La vida también se piensa
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La vida también se piensa

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En este libro el lector encontrará las claves para entender qué es la filosofía y qué sentido tiene en nuestras vidas. Diversos planteamientos filosóficos son desgranados y explicados de una manera clara y amena para entender que la vida también se piensa. "¡Así que tú te dedicas a la filosofía!" Con esta afirmación comienza este itinerario filosófico que se convierte en una invitación a la filosofía. A partir de tópicos contrafilosóficos («la filosofía no sirve para nada»; «para qué pensar tanto si al final todos morimos»; «la ciencia lo acabará explicando todo»...) el autor pone en evidencia hasta qué punto la filosofía forma parte de la construcción de nuestra propia biografía.

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Información

Año
2018
ISBN
9788425441332
LO IMPORTANTE ES LLEVARSE BIEN CON LOS DEMÁS
Querer llevarse bien con los demás aparenta ser un propósito de lo más normal y un consejo práctico de sentido común para tener una buena vida. Pero no todo el mundo quiere llevarse bien con su entorno. Hay quien simplemente evita llevarse mal. Así que la dualidad entre querer o no querer llevarse bien con las personas que conforman nuestro entorno no solo remite a la psicología, la sociología y hasta la economía, sino que, ante todo, revela que estamos hablando de un deseo.
Cuando nos hallamos inmersos en el juego erótico la otra persona desempeña un papel fundamental. En función de cómo nos vayamos sintiendo confirmaremos que estamos mejor o peor en la relación. Según lo que nos suponga esa presencia, cuán pesada o cuán ligera sea —«alegría» proviene del latín alacer, que entre otras cosas significa «ligero, ágil»—, será deseable o prescindible. Sin embargo, no pocas veces comprobamos que hay personas o situaciones con las que a pesar de querer llevarnos bien no vuelan solas, llevan demasiado lastre, son relaciones que se encallan. ¿Qué hacer? ¿Desistir y dejar que languidezcan o tratar de vivificarlas detectando qué es lo que ancla sus desarrollos?
A tenor de lo que Ortega y Gasset propone como diferencia entre amor y deseo, la resolución del dilema remite a la ética. El amor puro, sin mezcla de deseo, no existe: para amar o ayudar a la persona que lo reclama tiene que haber un deseo de hacerlo. Con todo, que se dé esta híbrida condición en los actos amorosos no eclipsa que tengan que ver con una determinación, con un acto1 encaminado a la conservación del bien ajeno. No se ama de manera indiscriminada, sino a un «tú» o alteridad concreta, única. Por eso Ortega sostiene que quien ama busca la vivificación perenne, la creación y conservación intencional de lo amado.
La vida y la ética
Pero la ética no solo tiene que ver con los otros. Tiene que ver con uno mismo y con las relaciones que se tejen hacia afuera a partir del compromiso vital que se adquiere con el propio proyecto de vida. La ética tiene que ver con uno mismo y con los demás, con la construcción biográfica que todos hacemos de nosotros y con el sentido que como colectividad otorgamos a nuestra comunidad.
La vida del propio Ortega es paradigmática al respecto. Nacido en el Madrid de finales del siglo XIX, el interés por la filosofía lo llevó a conocer Alemania e interactuar con sus múltiples centros de difusión. La experiencia en el extranjero generó en él una profunda conciencia del atraso cultural que sufría España, así que, una vez de vuelta, se propuso llevar a cabo una revolución cultural con el fin de mejorar el nivel general de la educación. Colaboró con el diario El Sol mediante textos que interpelaban sobre cuestiones de la vida —aquí hemos citado algunos—, y en 1923 fundó la Revista de Occidente, un sello editorial destinado a divulgar en castellano las obras de pensamiento y cultura más relevantes del momento. Con el estallido de la Guerra Civil en 1936, siguiendo el camino de tantos otros, tuvo que exiliarse. De nuevo en España, en 1948 fundó el Instituto de Humanidades, clausurado poco después. Murió en 1955, con más reconocimiento en el extranjero que en España.
