¡Aquí estoy! ¿Tú quién eres?
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¡Aquí estoy! ¿Tú quién eres?

Proximidad, respeto y límites entre niños y adultos

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Proximidad, respeto y límites entre niños y adultos

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Información del libro

Los padres perfectos no existen. Todos tenemos en ocasiones comportamientos erróneos o irracionales. Somos seres humanos, cada cual con sus deseos y sus necesidades, que pueden entrar en conflicto con los de las personas a las que queremos. No hay nada malo en ello, y hay que aceptar el hecho de que toda convivencia supone algún que otro conflicto y alguna negociación. Sin embargo, hay límites que no se deben traspasar en la relación con los demás: los hijos deben aprender a reconocerlos, porque es para ellos una ocasión para crecer y madurar, y los padres deben enseñarlos.

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Información

Año
2012
ISBN
9788425428968
Categoría
Education

1. ¿Quién decide?

En la familia deciden los padres; en la guardería, el centro preescolar y la escuela en general, deciden los adultos. Los niños disfrutan de un montón de saberes vitales, pero no saben lo suficiente de la vida y del mundo y no son suficientemente maduros para asumir el liderazgo. Para los niños, sin duda alguna, lo mejor es que decidan los adultos.
Naturalmente, es importante lo que deciden los padres; y todavía es más importante, para la salud y el bienestar de los niños, cómo lo deciden: si de un modo autoritario o democrático, con rigidez o flexibilidad, según el humor del momento o de una manera coherente.
Igual que los adultos, los niños se sienten perfectamente cómodos cuando las decisiones, a ser posible, son internamente coherentes. Pero esto presupone, ante todo, que los padres tengan muy claro cuáles son los valores sobre los que quieren fundar su familia. Somos en parte conscientes de nuestros valores y en parte no lo somos. Los formulamos raras veces, pero los expresamos continuamente con nuestras palabras y nuestras acciones:
  • Los niños deben aprender a obedecer a sus padres, porque solo estos saben qué es lo mejor.
  • En una sociedad democrática, los niños deben participar en las decisiones que les conciernen.
  • Lo más importante es que los niños aprendan a creer en Dios.
  • Lo más importante es que los niños aprendan a respetar a los demás.
  • Lo más importante es que los niños aprendan a creer en sí mismos.
  • Lo más importante es que los niños aprendan a respetar la naturaleza.
  • Lo más importante es que vayan bien en la escuela.
En la generación de nuestros padres, la mayor parte de valores en que se basaba la educación de los hijos era de naturaleza moral o religiosa, y los padres no tenían dudas sobre lo que era justo y lo que no lo era. Desde entonces nuestros conocimientos han crecido mucho, conocemos mejor la personalidad infantil y estamos en condiciones de decir con mayor precisión cuáles son las condiciones favorables a su desarrollo. Lo que nuestros padres y abuelos consideraban bueno o justo en la educación infantil ha pasado a ser, en gran parte, un error.
Los padres actuales, que han de tomar decisiones en nombre de los hijos, se hallan frente a una tarea difícil. Que ellos decidan es una cosa, otra es si con sus decisiones crean también las mejores condiciones para el desarrollo de sus hijos. Esto quiere decir que los padres han de renunciar a gran parte de su poder tradicional, aunque sin dejar caer de sus manos las riendas de la situación. Se trata de una tarea extraordinariamente ardua, y pocos son los padres que puedan sin más llevarla a cabo. Hay que aprenderla juntamente con los hijos, a medida que van creciendo.
Este proceso de aprendizaje, que presupone reciprocidad e intercambio, produce inevitablemente conflictos y frustraciones. Ambas partes se sentirán de vez en cuando molestas, insatisfechas o airadas; y es normal que así sea. Los conflictos entre padres e hijos no significan que los padres no están a la altura de la tarea que les incumbe; al contrario, son útiles porque en el conflicto ambas partes aprenden siempre alguna cosa. Pero, en una familia sana, los padres deben atribuirse la responsabilidad de los conflictos. Echar la culpa a los hijos es irresponsable y solo lleva a nuevos conflictos, aún más destructivos.

2. Poder

Cuando se trata de la convivencia cotidiana con los hijos, la mayor parte de los padres piensa ante todo en el amor, el cuidado y la responsabilidad, más que en el poder. Pero la realidad es que los padres tienen poder sobre la vida y el bienestar de los hijos, y si se trata de los primeros años de vida el poder es incluso ilimitado. Pero también cuando los hijos se han hecho ya mayores, el poder de los padres continúa siendo verdaderamente grande.
Los padres tienen el poder en los aspectos jurídico, económico, físico y psíquico, aunque puedan sentirse impotentes. En las familias escandinavas, el abuso del poder se ejerce sobre todo cuando los padres se sienten impotentes o bien cuando, por diversos motivos, no quieren reconocerse ese poder. En otras culturas, el abuso del poder, por ejemplo bajo forma de violencia física, es considerado un comportamiento virtuoso y el ejercicio directo del poder es visto como el único comportamiento responsable.
En los países escandinavos hace ya una generación que no se acepta la violencia física como componente de la educación y de la pedagogía. Existen todavía padres que pegan a los hijos, pero por lo general se tiene ya ahora muy claro que el uso de la fuerza es nocivo, no solo para quien la sufre sino también para quien la ejerce.1 Ahora estamos lo suficientemente civilizados como para abstenernos del uso de la fuerza como instrumento para ejercer el poder. Al mismo tiempo reconocemos que, probablemente, no existe una verdadera diferencia entre la violencia física y la llamada violencia psíquica, que comprende las burlas, la crítica, el sarcasmo, las humillaciones y el hablar mal a espaldas del niño. Ambos tipos de violencia destruyen a la persona.
En los «viejos tiempos», como mucha gente dice todavía, el uso y la amenaza de la violencia hacía mucho más fácil conseguir la obediencia y el sometimiento de los niños al poder de los adultos. Los adultos establecían las normas y si los niños no las respetaban llegaban las tortas. «Mira que te doy», decían entonces los padres, y se sentían en paz consigo porque estaban convencidos de que era su sacrosanto deber enseñar a los hijos «cuál es la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal».
La violencia como instrumento educativo no genera respeto, sino miedo. No consigue que los niños entiendan la diferencia entre lo correcto y lo equivocado, sino que les enseña que, cuando se tiene poder, es justo utilizar la fuerza. No enseña a respetar los límites puestos por los adultos, sino a temer las consecuencias.2
La eliminación por principio de la fuerza en la relación entre adultos y niños ha dejado tras de sí un vacío, y todos los padres experimentan diariamente con diferentes métodos para llenarlo. Algunos recurren a principios democráticos..., y llegan las discusiones sin fin que los dejan exhaustos. Otros dejan que...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Introducción
  6. 1. ¿Quién decide?
  7. 2. Poder
  8. 3. Poder y responsabilidad
  9. 4. ¿Qué son límites?
  10. 5. ¿Hay que evitar los conflictos o hay que hacerles frente?
  11. Notas
  12. Información adicional