Capítulo 1
¿Qué es lo que importa? ¿Qué es importante en verdad? ¿Qué es crucial al final? Principios esenciales en la práctica filosófica
Gerd B. Achembach
En la historia de la filosofía, lo siguiente aplica en general: dime lo que piensas de Sócrates, y te diré cuál es tu filosofía.
Odo Marquard
Me gustaría discutir aquí tres preguntas que son tan similares como los miembros de una familia, por lo que podemos decir que, de alguna manera, constituyen solo una. Y después me gustaría demostrar hasta qué punto la respuesta a estas tres preguntas (o a esa sola pregunta) resultará en puntos de vista esenciales para la práctica filosófica. Sin embargo, como para mí es importante entender estas tres preguntas de la manera más correcta posible, me permito presentarlas primero en mi propia lengua, es decir, en alemán: Worauf kommt es an? Was ist wahrhaft wichtig? Was ist letztlich entscheidend?
Si tratamos de traducirlas, conscientes de que una traducción directa puede resultar difícil, podrían expresarse de la siguiente manera: ¿Qué es lo que importa? ¿Qué es importante en verdad? ¿Qué es crucial al final?
Otro traductor que revisó mi texto sugirió una versión más sencilla, aunque quizás no tan precisa: ¿Qué es lo que importa? ¿Qué es verdaderamente importante? ¿Qué es esencial al final?
Ahora, permítanme hacer una primera afirmación: sostengo que estas preguntas no solamente nos dan una guía para nuestra práctica, sino que también son las verdaderas preguntas de la filosofía, al menos de la filosofía tradicional. De hecho, esto es lo que las califica para la práctica filosófica, pero que también valida nuestra práctica como un esfuerzo filosófico. Desarrollaré más estas ideas.
Cuando nos preguntan por nuestro antecesor filosófico, ¿a quién nombramos? La mayoría de nosotros sin duda señalaría a Sócrates y estaríamos en lo correcto al hacerlo. Cicerón lo llamó “el padre de toda filosofía”, mencionando que fue Sócrates quien “trajo la filosofía a la tierra desde el cielo y la estableció en las ciudades (…) incluso la introdujo en los hogares y obligó a las personas a preguntarse sobre la vida, la moral y lo bueno y lo malo” (Cicerón, 1951).
¿Notamos cómo Cicerón, con respecto a Sócrates, toma una decisión esencial, o más bien, dice lo que importa? “Explorar cosas en el cielo” no es la primera preocupación. En cambio, debemos interesarnos en lo que le importa “a las personas“, a la gente aquí, abajo, en la polis.
Pero el punto crucial es este: Sócrates, el protofilósofo, no se involucró en las preguntas y preocupaciones ordinarias que sus queridos contemporáneos tenían en sus vidas cotidianas.
No, él estaba convencido de que, en su mayor parte, ellos vivían como sonámbulos y se preocupaban por cosas que no valían la pena. En cierto modo, vivían sus vidas como si continuasen poniendo una escena de Mucho ruido y pocas nueces, de Shakespeare. Por lo tanto, no se preguntaron a sí mismos lo que realmente importaba. En su lugar, se procupaban por una serie de cuestiones menores y casi nunca parecían hacerlo por lo que realmente importaba. Es por eso que Cicerón dijo que Sócrates había “obligado” a las personas a enfrentarse con preguntas que no querían hacerse.
Sócrates confrontó a los atenienses con pensamientos que no tenían o, si los tenían, que hacían todo lo posible para evitarlos o incluso escapar de ellos.
¿Cuál es el resultado de esto?
El resultado es que, desde el principio, la filosofía ha sido inconveniente y, para algunos, incluso molesta. Otros perciben la filosofía como una perturbación de la muy querida rutina en su vida cotidiana. La filosofía, en otras palabras, se involucra en el sabotaje. Y debería agregar: la filosofía que no molesta ni incomoda no es digna de nuestra atención.
