Comunidad pascual
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Información del libro

Este libro contiene las reflexiones, simples y sinceras, del cardenal Tagle acerca del valor de la comunidad cristiana, para contribuir a generar el amor, la fe, la esperanza y la unidad, en un mundo marcado por la desilusión, la fragmentación, la exclusión y la violencia. Tagle reformula la idea de Iglesia como comunidad y como testimonio de esperanza en el mundo. A través de historias personales y del ejemplo pastoral, muestra cómo en estas verdaderas comunidades cristianas las personas pueden hallar la paz y la plenitud anheladas.

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Sí, puedes acceder a Comunidad pascual de Tagle, Luis Antonio G. en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Teología y religión y Religión. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2016
ISBN
9788425437786
Categoría
Religión
1

Una comunidad cristiana viva
es un signo de fe
La fe cristiana ofrece una visión de la vida, una visión de la humanidad, una visión de lo que podemos llegar a ser en Jesucristo. En una época de desilusión, volvemos a nuestra fe para despertar nuestros espíritus decaídos y encontrar un renovado vigor en nuestra búsqueda de una vida más plena. ¿Qué tiene nuestra fe que ofrecer? Una buena contribución que pueden hacer los cristianos es recuperar el valor de la comunidad en un mundo dividido.
Yo he titulado este libro Comunidad pascual porque la Pascua es un tiempo especial de esperanza. La esperanza, que puede conducir a visiones y sueños, parece ser el elemento más esencial de la comunidad. La comunidad es también un poderoso signo de esperanza en un mundo hecho pedazos. Vivimos en una época y en un mundo en los que abundan signos de desesperación. Nuestra vida está marcada por la fragmentación, la exclusión, la violencia y la destrucción en las familias, las comunidades de vecinos, las naciones y todo el mundo en general. Las mujeres y los hombres de nuestro tiempo anhelan unas verdaderas comunidades, en las que puedan experimentar la paz y la plenitud. El acontecimiento pascual –el triunfo de Jesús sobre el pecado y la muerte– nos brinda una nueva oportunidad para vivir plenamente. Como pueblo pascual, esperamos poder compartir la luz de la Pascua y disipar así las tinieblas de la alienación que se han apoderado del mundo. La fe en el Señor Resucitado puede darnos un nuevo ímpetu para vivir como una comunidad. De hecho, la primera comunidad cristiana nació de la fe en el Cristo Resucitado.
Como comunidad cristiana, debemos redescubrir, recuperar y re-apropiarnos del poder de la Pascua, ese elemento fundamental de nuestra fe –esperanza en la venida de la nueva vida–, que es el símbolo más poderoso de la fe, una fe que puede transformar nuestras vidas, nuestra Iglesia, nuestra nación y nuestro mundo. Si volvemos a los relatos de la Pascua que nos ofrecen las Escrituras, veremos con renovada claridad cómo la fe en el Señor Resucitado es una fuente de comunidad.
Tras el apresamiento de Jesús en el monte de los Olivos, sus discípulos se dispersaron. El miedo los empujó sin duda a esconderse. Decepcionados consigo mismos, e incluso con Jesús, debieron de perder su antiguo afán de trabajar juntos por la liberación de Israel. La misión de Jesús había fracasado. Ellos habían fallado también a su Maestro como amigos y como seguidores. Habían perdido el rumbo. Se hallaban separados unos de otros.
¿Cómo encontraron los discípulos dispersos el camino que los llevó a juntarse de nuevo? ¿Qué fue lo que los reunió de nuevo como comunidad? Fue su fe común en el Señor Resucitado, que se les apareció. Sus palabras no fueron de condena, sino de paz. Se les manifestó no para juzgar, sino para perdonar. La comunión, hecha añicos por la infidelidad y el egoísmo, quedó subsanada y restaurada por el que ha triunfado sobre el pecado y la muerte. El Señor Resucitado los había congregado de nuevo. El haber visto al Señor, y su común profesión de fe en el Jesús Resucitado como el Cristo, los juntó como comunidad de fe.
