El Holocausto y la cultura de masas
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El Holocausto y la cultura de masas

  1. 128 páginas
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El Holocausto y la cultura de masas

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En la actualidad, la memoria colectiva está siendo sustituida por la reconstrucción que las imágenes del cine y la televisión nos ofrecen del pasado. El Holocausto resulta un ejemplo palmario de que algunos acontecimientos históricos difícilmente pueden situarse ya fuera del imaginario construido por los medios de la cultura de masas fundamentalmente estadounidenses.El denominado "Holocausto de Hollywood", ejemplificado en la películaLa Listade Schindler, supone la erosión progresiva del discurso generado por los historiadores profesionales desde hace décadas. Este interés de los medios por el Holocausto entraña dos peligros: la banalización exhibicionista del horror y la posible identificación con los verdugos.

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Información

Editorial
Melusina
Año
2020
ISBN
9788415373988
Categoría
History
Categoría
World War II
II
El despertar de la conciencia popular sobre el Holocausto
tras el fin de la segunda guerra mundial, el Holocausto no suscitó un gran interés. Muchos de los supervivientes judíos vivían al otro lado del «telón de acero» en la Europa bajo dominio soviético y los judíos que habían abandonado Europa para vivir en Israel y Estados Unidos, desarrollaron lo que se ha denominado la «culpabilidad del superviviente». La mayoría de los supervivientes se mostraban reacios a relatar las terribles vivencias que les hacía cuestionarse los motivos por los que ellos habían sobrevivido y recordar a los seres queridos que habían perdido en la guerra. Incluso la palabra «Holocausto» no fue utilizada hasta finales de la década de los cincuenta. De hecho, ni siquiera se menciona en una de las obras pioneras más destacadas: La Destrucción de los Judíos Europeos de Raul Hilberg publicada en 1961. Por otro lado, en el proceloso contexto de la Guerra Fría, la República Federal Alemana se había convertido para Estados Unidos en un aliado imprescindible en su lucha contra la urss y el gobierno norteamericano no deseaba empañar esa relación abriendo unas heridas tan sensibles del pasado.
Hasta la década de los sesenta, la víctima más conocida del Holocausto era la niña judía holandesa, Anne Frank. En 1955, su diario retocado por los guionistas, fue llevado al teatro con gran éxito. Cuatro años más tarde, la película El Diario de Ana Frank dirigida por George Stevens, se convertía en un gran éxito de taquilla.
Hasta los años sesenta, tan sólo un reducido grupo de historiadores había abordado seriamente el tema del Holocausto. Esto era debido, en parte, al conocimiento incompleto acerca de la política racial nazi entre 1941 y 1945. Documentos relevantes permanecían todavía en poder de los soviéticos y, en Europa, la reconstrucción parecía mucho más urgente que reabrir las heridas del pasado en un tema tan sensible. «Al principio, no existía el Holocausto» señaló el historiador Raul Hilberg, «cuando sucedió a mediados del siglo xx, no se captó su naturaleza.»
La escasez de obras históricas sobre el Holocausto comenzó a remediarse hacia finales de la década de los sesenta. Una nueva generación de historiadores consideró que debían integrar la historia del Holocausto en la corriente general de la conciencia histórica. Desde entonces, los historiadores han realizado grandes avances en la investigación sobre la política de exterminio. La mayoría de las primeras obras sobre el Holocausto eran consideradas como descripciones generales del fenómeno, algo que, en realidad, no era del todo cierto. Para llevar a cabo una descripción general, los estudios debían haber incluido a los propios judíos y su vida antes y después del Holocausto, los países donde vivían y sus relaciones con los judíos; las iglesias; los Aliados; los judíos en el mundo libre y los neutrales, entre los temas más destacados. Tras los primeros estudios, los historiadores del periodo se centraron en temas específicos. En las últimas décadas, se han publicado de nuevo estudios globales.
El juicio de Eichmann
Fue el moderno Estado de Israel el que convirtió el Holocausto en el centro de atención mundial. Un acontecimiento destacado para el cambio en la actitud mundial fue el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén. Eichmann fue localizado en Argentina a finales de los años cincuenta, y se elaboró un plan para capturarlo y llevarlo a Israel. En mayo de 1960, los servicios secretos israelíes lo capturaban en la ciudad de Buenos Aires en la denominada «operación Garibaldi». Su juicio, celebrado en 1961, fue transmitido en directo por radio y televisión a todo el mundo y suscitó un enorme interés.
