El infierno
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El infierno

Una guía

  1. 256 páginas
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El infierno

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Del autor best seller, Anthony DeStefano, llega una exploración de lo que sabemos y lo que no podemos saber sobre el tema más incomprendido y controversial del cristianismo.

Anthony DeStefano, el autor best seller de Guía de viaje al cielo, nos lleva a explorar el infierno, el diablo, los demonios y el mal mismo. Escrito con la claridad y la lógica de C. S. Lewis y la narración vívida de John Bunyan y J. R. R. Tolkien, El infierno: Una guía aborda preguntas como:

  • ¿Es el infierno un lugar o un estado de ánimo?
  • ¿Cómo se ve el infierno?
  • ¿Qué tipo de sufrimiento experimentan las personas en el infierno?
  • ¿Cómo son realmente el diablo y los demonios?

Arraigado en una sólida erudición cristiana ortodoxa, este libro único en su tipo investiga todo lo que hay que saber sobre uno de los temas más fascinantes, pero a menudo incomprendidos, de todos los tiempos.

Hell

From bestselling author Anthony DeStefano comes an exploration of what we know--and what we cannot know--about the most misunderstood and most controversial subject in Christianity.

Anthony DeStefano, the bestselling author of A Travel Guide to Heaven, takes us on an exploration of hell, the devil, demons, and evil itself. Written with the clarity and logic of C. S. Lewis and the vivid storytelling of John Bunyan and J. R. R. Tolkien, Hell: A Guide takes up questions such as:

  • Is hell a place or a state of being?
  • What does hell look like?
  • What kind of suffering do people in hell experience?
  • What are the devil and demons really like?

Rooted in solid, orthodox Christian scholarship, this one-of-a-kind book investigates everything there is to know about one of the most fascinating, yet often misunderstood, subjects of all time.

