La suerte de haber nacido en nuestro tiempo
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La suerte de haber nacido en nuestro tiempo

  1. 62 páginas
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La suerte de haber nacido en nuestro tiempo

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Quien se adhiere a un partido político, primero se adhiere a su doctrina, y luego hace propaganda y procura incorporar a muchos para transformar el mundo según esos valores. ¿Es así como actúa la Iglesia católica?El autor analiza las diferencias entre militancia y conversión misionera, antes de llevar a cabo un agudo y optimista balance de los tiempos que nos toca vivir: la esperanza del que cree está por encima de toda nostalgia y de toda utopía, en una época que se caracteriza por la muerte de las utopías.

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Información

Año
2016
ISBN
9788432146732
Edición
1
Categoría
Filosofía

II. LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS: PARA UN APOSTOLADO DEL APOCALIPSIS

Tras estos breves comentarios sobre la misión en general, pasaremos a reflexionar sobre la misión concreta en nuestra época en particular. ¿Cuáles son los signos de los tiempos por los que hemos de dejarnos interpelar? ¿Cuál es el carácter propio de nuestros días que los distingue de los anteriores?
Sea para criticarlo o para elogiarlo, sea para sumergirse en el pesimismo más siniestro o para fantasear con un optimismo de lo más ingenuo, muchos pensadores afirman que estamos entrando en un cambio de era: una revolución que reviste al menos tanta importancia como la salida del Paleolítico. Esta revolución, como la del Neolítico, va ligada a una revolución técnica que ya no es la de la agricultura, sino la de la ingeniería; y esa ingeniería conlleva una drástica ruptura antropológica. Los escenarios catastróficos se multiplican. La crisis, transitoria por definición, se hace crónica. Algunos pensadores no cristianos no temen hablar de un “apocalipsis”.
El indicador de este apocalipsis lo marcan todos los combates “a la contra” que libra la Iglesia. La Iglesia está en este mundo principalmente para revelar a Dios, cuando lo cierto es que su tarea se reduce cada vez más a preservar lo humano. Entraña esencialmente lo sobrenatural y se ve cada vez más llamada a defender la naturaleza. Es la presencia del Eterno y se convierte cada vez más en la garantía de lo temporal. Es el templo del Espíritu y se presenta cada vez más como la guardiana de la carne, del sexo, de la propia materia. Esta situación terrible en la que ya no hay nada que se considere obvio es en realidad espléndida, porque, así las cosas, solo cabe que todo vuelva a empezar en Dios.
Eso es lo que nos revelan de un modo aún más concreto siete u ocho signos de nuestro tiempo. No pretendo ser exhaustivo. Solo aspiro a trazar un esbozo suficiente para constatar la fisonomía particular de la misión de hoy en día; o, más bien, su novedosa radicalidad: un apostolado a la altura del apocalipsis.
1. Fin del Progreso, comienzo de la Esperanza
Nuestra época es la del fin de los progresismos. Es curioso cómo, desde un principio, para Marx la revolución industrial no significaba un progreso, sino una ruptura: no se presentaba como una evolución de la producción agrícola y artesanal, sino más bien como la destrucción de ese modo de producción, la desaparición de las destrezas personales, la multiplicación de los obreros no cualificados a merced de los propietarios de la maquinaria… Según él, había que responder a esa revolución técnica con una revolución política: una opinión compartida por sus adversarios. De este modo, el capitalismo y el comunismo se constituyeron como dos ideologías progresistas: un progresismo basado en la constatación de una ruptura; y, por lo tanto, de un no-progreso, e incluso de un retorno a las prácticas tradicionales.
Pero las grandes utopías políticas de los siglos XIX y XX han muerto: una afirmación que vale tanto para el comunismo como para el capitalismo. La caída del Muro. El hundimiento de los mercados. Ahora hemos dejado de creer tanto en el crecimiento ilimitado como en un futuro brillante. A ello contribuyen, en la teoría, el darwinismo —que nos induce a pensar que la especie humana no es más que una chapuza aleatoria perfectamente reemplazable por otra especie— y, en la práctica, la bomba atómica —que inaugura la posibilidad de una autodestrucción total—. En este sentido, Günther Anders escribía en 1960: «Ya no vivimos en una época, sino en su prórroga»[7]. Y en 1979, en su obra clave El principio de responsabilidad, Hans Jonas realiza esta afirmación inevitable: no hace mucho tiempo «la presencia del hombre en el mundo era un dato primero e incuestionable», mientras que hoy por hoy se cuestiona y ha perdido su evidencia[8].
En esta situación extrema, la misión no puede sino volver a lo esencial, a su dimensión escatológica: la de la esperanza; lo que significa la primacía de la evangelización por encima de toda politización y la prevalencia de la metafísica sobre la moral. Hay que retomarlo todo desde su fundamento. El progresismo, con sus esperanzas de sustitución, era capaz de dotar a la vida de un impulso provisional. Pero si la especie humana se halla destinada al infortunio y a la desaparición ¿en nombre de qué se impide abortar a una mujer? ¿Por qué no degollar al vecino si con ello se puede olvidar por un instante el absurdo de la condición humana? ¿Por qué no lanzarse sin freno a las drogas y a los placeres? Podemos repetir hasta la saciedad que se trata de actos suicidas, a lo que nos responderán con pleno derecho que, de todas maneras, la naturaleza solo engendra seres para luego aniquilarlos; y que, después de todo, el suicidio podría ser una forma de vivir conforme a la naturaleza…
No obstante, Tomás de Aquino se muestra categórico en este sentido: «Por el acto de esperanza se siente inducido el hombre a la observancia de los preceptos»[9]. Donde deja de existir la esperanza, la moral no se sostiene. Se trata, por lo tanto, antes que de una moral, e incluso más allá del bien y del mal en el obrar, de manifestar la bondad del ser porque ha sido creado y porque ha sido salvado. Cuando se destruyen las esperanzas mundanas, la esperanza teologal puede reabrir un futuro, pues es una esperanza que no se apoya en la perspectiva de un futuro radiante, sino que está afianzada en la fe en el Porvenir eterno, en Aquel cuyo nombre es (según la traducción judía de Éxodo 3, 14) Yo seré quien seré.
2. De la globalización a la catolicidad: la ecología integral
Nuestra época hace patente una nueva vulnerabilidad: la vulnerabilidad de la propia naturaleza. Para la moral tradicional lo natural era algo estable, estructural, cuyos recursos se renovaban sin cesar: no había nada capaz de dañar la tierra ni de agotar los mares, y los residuos derivados de la actividad humana eran escasos y se podían eliminar… La cuestión del mal se planteaba, por así decir, de hombre a hombre, y se aplicaba sobre todo en la proximidad: el buen samaritano se acerca al que ha sido apaleado por los ladrones, mientras que el sacerdote y el levita pasan de largo (Lc 10, 30-35). Hoy en día la cuestión del mal afecta también y cada vez más a lo no-humano, y se ab...

Índice

  1. Portadilla
  2. Índice
  3. Prólogo: Acerca de esa suerte
  4. I. Sobre la misión católica y lo que la distingue de cualquier propaganda ideológica
  5. II. Los signos de los tiempos: para un apostolado del apocalipsis
  6. Notas
  7. Créditos