Amor, el porvenir de una emoción
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Amor, el porvenir de una emoción

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Amor, el porvenir de una emoción

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¿Podemos afirmar hoy, en vista de los avances de la biología y de la ingeniería genética, que el ser humano depende del amor, de amar y de ser amado, del mismo modo en que su naturaleza animal le lleva a depender del alimento físico para poder sobrevivir? ¿Se puede justificar racionalmente la creencia de que, como dijo Erich Fromm, «la humanidad no podría existir ni un solo día sin amor»? Esta pregunta acerca de la necesidad absoluta de dicho sentimiento, sobre si es constitutivo de la existencia del ser humano como tal y supone por lo tanto una necesidad ontológica, formará el núcleo del presente ensayo.

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Información

Año
2012
ISBN
9788425429002

1. Generatividad e individualidad

El punto de partida y el punto final de nuestra reflexión en este ensayo va a ser la vida humana según está situada en la cadena de las generaciones. Nos proponemos investigar y comprobar los vínculos y conexiones entre el mundo histórico y civilizador de los valores, por una parte, y el carácter cíclico natural de la vida humana, por otra. En este contexto intentaremos determinar en qué medida pueden fundamentarse y justificarse racionalmente estas conexiones. También se trata de interpretar las estructuras naturales de la generatividad en el horizonte de valores civilizadores fundamentales y de interpretarlas estéticamente en este sentido. Para ello, partiremos asimismo del supuesto de que el amor es el fundamento y la causa final de todos los valores civilizadores y que en este sentido es el valor supremo.
Como mostraremos más adelante, la generatividad humana está estructurada de forma dialéctica. Su principio estructural es —dicho en términos de Hegel— la identidad de la identidad y de la diferencia. Esta fórmula que puede resultar algo críptica tiene aquí el siguiente significado concreto: la generalidad global del género, aquello a lo que nos referimos mediante el concepto de «humanidad» está, en el caso del ser humano, mediado por su contrario, por la oposición entre cada uno de los individuos singulares. En el caso de los animales y las plantas, por el contrario —esta es nuestra tesis—, no se da dicha oposición entre el individuo y el género. El animal y la planta viven la vida de su especie: en el caso del animal, la identidad del género engulle casi por completo la individualidad. Por ello, en la existencia animal no existe la universal esfera de mediación y sociabilidad que fundamenta la vida social de los seres humanos. Así, si bien es cierto que en el reino animal existe el erotismo, no existe el amor, pues este presupone individuos singulares que al mismo tiempo sean conscientes de su singularidad: aun cuando en el reino animal se den casos de formación de parejas de por vida, se trata de un rasgo característico de toda la especie y no significa que los miembros de la pareja se aprecien en su individualidad y singularidad, y que en este sentido estén unidos el uno al otro por amor.
El principio dialéctico de la identidad de la identidad y de la diferencia —acompañado de la individualidad inmemorial del ser humano— subyace por consiguiente a nuestro punto de vista tras el hecho de que nosotros, para entender las estructuras de la generatividad humana, tengamos que postular necesariamente la existencia de tres generaciones: en el caso de los animales y las plantas, basta, por el contrario, —como en la genética de Mendel o en el darwinismo— con suponer dos generaciones, la simple interacción entre ascendientes y descendientes; en el caso del ser humano tenemos que suponer una generación de los abuelos o los ancianos, otra de los adultos o intermedia y por último, una de los jóvenes, los niños y los adolescentes.
Pues, en el nexo entre las generaciones humanas, cada generación del presente y en consecuencia todo ser humano particular es en primer lugar un ser reflejado que, en cuanto Existente para sí, recibe la vida de sus ascendientes para, en segundo lugar, en calidad de Ser-para-otros, entregarla a sus hijos, a sus descendientes; y ello de una manera que él, en tercer lugar, se identifica consigo mismo como tal, como personalidad individual, en este recibir y dar vida. En esta dinámica de recibir y dar vida, están dispuestos de igual manera en el nexo entre las generaciones —como mostraremos— los principios civilizadores de la libertad individual, el principio de la responsabilidad y el principio de la justicia de forma arcaica. En este sentido, son aspectos de un amor que existe a través de los seres humanos y se manifiesta en las generaciones. Podemos matizar entonces la tesis central de este estudio en el sentido de que, desde nuestro punto de vista, la realidad del amor se manifiesta en la estructura triplicitaria de la generatividad humana. Desde esta perspectiva, es en la estructura triplicitaria de la generatividad humana donde se hace al mismo tiempo evidente y palpable, como naturaleza sensible, la causa originaria metafísica a partir de la cual existe la vida humana. Pues esta estructura triplicitaria implica que en el caso del ser humano no tengamos más remedio que suponer una generación intermedia entre los abuelos y los hijos, que fundamenta una esfera de mediación social universal —tanto intergenerativa como intersubjetiva—. En este contexto basta con aludir al fenómeno de la paternidad / maternidad y de la procreación para evidenciar que las relaciones intergenerativas no pueden desligarse de las intersubjetivas: pues, si la cadena de las generaciones se reproduce, por decirlo así, en sentido vertical hacia el infinito, habrá que incluir siempre, en sentido horizontal, la esfera de la mediación social. Las relaciones intergenerativas y las relaciones intersubjetivas —la vertical y la horizontal— conforman, por tanto, un solo proceso complejo.
Por lo demás, para nosotros resulta esencial poner de manifiesto que la forma en la que el ser humano supera la oposición que le es inherente entre Ser-para-sí y Ser-para-otros y en la que —prosiguiendo— restablece su integridad, es la forma originaria de la reflexión que él encuentra en su Otro. Si partimos, como lo hacemos aquí, de que la estructura triplicitaria de la generatividad humana posibilita esta reflexión, la única en la que el ser humano se encuentra a sí mismo confrontándose de manera creativa con su Otro, podemos decir entonces que esa estructura representa el fundamento que posibilita la existencia histórica del ser humano. La generatividad humana está, por tanto, estructurada de forma triplicitaria en la medida en que el ser humano está constituido por naturaleza como una existencia histórica. La triplicidad de la generatividad humana es por ello, a nuestro juicio, en última instancia el fundamento que posibilita la cultura humana, que halla su consumación en una trabazón última de amor, individualidad y belleza.

