Cómo ganamos el proceso y perdimos la república
eBook - ePub

Cómo ganamos el proceso y perdimos la república

Una crónica de la crisis de Estado desde dentro y desde fuera

  1. 190 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Cómo ganamos el proceso y perdimos la república

Una crónica de la crisis de Estado desde dentro y desde fuera

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Este ensayo no busca titulares espectaculares, ni aparentar una importancia que el autor no ha tenido ni tiene. Son un puñado de páginas honestas que exponen, con el apoyo de los hechos, una visión particular, la de Josep Martí Blanch, sobre los porqués y el cómo de la situación política en Cataluña. No pretende dar lecciones, pregonar una verdad relevada o descubrir un nuevo catecismo.La trinchera ideológica es otra vez el signo de los tiempos. El atrincheramiento proporciona confortabilidad. Permanecer entre iguales es gratificante pues nadie quita ni discute razones. Pero dividir el mundo entre buenos y malos empobrece la mirada y atrofia el cerebro. Sin convicciones no hay movimiento; sin ponerlas a prueba, tampoco. El fanático es peligroso, pero, ante todo, es aburrido. Profese la religión que profese.En todo caso, 'Cómo ganamos el proceso y perdimos la república' es una mirada, la de Martí Blanch, sobre la mayor crisis de Estado desde la restauración de la democracia en España. Una crisis que se mantendrá cronificada en la agenda política más tiempo del que nadie era capaz de imaginar. Por tanto, no se marchen todavía, aún hay más…

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Cómo ganamos el proceso y perdimos la república de Josep Martí Blanch en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Política y relaciones internacionales y Ensayos en política y relaciones internacionales. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

escena 1
La pelota del hat-trick

 
 
 
 
 
 
