La dialéctica de la comunicación ética y ético-religiosa
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El lector tiene a su disposición por primera vez la traducción al español de "La dialéctica de la comunicación ética y ético-religiosa", uno de los tres ensayos que el filósofo danés escribió sobre el tema de la comunicación de la fe. En este libro, Kierkegaard clasifica y contrapone diversos tipos de comunicación poniendo especial énfasis en la denominada comunicación de poder, pues es gracias a ella por la que se puede despertar la consciencia ética (el deber) y la consciencia de experiencia religiosa. El objetivo de fondo es pensar la transmisión de la experiencia ética y de la experiencia religiosa, transmisiones que son, esencialmente, indirectas, subjetivas y existenciales.

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Información

Año
2017
ISBN
9788425439261
La dialéctica de la comunicación ética y ético-religiosa
INTRODUCCIÓN
En el caso de que tuviera que caracterizarse, concentrado en un solo término, la confusión de la filosofía más reciente, sobre todo después de la época en la que, por recordar una expresión célebre, se abandona la «vía honesta» de Kant y los famosos cien táleros reales1 para convertirse en teocéntrica, no sabría definirla de otro modo sino mediante la expresión «falta de honestidad».2 Admitiendo que la ciencia se ha convertido en el ojo de la generación,3 si esta se llena de confusión, ¡qué grande será la confusión en el género humano cuando se confunde el ojo! Pero si tuviera que caracterizarse la confusión de la época moderna,4 no conozco ninguna palabra más significativa que la de «deslealtad».
¡Deshonestidad! Sin embargo, quiero inmediatamente aclarar de qué manera hay que entenderla, y con qué derecho se puede entonces decir. Con la deshonestidad quizá se piensa primero en un engaño deliberado. No es en este sentido en el que debe condenarse nuestra época de falta de honestidad. Más bien es la cuestión sobre si ella está tan confundida que el engaño deliberado y la verdad en realidad ya no se usan. Las personas estúpidas, los lectores de novelas, las jóvenes de una cierta edad, poseen una imaginación fantástica acerca de que la vida está salpicada de negros personajes, de hipócritas, de jesuitas, de seductores, etc. Esta idea no es sino una fantasía el mayor número de veces. Un verdadero hipócrita es un fenómeno muy raro, sobre todo en nuestros días, pues un verdadero hipócrita es un hombre de carácter.5 Por otro lado, hoy florece y prospera otra forma de engaño, el autoengaño, sobre el cual, sin embargo, raramente se habla.
Decir que engañarse es deshonesto es hablar con corrección. El hipócrita puede muy bien darse cuenta de su deshonestidad, pero quien se engaña está en plena confusión, y como sin culpa uno nunca está en la confusión del autoengaño, consigo y sobre sí, es correcto usar la palabra deshonestidad sobre este hecho. Imaginemos uno de estos individuos «fracasados» que ha empezado diecisiete cosas pero no ha terminado ninguna. Sabe de todo, pero de nada con profundidad. Diecisiete veces ha tomado una resolución en su vida, y diecisiete veces la ha cambiado. Y así, con este eterno desorden, porque él además originalmente ha sido inteligente y ha trabajado mucho, pero desordenadamente. Ha llegado a hablar de todo y, a menudo, de forma oportuna. En similar personaje tenemos el ejemplo de la más triste y terrible deshonestidad; en apariencia excusable, pero al mismo tiempo resplandeciente.
