si esto funciona cuando analizamos fenómenos lineales, los fenómenos de causaefecto, cuando vamos a aplicarlo a fenómenos complejos como la dinámica entre la mente y la mente o, como sugería Gregory Bateson, entre la mente individual y la mente colectiva, ya no encaja porque para el ser humano el estar en contradicción es una regla, no una excepción. ¿Cuántas veces nuestras emociones y nuestras sensaciones nos hacen hacer algo que no es coherente con nuestro habitual modo de actuar? Lo mismo vale para la congruencia: muchas veces nuestras reacciones no son congruentes con nuestras acciones.
Cuando hablamos de lógica no ordinaria ya no podemos hacer referencia a procesos puramente cognitivos de racionalización de las elecciones, de las decisiones y de las acciones, como haría, en cambio, la lógica ordinaria, precisamente porque cada uno de nosotros, como nos indica Gödel, es parte del sistema y no puede controlar el sistema desde su interior (Gödel, 1961). En nuestra relación con la realidad tendemos a ser lineales, autorrecursivos, precisamente en virtud de las experiencias o de las creencias que se han estructurado, motivo por el cual ninguno de nosotros puede tener un conocimiento puro. Como dirían ciertos filósofos, esto solamente sería posible en el momento en que venimos al mundo, es decir, cuando teóricamente seríamos una especie de «tabula rasa», si naturalmente no consideráramos la vida en embrión. No podemos infravalorar, como diría Jung, las idiosincrasias culturales, o sea lo que nos es transmitido (Jung, 1975). La posibilidad de un conocimiento puro de la realidad deriva sencillamente de la necesidad y de la habilidad de los seres humanos en encontrar explicaciones, incluso reductivas, a las cosas del mundo cuando son inexplicables, y de tomarlas por verdaderas porque necesitan tranquilizarse. En El instinto de la causa, Nietzsche escribe: «Cuando no se tiene ninguna explicación, se escoge una que sabemos que es falsa, pero nos comportamos como si fuera verdadera porque nos tranquiliza» (1994). Hemos de partir del presupuesto de que, al ser nosotros el instrumento cognoscitivo de nosotros mismos, ya estamos contaminados y, en el acto del conocer, contaminamos todo aquello que conocemos. Si, todavía con Heisenberg, el hombre de ciencia mientras observa una cosa la influencia, esto aún vale más para los seres humanos en relación con la propia realidad (Heisenberg, 1958).
Somos continuamente «no ordinarios» y desafío a cualquiera a que encuentre en su propia vida un ejemplo de aplicación –desde mi punto de vista, imposible– de lógica puramente ordinaria, sin ambivalencias; es dificilísimo encontrar alguna cosa que funcione sin que detrás exista un autoengaño. Pensemos en la matemática: el estupor de los seres humanos es que dos y dos son cuatro, cinco por cinco veinticinco. Todo vuelve. Lo creo, lo he construido yo para que volviese; es un autoengaño sublime que como todos los autoengaños puede tener una función, una eficacia operativa. «Estoy enamorado» es el más sublime de los autoengaños.
Todo es autoengaño. En Guardarsi dentro rende ciechi, una selección de fragmentos seleccionados por Paul Watzlawick recientemente publicada (2007), hay una bellísima conferencia que lleva por título La ilusión de la ilusión que termina de este modo: «No existe ninguna ilusión, porque sólo existe ilusión». Por lo demás, pensemos en Hermann Hesse con el pequeño teatro para locos descrito en su libro El lobo estepario (1927). De la ilusión no se sale. La lógica del autoengaño, que es un fenómeno oscuro y por ello durante siglos ha estado refugiado en los secretos de la lógica lineal, en los últimos treinta años ha vuelto a la palestra porque, al empezar a estudiar con mayor pulcritud metodológica y epistemológica la relación entre la persona y su realidad, ya no se ha podido eludir el hecho de que tendemos a alterar la realidad que percibimos y a construir constantemente la realidad sobre la base de nuestros autoengaños. Tenemos ejemplos continuos de ello: me levanto por la mañana y he dormido mal, cada mínimo acontecimiento resulta fastidioso por efecto de lo que he experimentado anteriormente; es un autoengaño. Puedo ser un paranoico y pensar que todos la han tomado conmigo, miro a mi alrededor y constantemente encuentro pruebas de ello; es un autoengaño. Puedo ser un exaltado, pensar que soy capaz de hacer cosas extraordinarias y me convenzo continuamente de ello incluso en los mínimos detalles: si mientras bajo las escaleras, tropiezo y mantengo el equilibrio, soy un funambulista. También se autoengaña una persona que no se da cuenta de que su pareja la está traicionando, cuando todos excepto ella lo saben. El autoengaño es un don natural que nos protege de las cosas que nos dañan; es algo positivo pero que, si se abusa de él, puede resultar patógeno. Pensemos en el miedo que, negativo en apariencia, es en realidad nuestra sensación más primitiva, la más sana que tenemos; aquel mecanismo fisiológico que detona, gracias a ciertas percepciones, las activaciones del organismo que nos hacen mejores. Sin el miedo no haríamos nada. Todos sabemos que la ansiedad, su correspondiente en términos puramente fisiológicos, sigue una curva por la que, hasta un cierto punto, nos vuelve mucho más eficaces; cuando supera el umbral es cuando nos vuelve incapaces. El autoengaño, por lo tanto, no es algo que hay que denigrar como quisieran hacer los cognitivistas y todos aquellos que piensan en virtud de la ilusión del control racional; el autoengaño es un don que hemos de utilizar, dado que no lo podemos evitar.
