Peregrinas por el Camino de Santiago
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Peregrinas por el Camino de Santiago

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  1. 142 páginas
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Peregrinas por el Camino de Santiago

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¿Estás pensando en hacer el Camino de Santiago y quieres inspiración? ¿Lo has hecho y quieres compartir lo que otras personas sintieron al hacerlo?"El Camino cambió mi vida; cambió nuestra vida. Tanto es así que aún ahora, después de tanto tiempo, cinco años de haber llegado a Fisterra, diez años de haberlo empezado, recordamos casi todos los nombres de los pueblos que recorrimos, las anécdotas de lo que aconteció y también algunas de las caras, nombres y circunstancias de otros peregrinos a quienes conocimos en las diversas etapas. Puedo hablar de los albergues con auténtica veneración, así como de los hospitaleros, y puedo decir que a los tres, en algún momento, se nos pasó por la cabeza dejar nuestra vida aparcada por un tiempo para irnos a trabajar de hospitaleros a cualquier refugio adonde nos hubieran querido…"Frente a la gran oferta de guías sobre el Camino de Santiago, este libro proporciona una nueva y sorprendente visión de la ruta jacobea. Un mosaico de relatos cargados de humanidad, de sentimientos, de belleza, ensamblados en una obra que habla del camino interior con una renovada perspectiva de mano de las peregrinas del Camino: Alexandra Panayotou, atleta griega que en 2008 se convirtió en la primera mujer en hacer el Camino de Santiago corriendo (1200 kilómetros en solitario), la escritora Rosa Villalda, a quien esta experiencia cambió su vida, Marie-Christine Bricard, que lo hizo en solitario en bicicleta… relatos de mujeres que han superado una enfermedad, una pérdida familiar, peregrinas que buscan respuestas, cumplen promesas y descubren la fuerza que llevan dentro, como las reclusas de la cárcel de Brieva, participantes de "Caminos de libertad"- iniciativa pionera que tiene lugar cada ali entre un escogido número de reclusos de distintos centros penitenciarios del país-.Una singular obra que transmite el espíritu del Camino.

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Información

Editorial
Casiopea
Año
2017
ISBN
9788494672767
Categoría
Viajes
MUJERES EN CAMINO
RELATOS DE PEREGRINAS
Hay lugares en tu vida que te llegan al alma y que forman parte de ella para siempre. Tal vez sólo se ha estado en ellos una vez, pero esos escenarios han sido testigos de conversaciones que marcaron nuestra vidas, de decisiones trascendentales, de momentos que se graban para siempre en los rincones más inexplotables de nuestra memoria. Un banco en un parque remoto, una farola en el cruce de dos calles, una pequeña plaza, el escalón de un portal. Son lugares del alma, espacios de que fotografiamos mental y anímicamente para la posteridad.
JAUME SAN LLORENTE
Sonrisas de Bombay
RELATOS PREMIADOS
PRIMER PREMIO

