Movilización total
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El punto de partida del autor es un hecho de lo más común: en pleno fin de semana y a altas horas de la noche recibimos un e-mail del trabajo, lo leemos y lo respondemos. ¿Qué nos lleva a responderlo como si fuera una verdadera llamada a las armas? ¿Cómo es posible que, tantas décadas después y en tiempos de paz, se haya cumplido el ideal de la «movilización total» expresado por Ernst Jünger en los años treinta?No cabe duda de que la relación establecida entre tecnología y ser humano es desigual. Sin embargo, Ferraris se aleja de la visión para la cual detrás de la emergencia tecnológica hay una estrategia de dominación y aborda esta cuestión desde el punto de vista del Nuevo Realismo. Propone una antropología del homo cellularis, que acepta inicialmente la concepción del ser humano en tanto que ser técnico y por lo tanto, constitutivamente dependiente y alienado para luego deconstruirla, abriendo así la posibilidad a un panorama realista de emancipación que no descuide el programa de la Ilustración y el Humanismo. Tal vez por primera vez en la historia del mundo, el absoluto está en nuestras manos. Pero tener el mundo en las manos es también, de manera automática, estar en manos del mundo.

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Información

Año
2017
ISBN
9788425439254
EL APARATO
¿Cuál es el aparato que hace posible la movilización?
El aparato es el absoluto
La movilización introducida por las ARMI posee una imperiosidad sin precedentes en la historia, la cual se explica antes que nada porque el aparato [apparato] al que están conectadas se presenta como el absoluto: como la red que liga todo y está desligada de todo.
Hoy, la sociedad, al contrario que las sociedades tradicionales —pero también que la llamada «sociedad del espectáculo»—, no es diferente a los medios de masas, pues todo actor social no es únicamente un usuario, sino un productor de medios. Ahora bien, lo que conecta fenómenos tan dispares como la militarización y la mediatización es el registro: el rasgo distintivo de las ARMI, los filósofos dirían su eidos, es el hecho de poseer una grandísima capacidad de registro, lo que las vuelve muchísimo más potentes que los aparatos [apparati] técnicos que las precedieron.
Porque las ARMI no son televisores, teléfonos, periódicos. No se limitan a informarnos de algo, sino que registran lo que nos dicen, y lo que nosotros decimos a través de ellas, se apuntan lo que queremos saber y toman nota del hecho de que lo hemos sabido. Así pues, no se puede fingir inocencia o desinformación con respecto a las órdenes; la huella está ahí; nos han buscado, querían que hiciéramos algo, aunque solo fuera para hacernos reaccionar, y la ausencia de reacción es ya una insubordinación. Por no mencionar el hecho de que ninguna televisión o periódico nos ha pedido nunca una reacción «en tiempo real», lo cual, sin embargo, constituye la base del requerimiento que nos llega de dichas ARMI, cuyo secreto es, por tanto, la función más apacible y pasiva que haya en el mundo: el registro.
Al comparar la filosofía de la naturaleza con la física moderna, Bacon decía que el científico debe interrogar a la naturaleza como un juez (esto es, partiendo de una teoría) y no como un escolar, es decir, recibiendo información de manera pasiva. La rapidez de las transformaciones aportadas por internet hace que aún nos encontremos en la fase de los escolares. Falta una teoría y nos vemos forzados a acumular observaciones. Lo que es peor, el marco en el que tiene lugar la recolección es engañoso, y ve en internet un medio de comunicación, una especie de televisión evolucionada. Tratar a internet como a la televisión no es distinto de tratar al capital como si fuera la tierra, como hacían los fisiócratas. Se pierde lo esencial, esto es, la raíz de la plusvalía producida por internet, la posibilidad de gobernarla y de democratizarla. El punto de partida para una comprensión de la realidad social contemporánea es, por tanto, muy simple y aparentemente excéntrico o secundario: internet es una herramienta de registro antes que de comunicación.
Si le quitamos el registro, a internet no le queda más que un sistema de cables submarinos que transporta datos. El absoluto (y la movilización que produce) no proviene del espíritu, sino de la técnica. La esencia de un móvil, de un ordenador conectado o de una tableta no es principalmente (o simplemente) la comunicación, sino el registro. El registro, a su vez, se presenta como una reponsabilización: exige una respuesta, y la exige porque la pregunta está registrada, escrita, fijada, y de este modo adquiere la perentoriedad de una orden. La respuesta puede ser otro mensaje (otro acto en el mundo de internet) o bien una acción en el mundo físico. En ambos casos, ya sea de una manera burocratizada o militarizada, nos hallamos ante un mecanismo de movilización sin precedentes en la historia del mundo, solo ejemplos locales, en la rapidez de las acciones de la bolsa o de las operaciones militares. Un mecanismo nuevo, por tanto, más nuevo que todo el sistema capitalista con el que se cree estar en condiciones de explicarlo, pese a que, por así decirlo, haya sido preparado por toda la historia del hombre.