Este re-congregarse quedó sellado por el don del Espíritu Santo, que seguiría enseñando cosas acerca de Jesús a los discípulos. Así, el Espíritu se encargaría de mantener viva la fe de los discípulos en Jesús, así como la comunión con él. Fue así como el Espíritu animó a las primeras comunidades cristianas. Y como el Espíritu ha seguido vivificando a las comunidades cristianas en todo tiempo y lugar, infundiendo fe y comunión a los seguidores de Cristo. Así como el Jesús Resucitado reunió una vez a sus abatidos discípulos manifestando el poder de la misericordia y la reconciliación por encima del fracaso y de la infidelidad humana, así también el Espíritu Santo reunirá siempre a los hombres y a las mujeres que creen en el Señor Resucitado. La comunidad de creyentes en Cristo es un signo de esperanza para un mundo en busca de la verdadera comunión.
El poder de la resurrección
El primer día de la semana, muy de madrugada, fueron ellas al sepulcro, llevando las sustancias aromáticas que habían preparado. Vieron que la piedra había sido retirada ya del sepulcro. Entraron, pues, pero no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras ellas estaban desconcertadas por esto, se les presentaron de pronto dos hombres con vestiduras deslumbrantes. Ellas se asustaron y bajaron la vista hacia el suelo; pero ellos les dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de cómo os anunció, cuando estaba todavía en Galilea, que el Hijo del hombre había de ser entregado en manos de hombres pecadores y había de ser crucificado, pero que al tercer día había de resucitar». Entonces ellas recordaron sus palabras.
Regresaron, pues, del sepulcro y anunciaron todo esto a los Once y a todos los demás. Contaban estas cosas a los apóstoles María Magdalena, Juana, María la de Santiago y las demás que las acompañaban. Pero a ellos estas palabras les parecían un desvarío y no les daban crédito. [Pedro, sin embargo, salió corriendo hacia el sepulcro; se asomó a él y no vio más que los lienzos. Entonces se volvió a casa, maravillado de lo ocurrido]. (Lc 24,1-12)
La resurrección es un relato sencillo; pero, a pesar de su sencillez, encierra un gran poder para penetrar en nuestros corazones y renovarnos por dentro. Lucas dice que las mujeres volvieron al sepulcro «al alba», una clara manifestación de su deseo de servir de la mejor manera a su Señor Jesús. Al no encontrar lo que esperaban, sintieron perplejidad y miedo. Además, las mujeres se perdieron por muy poco el milagro de la resurrección, y ello por ser olvidadizas, por no recordar las palabras que Jesús les había dicho con anterioridad. Los ángeles tuvieron que decirles: «Acordaos de cómo os anunció, cuando estaba todavía en Galilea, que el Hijo del hombre había de ser entregado en manos de hombres pecadores y había de ser crucificado, pero que al tercer día había de resucitar». Las mujeres se habían equivocado en cuanto al objeto de su búsqueda por haberse olvidado.
A pesar de su gran sencillez, el relato de la resurrección encierra una importante lección sobre la memoria y el olvido. La fe en el Señor Resucitado implica pasar del olvido al recuerdo. Para nosotros, la experiencia de la resurrección cobra vida de nuevo al recordar a Jesús, un recuerdo que suscita no solo recuerdos, sino también gratitud y esperanza. Santiago dice que nuestro problema es que nos olvidamos cuando se trata de cumplir la voluntad de Dios. Somos «oidores de la palabra», pero olvidamos lo que oímos; por eso no hacemos lo que hemos oído. Para Santiago, el no cumplir la voluntad de Dios es una cuestión de olvido, de no retener en la mente lo que hemos oído de labios de Jesús: «Llevad a la práctica la palabra y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos. Porque quien escucha la palabra y no la pone en práctica se parece a un hombre que se mira la cara en un espejo: se miró, se marchó y, enseguida, se olvidó de cómo era» (Sant 1,22-24). Nos olvidamos de nosotros mismos y nos olvidamos de Jesús. Los filipinos gustan de cantar este estribillo: «¿Maalaala mo kaya?» (¿Te vas a acordar?). ¿No podría ser que Jesús nos esté cantando también esta canción?
