Las infancias y el tiempo
eBook - ePub

Las infancias y el tiempo

Diagnóstico y clínica en el país de Nunca Jamás

  1. 176 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Las infancias y el tiempo

Diagnóstico y clínica en el país de Nunca Jamás

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Todas las infancias pasan, menos aquellas en las que los diagnósticos invalidantes, el sufrimiento y el dolor de existir detienen el tiempo, bloquean la imagen corporal, el juego, la relación con los otros y cuestionan la experiencia infantil.Los problemas en la infancia, ¿pueden interrumpir la temporalidad de la subjetividad, del desarrollo y la experiencia de los niños? El tiempo es un movimiento afectivo dinámico, vital, cambiante; siempre es otro que no se puede imaginar antes de vivirlo; no pertenece a nadie y mucho menos a los diagnosticadores.Los niños son sensibles espejos del tiempo. Las infancias desplegadas en esta obra no pueden reflejarse en ellos ni construir su memoria. Paralizados, acorralados en el cuerpo, en la acción, en los síntomas, o en los miedos nos demandan. ¿Seremos capaces de leer, escuchar, donar y crear el tiempo en devenir de los más chicos, los niños?"Todos los niños crecen, menos uno": así comienza la intrépida historia de Peter Pan. Y con ella se configura el eje de esta nueva propuesta de Esteban Levin.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Las infancias y el tiempo de Esteban Levin en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Psychology y Psychotherapy. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
Noveduc
Año
2020
ISBN
9789875387553
Edición
1
Categoría
Psychology
Categoría
Psychotherapy
Capítulo 1