El recurso fundamental: el registro
Física del poder. La física del poder es ofrecida por el registro, una propiedad existente en la naturaleza (piénsese en el código genético) y que es la base de la cultura: sin el registro, de hecho, no estaríamos en condiciones de pensar (la pérdida de memoria es pérdida de pensamiento), de hacer ciencia y cultura (las producciones científicas y culturales son siempre registros, de manera paradigmática bajo la forma de la escritura), de construir objetos sociales (que, como veremos, consisten exactamente en el registro de actos). He aquí por qué la humanidad se ha dotado desde temprano de prótesis técnicas de la memoria, como la escritura, el archivo y (en las sociedades sin escritura) la repetición ritual. El crecimiento exponencial de aparatos [apparati] de registro que ha caracterizado a la historia humana, con una aceleración en la edad moderna y un repunte en los últimos decenios, no es un simple accidente técnico. A mi parecer, es la revelación de la estructura profunda de la realidad social y de su necesidad de disponer de documentos.
Técnica y revelación. Lo arcaico se manifiesta en lo contemporáneo, la historia del hombre parece con-centrarse en un aparato [apparecchio] que mi generación solo conoció en plena edad adulta. No hay nada de sorprendente en esto: toda innovación técnica nos pone en contacto con las fases más antiguas y elementales de la humanidad. La técnica, en general, no pervierte la naturaleza humana como pretenden los apocalípticos, pero tampoco la secunda dócilmente como pretenden los integrados. Más bien, sostenemos que la revela a sí misma, y esto lo demuestra precisamente la proliferación de dichas herramientas. Ahora bien, sería un error pensar que se trata tan solo de una deriva tecnológica.
Lo que llamamos «cultura» es un sistema que crea conexiones y automatizaciones, construye relaciones, da forma a intuiciones y necesidades y, con frecuencia, crea motivaciones, respondiendo a exigencias no solo de placer, sino también de poder. El simio de 2001: Una odisea del espacio blande su hueso-arma del mismo modo que nosotros blandimos un móvil, con intenciones que, al fin y al cabo, no son tan distintas. Siempre ha sido así, y las transformaciones tecnológicas de los últimos años no han hecho sino incrementar esta tendencia. En definitiva, Aristóteles ya había dicho que el hombre es un animal social dotado de lenguaje, y lo que tenemos ante nuestra vista es la prueba.
Aristóteles también analizó ampliamente el papel de la memoria en la construcción de la experiencia y del saber, en los hombres y en los animales, e incluso en este caso la explosión del registro a la que asistimos no se presenta como una perversión, sino como la realización coherente de nuestra segunda naturaleza. Lo que Aristóteles no dijo es que el lenguaje tiene como fin el registro (y no la expresión, al contrario de lo que leemos al inicio del Perì hermeneias),19 ya que una palabra que fuera pura comunicación, que no estuviera acompañada de un registro, no tendría modo de transformar al animal dotado de lenguaje en un animal social. Para comprender plenamente este estado de cosas hemos tenido que esperar mucho tiempo —el nacimiento de la escritura, de la burocracia, los archivos, la prensa—, pero solo hoy, en este enorme retículo burocrático que es internet, está todo mucho más claro.
La edad del registro. En el plazo de un siglo hemos tenido al menos tres edades, cuyas diferencias no son menores de las que existen entre el Neolítico y la Edad de Bronce.
Hasta mediados del siglo XX nos encontrábamos en el ápice de la edad de la producción: se fabricaban artefactos, sobre los que, por ejemplo, se construyó el «milagro italiano». La producción se efectuaba en tiempos medidos y en espacios bien delimitados: ocho horas y, después, se terminaba el turno; no se puede ejercitar de manera ininterrumpida una función que exige energía física y la disponibilidad de grandes aparatos [apparati] mecánicos concentrados en las fábricas.
Los teóricos posmodernos explicaron con razón, hace ya medio siglo, que la sociedad industrial basada en la producción había pasado a la historia. De este modo, sin embargo, en la mayoría de los casos desarrollaron la que podríamos definir como una «teoría pentecostal de la sociedad», es decir, la idea según la cual, terminada la época de la producción, se iniciaba la época de la comunicación, esto es, una singular espiritualización del mundo social en la que el intercambio de significados habría ocupado el lugar de la producción de objetos. Esta idea, además de empíricamente errónea (la producción, como es obvio, no se había acabado, solo estaba deslocalizada), era también teóricamente problemática. Como demuestra el estado de cosas ilustrado en el capítulo anterior, lo que tiene lugar es antes que nada una transmisión de órdenes cuyo valor perentorio sería inexplicable si simplemente nos enfrentáramos a una sociedad de la comunicación.