La memoria y el recuerdo son muy importantes para reconocer la verdad que encierra la resurrección. Recordar lo que Jesús enseñó y prometió nos permite levantarnos sobre los signos de la muerte que nos rodean. El desafío que tenemos ante nosotros es mantener viva la resurrección guardando el recuerdo de Jesús vivo. Para los cristianos, la vida cristiana, que es la vida de la resurrección, se basa en el recuerdo. Y no se trata de recordar una simple idea o concepto, sino de mantener viva en nosotros la presencia del amor.
Mantener vivo el recuerdo de Jesús significa también recordar cómo Dios vengó a Jesús, víctima de injusticia. Así, la resurrección implica mantener vivo también el recuerdo de otras víctimas, aquellas a las que el mundo quiere enterrar y olvidar definitivamente. Dicho recuerdo molesta porque nos recuerda la crueldad humana hacia los semejantes; pero también es un recuerdo molesto porque contiene la promesa de la justicia poderosa de Dios, que es esperanza para las víctimas, pero una amenaza para la gente sin escrúpulos. No es de extrañar que decidamos a menudo olvidar a las víctimas del pasado y del presente. La negación, el encubrimiento o el recuerdo selectivo tranquilizan nuestras conciencias. Una manera segura de matar la esperanza y la nueva vida inaugurada por la experiencia de la resurrección es pintar la realidad de rosa como si nada hubiera pasado, como si no hubiera víctimas, como si no hubiera pecado, violencia, muerte. Cuando alcanzamos este punto de la negación y nos anestesiamos respecto de las realidades que nos rodean, en ese mismo momento estamos cayendo en la trampa del olvido, y la resurrección ya no tiene sentido. El olvido nos convence de que Dios no ha dado un vuelco definitivo al pecado y a la muerte.
Cuando las mujeres recordaron, se volvieron hacia los once discípulos y a los demás y les anunciaron lo que los ángeles les habían dicho. El poder del recuerdo se había apoderado de ellas. De unas discípulas asustadizas se habían convertido en unas fervientes portadoras de la Buena Nueva. El versículo griego dice que las mujeres «no dejaban de contarlo» a los once y a los demás. Si usamos nuestra imaginación, veremos que lo que las mujeres hicieron tiene mucho sentido. Cuando recibimos una noticia particularmente buena, no podemos recibirla así sin más y guardarla para nosotros solos. Sentimos dentro de nosotros unas ganas enormes de compartirla con los demás, y no solo una vez, sino muchas veces, sin parar. Si algo bueno está ocurriendo en nuestra vida y decidimos mantenerlo en secreto, al final descubrimos que no podemos por menos que contárselo a otra persona, no siempre con palabras, sino a veces también con sonrisas, bondad y generosidad. La alegría que sentimos rezuma simplemente de nuestro interior. ¡Y qué mejor noticia contar que la que encierra el meollo mismo del evangelio! ¡El Señor ha resucitado! Es una buena nueva que no podemos dejar de proclamar de manera entusiasta y apasionada.
El verdadero evangelizador está tan prendado de la belleza de la Buena Nueva que siente como si esta le infundiera un vigor y unos bríos especiales para proclamarla a los demás. Si nos sentimos tímidos y apocados, tal vez la pregunta más importante y profunda que debamos hacernos sea: «¿Estoy realmente convencido de que la noticia que voy a dar es buena? ¿Y es, ante todo, una noticia buena para mí? ¿Recuerdo bien la esperanza que me ofrece a mí y al mundo? ¿Estoy fascinado por lo que recuerdo?». Tal vez es que no la vemos como una noticia tan buena y por eso no estamos entusiasmados. Tal vez sentimos más ilusión por las «ventas de medianoche» de un centro comercial. Pero no deberíamos ser tan cándidos como para pensar que nuestra vehemencia al llevar la Buena Nueva es garantía de que estamos llevando realmente la Buena Nueva. El fervor externo debería brotar de un corazón fascinado por lo que recuerda. Solo quienes verdaderamente recuerdan son capaces de discernir si estamos proclamando o no el Evangelio de Jesús.