Corriendo el Camino

Alexandra Panayotou
1.200 kilómetros en solitario por el Camino de Santiago
“No te rindas, no les des ese gustazo a los que lo esperan”
ALEXANDRA PANAYOTOU
El sábado 26 de abril de 2008, a las 09:30 de la mañana, inicié mi marcha desde la Plaza de Sant Jaume, en el centro de Barcelona. Mi intención era correr, o kilometrar, como empecé a llamarlo durante mi experiencia, hasta la Plaza del Obradoiro, en Santiago de Compostela, siguiendo el mítico Camino de Santiago. Me había impuesto el reto de completarlo en 21 días.
Cuatro años antes, durante una época muy difícil de mi vida, quizá la más dura por lo que había pasado hasta el momento, oí algo del Camino de Santiago y aquello despertó mi interés. Poco a poco, la idea de hacer el Camino corriendo se instaló en un rincón de mi cerebro y fue tomando forma. Por aquel entonces, yo estaba acostumbrada a correr sólo maratones (unos 42 km cada uno). Digo sólo, porque un desafío de más de 800 kilómetros es algo más serio que correr una maratón. El que entonces era mi pareja y otras personas próximas a mí, intentaron disuadirme alegando que aquello era demasiado duro, que había muchos riesgos o que necesitaría más tiempo. Claro que entonces yo no era como soy ahora y mi falta de seguridad o mi nivel de autoestima me llevaba a dejarme guiar por los demás. Aun así, compré un libro aunque durante un tiempo se quedó en un estantería, casi olvidado, la semilla de aquel desafío fue germinando mientras yo trabajaba para fortalecerme como persona. Era como si las dos fuéramos creciendo con efectos invisibles de cara al exterior, pero con los años, los cambios eran tangibles y obvios.
En diciembre de 2007, yo era una mujer renovada y me encontré en un cruce importante de mi vida. Tenía mi propia empresa de eventos, había dejado de correr maratones y empecé a prepararme en carreras de ultra-fondo. Un día, mi socia y yo decidimos ayudar a la causa de un grupo de personas con discapacidades físicas que se habían impuesto la meta de llegar al Polo Sur. Fue entonces cuando pensé en dedicar el año 2008 a correr 2008 kilómetros en carreras y rutas oficiales para ayudar a este grupo a conseguir financiación y aumentar la notoriedad pública que hiciera posible el triunfo de su expedición. Llamé al proyecto Pole Runner 2008.
Entusiasmada con todo aquello, la idea que había estado esperando durante cuatro años, emergió de forma natural: Había llegado el momento de correr el Camino y sin hacer oídos a las razones en contra, escuché mi corazón y presenté mi proyecto públicamente en febrero de 2008, corriendo en solitario durante 24 horas la pista de atletismo Joan Serrahima de Montjüic, en Barcelona.
Pequeñas lesiones me obligaron a aplazar la salida y cuando llegó el momento de la verdad, no estaba segura de si sería capaz de correr durante tres días seguidos, eso por no hablar de 21. Tenía miedo de lo que me esperaba, mejor dicho, tenía miedo de todo lo desconocido, pero no manifesté mis dudas a nadie.
Mis amigos, algunas personas de la expedición al Polo Sur y varios políticos que me dieron su apoyo hicieron muy emotiva la despedida. Los primeros kilómetros estuvieron envueltos en un ambiente de alegría, seguida de un grupo de corredores, algunos medios de comunicación y dos policías en bici. Tal vez fue un poco surrealista, pero me sentía bien y en esos momentos me dejé llevar por las emociones dejando el miedo atrás.
Para llegar al principio del Camino Catalán escogí el GR 6 que va desde Barcelona a Montserrat. El primer día crucé las montañas cercanas y las urbanizaciones acompañada de mi amigo Edu Clemente. Diez horas más tarde, cuando llegué a Monistrol, a los pies de Montserrat, estaba destrozada. La realidad de lo que tenía que afrontar empezó a ser evidente. Sólo había hecho una etapa y estaba agotada.
Aquella noche, la primera de las 20 que me esperaban, apenas dormí. Aún no lo sabía pero aquel iba a ser el problema constante, sin embargo por vez primera en mi vida, sentí que me había despojado de todo el miedo y me había lanzado al vacío, a una aventura que sabía que iba a cambiar mi vida. No sabía si llegaría a Santiago de Compostela, porque era consciente de que podía tener un accidente o una lesión, pero dentro de mí algo me decía que sí, y que llegar hasta el final haría que regresara a casa cambiada.