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Información

Editorial
Grupo Nelson
Año
2021
ISBN
9781400228812
Uno
El punto de partida de nuestro viaje
El enemigo que llevamos dentro
Todos los viajes, cualquiera que sea su destino final, tienen un punto de partida. Y ese punto de partida suele ser el hogar.
El que vamos a hacer ahora no es diferente. Antes de visitar el infierno, antes de definir qué es, antes de referirnos a su historia y significado, y antes de explorar quién va allí y cómo es estar allí, tenemos que hacer algo más. Debemos adoptar la mentalidad adecuada. Tenemos que elegir un punto de origen. No podemos comenzar un recorrido por el infierno en el propio infierno. Debemos comenzar en otro lado. Y el punto de partida más lógico es el hogar; es decir, el estado de nuestras propias almas.
La razón por la que no podemos comenzar con el infierno es porque las opiniones sobre cómo podría ser varían demasiado.
En un extremo del espectro están los que piensan que el infierno es un completo disparate, un producto de la superstición religiosa y psicológica, un castigo ficticio que la iglesia cristiana ha utilizado para someter a la gente durante miles de años. En el otro extremo del espectro están los que creen en una versión ridículamente caricaturesca del infierno, con un demonio color rojo, con cuernos, un tridente y expeliendo humo negro por las orejas.
Luego están los que creen que el infierno es un mito, un producto del pensamiento evolutivo que tiene un gran valor, al menos en términos de entender la historia humana y la psicología. Sin embargo, no creen que ese mito tenga, de hecho, una base real. Por otro lado, algunas personas creen que el infierno es real, pero solo potencialmente, y que nadie va allí debido a una doctrina conocida como la salvación universal según la cual Dios, al final, encuentra una manera para que todos vayan al cielo, sin importar lo que hayan hecho en la vida.
Por último, están los que creen que el infierno tiene un significado mitológico y psicológico, que en realidad existe en la actualidad como un lugar o estado de sufrimiento espiritual eterno y, posteriormente, después de la resurrección de los muertos, de manera física, y que la gente sí va a ir allá. Esta es la posición considerada como la más tradicional y ortodoxa en la teología cristiana, y es la de este libro.
Sin embargo, no podemos comenzar por ahí. Hay demasiado desacuerdo. Primero, tenemos que llegar allá. Y la mejor manera de hacerlo es comenzando con algo sobre lo que nadie con sentido común tenga dudas: la conexión entre el infierno y el mal.
No importa cuál sea tu creencia con respecto a la definición de infierno, todos están de acuerdo en que el concepto del infierno —verdad o no— tiene algo que ver con el concepto del mal, con las personas malas y el destino final de las personas malvadas. Si ese destino es o no un lugar real o un estado psicológico o un estado de aniquilación o un dispositivo literario es algo a lo que todavía no hemos llegado. Pero al menos sabemos que la idea del infierno tiene que ver con la idea de dónde podrían terminar las personas malas. Sobre este punto hay un consenso general.
Ahora bien, si la trayectoria del mal conduce al infierno, entonces el punto de partida de cualquier guía de viaje al infierno debe ser el mal que ya conocemos: es decir, el mal que existe en el mundo en este momento.
¿Qué es exactamente el mal? Esa también puede ser una pregunta complicada. Algunas filosofías ateas niegan la existencia del mal o, al menos, dicen que es necesario que los seres humanos vayan «más allá del bien y del mal» para vivir vidas auténticas. Por ahora, vamos a ignorar esas filosofías. Primero, porque no podemos atascarnos en lo absurdo. Segundo, porque algunos de los ateos que niegan la existencia del mal son también los que han perpetrado los mayores actos de maldad en la historia del mundo: Stalin, Hitler, Mao Zedong y Pol Pot, por nombrar solo algunos.
Además de aquellos que niegan el mal por razones filosóficas, también ha habido un movimiento pernicioso desde la época de Sigmund Freud y el nacimiento del psicoanálisis que clasifica todo lo malo como enfermedad mental. Según esta forma de pensar, Hitler, Stalin y los otros asesinos, violadores y abusadores de niños de la historia no fueron malos; simplemente tenían graves trastornos psicopáticos y antisociales de la personalidad.
Esa no es la comprensión cristiana ni psicológica del mal. Sí, es posible que alguien sea un verdadero psicópata, que posea un trastorno mental crónico que resulte en un comportamiento criminal, pero esa no es toda la historia. El cristianismo siempre ha creído que el mal es una realidad, tanto personal como cósmica, y tiene que ver con las malas decisiones que se toman voluntariamente. Para empezar, muchos psicólogos modernos niegan la existencia del libre albedrío, por lo que también deben negar la existencia del mal y en su lugar atribuir todo comportamiento malévolo a problemas genéticos o de desarrollo en la infancia o adolescencia.
Sin embargo, insisto, no nos vamos a entretener en tales disparates. Para el propósito de esta argumentación, vamos a aceptar lo que las grandes masas de la humanidad siempre han sabido: el mal existe y está a nuestro alrededor, incluso dentro de nosotros, y no hay palabras para describir de manera adecuada cuán increíblemente vicioso, violento, retorcido y abominable puede ser eso.