Del tiempo del dolor a la ficción del secreto: el enigma de Tamara
Prismas del tiempo, primer segundo (1)
Si el espacio es infinito, podemos estar en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito, podemos estar en cualquier punto del tiempo.
Jorge Luis Borges, El libro de arena, 1975
Cuando los papás de Tamara llaman para una consulta diagnóstica, la angustia desborda el teléfono. El tiempo se detiene como un relámpago, agota el espacio: “Esteban, te llamamos porque queremos que veas a nuestra hija, ella es muy chiquita, no habla, generalmente está sola, como que no necesita de otros… Lo que más nos preocupa es que se golpea la cabeza contra el piso, una puerta, la ventana o cualquier cosa que esté cerca, en especial cuando le decís que ‘no’ a algo que ella quiere. En ese momento reacciona violentamente, golpeándose la cabeza, la frente, la nuca; se da fuerte contra cualquier cosa”.
Tamara no habla, la gestualidad entristecida enmarca la tensa postura. “En la consulta neurológica, la médica nos dijo que era un trastorno del espectro autista… Estamos preocupados, desesperados, por eso decidimos venir a verte, para que nos orientes. No sabemos en realidad qué tiene ni tampoco qué hacer, nunca nos pasó con nuestros otros hijos, sus dos hermanos. ¿Hay que hacer algo? ¿La dejamos? ¿La retamos?... ¡Tenemos miedo de hacerle mal!”.
La sensación de perplejidad inunda lo que siento, es difícil desligarse del relato. El sufrimiento del otro nos sufre, entramos en él. ¿Acaso es posible no entrar en el tiempo? Si queremos humanizar los golpes, ¿es posible hacerlo si no nos duele? Sin conocerla todavía, me duele el golpe de Tamara… El tiempo actual parece fijarse en la dramática de la escena.
La madre se quiebra, llora desesperadamente; desesperanzada, la angustia repercute en el aire, siento en el cuerpo la conmoción del silencio entrecortado en lágrimas… Sin pensarlo, pienso. ¿Qué es una lágrima, sino el dolor del otro encarnado en una gotita de agua? El vacío se llena de dolor, languidece la esperanza. Reacciono: “Marquemos un horario, me encantaría conocer a Tamara y ver si puedo ayudarla a ella y a ustedes en este momento. No voy a tomarle ninguna prueba ni hacer ningún test, solo quiero conocerla; para eso, voy a intentar relacionarme con ella, con lo que está pasando, a través de la experiencia que surja en el tiempo del encuentro”.
¿Cuándo termina el tiempo?
Una vez había…
El origen de Peter Pan nos da una pista; así comienza la narración: “Todos los niños crecen, excepto uno”. (2) Lo real da paso a lo fantástico de ser el único. El enigma está instalado, deja un interrogante vacío. ¿Qué misterio podrá narrar la imposibilidad del crecimiento? ¿Cómo será el secreto del desarrollo de un niño que no puede crecer, pero tampoco decrecer? Si el lenguaje anclado en el cuerpo redefine la temporalidad de un sujeto, ¿qué sentido tiene la inmortalidad y eternidad de un chico? ¿Cuál es la incertidumbre o intriga que subyace al mito de una infancia rebelde, eterna?
James Barrie, el creador de Peter Pan, inventa un universo ficcional, una isla que cohabita con él. Todo niño, al jugar, crea mundos de verdad en la ficción del instante. A veces, adquieren tanta consistencia y volumen que cautivan el deseo de desear otra cosa. Refugiados en la propia isla fantástica, se defienden de cualquier cambio y no pueden dejar de estar ahí en ese tiempo que no pasa, no va para atrás ni para adelante, pero tampoco está quieto. Naufraga el sentido pleno de la realidad y entra en la fantasía, quiebra la incredulidad, conforma la creencia y potencia lo imposible.
La fuerza de esta invención es de tal magnitud que perdura en la huella de los sueños como pequeños y únicos cristales subjetivos de tiempo. Cuando ellos adquieren consistencia, condensan, materializan el deseo, de modo tal que este se ve condenado a no cambiar ni a crecer. La infancia “eterna”, detenida en el propio movimiento infantil, enuncia sin tapujos el naufragio inhóspito en una isla (la de Nunca Jamás) cuya vitalidad, paradójicamente, reside en la imposibilidad de cambio y transformación. Los niños que habitan allí no pueden o no quieren perder la experiencia a la que, aprisionados, pertenecen.
¿Cuándo comienza el tiempo?
“Había una vez…”
Así empiezan muchos cuentos; los niños se fascinan, buscan entrar en la originalidad del tiempo ficcional. Convocados por lo que había, piensan en pasado, presente y futuro, coexisten en un tiempo imposible o en ninguno de los tres tiempos a la vez; en realidad, crean otra temporalidad y, al unísono, son creados por ella. Apasionados por lo inesperado, toman distancia del cuerpo como masa, peso corporal, organicidad, para saltar a un entretiempo sin saber dónde caerán, ni por qué ni para qué. Durante toda la vida coexistimos con cristales del tiempo, que no dejan de transformarse hasta crear la huella temporal de una ausencia aún por venir. Al hacerlo, producen un nuevo crisol y con él nuevas imágenes.
La natalidad implica el prodigioso acontecimiento de crear un tiempo sin huella, irrepresentable; en este sentido, es caótico, plebeyo, porque recrea un vaivén temporal, una variación en la densidad del circulo inextricable de la reproducción de lo siempre igual (por ejemplo, del país de Nunca Jamás, o de los síntomas, miedos, rituales, angustias y estereotipias de la niñez). Frente a ellos, como en los cuentos, las novelas y las narraciones, un simple detalle, el azar de un hallazgo o una gestualidad hace la diferencia. En algunos relatos, ser trata de una varita mágica; en otros, un espejo encantado, un polvillo de hadas o una pócima hechizada. En nuestro trabajo cotidiano, es la ocasión inaudita, el entretiempo, la ficción de una escena que causa el otro tiempo afectivo de una experiencia única, aún por realizarse.