Mi amigo Edu siguió acompañándome durante aquellos kilómetros por Montserrat. Fue emocionante ver por primera vez la flecha amarilla y oír “¡Buen Camino!”. Mis ojos se llenaron de lágrimas porque estaba viviendo mi aventura, mi sueño.
La ruta empezaba en el Camino Catalán y tras enlazar con el Camino Jacobeo del Ebro, tomaría el Camino Francés en Logroño. Recuerdo que aquella fue otra de mis inquietudes. No sabía muy bien cómo iba a encontrar el Camino. Tenía algunos mapas, pero los únicos que estaban claros eran los del Camino Francés, y esto, unido a mi falta de experiencia en ese tipo de rutas, hizo que me perdiera varias veces y corriera más kilómetros.
Además empecé a tener problemas con mi garganta. Sufrí inflamación y dolor de hasta perder la voz. Por las noches la fiebre subía tanto que dejaba la cama empapada del sudor. Después de los primeros tres días, mi cuerpo entró en lo que entonces llamé “adaptación” y que hace que el cuerpo te duela constantemente. Cada movimiento era horroroso. Me dolían las plantas de los pies, los empeines, las rodillas, los brazos, la espalda… Todos los músculos se quejaban en cuanto daba un paso. A veces corría y lloraba, y casi por inercia, ponía un pie delante del otro concentrada en la música de mi iPod, mirando el Camino y, más allá, Santiago de Compostela.
Enseguida comprendí que tenía que salir muy temprano para poder llegar al siguiente destino con tiempo para estirar, ponerme hielo en las piernas, hacerme auto-masajes, comprar comida, preparar la mochila para el día siguiente, cargar el GPS de seguimiento y dormir las suficientes horas para que el cuerpo pudiera reponerse. Desayunar y cenar era otro problema. Lo primero porque como salía tan temprano, no había bares abiertos. Y lo segundo porque necesitaba comer mucha pasta a diario ya que es lo que más energía aporta al cuerpo sin hacer daño al estómago. Muchas veces tenía que buscar por todo el pueblo hasta encontrar un local que la sirviera. Recuerdo que el 1 de mayo llegué a Burgo de Ebro y todo estaba cerrado porque era día festivo. En mi desesperación acabé acudiendo a la Guardia Civil. Lo único que encontraron abierto fue el Club Social y allí, rodeada de jubilados que jugaban a las cartas, pude comer un platito con un poco de arroz.
Resulta difícil condensar en unas páginas algo que cambió mi vida, algo que me hizo sufrir más que nunca, algo que tuve que afrontar casi sola. Cada día, cada noche, cada kilómetro era una lección. Los noches eran casi peores que los días. Mi descanso era escaso y mi sueño era inquieto por los dolores que me pellizcaban todo el cuerpo. Dormía un promedio de cuatro horas y no tardé en sentirme agotada las 24 horas del día. Sin embargo, avanzaba día a día, kilómetro a kilómetro. Viajaba en mi cabeza, valoraba mi vida y lo que tenía. Mientras pasaban los días reviví momentos, evaluaba mis valores y, casi sin pensar, definía lo que quería para mi vida.
Corría en solitario, pero tenía mucho apoyo de la gente. Algunos me visitaron durante el Camino. Javier Marcel, por ejemplo, amigo y fotógrafo, vino por el tramo de Bujaraloz y también me acompañó en la última etapa. La gente me seguía en directo por mi web gracias al GPS Veosat que llevaba. Los mensajes de ánimo y cariño que recibía cada día aún hoy me emocionan. Tenía la sensación de que me rodeaba cierto apoyo del propio Camino, como si a pesar de todas las cosas que podían ocurrirme (y ocurrieron), nunca llegara a estar en peligro.
La etapa de los Monegros no fue tan dura como imaginaba. Su terreno estéril y salvaje me descubrieron una belleza especial que me llenó de energía para los días duros que esperaban. Abandoné el Camino Catalán y me adentré en el Camino del Ebro que, aunque mejor marcado, me obligó a afrontar uno de los peores días de todo el desafío. Quizás por el agotamiento acumulado, el dolor y el pensamiento de que no estaba ni a la mitad de todo el trayecto. Los días se hicieron eternos y puedo asegurar que avanzaba gracias al poder de mi mente.
En Luceni recibí la visita sorpresa de la soprano Kathleen Berger, a quien no conocía en persona. Durante unas horas, reí, compartí y descargué algo del estrés que transportaba a diario. Aquellos momentos fueron preciosos y estimulantes porque la soledad me debilitaba. El simple hecho de compartir la cena, la conversación o las experiencias del día me aliviaron el sufrimiento físico y mental acumulado.