Una revisión rápida de algunos detalles horripilantes asociados con la actividad humana a lo largo de la historia sería suficiente para establecer esta realidad. Podríamos volver a la historia bíblica de Caín, Abel y el primer asesinato.1 Podríamos hablar sobre el sacrificio ritual de niños en la antigua Cartago. Podríamos describir todas las opresivas torturas inventadas hace mucho tiempo para infligir un dolor insoportable a los seres humanos, desde la crucifixión hasta el método de tortura de la parrilla medieval y la práctica de hervir a las personas en aceite.
Sin embargo, no tenemos que limitarnos al mundo antiguo. El mal más monstruoso ha tenido lugar en tiempos más recientes y más «civilizados». Entre 1900 y 2020, más de 150 millones de personas han sido brutalmente asesinadas por dictadores totalitarios y sus regímenes.2 El siglo veinte vio una gran cantidad de guerras despiadadas causadas por esos gobiernos malvados, así como ejecuciones masivas, hambrunas forzadas, gulags, campos de concentración, cámaras de gas y experimentos indescriptibles con niños.
El siglo veintiuno no ha sido mucho mejor. Recuerda el 11 de septiembre y otros actos de terrorismo perpetrados contra inocentes. Piensa en los tiroteos masivos en las escuelas o en las miles de violaciones y asesinatos en serie que tienen lugar cada año en todos los rincones del mundo. Medita en toda la cultura de muerte, con el aborto, el infanticidio y la eutanasia forzada o espontánea que se hacen ley en todas partes del mundo. Piensa en los actos aleatorios y desconectados de crueldad no provocada que vemos en las noticias todo el tiempo: la mujer que roció gasolina sobre sus hijos dormidos y los quemó vivos; el hombre que secuestró a una adolescente, la violó repetidas veces, la apuñaló y le puso sal en las heridas —por último— antes de desmembrarla. Simplemente no hay fin para las atrocidades.
El horror no es solo que las personas están siendo maltratadas; es también la malicia y la barbarie absolutas subyacentes al abuso. No es solo que las personas están matando a otras personas; es también la atrocidad de los asesinatos, el deseo de los asesinos de humillar, atormentar e infligir sufrimiento a sus víctimas. No es solo la sangre; es la sed de ella, el sadismo puro y la maldad en todo eso. Sí, perversidad.
No estamos hablando aquí de crímenes pasionales. Tampoco estamos refiriéndonos a crímenes cometidos únicamente por ambición. Estamos hablando de crímenes en los que los perpetradores parecen disfrutar haciendo sufrir a los demás. Estamos hablando de salvajismo frío, premeditado, metódico.
Esta es la cara del mal. Y en esto hay algo definitivamente diabólico, algo de otro mundo, algo desconectado de la psicología anormal o de las políticas autoritarias o cualquier principio naturalista relacionado con la supuesta supervivencia del más apto. Es un fenómeno que se diferencia por completo del reino de los átomos, de las moléculas y del universo material. Es algo que simplemente no tiene sentido en términos racionales. Esta cualidad espiritual del mal es imposible de negar. Los ejemplos son muy numerosos, muy sorprendentes y muy retorcidos. El hecho es que si bien el mal no es más poderoso que el bien, ciertamente es más visible. En efecto, el mal es la realidad más visible de todas las realidades invisibles proclamadas por las religiones del mundo.
Por eso, irónicamente, a menudo el mal puede ser la puerta de entrada a una fe y una espiritualidad más profunda de aquellos que tienen una inclinación natural al escepticismo. A pesar de la negación del mal metafísico por parte de la mayoría de los filósofos y psicólogos modernos, muchas personas que tienen dificultades para creer en realidades invisibles y espirituales a veces son llevadas a creer en lo sobrenatural a través de la experiencia innegable del mal. Parafraseando a G. K. Chesterton, la existencia del mal es la única doctrina religiosa que realmente se puede probar de manera empírica. Por eso algunas personas llegan a creer en el diablo antes que en Dios.
Más adelante, volveremos a esa paradoja. Por ahora, todavía estamos refiriéndonos a la existencia del mal y su aparente omnipresencia; pero aún tenemos que ir más lejos. Si queremos entender algo sobre el infierno, no podemos limitarnos a hacer una encuesta de los monstruosos malvados de la historia y dejarlo así por la simple razón de que es demasiado fácil descartarlos como monstruos. Es demasiado fácil clasificarlos como aberraciones y excepciones de la bondad general de la humanidad. Si queremos profundizar en el tema del mal, tenemos que mirar el mal dentro de nosotros mismos.3
Y aquí es donde las cosas se ponen un poco difíciles. A nadie le gusta admitir que somos capaces de hacer cosas verdaderamente malas. Sí, hay ocasiones en que tenemos que reconocer que no damos la talla, que de vez en cuando hacemos cosas malas, e incluso que la mayoría del tiempo podemos ser pecadores bastante congruentes; sin embargo, justificamos el pecado estableciendo una diferencia con un Hitler o un terrorista o un asesino a sangre fría. A ese tipo de personas es a la que asociamos con el mal: los monstruos del mundo. Y, como obviamente no nos colocamos en esa categoría, no nos consideramos malos.