2. El ser humano en la época de su reproductibilidad en la ingeniería genética

Amor no es solo una palabra que posee un equivalente en las lenguas de todas las culturas, sino también un término que designa numerosos fenómenos; y si entramos en una biblioteca y consultamos en un diccionario la entrada «amor», nos ocurre algo parecido a aquel fenómeno que deambula por la filosofía ya desde los inicios del pensamiento occidental presentándose con el nombre de «tiempo»: como ya subrayó Agustín, todo el mundo parece conocer de forma inmediata un sentido coherente de la palabra «tiempo». Y sin embargo, nos topamos con un completo hervidero de tiempos distintos acerca de los cuales han reflexionado los filósofos; tiempos que, como es de suponer, abarcan a la vez todos los aspectos de un solo tiempo. Como en el caso del hervidero de tiempos, nos topamos con toda una mezcolanza de amores cuando preguntamos expresamente qué es el amor; aparecen fenómenos en los que el amor, como tal, se despliega y diferencia, fenómenos que seguramente no son más que manifestaciones distintas de un solo amor. Ya en el lenguaje más cotidiano se habla del amor erótico, del amor platónico, del amor materno, paterno e infantil, e incluso hablamos de un amor libre, auténtico o de un gran amor; el cristianismo conoce además de los mencionados el amor al prójimo, el amor a Dios y el amor divino; el patriota, por el contrario, habla del amor a la patria, mientras que el amante del arte preferiría dar su vida por sus obras queridas; Freud habla de amor cohibido en su objetivo, el francés de amour fou; y la filosofía conoce además un amor como el Eros, que domina el universo en su conjunto; Aristóteles habla de un amor efectivo en cuanto amistad (agape, philia); Pascal enseña el amor como fundamento del conocimiento del mundo y Spinoza conoce un amor que es el fundamento del conocimiento de Dios, por solo mencionar algunos ejemplos.
A la vista de esta situación muy complicada desde el punto de vista científico, podría parecer que la forma de proceder más oportuna y adecuada fuera la de sistematizar, clasificar y jerarquizar todas estas formas diferentes de amor como si se tratara de tipos de una especie; de las formas «superiores» (por ejemplo, el amour fou de los franceses) podrían deducirse entonces las demás, que aparecerían como formas subordinadas en un sentido histórico y sistemático. Sin embargo, uno no puede menos de constatar que en el amor se halla al mismo tiempo algo que se opone a tal delimitación del «objeto» que él mismo constituye: comparable a un animal que no se deja capturar ni retener, en el amor hay algo que rompe los límites, algo desmesurado que emana del carácter procesual, del fluir, rebosar y correr de la vida. En la esencia del amor yace algo que se resiste a cualquier determinación, a cualquier estancamiento; no se puede fijar dentro de un determinado patrón cualitativo, y precisamente por eso no puede controlarse, forzarse ni manipularse. Ya en el Cantar de los Cantares (2, 7) se dice:
—Yo os conjuro,
Hijas de Jerusalén,
Por las gacelas, por las ciervas del campo,
No despertéis, no desveléis al amor,
Hasta que le plazca.14
Ahora bien, el mero hecho de que el amor se resista a cualquier determinación y control ya puede considerarse como un indicio de que pertenece desde su origen al proceso del avance permanente, de la autotranscendencia de una vida que, a su vez, no está nunca quieta o que no puede detenerse ni determinarse. Con ello nos encontramos ante el siguiente problema: queremos indagar si es posible defender racionalmente la creencia según la cual «la humanidad no podría existir un solo día sin el amor», puesto que el amor representa nada más y nada menos que «la única solución razonable y satisfactoria del problema de la existencia humana» (Fromm). Pero el amor, cuya existencia objetiva como fuerza creativa queremos demostrar, adopta infinitas formas y se opone a cualquier objetivación, pues trasciende de inmediato toda determinación específica y finita.
