Epílogo
El adiós a la noche
La noche se muere allí donde se han hallado límites.
PIERRE REVERDY, «Le cercle ténébreux»
Más decisivo que saber cómo se entra en la noche es saber cómo se sale de ella. Esta pregunta reúne al dormido que despierta, al insomne que debe afrontar el día a pesar de su cansancio y al noctámbulo que vuelve a su casa. El problema de la transición hacia otro régimen de la experiencia sensible se plantea en cada uno de esos casos. El dormido debe pasar del letargo a la actividad, el insomne de la soledad a la comunidad, el noctámbulo de la errancia en los lugares públicos a la localización en un espacio privado. Esos pasajes están ritmados por las alternancias estudiadas anterirmente: la alternancia entre la noche y el día, claro, pero también las que le son correlativas: oscuridad/luces, sueño/vigilia, retraimiento/aparición, invisibilidad/testigos, etc. Como todas las variaciones sensibles un poco brutales, la salida fuera de la noche implica disgustos: el dormido se levanta a regañadientes, el insomne teme ser reconocido, el noctámbulo jura que nunca más va a quedarse despierto hasta tan tarde.
Este libro ha querido mostrar que a pesar de todo hay que temer más a la abolición de esas alternancias que a su entrada en conflicto. En pocas palabras: entrar en la noche tiene un sentido, incluso a riesgo de tener que salir de ella. La pregunta se ha vuelto urgente porque la tentación de salir de una vez por todas de la noche nunca ha sido tan grande. Para ya no ser alterado por los crepúsculos y los amaneceres, el humano dispone ahora de toda una serie de técnicas luminosas. Estas se ajustan perfectamente a las exigencias de un tiempo homogéneo en el que ningún límite es obstáculo para los imperativos de productividad y transparencia.
Para responder a ese cansancio de las variaciones sensibles hay que centrarse por última vez en la madrugada del noctámbulo. La escena final de La dolce vita de Fellini muestra a un grupo después de una noche de fiesta deambulando en un playa cuando sale el sol. Ahora que ha vuelto el día hay que reconocer que no es bonito verlos. Sus caras marcadas por la ausencia de sueño forman muecas, los restos de borrachera le quitan gracia a sus gestos. Todo indica que esta enésima noche en vela estaba de más.
Al borde del mar, los pescadores traen en sus redes un enorme pez muerto que los noctámbulos van a contemplar, seguramente esperando que esa rareza los divierta un poco. El personaje principal, Marcello Rubini (Marcello Mastroianni), le dirige sin embargo una mirada más grave al animal. Cuando lo gira nota que los ojos del animal parecen concentrarse en él y sus amigos titubeantes. El monstruo se vuelve testigo acusador de todas esas noches perdidas bailando y bebiendo en las casonas de Roma. Pudriéndose, carcomido por los cangrejos, el animal le dirige un juicio terrible a las noches occidentales: a fuerza de huir de la angustia de muerte dando infinitas vueltas, Marcello y sus compañeros habrían dejado de estar vivos. En la mirada del monstruo marino, las noches de fiesta se vuelven el espejo de una vida que se niega a reconocer que ya está muerta.
Sería difícil imaginar una invitación más sórdida a abandonar la noche. El ojo del monstruo es la versión horripilante del canto del gallo: el adiós a la noche resulta de una condena sin remisión a las errancias nocturnas. S...