Convicciones y magisterio
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Ensayos escogidos

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Para la Universidad EAFIT y su Editorial esta selección de textos de Beatriz Restrepo Gallego es un homenaje a una de las maestras cuya huella ha perdurado más largamente en la memoria de sus estudiantes y colegas; y que marcó una generación al mostrar también como mujer en un campo que tradicionalmente han ocupado los hombres, que es posible pensar con seriedad y constancia, y que dicho compromiso no es ajeno a la vida de todos los días; por el contrario, la define y orienta. Y dicho homenaje no fue otro que su propia obra y una breve, pero representativa, muestra de ella. A Beatriz Restrepo Gallego, gracias por su legado.Juan Luis Mejía ArangoCon la más profunda de sus convicciones, es decir, con una creencia teóricamente fundada en el acervo filosófico y cultural, la doctora Beatriz Restrepo sustentó y propuso un pensamiento coherente acerca de cómo darle respuesta a la necesidad sentida del ser humano de crear moral personal y comunitaria, de darse normas morales, de afirmar la propia existencia, de desarrollar sus potencialidades y de conquistar la libertad para poder, se hacer a sí mismo. En la tarea de proyectarse como ciudadana a la sociedad, funde en una sola pieza el sentido de su vida y la enseñanza de la ética. Sí, porque la ética puede enseñarse y aprenderse.Gabriel Jaime Arango Velásquez

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Información

Año
2020
ISBN
9789587205916
Categoría
Literature
Categoría
Literary Essays
Estudios sobre Antioquia
La música culta
La pobre Colonia
Las primeras manifestaciones de la “música culta” en Antioquia habrá que buscarlas –como es el caso en el país y en la América hispana– en los oficios religiosos celebrados por los españoles apenas iniciadas las tareas de la Conquista. En la labor evangelizadora de los misioneros decisiva influencia tuvo la música religiosa en sus vertientes del tradicional canto gregoriano, el canto toledano y la moderna polifonía renacentista; Felipe II en sus ordenanzas a los conquistadores les señala la conveniencia de utilizar este recurso en la enseñanza de la doctrina cristiana. Honra a Antioquia que la primera noticia sobre música religiosa en el Nuevo Reino de Granada le corresponda. En efecto, en 1513, fray Juan de Quevedo, primer obispo de Santa María la Antigua del Darién (fundada en 1510) encargó a Sevilla para el coro 6 oficios, 6 antifonarios, 6 salterios de canto toledano. Señala Mgr. Perdomo Escobar en su Historia de la Música en Colombia que esta, la primera diócesis del país, tuvo, sin duda, coros y materiales musicales de primera categoría, pero su huella se ha perdido gracias a las incursiones enemigas y a las inclemencias del tiempo.
Abandonada Santa María la Antigua a pocos años de su fundación, hemos de esperar al año 1546, en que Jorge Robledo funda la nueva Villa de Santa Fe de Antioquia, para conjeturar que presumiblemente se llevaran a cabo allí oficios religiosos de alguna solemnidad, acompañados de música religiosa de cierta calidad. Las investigaciones iniciadas por el norteamericano Robert Stevenson (en 1962) en los archivos catedralicios de Santa Fe de Bogotá y que dieron por resultado el conocimiento de primera mano de la cultura musical colonial en la capital del Nuevo Reino de Granada y posibilitaron numerosos estudios posteriores, todavía en curso, no han encontrado su correspondencia en otras regiones del país. Concretamente, para la región antioqueña el profesor Rodolfo Pérez ha señalado que la investigación adelantada por él en la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, antigua catedral, ha sido infructuosa en cuanto a materiales musicales se refiere. Lo mismo puede decirse de las pesquisas adelantadas en Santa Fe de Antioquia, donde hasta hace poco se guardaban en el Seminario Conciliar partituras del período colonial, documentos inexplicablemente “perdidos” durante una reciente remodelación del inmueble. Puede inferirse de los resultados arrojados por las investigaciones en la catedral de Bogotá, que el mismo tipo de música fuera utilizado por los coros de la ciudad de Antioquia (canto gregoriano y toledano, polifonía de los maestros T. L. de Victoria, F. Guerrero y C. de Morales, entre los más destacados) ya que en los Archivos de Indias de Sevilla y Valladolid se relaciona el envío de abundantes materiales musicales (con su nombre y correspondiente precio) a toda la América hispana durante el siglo XVI. En cuanto al uso de instrumentos –y seguimos basándonos en analogías con la situación en Santa Fe de Bogotá– parece que desde muy temprano se introdujeron pequeños órganos (organillos) que junto con instrumentos de aliento como el bajón y chirimías, acompañaban las voces en los servicios litúrgicos. El primer órgano verdadero fue traído en 1782 a Santa Fe de Antioquia y en 1789, el segundo, a la Villa de la Candelaria. Todavía en 1826, como lo señala C. A. Gosselman en su Viaje por Colombia, la ciudad de Medellín tenía 7 iglesias de las cuales solo una poseía un órgano.