El tiempo del que hablamos deja instantáneamente de ser cronológico; no se mide con el segundero que no deja de girar en una única dirección constante y cíclica, siempre idéntico a sí mismo. Si tuviéramos que pensar el tiempo de la infancia, tal vez nos ayudaría la imagen del reloj de arena: los pequeños granos pasan y caen solo si reciben un movimiento, una fuerza que impulsa el acontecer. Entonces, la arenilla logra perderse de acuerdo al orificio por el cual cae. El movimiento traslada la arena de un lado a otro; cada vez, ella se pierde y cae en otra posición; perdida, todavía no es ni pertenece a las arcas del recuerdo y mucho menos de la memoria. No toda la estructuración subjetiva pasa por el lenguaje, también lo hace en y por el tiempo, el cuerpo y los acontecimientos.
En esta instancia primera se tratará-se trató-se trata del tiempo del devenir por fuera de la repetición de la resignificación o el a posteriori. Momento privilegiado está, estuvo y estará en la ocasión del salto, la caída, el pasaje y la pérdida. No medible, huye del sentido pleno, insustancial; existe al romper la homogeneidad, la linealidad e irrumpe entre el antes, el después y el ahora. Existe simultáneamente vacío de contenido numérico y letras, pervive en cada acontecimiento originario de la experiencia infantil. Constituyen los prismas del tiempo.
En el territorio de Nunca Jamás, con Peter Pan conviven sus amigos de aventuras, piratas, hadas, guaridas, Wendy, los archienemigos, los Niños Perdidos… En fin, un territorio que no deja de construir desventuras plagadas de intrigas, enigmas, muerte e ideas que, lejos de dar miedo, lo causan y aprisionan aún más en una vida fantástica por la cual es y existe eternamente.
Peter no sería tal sin la isla que jamás nunca podrá ser otra más que ella misma. Los niños, durante la infancia, crean los propios prismas del tiempo. Conviven con ellos sin cristalizarse en uno. Móviles, plásticos, los atraviesan, juegan, imaginan y fantasean como jamás lo han hecho y lo harán.
Ante determinado sufrimiento, el dolor de existir cobra tal magnitud que indefectiblemente paraliza el sentido, detiene el devenir, enfría la experiencia y el afecto que ella conlleva, se defiende del otro y lo otro. Arma otra isla, plena de un afecto que no puede donar ni mover más allá. El tiempo bloqueado opaca lo fantástico y, refugiado en la repetición de lo mismo, se cobija en el cuerpo, la acción, la estereotipia, los síntomas. Pétreo, goza una y otra vez de la potencia del encierro, displacer que sin embargo lo protege de la pérdida. La plasticidad, en lugar de enlazar, estalla.
Conjeturamos que el malestar opaca el cristal, le quita el brillo, la transparencia y el reflejo en un proceso de esmerilado que, en vez de dar lugar a otra imagen, la oscurece y apaga, aunque de algún modo deja entrever el sufrimiento amorfo sin espejo. El tiempo del dolor sufriente encarnado en el cuerpo cobra existencia subjetiva; en bloque monolítico, detona lo inerte.
La primera vez que veo a Tamara, ella está a upa del papá. La cabeza levemente recostada en el hombro, escondida entre los brazos de él, descansa en el cuello y postura paterna. Ante esta actitud, juego a que no puedo verla; la busco, pero no la encuentro, giro varias veces alrededor del papá hasta que, en una de esas vueltas, se cruzan nuestras miradas. Registro la tensión de la cautela; una cierta vergüenza vacilante deja entrever una sonrisa tenue que se esconde nuevamente.
Los niños nunca nacen jugando; para que lo hagan, el Otro (encarnado en la madre el padre, los adultos, los hermanos) tendrán que jugar con ellos. Lo hacen con el cuerpo, el lenguaje, que constituye el campo y el tiempo de la ficción en escena. El otro desea al jugar, lo alimenta y cuida; se trata del don de amor al hijo, pero hay un momento en el que ese otro se ausenta y el pequeño debe esperar la llegada; entonces, las sensaciones y movimientos corporales comienzan a tener un lugar central. De algún modo ocupan el vacío, la ausencia de plenitud conforma el entretiempo constitutivo, es la ocasión de la experiencia corporal investida del don del deseo encarnado en la caricia y la palabra. Los primeros cristales del tiempo (3) instituyen el umbral del placer corporal, no como cuerpo-cosa, sino como sujeto que compone la plasticidad simbólica.
Tamara ha sido muy deseada y demandada, sus padres y hermanos esperaron mucho que llegara (luego del nacimiento de los dos primeros hijos, recién tras años de intentos, la mamá logró volver a quedar embarazada). Desde el inicio, la pequeña se convierte en el centro del amor familiar. Comporta la mirada, la palabra y el deseo de todos. Cuando comienzan a ponerle algún limite, ella se opone: solo quiere hacer lo que quiere; si no, reacciona golpeándose fuertemente la cabeza contra cualquier superficie sin registrar el mínimo dolor.