El impacto de la dictadura franquista en la vida anímica de Ortega fue devastador. Sentía que todos sus esfuerzos por modernizar y liberalizar la cultura de sus conciudadanos no habían servido de nada. Su vida se veía atenazada por una sombra de absurdo y vacío existencial que, según relataba, le era difícil sobrellevar. Sus apariciones públicas fueron cada vez menores, también porque el régimen franquista se encargó de arrinconarlo. Pero para Ortega lo peor era el juicio interior. Estaba fatalmente desmoralizado. El compromiso que como intelectual había adquirido era ante todo ético, vital, y sentía que su labor había fracasado de manera estrepitosa.
Es evidente que si la labor de Ortega hubiese sido en balde, ahora no estaríamos refiriéndonos a su figura. Como en tantos otros casos, su «superyó» era más despiadado que la realidad de los hechos, que dan objetiva cuenta de cómo el ethos de su vida tuvo un notable eco en unos cuantos intelectuales de la época, como José Luis López Aranguren, por mencionar un caso, autor de Ética (1958), obra que todavía hoy se utiliza como punto de partida en muchas aulas universitarias.
La palabra ethos remite, como detalla López Aranguren, a dos significados posibles: la morada, el lugar en el que se reside o habita (primer sentido), y el carácter o modo de ser (segunda acepción). Por influjo de Aristóteles se ha acabado imponiendo este segundo sentido para ethos, y así decimos que, etimológicamente, ethos significa «carácter».
El ethos se contrapone al pathos, es decir, se refiere a algo activo, que se genera por hábito. A diferencia de las pasiones, que a uno lo embargan, la ética modela el modo de ser, el carácter a base de una relación deliberada y constante con los sucesos. Como en tantas otras cosas, la riqueza del sentido griego del vocablo original se pierde con su traducción al latín. La palabra que la lengua de Cicerón acuñó para el ethos griego fue mos, y de aquí «moral». Mores, el plural de mos, significa «costumbres», como detalla el propio Cicerón.
Hay quien habla de moral y de ética de manera casi sinónima, aunque lo cierto es que remiten a significados diferentes. La moral debe entenderse como un conjunto de costumbres; son los sistemas de comportamiento más o menos establecidos de una sociedad o grupo y casi siempre lleva apellido: moral cristiana, moral hedonista, moral relativista. La ética, en cambio, remite al carácter propio del ser humano, que se pregunta por el sentido de su acción, incluso si eso pone en jaque la moral imperante de su entorno.
Se vive en la moral, bien porque uno la construye o bien porque uno la reproduce. Y entre sus posibles configuraciones media precisamente la experiencia ética. Se parte de una moral y se interactúa con ella al preguntarse por su estructura o idoneidad. Eso pone en marcha la reflexión crítica. Luego, una vez puesta en duda la moral imperante, llega la tarea de reconstruir una manera de relacionarse con el mundo, tarea que difícilmente puede darse por concluida una vez abierta la senda ética y asumido que el camino no viene preestablecido.
Si vivir es decidir, entonces vivir es una constante experiencia ética. Ya sea porque decidamos seguir los patrones que hemos recibido por convicción o interés, o porque aspiremos a encarnar el espíritu rebelde de enfrentarse a todo lo que nos rodea y hacer todo como mejor nos parezca, vivimos la vida de forma ética. Y lo hacemos para hacer de nosotros mismos una morada más habitable y confortable para nuestros objetivos vitales.
Hay condicionamientos nada livianos que pesan en la forma de construir nuestra biografía, sin duda. Sin embargo, aquí nos inclinamos a presuponer la capacidad de poder interactuar con ellos. No hay manera de demostrarlo, cierto, porque una libertad demostrada no sería libertad. Como lo expresaba Immanuel Kant, la autonomía de la voluntad remite a la libertad, que es la posibilidad de comportarse trascendiendo la necesidad natural. Libertad que, por cierto, comparte raíz etimológica con «libido». Ambas remitirían a Loebasios, dios itálico del vino, de ahí que «libertinaje» tenga el significado cultural y moral que tiene. Freud dejó bastantes escritos al respecto —su obra El malestar en la cultura resulta imprescindible—; también acerca de la relación entre el «superyó» cultural y la represión de los instintos erótico-tanáticos.