Prácticamente nula es la información disponible sobre la música en la época colonial, de lo cual puede deducirse que esta tuvo escaso o ningún desarrollo. Hecho comprensible si tenemos en cuenta el estado general de atraso, pobreza y abandono de toda la provincia durante este período que, aproximadamente, podemos ubicar entre el 1600 y la Independencia. Por ejemplo, y en el campo de la música, mientras Santa Fe de Bogotá contaba para 1693 con dos órganos en su catedral, todavía en 1767 la iglesia de los jesuitas en Santa Fe de Antioquia, una de las más ricas y notables de la provincia, solo contaba con dos arpas y, posiblemente, instrumentos de chirimía para reforzar el canto.
Ampliamente estudiado por investigadores de los siglos XVII y XVIII, conviene sin embargo destacar en este período aquellos rasgos que pueden relacionarse con la cultura y explicar, de alguna manera, el general atraso a este nivel. Son ellos: el carácter poco aristocrático de las formaciones sociales en Antioquia debido a la fusión racial y criollización de la población; esto dio por resultado una sociedad abierta, de mucha movilidad, en agudo contraste con las élites de Popayán y Santa Fe de Bogotá para las cuales las artes y la música, en particular, fueron un evidente instrumento de diferenciación social. El escaso o nulo contacto con extranjeros durante el período: en 1720 había en la Villa de la Candelaria dos ciudadanos extranjeros, ambos italianos, y en 1750, solo uno, francés; ninguno de ellos relacionado en manera alguna con la música o las artes. La existencia en este período de tres ciudades que competían en importancia (Santa Fe de Antioquia, la Villa de la Candelaria y Rionegro) y no menos de cinco poblaciones destacadas en la vida de la región (Arma, Marinilla, Santa Rosa de Osos, Yarumal y Zaragoza); este hecho de diversificación urbana, sin comparación en las otras provincias del Virreinato, dispersaba recursos, impedía la acumulación y la continuidad de actividades artísticas y dificultaba la vinculación de la cultura a una élite gobernante. El casi total aislamiento de la provincia por dificultades en las comunicaciones: diez o doce días de camino desde las principales ciudades a los puertos sobre el Cauca y el Magdalena, uno o dos meses de camino a Bogotá por la antigua ruta de Herveo. El atraso cultural de la metrópoli y, por ende, de los emigrados a América en calidad de colonos o funcionarios: España aislada de Europa desde los tiempos de Felipe II apenas en el siglo XVIII inicia un movimiento de renovación que llegará tardíamente a América a fines de siglo y comienzos del XIX. Por último, la situación de extrema decadencia del momento, final de la vida de un régimen, el colonial.