El 20 de noviembre de 2011 CiU ganó por primera vez las elecciones generales en Catalunya. El 22 de mayo del mismo año la exitosa coalición de convergentes y democratacristianos había arrasado en los comicios municipales con unos resultados jamás vistos. Era el no va más. Todo ello venía a sumarse a los espléndidos resultados obtenidos el 28 de noviembre de 2010 por Artur Mas en las elecciones autonómicas. Con 62 diputados, el ya líder indiscutible de los convergentes conseguía por fin recuperar la presidencia de la Generalitat después de siete años de tripartito.
Lo que los mismos convergentes habían bautizado como «la travesía del desierto» (exagerada expresión explicable tan solo porque tras 23 años de pujolismo aún no se habían estrenado nunca como oposición y les parecía el fin del mundo) tocaba definitivamente a su fin y CiU regresaba de nuevo con más fuerza que nunca, ganando todas las elecciones y tomando el control de las instituciones más relevantes de Catalunya.
El liderazgo consolidado de Mas, las puñaladas que se asestaban entre ellos los integrantes del tripartito, la mala gestión de la crisis de José Luis Rodríguez Zapatero, el nefasto recuerdo en Catalunya de la mayoría absoluta del PP en la legislatura 2000-2004, todo ello había conducido a que CiU recuperase la hegemonía en Catalunya situándose en la centralidad del tablero político. Una hegemonía que, en esta ocasión, ya no sería compartida con el PSOE y que incluía por primera tomar el control de instituciones jamás gobernadas por los nacionalistas. Entre ellas brillaban con luz propia la alcaldía de Barcelona, con Xavier Trias a la cabeza, y la Diputación de Barcelona (órgano invisible para la opinión pública pero eficaz en la aportación de fondos económicos en el ámbito municipal de los que puede sacarse rendimiento político) que recayó en manos del alcalde de Martorell de ese momento, Salvador Esteve.
Aun así, no todo eran buenas noticias y algunos nubarrones amenazaban en el horizonte. Todos estos éxitos electorales coincidieron con la crisis económica que se inició en 2008 y que arreció como un temporal a partir de 2010. La situación económica fue una de las variables que ayudaban a explicar el resurgir convergente. Pero una vez llegados al Govern, esta no solo iba a persistir, sino que se acentuaría gravemente.
Y ya se sabe que, alcanzado el poder, sea esto justo o no, la memoria del ciudadano es débil y la responsabilidad del que llega es total y absoluta sobre todo aquello que suceda desde el primer minuto en el que empieza a gobernar, independientemente de cuál sea la herencia recibida. Manejar Catalunya desde la Generalitat en condiciones de asfixia económica era muy difícil. Casi imposible. En 2011, el día a día en la Generalitat se asemejaba más a la imagen de una tripulación achicando agua de un barco a punto de naufragar que a un poder ejecutivo definiendo estrategias a medio y largo plazo para implantar reformas estructurales acordes a su programa electoral.
Además, una vez estrenada la mayoría absoluta del PP en el Congreso de los Diputados tras las elecciones de noviembre de 2011 estaba claro que iba a ponerse en marcha una agenda centralizadora minuciosamente elaborada en los laboratorios de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES). Un PP con mayoría absoluta y una crisis económica que se preveía larga enturbiaban, aunque no lo suficiente todavía, el dulce momento convergente.
El nubarrón de la crisis estaba presente desde el inicio de la legislatura autonómica en diciembre de 2010. Recortes, toma de decisiones que perjudicaban los intereses de todos los colectivos profesionales y sociales, malestar en las calles, manifestaciones... El movimiento de los indignados, a semejanza del que se reproducía en tantas ciudades de España, pronto adquirió tintes de omnipresencia y monopolizó la agenda política.
La Plaça Catalunya, el equivalente a la Puerta del Sol de Madrid, fue tomada por los indignados hasta su desalojo en mayo de 2011. En junio de ese mismo año, la izquierda más radical bloqueó los accesos al Parlament de Catalunya. El president Artur Mas y su conseller de Economía, Andreu Mas-Colell, tuvieron que acceder a la sesión parlamentaria en la que debían aprobarse los presupuestos de la Generalitat en helicóptero para sortear el bloqueo.
Las manifestaciones en la Plaça Sant Jaume (el corazón institucional de Catalunya, con el Palau de la Generalitat a un lado y el Ayuntamiento en el otro) de bomberos, profesores, otros colectivos de funcionarios y un largo etcétera de agraviados eran diarias. Ese era el ambiente con el que se manejaba el Govern de la Generalitat a los pocos meses de su toma de posesión. Y lo peor de todo es que la desastrosa situación económica no parecía dispuesta a aflojar. Efectivamente, todo iba a empeorar aún más con el agravamiento de la crisis del euro que estaba por llegar y que iba a tensionar el ambiente mucho más de lo que ya lo estaba.
El otro motivo de preocupación era la mayoría absoluta del PP en el Congreso de los Diputados que este partido consiguió a finales de 2011. La confortabilidad de los populares en el gobierno de España gracias a sus excelentes resultados, que posibilitaba un discurso y unas medidas nada empáticas con la realidad y necesidades de los gobiernos autonómicos, iba a generar pronto una situación de gran incomodidad al ejecutivo catalán, puesto que este recibía el apoyo de los populares en el Parlament de Catalunya sin un acuerdo formal pero de manera recurrente.
Para Artur Mas y el mundo convergente en general, esa ecuación activaba en la memoria los resortes de un período nada agradable de revivir. En la última legislatura de José María Aznar al frente del ejecutivo español con mayoría absoluta (2000-2004), con Jordi Pujol en minoría en el Palau de la Generalitat, los populares ya hicieron tragar quina a los convergentes a cambio de brindarles su apoyo en el Parlament de Catalunya. Ahora se reproducían las mismas variables y el convencimiento de que el resultado podía acabar siendo el mismo.
Ambas variables, crisis económica y posteriormente la mayoría absoluta del PP, acabarían influyendo de un modo muy relevante en la decisión de Mas de convocar elecciones anticipadas en Catalunya en 2012. Pero no hubieran sido motivos suficientes sin la constatación del fracaso de la propuesta de pacto fiscal, rechazado de plano por Mariano Rajoy negándose tan siquiera a hablar de ello, y sin el impacto de la primera gran manifestación independentista organizada con motivo de la Diada Nacional de Catalunya, el 11 de septiembre de ese mismo año.
Elecciones anticipadas en las que CiU perdió 10 diputados, para quedarse en 50 y dar inicio a lo que a la postre sería un vertiginoso descenso en su capacidad de seducción electoral. Pero a pesar de los resultados, lo que sí se consiguió con ese adelanto fue cambiar de socio en el Parlament de Catalunya, pasando del PP a ERC, y zafarse del monopolio de los recortes que se había impuesto en la agenda mediática y política para sustituirlo por el debate soberanista. Además, el Govern de Catalunya se situaba gracias a ese adelanto a la cola del ciclo electoral, lo que permitía ganar tiempo a la espera de que la crisis y sus efectos amainaran.
Las elecciones autonómicas fruto de ese adelanto fueron las últimas a las que se presentaría CiU. En 2015, consumada ya la ruptura entre los convergentes de Artur Mas y los democratacristianos de Josep Antoni Duran i Lleida, la fórmula elegida por los primeros fue la de Junts pel Sí (junto a ERC). Desde 2016 el partido que intenta recoger el legado de la antigua convergencia es el PDeCAT, que tampoco se ha presentado a las últimas elecciones catalanas, puesto que lo ha hecho englobado (más bien desaparecido) en medio de una lista más heterogénea liderada por Carles Puigdemont, Junts per Catalunya. Y por el camino, en las elecciones generales, los antiguos convergentes se presentaron a los comicios a Cortes Generales con la marca Democràcia i Llibertat (2015), aunque sí recuperaron sus clásicas siglas en la repetición de esas elecciones en junio de 2016. UDC, por su parte, se presentó por primera vez en solitario a las elecciones autonómicas de 2015, sin obtener representación. Tampoco la obtuvo en las elecciones generales de 2015 y finalmente, echó el cierre y puso punto y final a su existencia ahogada por una deuda excesiva e inexplicable para el tamaño de dicha formación política. Pero en 2011 aún faltaba mucho para llegar a ese punto. Y lo que tocaba, en ese mes de noviembre, era celebrar el éxito que CiU había cosechado ganando por primera vez todas las elecciones, una tras otra. De tal modo que el día 21, horas después del escrutinio de los comicios a Cortes, fui de compras al Decathlon antes de dirigirme a mi despacho en el Palau de la Generalitat. Adquirí un balón de futbol (el oficial de la Liga de esa temporada) y, una vez en la sede del Govern, recorrí los despachos de los colaboradores más directos de Mas para solicitarles que estampasen su firma en aquel esférico. Con todas las rúbricas en el balón, nos dirigimos en comitiva al Saló Verge de Montserrat, el despacho presidencial, para hacerle entrega del mismo a Mas:
President, has hecho un hat trick: autonómicas, municipales y generales. Y en política, como en el fútbol, a quien hace un hat trick se le obsequia con la pelota del encuentro. Esta es la tuya.
Todos estábamos contentos. Él también lo estaba. El proceso como tal no había empezado. El proyecto político con teórico acento reformista de CiU gobernaba en todas las instituciones catalanas y, a pesar de que el PP había alcanzado la mayoría absoluta, los convergentes habían logrado vencer en las elecciones generales en Catalunya.
Había manifestaciones, había indignados, se tenía conciencia de lo difícil de la situación; pero, aun así, estábamos razonablemente felices. Contábamos con la confianza de la mayoría de los ciudadanos y con un gran capital político para administrar. Solo la situación económica impedía que aquellos fueran días de vino y rosas. Y no lo eran en absoluto, doy fe de ello.
La gestión financiera de la Generalitat era un drama. Su tesorería una pesadilla. Se vivían recurrentemente, en especial a final de mes con el pago de las nóminas, verdaderos momentos de desesperación. Aun así, la mirada sobre el futuro era optimista. Nos sentíamos responsables, pensábamos que el esfuerzo valía la pena y que, a pesar de todas las dificultades, disfrutábamos del honor de mantener a flote la embarcación institucional en la que navegábamos. Tocaba hacerlo, ni más, ni menos.
El president aceptó la pelota e incluso se permitió dar algunos toques. Siempre se le ha dado bien el balón y ese día, aun ataviado con traje y calzado formal, hizo demostración de ello. Toques elegantes y precisos. El esférico como metáfora del éxito y de la acumulación de un gran capital político.
 