No obstante, eso es solo parcialmente cierto. Ese tipo de pensamiento se tambalea porque no llega lo suficientemente lejos. Es muy poco profundo. Es demasiado deshonesto. No es lo suficientemente autorreflexivo. Solo consideramos nuestras acciones desde el punto de vista de nuestras propias circunstancias sin abordar las elecciones libres que estamos haciendo en el centro de nuestras voluntades. No profundizamos lo suficiente en nuestros lados oscuros. No nos hacemos la pregunta: ¿qué pasaría si las cosas fueran diferentes en mi vida? ¿Cómo actuaría? Por lo tanto, no abordamos nuestra capacidad personal para el mal.
Eso es lo que necesitamos examinar. ¿Qué estamos haciendo dentro de nuestras cabezas momento a momento? ¿Qué tipo de pensamientos oscuros y secretos albergamos que no soñaríamos con contárselos a nadie? Más importante aún: ¿cómo sería nuestro comportamiento si estos pensamientos secretos tuvieran algo más sustancial que los respaldara?
Como ves, en este momento, la mayoría de los que están empezando a leer este libro tienen una capacidad muy limitada para exteriorizar sus malas inclinaciones. No solo carecen de suficiente dinero y poder, sino que también les falta suficiente motivación. Están sentados en una habitación confortable, tienen un techo sobre sus cabezas, las luces están encendidas y tienen comida en el estómago. Aunque tengan muchos problemas con los que lidiar, no se están muriendo de hambre. En comparación con otras personas en el mundo, les está yendo bastante bien. Pero ¿qué pasaría si se encontraran en circunstancias totalmente diferentes? ¿Si todas sus vidas se desmoronan? ¿Si sus seres queridos y ellos estuvieran luchando para comer, beber y sobrevivir? ¿Qué harían entonces?
O, por el contrario, ¿qué pasaría si su posición fuera mucho más sólida de lo que es ahora? ¿Si tuvieran poder y riqueza ilimitados y la capacidad de satisfacer cada pequeño deseo, al igual que los líderes totalitarios del siglo veinte que causaron tanta carnicería? ¿Cómo se comportarían?
No quiero que me malinterpreten. No estoy acusando a nadie de ser un monstruo. Tampoco estoy negando la existencia del libre albedrío y la capacidad del ser humano para triunfar sobre sus circunstancias. No digo que la única diferencia entre la persona promedio y Adolf Hitler sea que Hitler tenía un ejército de brutales nazis detrás de él. Ni que todos sean tan malos como Hitler o que todo lo que hacen en la vida se reduzca a la educación y al entorno. Si Hitler hubiera nacido en una familia diferente en un país distinto en un siglo diferente, ¿habría sido una persona diferente, al menos en términos de su voluntad de elegir el mal? Yo no creo que hubiera sido una persona maravillosamente cálida, amorosa y de buen corazón. No. Sus inclinaciones malas se habrían manifestado de otras maneras y a través de otras acciones. En su alma, todavía habría tomado decisiones oscuras, egoístas y malas. Seguramente no habría estado en condiciones de asesinar a seis millones de judíos y haber incendiado todo un mundo. El alcance de su maldad habría sido más restringido.
El punto es que si bien no queremos enfatizar demasiado la importancia del medio ambiente que lleguemos a negar la existencia del mal, tampoco queremos perder de vista que los factores circunstanciales tienen la capacidad de ocultar el mal. Ese es el quid de la cuestión. Hay muchas más personas malas de lo que por lo general imaginamos. Simplemente no las vemos. No tienen el poder, el dinero, el coraje o la fama para llevar a cabo sus malos impulsos. Gran parte de su maldad nunca ha salido a la superficie, sino que se ha vuelto relativamente inofensiva debido a su situación en la vida.
Y eso es exactamente de lo que tienes que darte cuenta en ti. No es que seas malo de principio a fin; sino que puede haber mucho más mal dentro de ti de lo que eres consciente. Puede haber mucha más maldad de la que eres capaz si hubieras nacido en una situación diferente, si tuvieras los medios, el motivo y la oportunidad de hacer lo que en realidad te habría gustado hacer.
Antes de embarcarnos en este viaje al infierno, es absolutamente imperativo que consideres ese hecho. Esto no pretende ser un ejercicio de autoflagelación; más bien, está destinado a que entiendas, en primer lugar, por qué existe el infierno y luego por qué la gente en realidad quiere ir allí. (Sí, dije que quiere ir allí).
Por solo unos minutos, concéntrate en tu capacidad interior para hacer el mal. No intentes negarlo, minimizarlo, racionalizarlo ni juzgarlo. Solo míralo. Dale vuelta en tu mente. Piensa en las cosas más viles que hayas hecho, dicho o pensado. Piensa en tus arrebatos de ira orgullosa, en tus caídas en pecados sexuales, quizás en tus borracheras, en tus episodios de glotonería, en tus mentiras, pereza, cobardía, ingratitud o egoísmo. Piensa en las veces que te has rendido a este tipo de comportamientos. Piensa en los momentos en los que te has deleitado en ellos. Piensa en cuántas veces has resuelto mejorar o cambiar y, sin embargo, en el segundo en que te topaste con la más mínima tentación, volviste al barro.
Y luego, una vez que recuerdes todo eso, date cuenta de que estos ni siquiera son los peores pecados que has cometido. De hecho, muchas de las cosas que acabo de enumerar, aunque aparentemente repugnantes por el daño que causan, a menudo tienen un mí...