Comienzos difíciles
Era tal la situación de Antioquia que, en 1783, según el documento de los oficiales reales de Antioquia enviado al virrey, “esta Provincia por su despoblación, miseria y falta de cultura solo era de compararse a las de África”. Sin embargo, el siglo XIX en el campo de la música sienta las bases de lo que será la vida musical de la región en la época contemporánea. La primera noticia de que disponemos data de 1811, cuando el presidente del Estado de Antioquia, don José Antonio Gómez, se interesó por la formación de una banda al estilo de las que existían en Bogotá desde 1809. Para el efecto contrató al ciudadano francés Joaquín Lemot quien conformó una agrupación de 30 músicos para la cual se importaron instrumentos y partituras. Más tarde, en 1825, el maestro Lemot abrió la primera Escuela de Música de la cual fueron discípulos destacados Francisco Londoño, rionegrero, extraordinario guitarrista y compositor de uno de los himnos nacionales anteriores al del maestro Sindici y Toribio Pardo, oriundo de Santa Fe de Antioquia, también guitarrista y, posteriormente, director de la banda. Para 1835 Medellín, convertida en capital, cuenta ya en la persona de don Vicente Velásquez con un afinador y profesor de piano; no serían tan numerosos estos instrumentos puesto que en 1860 el viajero Ch. Saffray dice refiriéndose a las señoras de la sociedad medellinense: “¿Cómo se podrá hablar de música a aquellas damas que no conocen más instrumento que la guitarra?”. Sin embargo, los esfuerzos por dotar a Medellín de una vida cultural se venían dando, efectivamente, desde comienzos del siglo. En 1837 es traído a la ciudad capital, desde Santa Marta, el ciudadano inglés Mr. Edward Gregory MacPherson quien había llegado al país en tiempos de la campaña libertadora como director de la Banda de la Legión Británica. A él se le encomendó la creación de una banda, de una orquesta filarmónica (emulando con la de Bogotá recientemente fundada, en 1846, por otro ciudadano inglés, don Enrique Price) y de una Academia de Música. Al marcharse el señor Gregory a Cali, donde murió, la orquesta y la academia desaparecieron; solo sobrevivió la banda que pasó a ser dirigida por uno de sus discípulos destacados, el señor José María Salazar. Para fines del siglo dos figuras se destacaban en el panorama de la música culta en Antioquia: Daniel Salazar Velásquez (1840-1912) y Juan de Dios Escobar Arango (1840-1883). El primero recibió de su padre, José María Salazar, ya mencionado, sus primeras lecciones de música. Fue destacado pianista y dedicó su vida a la educación musical, a la difusión de la música europea contemporánea y a las actividades culturales.
Dirigió las bandas de Rionegro y Medellín, fue cofundador de la Escuela de Música Santa Cecilia en 1888 y compositor de música religiosa y para banda. Habiéndose perdido sus obras, Daniel Salazar pasa a la historia como el más grande pianista antioqueño del siglo XIX. Juan de Dios Escobar compartió con el anterior la actividad musical de la ciudad al final de la centuria. Buen pianista, director de la Banda de Medellín para la que compuso numerosas obras, entre ellas una zarzuela, viajó a Panamá enviado por el Gobierno Nacional a dirigir la banda de esa provincia, pero murió a poco de su llegada atacado por la fiebre amarilla.
Justo es mencionar en el último cuarto de siglo a don José Viteri (llegado a Medellín hacia 1875 y muerto en Popayán en 1913), destacado violinista y editor de un tratado de música teóricopráctico (publicado en Medellín en 1876), quien con los hermanos Francisco José y Pedro José Vidal de origen payanés y con Daniel Salazar fue fundador de la Escuela Santa Cecilia, ya mencionada, de la cual fue primer director don Pedro José Vidal (1834-1915). A caballo entre los dos siglos, por último, se encuentra el compositor Gonzalo Vidal (1863-1946), quien llegó a Medellín siendo niño, traído por su padre Pedro José Vidal. A los veinte años era ya Gonzalo el centro de la vida musical de Medellín: profesor de la Escuela Santa Cecilia, director de la banda, divulgador de la música culta, compositor de música profana (dos sonatas, mazurca miniatura, Homenaje a Beethoven: preludio, fuga y tarantela) y religiosa (dos misas de requiem y unas Estaciones que todavía se escuchan el Viernes Santo). Ya anciano fue a vivir a Bogotá, donde murió a los 83 años de edad.
