No es para tanto
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No es para tanto

Notas sobre la cultura de la violación

  1. 352 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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No es para tanto

Notas sobre la cultura de la violación

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Índice
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Información del libro

En esta valiosa y reveladora antología, la crítica cultural y exitosa autora Roxane Gay recoge piezas originales y publicadas anteriormente que abordan lo que significa vivir en un mundo donde las mujeres deben medir el acoso, la violencia y la agresión que enfrentan. Abarcando una amplia gama de temas y experiencias, desde una exploración de la epidemia de violación integrada en la crisis de refugiados hasta relatos en primera persona de abuso sexual infantil, esta colección es a menudo profundamente personal y siempre es decididamente honesta. Al igual que 'Los hombres me explican las cosas' de Rebecca Solnit, "No es para tanto' resonará en cada lector, diciendo "algo en totalidad que no podemos decir solos".

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Información

Año
2020
ISBN
9788412191356

De foto
Sharisse Tracey
Mi padre quiso que nos mudáramos a California cuando yo tenía cinco años, y a mi madre no le gustó el cambio. Yo también detestaba vivir allí siendo hija única; al menos, si hubiera tenido un hermano o una hermana, habría tenido alguien con quien jugar. Mi padre decía que era una mimada, pero a mis trece años yo trabajaba más que él; como Cliff Huxtable,[32] mi padre pasaba mucho tiempo en casa mientras mi madre trabajaba en una empresa de telefonía.
Mi padre era un fotógrafo freelance que trabajó de forma más o menos constante durante un tiempo, hasta que enfermó de células falciformes. La verdad es que yo nunca lo vi en una sesión de fotos con modelos (ni con mujeres que aspiraran a serlo), pero lo que sí vi fueron los resultados en sus álbumes. A mi madre no parecían molestarle aquellas fotos o, si le molestaban, no me lo hacía saber. Nunca los oí discutir por sus fotos ni por las mujeres que participaban en las sesiones.
A pesar de mudarnos con frecuencia, siempre teníamos un cuarto oscuro donde él revelaba sus queridas fotos; se pasaba largas horas ahí metido, mientras que yo tenía la instrucción estricta de no entrar. Después de estar allí encerrado emanaba el olor penetrante de una colonia cáustica a base de sustancias químicas y cigarrillos Benson & Hedges del que normalmente me libré porque rara vez me abrazaba. Las únicas veces en que estaba cerca de él era cuando le ayudaba a hacer las tomas de prueba.
—Quédate ahí quieta y mira a la cámara, Tracey —me decía—. No te muevas.
Yo miraba fijamente al objetivo o a la punta de su cigarrillo; no era más que una pieza del decorado, un elemento para probar su material nuevo y practicar antes de recibir algún encargo importante esporádico que ayudara a camuflar el hecho de que no era quien traía el pan a la mesa en nuestro hogar.
El año en que cumplí trece, mis amigas y yo queríamos hacernos fotos posando como modelos, las típicas fotos de estudio con maquillaje y vestuario que con el tiempo ofrecerían las casas fotográficas de cualquier centro comercial normalucho de los Estados Unidos. Nuestros corazones adolescentes anhelaban aparecer en fotos adultas, incluso picantes, en bañador, y habíamos depositado nuestras esperanzas en el fotógrafo que retrataba a todas las jóvenes de Pasadena: Tate. Yo ya había acompañado a su estudio a otra niña de la escuela y había estado presente en su sesión fotográfica. Conocía el tinglado. La seguridad no me preocupaba.
—¿Ese viejo en silla de ruedas? —dijo mi madre cuando se lo pregunté—. Ni hablar. No me fío de él.
—¡Pero, mamá, si hace las fotos de todo el mundo en Pasadena!
—Sharisse, no tienes ni idea de lo que podría ser capaz ese hombre —replicó.
Entonces no entendí a qué se refería, pero, en efecto, aquel tipo era el Pornógrafo Infantil n.º 1 de Central Casting, un hippie viejo en silla de ruedas que se ganaba la vida fotografiando a muchachas jóvenes en su sombría casa. Aun así, yo nunca tuve ningún problema con él; nunca me dijo ni me hizo nada que me diera mala espina.
—¿Por qué no te hace las fotos tu padre? —preguntó—. Hace unas fotos fabulosas.
—¿Papá?
Ni se me había pasado por la cabeza, aunque tampoco era de extrañar. Sabía que mi padre hacía fotos muy buenas, pero estábamos hablando de posados en bañador… y era mi padre.
Con todo, mi reticencia no respondía solo al pudor: mi padre y yo no teníamos buena relación porque yo me había negado tozudamente a ser un hijo varón. Jamás se me habría ocurrido pedirle nada que supusiera ni siquiera remotamente contar con su aprobación; de hecho, no le pedía nunca nada de nada.
Aun así, acepté la sugerencia de mi madre, porque tenía trece años y era impaciente: quería aparecer en fotografías que me hicieran parecer guapa e importante (y quizá un poco sexi) y nada mejor para disponer de ellas a la velocidad del rayo que tener a un hombre con una cámara y un cuarto oscuro en tu propia casa.
La primera vez en toda mi vida en que le pedí a mi padre un favor estaba sola en casa. Mi padre contestó que sí y decidió que nos pusiéramos manos a la obra sin dilación: mis amigas, que se habían mostrado más escépticas que yo misma con respecto a la propuesta de mi madre, aquel día tenían cosas que hacer, así que estaba yo sola.
Para la ocasión, mi padre transformó el comedor de casa en un estudio fotográfico. Desplegó la pantalla de fondo azul que solía usar con sus modelos de verdad sin hablar demasiado. Siempre se ponía muy serio cuando fotografiaba. Me dijo que me pusiera el bañador, pero, pese a los planes que había trazado con mis amigas, resultaba que no tenía ninguno. Mi último bañador conocido se había extraviado en los seis meses que estuvimos sin casa. Según los niños de la escuela, solo me estaban creciendo las piernas, la frente y la sonrisa; el culo y las tetas, no. Y por más que me gustara el agua, no había encontrado ningún motivo para comprarme un bañador nuevo. Lo único que tenía era un nuevo conjunto de braguitas y sujetador azules a topos blancos que mi madre me había comprado hacía poco en JCPenney.
—Parece un bikini, Tracey —comentó mi padre—. Las modelos de verdad llevan ropa mucho más escueta que eso.
Pero yo no era ninguna modelo de verdad y él era mi padre.
Me envió en busca del aceite para bebé al cuarto de baño, abrió el tapón rosa y se vertió un chorro en las manos. Me enseñó cómo aplicármelo, tal como hacían las modelos de verdad. Me extendió aceite en la parte superior de la espalda y los hombros como si estuviera cubriendo de escarcha uno de los delicados pasteles que le gustaba hornear. Quería que me reluciera el cuerpo.
—Relájate, Tracey, lo estás haciendo bien. No tienes de qué preocuparte.
Yo no me sentía bien, pero intenté tranquilizarme. «Sé que papá es fotógrafo —me dije—. Y que hace buenas fotos. Y sé que a mamá le pareció buena idea. No quería que el viejo Tate me hiciera las fotos. Quizá si mamá estuviera aquí me sentiría más cómoda. Debería decírselo a papá, proponerle que esperemos un poco».
Pero no lo hice. En lugar de ello, me repetí para mis adentros: «Si quiero ser modelo de verdad, tengo que acostumbrarme a esto».
Cuando la sesión de fotos concluyó al fin y fui a mi habitación a cambiarme de ropa, mi padre me llamó.
—Dime, papá.
—¿Puedes venir un momento, por favor?
Se le había ocurrido una idea: me pidió que me tumbara en la cama para hacerme algunas fotos en sujetador y bragas. Me sentí un poco confusa, porque las otras fotos me las había hecho en el estudio improvisado en el comedor.
—No pasa nada, Tracey —me tranquilizó—. Relájate, por favor.
Me tumbó con delicadeza y, mientras sostenía en una mano...