Una vida puede estar subordinada a tantas condiciones que puede incluso perderse y no encontrarse jamás. Una vida así es también deshonestidad. Es en este sentido en el que hay que hablar acerca de la deshonestidad de la época moderna. También podemos sustituir este término por otra expresión más indulgente: la falta de inocencia de la época moderna. Dejar de ser inocente no es un signo de madurez, y no haberlo sido no significa haber tenido una existencia normal. Toda vida normal, sana y honesta, conlleva siempre una cierta dosis de inocencia.6
Sin embargo, puede decir cualquiera, ¿cómo se aplica esta ingenuidad a una generación entera? La Antigüedad era inocente,7 pero la época moderna no puede serlo. La ciencia más reciente ha querido enseñarnos, y todos nosotros hemos aprendido demasiado de ella, a suprimir la categoría de la individualidad8 y poner la de generación. Este πρώτον ψέυδος9 que ha introducido en la vida una agitación, un odio que conlleva inevitablemente una terrible confusión, ha empezado sin ningún presupuesto.10 No hay nada más peligroso que un ladrón que se hace pasar por policía; nada más peligroso que un pastor radical que se equivoca y pasa por encima en interés de la enfermedad; nada más peligroso para un hombre atascado en una dificultad que decir: «ahora voy a hacer un esfuerzo desesperado para liberarme de ella», puesto que con tanto ímpetu puede hundirse todavía más en las dificultades. El hecho de que las condiciones antes de Hegel hayan agobiado a las personas, es suficientemente claro.11 Pero ahora con ayuda de esta gigantesca empresa de traer la confusión en los presupuestos, la ha acrecentado todavía más hasta convertirla en lo más pernicioso. Por un lado, porque la confusión aumentó; y por otro, porque se disimuló este hecho imaginándose que se había puesto punto final a la confusión de los presupuestos dados. Quizá no haya nada más terrible que, cuando lo que extraña a todo el mundo como una tarea gigante para eliminar la enfermedad, se alimente la enfermedad.12 El inmenso esfuerzo llevado a cabo por Hegel para dominar los presupuestos dados fue precisamente lo que afectó al concepto de los presupuestos, destruyéndolos cuantitativamente, en vez de cualitativamente. En lo que concierne a la confusión en el pensamiento con la autorreflexión, la ética es su única salvación; sin embargo, Hegel no entendió nada de ética.13 Cualquier otro remedio es bienvenido por la enfermedad, ya que la alimenta.
En vez de decir que la deshonestidad de la época moderna es su falta de inocencia, se podría decir también que carece de primitividad; y me gustaría mucho detenerme en esta palabra.14
Si yo me imaginara a un hombre educado —y pasara la vida así— de tal forma que nunca consiguiera impresión alguna de sí, pero viviendo sin parar de hacer comparaciones, he ahí un ejemplo de deshonestidad. Y esta es la situación en la época más reciente. Ciertamente, la historia de la generación sigue su curso, aunque cada individuo singular15 tendría que tener su impresión primitiva16 de la existencia para ser persona. Pero el pensador que sacrifica su primitividad, o que la rehúye, como se hace con un feto, para ser comprendido rápidamente por sus contemporáneos y adquirir así influencia incorporándose al tren de la generación que sale ahora, este individuo en cuestión es peor que cualquier joven que vende su virtud a cualquier precio. Él peca verdaderamente contra Dios y es tan abominablemente inhumano como la madre que hace abortar el fruto de sus entrañas.
Cuando esto ocurre, entonces la solución está dada: la deshonestidad adquiere predominio y la confusión aumenta cada segundo. Desde Hegel, la situación ha empeorado considerablemente a causa del descubrimiento del método historicista,17 que suprime, pura y simplemente, toda primitividad y no hace otra cosa que organizar. ¡Qué precipitación, qué confusión; como la de un terremoto! Los jóvenes, casi niños, saben lo engañoso que es todo y qué banal es el ser humano; como todo, se trata de agarrarse a la generación, seguir las exigencias de los tiempos que continuamente cambian. De este modo, la vida de la generación hierve o bulle sin pausa; pero aunque todo sea un torbellino, se oye el disparo de salida, se oye la campana, que significa que ahora, en este segundo (el individuo singular),18 date prisa, déjalo todo, meditación silenciosa, reflexión, pensamiento relajante de la eternidad, si no vas a llegar tarde, no vas a llegar a la expedición de la generación que ahora mismo sale —entonces, entonces, ¡qué horror!—. ¡Ah ya, qué horror! Y, sin embargo, todo está destinado a fomentar la confusión, esta salvaje persecución, esta urgencia absurda. Los medios de comunicación están cada vez mejor; se puede imprimir más y más rápido, con una velocidad increíble, pero los mensajes son más y más apresurados y más y más confusos. Y si alguien se atreve, tanto en el nombre de la primitividad como en el nombre de Dios, a protestar, entonces ¡pobre de él! Así como el individuo singular19 se hunde en el torbellino para hacerse comprender rápidamente, de igual modo la generación exige de manera tiránica querer que al instante se entienda al individuo singular.20
He aquí lo que produce la deshonestidad: los conceptos son abolidos, el lenguaje se convierte en algo confuso, los argumentos contradictorios se cruzan entre sí. Es imposible encontrar las condiciones más favorables para todos los disparates, pues la tergiversación general disimula su desorientación. Es la época de oro para todos los mentecatos y necios charlatanes.
Lo primitivo / Lo tradicional
Tomemos cierta distancia para ofrecer enseguida y a través de las distintas ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Nota editorial
  6. Acerca de La dialéctica de la comunicación ética y ético-religiosa
  7. LA DIALÉCTICA DE LA COMUNICACIÓN ÉTICA Y ÉTICO-RELIGIOSA
  8. Información adicional