La tradición interaccional-sistémica ha estudiado las ambivalencias lógicas en la comunicación e introdujo el constructo de doble vínculo, entonces identificado con la paradoja lógica, o un mensaje que transporta un contenido y su contrario. Ya los estudios de Gregory Bateson, John Weakland y Don D. Jackson sobre la etiología de la esquizofrenia (1956) resaltaban que el paciente esquizofrénico podía ser «construido» como tal a través de la redundancia de una comunicación paradójica en las dinámicas de su familia. Watzlawick y otros fueron los primeros en llevar al campo de la Psicoterapia y de la Psicología el estudio de los niveles lógicos de Bertrand Russell (Whitehead, Russell, 1910-13), es decir, la lógica más refinada. Al estudiar las ambivalencias de la comunicación y las ambivalencias en las respuestas de las personas, llegaron a constituir precisamente la lógica de la paradoja, que se convirtió en uno de los conceptos básicos del enfoque estratégico tradicional. El fenómeno de la paradoja comunicativa con uno mismo, con los demás y con el mundo es el fundamento de la etiología de las patologías psíquicas más graves y, al mismo tiempo, el fundamento de la estructura de las intervenciones terapéuticas. Sin embargo, aún se hablaba en términos de paradoja y no de autoengaño; este último, en efecto, es el mecanismo más primitivo en el que está incluida la paradoja como nuestro autoengaño; pero no sólo esto. Cuando dentro de mí siento una cosa y al mismo tiempo su contrario –«le amo y le odio»– es una paradoja, así como cuando deseo una cosa y la temo al mismo tiempo. Sin embargo, cuando pienso que es correcto actuar de un modo pero luego hago lo contrario, o cuando realmente creo mucho en una cosa que todas mis acciones van dirigidas a confirmar mi creencia, o aún, cuando un cierto pensamiento, repetido en el tiempo, y precisamente al repetirse se convierte en verdadero, no estamos en presencia de paradojas.
Es, entonces, posible construir subgrupos, subclases dentro de la lógica del autoengaño. Con este empeño, como veremos, hemos puesto a punto estratagemas terapéuticas no ordinarias para la mayoría de las patologías más importantes y protocolos de tratamiento relacionados. La idea es que si no he metabolizado los criterios de lógica no ordinaria, no seré capaz de aplicarlos, ni tan siquiera cuando estén prescritos a través de protocolos a seguir; esto en particular cuando tengo que utilizar técnicas incisivas. Conocer los diferentes criterios de lógica no ordinaria y el funcionamiento de dicha lógica, en consecuencia, resulta fundamental para un terapeuta estratégico. Obviamente, si un paciente nos trae lúcidamente la descripción de su problema y podemos negociar con él lúcidamente la solución, pasamos enseguida a la indicación directa y no tenemos necesidad de la lógica no ordinaria. El problema es que en mi experiencia, entre más de diez mil casos, quizás unas diez personas pertenecían a este tipo. Cierto, es posible que desde hace veinte años sólo vea «pacientes extremos»; sin embargo, si analizamos la mayoría de las denominadas patologías, vemos que funcionan sobre la base de criterios no ordinarios. Raramente se encuentra una patología que se funde en una lógica ordinaria. El paranoico que ha de defenderse de la agresividad de los demás, que tiene miedo de la mafia porque ha recibido una amenaza, utiliza una lógica aparentemente ordinaria, pero en su percepción cualquiera es un mafioso que lo espera en el portal de su casa; por lo tanto, después de las ocho de la noche ya no puede salir, porque teme ser víctima de un atentado mafioso. Se entra en otro nivel lógico: una obsesión fóbica se transforma en creencia que construye la realidad percibida y que conduce a la reacción patológica. Como sugiere Pinel (1991), quizás «la lógica es restringida pero es la premisa la que es errónea».
Para intervenir de modo eficaz sobre esta realidad se hace, pues, necesaria una lógica que encaje con la estructura y que sea capaz de reorientar el sentido en la dimensión de su gestión funcional. O sea, de transformar el autoengaño de disfuncional en funcional.

LÓGICA ESTRATÉGICA

Oscar Wilde escribe: «Para conocer la verdad se necesita imaginarse una miríada de falsedades. Porque, ¿qué es la verdad? Para la religión es sencillamente una opinión superviviente. Para la ciencia, es el último descubrimiento sensacional. Para el arte, es nuestro último estado de ánimo» (Wilde, 1986).
Esto para indicar, sin volver demasiado hacia atrás en el tiempo y refirién...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Cita
  4. Índice
  5. Introducción
  6. Capítulo 1. Lógica no ordinaria
  7. Capítulo 2. Autoengaños e interacciones
  8. Capítulo 3. Cambio
  9. Capítulo 4. Cambio y lenguaje realizativo
  10. Capítulo 5. Aprendizaje
  11. Capítulo 6. Las lógicas de la ambivalencia
  12. Capítulo 7. Constructos operativos, estratagemas terapéuticas
  13. Capítulo 8. Estratagemas terapéuticas: ejemplos clínicos
  14. Bibliografía
  15. Notas
  16. Más información