En mi época de estudiante en Washington DC, le pregunté a un sacerdote jesuita si podía tenerlo regularmente como director espiritual. Se trataba del padre Peter Henriot, un sacerdote muy preocupado y activo en el tema de la justicia social. Recuerdo perfectamente lo que me dijo: que un día que tocaba para la lectura del evangelio durante una misa el relato de las bienaventuranzas, leyó esto ante la congregación de los fieles: «Jesús dijo: “Bienaventurados los ricos porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que ríen, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los orgullosos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que han comido y bebido bien...”». A mitad de la lectura, observó que los fieles se miraban unos a otros, murmurando. «Algo de lo que dice no cuadra con el evangelio». Él se detuvo y exclamó: «Ah, así que sabéis que lo que estoy proclamando no es la Buena Nueva. Bien, ahora vamos a escuchar la verdadera Buena Nueva».
No, no podemos engañar a la gente. La gente sabe si la noticia que le estamos dando es realmente la Buena Nueva. Desde el punto de vista de la lógica al uso, una persona puede aceptar la proclamación: «Bienaventurados los ricos, bienaventurados los que son felices, bienaventurados los que son orgullosos, bienaventurados los que están llenos y no tienen hambre». Esto es lógico en cuanto que uno puede entender por qué los ricos son venturosos, pero en lo más recóndito de sus corazones, unos corazones tocados por el don del Espíritu Santo de una manera que les permite recordar, la gente sabe que eso no es la Buena Nueva. Mediante el testimonio de las mujeres sobre la resurrección, se nos está invitando a asegurarnos de que somos los portadores de la Buena Nueva. Y, como verdaderos y buenos evangelizadores, recordamos y proclamamos la Buena Nueva con vehemencia, pasión y alegría.
A mí me produce mucha tristeza cuando seminaristas, sacerdotes, religiosos y laicos destacados hablan con la mayor naturalidad sobre unas cosas y otras, pero, cuando se trata de la alegría de compartir la Buena Nueva entre nosotros o con otros, entonces les entran las dudas. A muchos les encanta hablar de los ideales y de la vida de otras personas, pero les resulta difícil compartir sus experiencias personales de la Buena Nueva del Resucitado. Yo espero que la forma como se produzca la resurrección en medio de nosotros sea ver cómo seminaristas, sacerdotes, religiosos y laicos son capaces de compartir sus experiencias personales de la Buena Nueva los unos con otros, porque recuerdan a Jesús con una actitud de afecto y de fidelidad.
Comunicar los recuerdos de la resurrección crea entre las personas unos lazos de comunión muy fuertes. Los recuerdos del triunfo del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza, del afecto sobre la indiferencia, todos ellos son recuerdos del Señor Resucitado. Y, cuando se comparten de manera sincera y apasionada, emerge la comunidad del recuerdo compartido y de la esperanza compartida.
Antes de volver a Filipinas, mientras todavía estudiaba en Estados Unidos, me encontré con un joven de la República Popular China, que estudiaba Sociología y Económicas. Había acudido a Washington DC a asistir a unas conferencias. Mientras estaba en la Universidad Católica, se produjo la masacre de la plaza de Tiananmen, y entonces él decidió no volver a su país. Encontró la manera de que su esposa se uniera con él, y los dos se quedaron a vivir en Washington, donde él prosiguió sus estudios. A pesar de no ser creyente –no lo habían educado en ninguna religión–, mostraba un gran interés por las religiones, especialmente la cristiana. Cuando se enteró de que yo iba a volver a Filipinas, me invitó a conocer a su esposa y a cenar con ellos.
Dijo que estaba sacando mucho provecho de su estancia en la Universidad, y yo le pregunté si estaba aprendiendo cosas sobre la religión y el cristiani...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Agradecimientos
  6. Introducción. La desilusión de nuestro tiempo
  7. 1. Una comunidad cristiana viva es un signo de fe
  8. 2. El camino que lleva a la comunidad
  9. 3. Una comunidad de amor
  10. 4. Una comunidad de solidaridad
  11. 5. Orar juntos
  12. 6. Una comunidad de esperanza
  13. 7. Una comunidad del Espíritu Santo
  14. 8. Llegar a la gente
  15. Conclusión
  16. Información adicional