Asimismo, dado el contexto de creciente conocimiento científico puede que algún día se descubra que la totalidad de la experiencia humana reside en la estructura neurológica. Entonces sabremos que ya no cabe hablar de libertad, de justicia ni de bondad. Serán meras palabras, interpretaciones ornamentales de hechos biológicos. No obstante, y a falta de tales certezas, demos entretanto más espacio a la espontaneidad creativa y busquemos ser más felices ayudándonos a nosotros mismos y a los demás a vivir bien, para lo cual no hay otro camino que presuponer la libertad.
¿Cómo lograr actuar bien?
Somos morales porque vivimos en un sistema de creencias y somos éticos porque nos preguntamos si ese sistema es bueno.
¿Y qué significa «bueno»?
«¿Qué puedo saber?», «¿qué debo hacer?», «¿qué me cabe esperar?» y, en definitiva, «¿qué es el hombre?» son las grandes preguntas que para Immanuel Kant (1724-1804) brotan de la experiencia humana. A la primera de ellas responde la metafísica, incidiendo en los límites del conocimiento; a la segunda, la ética, que descubre en lo relativo del día a día lo incondicionado; a la tercera, la religión, asumida como el horizonte ideal que da sentido a la vida; y a la cuarta, la antropología, que en su despliegue incluye todas las anteriores.
Immanuel Kant es uno de los filósofos más decisivos de toda la historia. Suena a afirmación tópica, ciertamente, pero en este caso no hay ni pizca de grandilocuencia. Todas las grandes cuestiones filosóficas, tarde o temprano, se confrontan con sus planteamientos: ¿existe el mundo?, ¿cómo saberlo?, ¿existe algo bueno en el mundo? Y Dios, ¿qué papel tiene en todo esto? Se coja el camino que se prefiera al final siempre atiende a una paradoja kantiana.
Kant vivió en los tiempos en que la transición a la Ilustración ya no tenía marcha atrás, un movimiento cultural que dominó gran parte de la Europa occidental del siglo XVIII y que propugnaba que la razón era el faro desde el cual había que iluminar la vida, dejando de lado las supersticiones, las creencias infundadas y los intereses materiales. Del propio Kant es uno de los lemas más conocidos de la Ilustración: ¡atrévete a saber!: ¡sapere aude!
El sustrato familiar materno de Kant estaba muy ligado al pietismo religioso protestante, así que desde muy pequeño convivió con el rigor moral como uno de los pilares de la vida anímica. Esto se deja notar en su filosofía práctica, acusada de excesivamente rigorista. En efecto, si algo caracteriza su propuesta ética es la noción del «imperativo categórico», el «tú debes». Es decir, si hacer bien las cosas significa llevar a la máxima expresión aquello que se quiere realizar —por ejemplo, hacer bien un ejercicio es completarlo de la mejor manera posible; una buena comida consiste en satisfacer en grado máximo el apetito y juicio culinario—, entonces vivir bien tiene que ver con llevar la vida a su máxima perfección.
Claro que en este punto no hay acuerdo: ¿qué significa perfeccionar la vida? ¿El desarrollo de una praxis que se atenga a las consecuencias concretas de las acciones (consecuencialismo)? ¿O el cumplimiento de un ideario moral que se asuma como algo a priori y que no dependa de los vaivenes de la vida (deontologismo, del griego deon, «deber»)?
Kant no duda en que se halla en la segunda opción, donde hacer bien las cosas es atenerse, libremente, a las directrices de lo que es imperativo y no relativo. Falta definir qué es lo imperativo.
Para acotar la respuesta, hay que tener en cuenta el ambiente cultural de...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Cita
  6. IN VINO VERITAS
  7. LA FILOSOFÍA ES COMO UNA PARANOIA
  8. TODO LO ACABARÁ EXPLICANDO LA (NEURO)CIENCIA
  9. MENOS PENSAR Y MÁS DISFRUTAR, PUES AL FINAL TODOS MORIREMOS
  10. EL CORAZÓN TIENE RAZONES QUE LA RAZÓN IGNORA
  11. LO IMPORTANTE ES LLEVARSE BIEN CON LOS DEMÁS
  12. DIOS Y LA RELIGIÓN SON LA RESPUESTA A LAS PREGUNTAS DE LA FILOSOFÍA
  13. LA FILOSOFÍA NO SIRVE PARA NADA
  14. CON FILOSOFÍA
  15. EPÍLOGO
  16. Información adicional