Compositores de nuestro siglo
Entramos así en el siglo XX y a continuación trataremos de dar una visión de conjunto de la actividad musical de Antioquia en lo que va de la centuria. Se destacan, inicialmente, los nombres de tres compositores: Carlos Posada Amador (1908-¿?), Roberto Pineda Duque (1910-1980) y Blas Emilio Atehortúa (1933-¿?), todos radicados fuera de la provincia luego de haber intentado desarrollar aquí sus talentos y capacidades. Carlos Posada Amador inició sus estudios musicales en Medellín y se perfeccionó en París donde tuvo notables maestros como V. d’Indy y Nadia Boulanger. A su regreso dirigió por cuatro años el Instituto de Bellas Artes (fundado a comienzos del siglo) y en 1943 se radicó definitivamente en México. En su obra se distinguen dos períodos: en el primero, trata de fusionar su sensibilidad de tipo nacionalista con la influencia francesa del impresionismo musical; cabe mencionar aquí sus obras Cántiga sagrada para soprano, contralto, tenor y arpa (1935), Coral fúnebre para instrumentos de metal (1937), La coronación del Zipa, poema sinfónico y Cinco canciones medievales para coro mixto a capella (ambas de 1939). El segundo período concuerda con su radicación en México y señala la madurez personal de su técnica y de su inspiración; a él pertenecen entre otras: Diez romances tradicionales mexicanos para coro mixto a capella (1954), Fuga a cinco voces para órgano (1957) y el Quinteto de alientos (1958). En México donde ha gozado de merecido reconocimiento, el maestro Posada ha adelantado una importante labor en la docencia y la difusión a través de la Universidad Autónoma y el Conservatorio Nacional.
Roberto Pineda Duque nació en el Santuario y luego de pasar por el coro parroquial y la banda local ingresó al Instituto de Bellas Artes de Medellín donde estudió con el pianista español José Fuster. Durante diez años permaneció en esta ciudad componiendo música litúrgica y profana (su ópera La vidente de la Colonia fue estrenada en 1946) y ejerciendo la docencia. En 1953 se fue a Bogotá donde terminó radicándose definitivamente. Con mucha dificultad logró abrirse paso en el hostil medio bogotano y solo tardíamente logró acceder al Conservatorio Nacional y a la dirección de la Banda Sinfónica, mientras que en el extranjero su obra mereció, desde muy temprano, gran reconocimiento. Su producción incluye obras litúrgicas, música de cámara, canciones y obras corales profanas, obras orquestales y música incidental. De este amplio repertorio de 75 opus, el profesor Andrés Pardo Tovar, quien fue uno de los primeros en valorar la obra de Pineda Duque, destaca la Misa Solemne (1958), el Concertino para orquesta (1959), la música incidental para Edipo Rey (del mismo año), el Preludio Sinfónico (1964) y el Triple concierto, obra en la cual culmina su técnica.