Antes del juicio de Eichmann, el Holocausto había jugado un papel marginal en la cultura popular israelí. Hacia 1949, un total de 350.000 supervivientes del Holocausto se habían trasladado a vivir en Israel. Cuando se instauró un «Día del Holocausto» en 1951 y se inauguró un museo sobre el Holocausto, conocido como «Yad Vashem», no se puso tanto el énfasis en el sufrimiento judío, como en el valor demostrado por los judíos en el levantamiento del gueto de Varsovia. Se declaró que el día del Holocausto en Israel fuese el del levantamiento de los judíos de Varsovia, no el día en que fue liberado el campo de Auschwitz en enero de 1945. De hecho, para describir la experiencia judía en la segunda guerra mundial, el gobierno israelí no utilizaba el término Holocausto, sino Shoah Vegurah (destrucción y heroísmo).
La enorme cobertura que tuvo el juicio de Eich­­mann convirtió al Holocausto en una experiencia judía única. El testimonio gráfico de los super­vivientes judíos llevó a los hogares de todo el mundo la experiencia de los campos de exterminio nazis. Resulta irónico pensar que Eichmann, que fue una pieza central en la puesta en práctica del Holocausto, jugara también un papel fundamental en el surgimiento del Holocausto en la cultura de masas. Realizó lo primero desde la Sección IV de la Oficina de Seguridad del Reich y jugó el segundo papel desde la «jaula» a prueba de balas del juzgado en Jerusalén.
En la polémica obra, Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt resumió los informes del juicio que había ido publicando en la prestigiosa revista The New Yorker. Arendt describía al frágil y anodino Eichmann, no como un ejemplar de la raza superior de Hitler, ni como un antisemita motivado por la ideología, sino como un apagado «asesino de escritorio» de apariencia terroríficamente normal. En Israel, Arendt que esperaba encontrar en el rostro de Eichmann la maldad en estado puro se vio confrontada, en cambio, con un hombre triste y de apariencia patética que narraba en un lenguaje frío y estadístico el transporte, la selección y el exterminio de millones de seres humanos. A una conclusión semejante llegó el célebre «cazador de nazis», Simon Wiesenthal: «Durante dieciséis años había pensado en él todos los días con sus noches. En mi mente había creado la imagen de un súperhombre demoníaco. En vez de eso, me encontré con una figura frágil, anodina en una jaula de cristal entre dos policías israelíes que parecían con más vida y resultaban más interesantes que él. Todo en torno a Eichmann parecía pintado con carboncillo, su cara grisácea, su calvicie, sus ropas. No había nada demoníaco en él, parecía un bibliotecario que teme solicitar un aumento de sueldo...»
Fue esa desproporción entre la normalidad del personaje y los cargos de la acusación lo que llevaron a Wiesenthal a sugerir, sin éxito, que se debía vestir a Eichmann con el uniforme de las ss durante el juicio. De esa forma, se habría acercado más a la visión que tenemos de un asesino y no habría parecido un ser humano corriente. El juicio suscitó la posibilidad de que todos los nazis fueran, en realidad, tan «corrientes» como Eichmann lo que produjo una consternación considerable. Existía una fascinación con los verdugos del Holocausto motivada por la necesidad de ima­ginar lo malignos que eran los hombres que cometieron aquellos crímenes tan terribles. En parte, deseamos reconfortarnos pensando que no se parecen a nosotros. Sin embargo, enfrentados a Eichmann resultan inquietantemente parecidos
a
nosotros.
Para Arendt, Eichmann obedecía órdenes de sus superiores nazis para la puesta en práctica de la «Solución Final» y ejecutaba las diversas tareas relacionadas con el exterminio de manera rutinaria, lo que otorgaba a su maldad un cariz burocrático. Eichmann aparecía así como una especie de burócrata de la muerte. Arendt también cuestionaba el derecho de Israel de juzgar a Eichmann y ponía en tela de juicio la imparcialidad del tribunal. Arendt trazó paralelismos poco afortunados entre Eichmann y los líderes de las comunidades judías en Europa durante el Holocausto, que entregaron a Eichmann las listas de personas que debían ser deportadas. En este punto, Arendt tocó una fibra sensible que muchos consideraron insultante.
Sin embargo, escribir sobre Eichmann no significaba necesariamente escribir sobre el Holocausto. De hecho, para Arendt, escribir sobre Eichmann suponía una reflexión sobre el totalitarismo. En el contexto de la Guerra Fría, Eichmann representaba el epítome del «asesino de despacho» al servicio del totalitarismo. Cuando los jóvenes norteamericanos se manifestaban contra Vietnam y utilizaban el nombre de Eichmann en sus pancartas, estaban reflexionando sobre si el individuo debe obedecer en un sistema que comete crímenes, más que sobre e...

Índice

  1. I Introducción
  2. II El despertar de la conciencia popular sobre el Holocausto
  3. III Auschwitz, la elusiva representación de la realidad
  4. IV La Lista de Schindler, el enfoque erróneo
  5. V ¿Una lección de la historia? Conclusión
  6. Bibliografía