De Barcelona hasta Logroño no vi ningún peregrino, ni andando, ni en bici ni corriendo. Veía gente sólo cuando pasaba por las aldeas o las ciudades. De vez en cuando, llegando a los pueblos, veía a José, el hombre que transportaba parte de mi equipaje gracias a Gatorade. Yo corría con una mochila que pesaba en torno a los ocho kilos, en la que llevaba agua, comida, mi documentación, la credencial y algunas cosas de emergencia. Pero como corría 60 kilómetros diarios necesitaba más cosas que José llevaba de aldea en aldea. He de confesar que el intercambio de palabras con él cuando le veía suponía un bálsamo diario.
Una de las sensaciones que aparecieron durante aquellos días fue la de creer que vivía en un mundo completamente ajeno al de los demás. Pensaba en las vidas de mis amigos, les veía en mi imaginación al despertarse, desayunando, yendo al trabajo, comiendo… Pensaba en cómo eran las 24 horas cotidianas de una persona y luego reflexionaba acerca de las mías: un sufrimiento durante el día, la recuperación solitaria por la tarde y el sueño infernal durante la noche. Llegué a pensar que vivía en un mundo paralelo, en otra dimensión.
La música me relajaba al igual que las flechas amarillas, que se presentaban ante mis ojos como la estrella de Belén guiándome hacia Santiago. Los pensamientos se sucedían. No sé cuántas veces al día pensaba en los participantes de la expedición al Polo Sur, que en menos de un año iban a estar viviendo su propia lucha y poniendo a prueba sus propios limites. Pensé en ellos, en su esfuerzo y en el privilegio de afrontar un reto cuando hay gente que por temas físicos, mentales o por falta de la libertad no pueden hacerlo.
Es curioso. Físicamente sufría como nunca, pero interiormente me sentía viva, llena de energía, como si estuviera corriendo hacia mi futuro. Aquel entusiasmo me acompañó hasta Logroño, lugar desde el que sentía que, a partir de allí, todo iba a mejorar. En el puente de piedra, donde el Camino Jacobeo se une con el Catalán, giré a mi derecha para mirar de donde procedía ese camino, el más famoso de todos, y vi a los primeros peregrinos. Algo me sacudió, una emoción que no pude controlar y mis ojos se llenaron de lágrimas mientras seguía corriendo hacia Navarrete con pasos más ligeros y una sonrisa amplia. Imposible describir la alegría que supuso ver a otros peregrinos, saludarles cuando les pasaba a mayor velocidad.
Mi amigo Carlos Cervera, me esperaba en Navarrete para acompañarme hasta Burgos. Tuvo que darse la vuelta en Belorado por problemas familiares pero el día que pasé con él fue el primero en que no sufrí tanto. En Burgos, apareció Óscar Massana para acompañarme en bici hasta Santiago. Yo tenía que correr los kilómetros de igual forma y las noches seguía sin dormir, pero el hecho de poder compartir la aventura, rebajó la presión mental con la que convivía.
Mi cuerpo ya se había acostumbrado a esa nueva vida que consistía en correr desde las 6 de la mañana parando sólo para ir al lavabo, llenar la cantimplora con agua y comer (que lo hacía siempre andando, jamás me senté). No paraba de llover y el estado del terreno era problemático para correr, pero descubrí que era capaz de reír en vez de llorar cuando todo se hace demasiado duro. El día que tuvimos que pasar por O Cebreiro y el Alto de Poio -los puntos más altos del Camino- fue uno de los mejores. La alegría de haber dejado las llanuras y la meseta, de estar, por fin, en las montañas, llenó tanto nuestros corazones que subimos aquel puerto sin apenas darnos cuenta. Óscar y yo avanzábamos llorando de emoción, hablando de la vida o llorando por reír tanto. Salimos de Burgos siendo amigos. Llegamos a Santiago convertidos en amigos del alma.
El Camino es largo y se hace largo. Sin embargo, a medida que se avanza, la proximidad de Santiago emociona. Al salir de Barcelona me había construido una “pared” mental que me protegía, un mecani...

Índice

  1. Agradecimientos, Pilar Tejera
  2. Presentación, Pilar Tejera
  3. La vida es un largo Camino, Panama Jack
  4. Prólogo. La búsqueda de uno mismo: inicio de la peregrinación, Rosa Villada
  5. Mujeres en camino. Relatos de peregrinas
  6. Diarios
  7. Ediciones Casiopea