Índice

  1. Cubrir
  2. Pagina del titulo
  3. Derechos de autor
  4. Contenido
  5. Un itinerario infernal: ¿Por qué alguien querría una guía del infierno?
  6. Capítulo 1. El punto de partida de nuestro viaje: El enemigo que llevamos dentro
  7. Capítulo 2. El origen del infierno: La historia de los demonios
  8. Capítulo 3. A medio camino del infierno: El momento de la muerte
  9. Capítulo 4. Caída como la de un rayo: Lo que realmente significa el juicio
  10. Capítulo 5. Evita un movimiento equivocado: Cómo darle sentido al sufrimiento espiritual
  11. Capítulo 6. Un anticipo del dolor: El sufrimiento en el infierno antes de la resurrección
  12. Capítulo 7. La llegada al infierno: El juicio final
  13. Capítulo 8. Una monstruosa transformación: El cuerpo humano en el infierno
  14. Capítulo 9. Explora el terreno: ¿Cómo es, realmente, el infierno?
  15. Capítulo 10. Actividades en el infierno, parte 1: Esclavizados por los demonios
  16. Capítulo 11. Actividades en el infierno, parte 2: Castigo proporcional al delito
  17. Capítulo 12. Actividades en el infierno, parte 3: Relaciones en la ciudad de los condenados
  18. Capítulo 13. Un día en el infierno: Sobre la cuestión del tiempo infernal
  19. Capítulo 14. El infierno en la tierra: Asiento preferencial para un combate inmortal
  20. Capítulo 15. ¿Pasaporte al infierno?: Decídete si vas a hacer el viaje o no
  21. Reconocimientos
  22. Apéndice: El infierno, Satanás y los demonios en la Biblia
  23. Bibliografía
  24. Notas
  25. Acerca del autor