Blas Emilio Atehortúa luego de iniciarse musicalmente en el Instituto de Bellas Artes de Medellín, pasó al Conservatorio Nacional de Bogotá donde recibió cursos con los maestros O. Roots, A. Pardo Tovar y J. Rozo Contreras. Ingresó por concurso al Centro Latinoamericano para estudios avanzados en música de Buenos Aires donde tuvo maestros de la talla de Ginastera, Copland, Messiaen y Novo. Como compositor tiene una obra amplia, original y ambiciosa: música de cámara, orquestal, para instrumento solista y orquesta, para voces. Mgr. Perdomo Escobar destaca el Concertante para timbales y pequeña orquesta (1967) y el Cántico delle creature, para bajo, dos coros de cámara, instrumentos de viento, percusión y dos cintas magnetofónicas. El maestro Atehortúa es ampliamente conocido en los círculos musicales americanos como compositor, director de orquesta, conferencista y pedagogo. Está radicado desde hace años en Bogotá, pero participa en la vida artística de Medellín. Su última posición oficial en el terruño fue la dirección del Conservatorio de Música de la Universidad de Antioquia en 1972. Ya en 1970 había dirigido el de Popayán y en 1973 entró a dirigir el de la Universidad Nacional de Bogotá.
Dos hombres deben citarse: José María Bravo Márquez (1902-1952) y Rodolfo Pérez González (1929) como impulsadores de la vida musical del departamento. José María Bravo fundó en 1932 el Orfeón Antioqueño iniciando así el movimiento Coral en Antioquia (el primer orfeón del país había sido fundado en Popayán en 1836, por don Manuel Antonio Cordovez y Caro). Se destacó además como profesor, director de numerosos coros y compositor de unas 200 obras. Entre ellas, Sinfonía de los Andes para orquesta, piano y coro (estrenada en Medellín en 1936 en el II Congreso Nacional de Música); Vocata, cuatro variaciones sobre temas de canción de cuna para coro mixto a capella; Suite Lunar, para piano solo.
Rodolfo Pérez fundó en 1951 la Coral Tomás Luis de Victoria. Se ha destacado como profesor de teoría e historia de la música; como director y fundador de numerosos coros; como primer director del Conservatorio de Música de la Universidad de Antioquia; como investigador en los archivos de la catedral de Bogotá y en catedrales españolas; como compositor de unas cien obras, entre ellas una ópera, El Inspector, no estrenada, un salmo Miserere para orquesta, solistas y coro masculino, estrenado en el Festival de Música religiosa de Popayán en 1970, un ciclo de 16 canciones para coro masculino y piano sobre textos de la poetisa colombiana Meira del Mar.
Entre las entidades dedicadas a la enseñanza y divulgación de la música culta en Antioquia hay que mencionar el Instituto de Bellas Artes fundado en 1911; el Conservatorio de Música de la Universidad de Antioquia fundado en 1959, uno de cuyos directores y profesor por muchos años fue el destacado compositor chileno Mario Gómez Vignes, hoy radicado en Cali; el Instituto Musical Diego Echavarría que en 1975 inició la primaria musical, programa único en el país; y la Coral Victoria con sus programas institucionales de divulgación de la música polifónica y de educación en música coral. Se han dedicado a impulsar la actividad musical en la ciudad, la Sociedad de amigos del Arte (1937), la Sociedad Promúsica (1975, director Hernán Gaviria), Pro-Arte (1972, director Alberto Ospina) y Medellín Cultural (1979). Merece ser incluido el Instituto Cultural Colombo-Alemán que ha traído a la ciudad, con patrocinio del gobierno de la República Federal de Alemania, los más destacados intérpretes de música culta de ese país.
Los siguientes conjuntos orquestales y vocales han cumplido una importante tarea de difusión: la Orquesta Sinfónica de Antioquia (1919-1939-1945-1972) dirigida sucesivamente por los maestros A. Simis Briand, J. Matza, V. Hovarth y S. Acevedo, actual director. La Orquesta de Cámara del Instituto de Bellas Artes (fundada por P. Mascheroni y hoy desaparecida) y la Orquesta Filarmónica (fundada en 1982 y dirigida por Alberto Correa). El Octeto de vientos (fundado por R. Pérez) y el Trío de Cámara Medellín (fundado por Alberto Marín). En 1959 Javier Vásquez Arias, pianista y músico de gran talento, despertó en Medellín el interés por la música antigua, tarea continuada por Marco Aurelio Toro con el Conjunto de Música Antigua de Medellín; Alvaro Villa (antiguo miembro del coro de la familia Trapp) y su esposa Carolina Evans han difundido también la música antigua en la ciudad. Entre los grupos corales, además de los ya mencionados, están la Coral Bravo Márquez, grupo de cámara del Orfeón Antioqueño, fundada y dirigida por Francisco Bravo Betancur, hijo de don José María Bravo Márquez; el Estudio Polifónico, fundado y dirigido por Alberto Correa y el Grupo Vocal de Cámara de la Universidad de Antioquia, coro femenino dirigido por Rodolfo Pérez.