En las sesiones junto a los padres, Tamara no habla y la experiencia lúdica se empobrece en el hacer sensoriomotor de abrir o cerrar la puerta de una casita de juguete, vestir o desvestir una muñeca, lanzar pelotas, mover juguetes, tirarse por un pequeño tobogán… Los papás, predispuestos, le ofrecen juegos, objetos, libritos. Ella los toma, parece jugar, pero finalmente no lo hace. La acción pierde riqueza, languidece en sí misma, sin mucha relación con el otro.
Cuando por algún motivo los papás le dicen que no puede hacer algo o se niegan a su deseo, la intempestiva reacción de Tamara es violenta; golpea con fuerza la cabeza contra el piso, una silla, la pared, o cualquier cosa que esté a su alcance.
El “no” no alcanza a evitar el golpe: conmueve el ruido siniestro de la cabeza, la frente, la nuca o las orejas contra una superficie dura. Rápidamente, la toman, la sostienen y evitan la situación. Muchas veces le dan lo que quiere (por ejemplo, un juguete, la mamadera, una golosina, sentarse arriba de la mesa) y otras la contienen (en brazos, a upa, provocándole otra postura) hasta que logran calmarla o, con el paso del tiempo, la reacción se le pasa…
En varias entrevistas con los padres surge el tema de los límites. La mamá cuenta que, luego del destete, Tamara continúa buscando y tocándole el pecho en distintas circunstancias. Y que ella duda entre dejarla o no, pero finalmente cede.
Recalco justamente la vacilación en el límite: esa es una de las dificultades para reposicionarse y producir algún cambio. Los papás concuerdan con esta idea y de allí en más, ante la oposición de la mamá, la pequeña se ofusca, protesta pero, en lugar de golpearse, por primera vez empieza a decir “mamamama” para dirigirse a ella y llamarla. El tiempo del “no” habilita que la demanda circule en otra legalidad donde lo corporal, contenido en el deseo y la prohibición, abre a su vez la posibilidad del lenguaje y la de otra posición.
Entretiempo, primera hora (60 minutos)
Los paréntesis hacen que el tiempo respire.
El lenguaje y la experiencia son siempre después del tiempo de la infancia, pero él es también lo anterior del lenguaje y la experiencia. Entre ellos se produce un “entre” inefable e inalcanzable; es una memoria del después en el ahora del antes, un cristal. Me gustaría llamarlo “el tiempo del devenir”, temporalidad afectiva cuya función conecta, es efecto y causa de los prismas que generan la apertura.
Lo abierto del tiempo donará, dona y donó el lugar de la invención de lo nuevo, donde la experiencia de la palabra ligada al cuerpo lo recrea a través de la imagen, el espejo la divide de lo corporal y, al mismo tiempo, hace de puente. Al jugar, los niños realizan el cristal del tiempo sin pensar ni calcular. En ese espacio se va dando cuenta de que nada de aquello que comienza termina en él y que ya se originó en el después del antes donde todavía no estaba. El tiempo comienza a mover, a ser efectivo, sin entender ni saber por qué mueve. (4)
El tiempo de la infancia divide un pasado en la actualidad que historiza un futuro en resonancia. Al jugar, lo temporal se desprende y transita a través de un vacío que funciona como un tajo abierto al afuera, y liga el adentro. La temporalidad de los niños reúne lo que separa, establece dos orillas y un puente como un pasaje de redes que entretejen la historicidad en prismas de tiempo.
Los niños (juegan, jugaron y jugarán) toman conciencia de la finitud y la natalidad que implica la pérdida de lo anterior, un desgarro necesario que abre lo que todavía no es y anuda lo que ya fue, aquello que simultáneamente está siendo. En ese contexto, los niños crean el territorio ficcional del Nunca Jamás, utopía realizada, memoria del devenir que definimos como heterocronía (5) del tiempo.
La condición corporal de Peter Pan no se expone a la inquietud del tiempo, no recuerda ni se sostiene en lo anterior de la historia; parte, comienza, salta y vuelve siempre al mismo lugar. Existe solamente en la isla, resiste con todas sus fuerzas a cualquier cambio que implique perderla; vulnerable, consolida la ambivalencia (crecer y no hacerlo), vive la fantasía como realidad y viceversa, sin siquiera diferenciarla. Al hacer uso de la imagen corporal ella se separa, “se independiza”, del cuerpo, salta, vuela; ilimitada, se olvida de él. ¿Es posible desatarse del acontecimiento del cuerpo? Peter, ¿existe como ser corpóreo siendo atemporal?
En las sesiones, Tamara va y viene por todo el consultorio. Los papás participan siempre: solo entra allí si es con ellos, que la acompañan y por momentos juegan con ella. Le llama la atención una marioneta de Pinocho que adorna un estante del consultorio. Al verla, se dirige a ...

Índice

  1. Portadilla
  2. Legales
  3. ¿Cómo leer el tiempo en este libro?
  4. Prólogo. Entretiempo, primer minuto (60 segundos)
  5. Epílogo
  6. Capítulo 1: Del tiempo del dolor a la ficción del secreto: El enigma de Tamara
  7. Capítulo 2: El país del diagnóstico: el tiempo parental
  8. Capítulo 3: La temporalidad del artificio y el pensamiento en la infancia
  9. Capítulo 4: El tiempo del gesto: de la risa inmotivada al motivo de la risa
  10. Capítulo 5: La infancia que crea y produce el tiempo
  11. Capítulo 6: El acontecimiento: el nacimiento del sujeto
  12. Capítulo 7: La plasticidad estallada: los niños y el malestar
  13. Capítulo 8: Memoria e infancia: la potencia en la historia
  14. Antes del Epílogo
  15. Entre el Epílogo
  16. Después del Epílogo
  17. Lo eterno: al infinito y más allá
  18. Bibliografía