Índice

  1. Portada
  2. No es para tanto
  3. Prólogo (Jana Leo)
  4. Introducción (Roxane Gay)
  5. Fragmentos (Aubrey Hirsch)
  6. La isla del Matadero (Jill Christman)
  7. Y la verdad es... que no tengo ninguna historia que contar (Claire Schwartz)
  8. La MQMF más afortunada de Brooklyn (Lynn Melnick)
  9. Espectador: mi familia, mi violador y el duelo en Internet (Brandon Taylor)
  10. El sol (Emma Smith-Stevens)
  11. Sesenta y tres días (AJ McKenna)
  12. Solo para solitarias (Lisa Mecham)
  13. Lo que me dije (Vanessa Mártir)
  14. Estasis (Ally Sheedy)
  15. Cómo nos enseñan a ser niñas (xTx)
  16. Floccinaucinihilipilificación (So Mayer)
  17. El arruinador de vidas (Nora Salem)
  18. La ira de las mujeres (Lyz Lenz)
  19. Buenas chicas (Amy Jo Burns)
  20. Máxima resistencia: la Ley y la mujer queer o cómo me senté en un aula y escuché a mis compañeros hombres debatir sobre la definición de la fuerza y el consentimiento (V. L. Sleek)
  21. Cuerpos contra fronteras (Michelle Chen)
  22. Limpiar la mancha (Gabrielle Union)
  23. Lo que no dijimos (Liz Rosema)
  24. Dije que sí (Anthony Frame)
  25. Demasiado lista (Samhita Mukhopadhyay)
  26. No tan alto: encuentros tácitos con la cultura de la violación (Miriam Zoila Pérez)
  27. Por qué paré (Zoë Medeiros)
  28. De foto (Sharisse Tracey)
  29. Salir de ahí (Stacey May Fowles)
  30. La cosecha de la cultura de la violación: la vida en los campos de la muerte donde crecen las mujeres estadounidenses (Elisabeth Fairfield Stokes)
  31. Ondas luminosas invisibles (Meredith Talusan)
  32. Volver a casa (Nicole Boyce)
  33. Por qué no dije que no (Elissa Bassist)
  34. Epílogo (Jana Leo)
  35. Colaboradoras
  36. Agradecimientos
  37. Índice
  38. Sobre este libro
  39. Sobre Roxane Gay
  40. Créditos