Pero, si esto es así, podríamos invertir nuestra pregunta en relación con la existencia objetiva del amor. Pues, aunque el amor no pueda determinarse ni objetivarse, su necesidad objetiva, ontológica, podría consistir precisamente en el hecho de que lo concebimos como una fuerza que resulta ser constitutiva para el continuo avance de la vida humana. Preguntémonos entonces: ¿cómo tendría que ser un amor del que podría decirse que fundamenta la autotrascendencia de la humanidad y que, por tanto, es responsable de que al ser humano se le abra en todo momento un futuro? Un amor que, por consiguiente y dicho con mayor precisión, sea responsable de que no se extinga la humanidad.
Al parecer existe solamente una forma de amor a la que puede atribuirse esto al pie de la letra: debe ser, pues, una forma que trascienda la muerte. Y no parece del todo disparatado, cuando menos a primera vista, el hecho de poner un amor que trascienda la muerte y que por ello permita una continuidad de la vida del género en relación inmediata con el fenómeno del nacimiento. Pues, a fin de cuentas, habrá que partir del supuesto de que son la procreación y la multiplicación las que en primer lugar aseguran en el futuro la pervivencia de la humanidad como género. Solo donde nace vida nueva el ser humano tiene futuro. Sin la multiplicación continua, sin el engendramiento de vida nueva se cortaría directamente la cadena de las generaciones que se prolonga potencialmente hacia el infinito. Y en la medida en la que la multiplicación de los seres humanos se inicia en un acto del que en la Edad Moderna responde el término sexo, parece legítimo conferir al amor una superación de la muerte, al identificarlo directamente con la sexualidad y la procreación. Conforme a ello, el amor sería aquello que inicia un proceso que compensa una y otra vez las muertes con los nacimientos.
Mas ¿es verdad que un amor de esta índole, concebido de manera puramente biológica, que obviamente ya se manifestaría sin más en el caso de los animales, pueda considerarse como un amor sin el cual —como dice Fromm— la humanidad no podría sobrevivir ni un solo día? ¿Podría representar una necesidad existencial? Parece que puede negarse rotundamente esta pregunta, y más en tiempos de la tecnificación de lo viviente. Según Martin Heidegger, «el ser humano, en verdad, ya no se encuentra hoy en ningún lugar consigo mismo, es decir, con su esencia»15 si no es en la técnica. Y ello puede decirse en particular, según parece, de la ingeniería genética. Cuando se concibe el amor de un modo puramente biologista, la creencia de que la humanidad no podría existir un solo día sin el amor, puesto que este representa nada más y nada menos que «la única solución razonable y satisfactoria del problema de la existencia humana», parece más bien hacerse pedazos ante la posibilidad de la tecnificación de lo viviente, como pone de manifiesto precisamente la clonación. En la oveja clonada Dolly se hace evidente la triste realidad de que, al parecer, el proceso biológico de la procreación también puede llevarse a cabo sin la intervención activa del Eros, sin la unión de lo femenino y lo masculino. En la medida en que, después de todo, es probable que un día incluso pueda realizarse la clonación del ser humano, parece que con ello se cierra la posibilidad de entender el amor entre hombre y mujer como el único origen de la vida humana, eso sí, siempre y cuando se conciba el amor de forma puramente biologista como procreación de vida. En la oveja clonada Dolly —precisamente la oveja, el cordero: el símbolo cristiano más antiguo— en cierto modo se hace posible lo imposible, a saber, un nacimiento virgen de augurios diabólicos. Probablemente, ha de verse en este contexto el hecho de que la aparición de la ingeniería genética en el Occidente judeocristiano haya provocado un shock civilizador, así como agrias controversias.