El filósofo alemán Robert Spaemann –un compañero de la práctica filosófica desde el comienzo– se encuentra en la tradición socrática, cuando explica que la filosofía no existe “para proporcionar soluciones fáciles, sino para hacer las tareas y nuestras preguntas más difíciles” (Spaemann, 2001). Actualmente, pareciera que la mayoría de las personas desearan que las dificultades de sus vidas desaparecieran de manera simple y sin que tener que mover un dedo. Spaemann sabe esto, como lo hizo Sócrates, y yo también lo sé.
A la luz de este rasgo fundamental de la filosofía, permítanme ponerlo de esta manera: la filosofía tiene una forma de abrumar de manera respetuosa a las personas, en lugar de estar a su servicio. Me encantaría nombrar a todos aquellos que han adoptado esa postura, pero este espacio no lo permite. Por lo tanto, solo invocaré a un testigo más de este principio y señalo con alegría que él era sudamericano y, por cierto, fue un consejero privilegiado de los intelectuales de Alemania por bastante tiempo. Me refiero, por supuesto, al fallecido colombiano Nicolás Gómez Dávila. Completamente en el espíritu de la práctica filosófica, este grandioso inconformista declaró: “El alma enferma no sana al detenerse en sus patéticos conflictos, sino al sumergirse en conflictos nobles” (Gómez Dávila, 1987: 111).
Eso es lo que importa: abrir un camino para que las personas comiencen a preguntarse qué es verdaderamente importante al final. Porque si podemos tentarlos a hacerse a sí mismos estas preguntas de manera profunda, estarán ya comenzando a liberarse de sus vidas erráticas y en ocasiones carentes de sentido, así como de su mundana confusión.
De nuevo: cómo la gente responde la pregunta en relación a lo que importa no es lo más importante en un principio. Lo que es importante es que se hagan a sí mismos esa pregunta. Al preguntarnos a nosotros mismos lo que nos importa, le agregamos un peso a nuestras vidas o, como dijo Gómez Dávila (1987), nos sumergimos en “conflictos nobles”. Por ejemplo, una cosa es “querer” esto o aquello, pero es algo completamente diferente preguntarnos lo que realmente queremos. Así no simplemente “queremos”, sino que hacemos de nuestro querer el tema de discusión. Es decir, nuestro pensamiento ya no está al servicio de nuestros deseos: más bien nuestra voluntad y deseos deben someterse a nuestro pensamiento y contemplación. Esto a menudo conduce a una crítica del principio del deseo, que muchos de nosotros apreciamos.
Ahora, lo siguiente es importante, y aquí vuelvo a nuestro maestro filosófico, a Sócrates. Hacer que otros se interroguen en el espíritu de esas preguntas no es suficiente. Es mucho más importante que nosotros mismos reconozcamos el significado de ellas y que vivamos nuestras propias vidas de acuerdo con las mismas. Hay una razón muy importante para esto y será más clara para nosotros si consideramos la vida de Sócrates. Pero para explicarlo, debo alejarme un poco…
Primero notamos lo siguiente: Sócrates molestó de manera evidente a sus semejantes con su aparente ignorancia y, por lo general, después de una ardua discusión, al final obtenía la confesión de sus interlocutores en cuanto a que no sabían tanto como habían pensado en un principio. La ironía de Sócrates consistía en presentarse como si fuera él quien necesitara la enseñanza. El mismo Sócrates, sin embargo, en el momento decisivo (es decir, durante su declaración ante el tribunal) sabía exactamente lo que realmente importaba. Y lo sabía sin titubear o dudar. Lo sabía con tanta certeza y firmeza como uno puede saber algo ¿A qué me refiero aquí? Me refiero a la solicitud de Sócrates para los atenienses. Él les pide que lo complazcan después de su muerte haciendo a sus hijos lo que él había hecho a los atenienses que había conocido en el Ágora, ¿Recuerdan lo que les preguntó a las personas que lo condenaron a muerte?
Cuando mis hijos crezcan, señores, castíguenlos molestándolos como yo los molestaba; si les parece que se preocupan más por el dinero o cualquier otra cosa más que por la virtud, y ...