Medellín y otras ciudades del departamento han sido sede de festivales de música, eventos surgidos de la iniciativa privada y con patrocinio de la industria local, razón por la cual no han tenido ninguna continuidad. Se recuerdan los Festivales de Música de Fabricato (1966-1971), los Festivales de Arte de Rionegro (1972 a 1974) patrocinados por la empresa Coltejer, los Festivales de Ópera Haceb y los Festivales de Música religiosa de Santa Fe de Antioquia (1976) y de Marinilla (vigente desde 1978). Justo es señalar que en todos estos eventos ha participado activamente como iniciador, gestor y participante el maestro Rodolfo Pérez. Tal vez sea este el lugar para hacer una breve reseña histórica de la ópera en Antioquia.
A grandes rasgos es la siguiente: en 1948 llegó a Bogotá la primera compañía de ópera (la del español Francisco Villalba) y en 1858 la segunda, esta vez una italiana. Ninguna de las dos se atrevió a venir por tierras de Antioquia. En 1865 la compañía de Eugenia Cellini pasa de Bogotá a Medellín y aquí se presenta la famosa soprano Asunta Masetti; al año siguiente llega la compañía de Matilde Cavaletti, dama esta que permanece en la ciudad durante dos años.
En 1871 la compañía de José Zafrané hizo conocer la zarzuela en Medellín. Poco después, en 1879, se presentó la compañía Albieri; Juan de Dios Escobar, ya mencionado, dirigió una ópera con ella. Por la misma época, con la compañía de Uguetti y Dalman, vino don Jesús Arriola, músico español que se radicó en Medellín y fue un conocido profesor de piano. En 1894 viene la compañía de Augusto Azzali, que se disuelve en la ciudad; uno de sus integrantes, Rafael D’Alemán, ingresa como profesor a la escuela Santa Cecilia. En 1916 viene la excelente compañía de Adolfo Braccale, quien regresa posteriormente en los años 1923 y 1933, ocasión en la que se disuelve, a consecuencia de lo cual permanece en la ciudad Pietro Mascheroni, quien habría de adelantar una importante actividad musical en nuestro medio. Este funda en 1943 la Compañía Antioqueña de Ópera que se mantiene hasta 1947. En 1955 se crea la Compañía Colombiana de Ópera que alcanzó a presentar dos temporadas en las que participaron muchos cantantes nacionales. En 1970 se iniciaron los Festivales de Ópera patrocinados por la industria Haceb, evento este que tuvo resonancia nacional y algunos montajes memorables como Orfeo (1973), bajo la dirección de Rodolfo Pérez. Los festivales fueron suspendidos en 1973, por confusos hechos, pero ya habían encendido el entusiasmo por la ópera, habían educado a un amplio público y habían a...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Contenido
  5. Nota editorial
  6. Presentación
  7. Prólogo
  8. Reflexiones sobre educación, ética y política
  9. Para un fortalecimiento de la moral y la ética profesional
  10. En política casi todo se ha descubierto ya.
  11. Estudios sobre Antioquia
  12. Tres notas y un discurso
  13. Epílogo: Beatriz Restrepo Gallego, volver la mirada
  14. Fuente de los textos
  15. Notas al pie
  16. Contracubierta