El shock provocado por la ingeniería genética —aunque solo sea porque es posible— parece originarse en la pérdida de un fundamento primigenio. Pues aquello que el hombre pierde en la ingeniería genética en relación con su fundamento primigenio no es otra cosa que la naturaleza que se había considerado como inmemorial. A su vez, esta naturaleza que se retrae obviamente no es aquella de la que habló Heidegger siguiendo a Kant, cuando dijo que se podía entender la naturaleza en términos fenomenológicos como una cosa más entre otras, como un «ente con el que nos encontramos dentro del mundo» y que «se descubre en diferentes caminos y escalas».16 Pues la naturaleza con la que tiene que vérselas la ingeniería genética no puede concebirse únicamente como materia de conocimiento científico o materia prima de la producción industrial. La naturaleza que amenaza con escaparse, con hurtarse a los hombres en la ingeniería genética, es más bien directamente su propia naturaleza. Se trata de una naturaleza a partir de la cual el ser humano se comprende a sí mismo como tal, como ser corporal, como subjetividad encarnada. Por tanto, en ultima instancia se hace patente en la reverberación de la ingeniería genética que el ser humano es un trozo de naturaleza que se realiza entendiéndose a sí misma como tal; y se hace evidente que la naturaleza que lo rodea exteriormente es también en parte su naturaleza interior y con ello parte de su existencia como cuerpo y alma. Ya solo el hecho de que se pueda decir «naturalmente» en lugar de «por supuesto» demuestra hasta qué punto las estructuras de la naturaleza han penetrado en la autoconcepción humana.
Y en efecto: a partir del hecho de que el hombre es la naturaleza que se realiza entendiéndose a sí misma como tal, se hace inmediatamente evidente por qué la mera posibilidad de la tecnificación y sustitución de esta naturaleza representa ya una pérdida de la autoconcepción humana. La mera posibilidad de la tecnificación de lo viviente arroja a un abismo los fundamentos naturales de la comprensión humana. Es de este abismo de donde emergen seres quiméricos sumamente reales y al mismo tiempo extravagantes como, por ejemplo, aquel ratón manipulado por la ingeniería genética, en cuya espalda fue implantada una oreja humana —seres que más bien parecen salidos de una pintura del Bosco o de una interpretación freudiana de los sueños antes que de un laboratorio de medicina.
La doctrina cristiana, según la cual junto con la caída del ser humano cayó también la naturaleza, parece encontrar, en cierto modo, un ejemplo altamente ilustrativo en el ratón del Bosco con su oreja humana en la espalda. No es casualidad que esta imagen de una naturaleza desvinculada de lo absoluto como origen, que se ha hecho real, una imagen como la que suscita la ingeniería genética con ratones del Bosco u ovejas clonadas, vaya también acompañada del miedo a la pérdida total de lo humano; y ello con toda independencia de que se proscriba a escala mundial la clonación de seres humanos: lo que aterroriza a los hombres quizá no sea la realidad de la ingeniería genética, sino el hecho psicológico de que,...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Dedicatoria
  6. Introducción
  7. 1. Generatividad e individualidad
  8. 2. El ser humano en la época de su reproductibilidad en la ingeniería genética
  9. 3. Salir más allá de sí mismo
  10. 4. El límite o el animal que se da un ejemplo
  11. 5. Unidad indisponible, centro compartido
  12. 6. El mecanismo de reloj de las generaciones
  13. 7. Imagen especular del mundo
  14. 8. Amor y enamoramiento
  15. 9. Más que una imagen en la piel de un animal
  16. 10. Espectro de una llama muerta
  17. 11. Eterno retorno
  18. 12. Esencia
  19. 13. Concepto
  20. 14. Más allá de la autonegación y la autoafirmación: la voluntad
  21. 15. Balanza del tiempo
  22. 16. Playas de la vida
  23. 17. Sombra de la muerte
  24. 18. Edad de la vida
  25. 19. El tiempo del mundo
  26. Epílogo: Amor, el porvenir de una emoción
  27. Índice de siglas
  28. Notas
  29. Información adicional