Desde que internet y sus dispositivos irrumpieron capilarmente en nuestra vida, entramos, de hecho, en una tercera edad que propongo llamar «edad del registro»: al igual que en la época de producción, se fabrica; al igual que en la época de la comunicación, se transmite; pero aquello que es fabricado o transmitido es un documento registrado, destinado a permanecer donde se encuentra y a circular por un tiempo y un espacio indefinidos. A la vez, todo usuario es un productor de información, publicada en las redes sociales. Al mismo tiempo, todo contrato en internet produce automáticamente informaciones y documentos sobre los usuarios. Se crea una situación de indistinción entre lo social y lo mediático (la vida social es aquella que tiene lugar en internet) y entre lo privado y lo laboral (los propios dispositivos sirven tanto para el trabajo como para la gestión de la vida privada y para el entretenimiento).
Desde el momento en que los recursos técnicos están disponibles, estos se despliegan de acuerdo con una lógica inmanente, yendo más allá de las previsiones de cualquier diseñador. Este es el principio abstracto de un fenómeno concreto nacido y crecido ante la mirada de menos de una generación sin que ninguna elección deliberada lo estimulase, respondiendo a la llamada de las ARMI, con un movimiento que posee las características de la revelación de un arcaico e inconsciente social. En su primera versión, el móvil era una máquina para hablar, esto es, para formular mensajes, cuya supervivencia se confiaba a un registro externo y a menudo ineficiente, la mente de los interlocutores. Pero muy pronto, sorprendiendo por lo demás a los propios técnicos que los proyectaban y a las compañías que los distribuían, los móviles evolucionaron a máquinas para escribir y, después, mediante un aumento de la memoria sin parangón en ningún aparato [apparato] técnico de uso cotidiano, a un mecanismo para registrar comunicaciones, imágenes, textos. Repito que ni los técnicos ni las compañías preveían una evolución en esta dirección. Una prueba evidente, en mi opinión, de que en este simple evento técnico nos encontramos ante la revelación de un inconsciente social, el cual se manifiesta a través de un proceso de emersión que estudiaremos en el capítulo siguiente.20
Registro y responsabilidad. Imaginemos que a un condenado a muerte se le ofrece la oportunidad de elegir entre una cápsula de cianuro y un preparado químico llamado «amnesina», que provoca el olvido total. Es probable que eligiera la amnesina, aunque solo fuera por hacer cargar al régimen carcelario con el coste de su cuerpo olvidadizo. Pero también es cierto que tomaría tanto la amnesina como el cianuro con la misma actitud: la certeza de que lo que él es como ente social, es decir, la suma de sus recuerdos, desaparecería para siempre.
Y ahora, pasando del individuo a la sociedad, imaginemos que suministramos a todos los actores de un evento social cualquiera píldoras de amnesina con un efecto más restringido, que duren lo que dura una boda, una sesión de bolsa o un partido de fútbol. E imaginemos que todas las memorias externas, desde el papel al vídeo o a internet, fueran borradas. Llegados a ese punto, no quedaría nada de la boda, de la sesión de bolsa o del partido, porque la esencia de los objetos sociales consiste precisamente en ser pensados o registrados.
Por último, tomemos un caso a medio camino entre lo individual y lo social. Imaginemos a dos personas que han cometido el mismo crimen, solo que uno tiene memoria y el otro no. Curiosamente (al menos esta es mi intuición) nos parecería menos culpable el olvidadizo, ya que, después de todo, el olvidadizo es otra persona. Sin sus remordimientos, ¿lady Macbeth sigue siendo lady Macbeth?21 He aquí el nexo esencial que conecta la responsabilidad con el deber: sin registros, sin memorias, no hay responsabilidad alguna. Lo cual, como es obvio, comporta: cuantos más registros, más responsabilidad.
El registro comienza a arrojar un poco de luz sobre el enigma de la movilización, la imposición dirigida a la mente desde el mundo de los objetos sociales. En todo momento estamos situados frente a órdenes escritas, las cuales exigen potenciales respuestas. A través del registro, los objetos sociales ejercen ante los sujetos funciones agentivas y deónticas, es decir, se anteponen a la constitución de normas y valores. En resumen, imponen su ley y continúan haciéndolo incluso en contra de la voluntad o de espaldas a los sujetos. Las sorpresas que nos reservan muchos documentos, el poder que ejercen sobre los sujetos más allá incluso de las intenciones de estos últimos, la posibilidad —inmanente a toda forma de escritura— de poner en marcha automatismos independientes de la voluntad de quien los ha generado, son otros tantos testimonios de ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. LA LLAMADA. «¿Dónde estás? ¡Preséntate! ¡Actúa!»
  6. LA MOVILIZACIÓN. ¿Cómo y por qué nos moviliza la llamada?
  7. EL APARATO. ¿Cuál es el aparato que hace posible la movilización?
  8. LA DISPOSICIÓN. ¿Quién me manda hacerlo?
  9. LA RESPUESTA. ¿Es posible no responder? ¿Cómo se responde? ¿Qué se responde?
  10. PALABRAS CLAVE
  11. AGRADECIMIENTOS
  12. NOTAS
  13. INFORMACIÓN ADICIONAL