escena 2
Pedro J. y el pacto fiscal

El 8 de noviembre de 2011 Pedro J. Ramírez, a la sazón director de El Mundo, presentó en Barcelona El primer naufragio, un meritorio libro sobre los cuatro meses de la Revolución Francesa que van desde la decapitación del rey Luis XVI hasta el golpe de Estado jacobino en la primavera de 1793. Por la noche, se organizó una cena privada en un apartamento del Passeig de Gràcia barcelonés en la que una docena de comensales departimos con el ahora director de El Español sobre aquel libro (más bien poco) y sobre política catalana (mucho).
Faltaban pocos días para las elecciones generales en las que Mariano Rajoy arrasaría con el zapaterismo. En Catalunya, en la agenda política y mediática había cogido mucha fuerza el debate alrededor del pacto fiscal, oferta nuclear del programa electoral con el que CiU había ganado los comicios autonómicos un año antes. Un pacto fiscal al que se añadía como coletilla «en la línea del concierto vasco» y que debía servir para mejorar el maltrecho estado de las arcas públicas de la Generalitat, a todas luces insuficientemente financiadas por el Gobierno español y cuyas penurias aún habían quedado más a la vista cuando los mercados de deuda quedaron cerrados para los ejecutivos autonómicos por culpa de la crisis y la seria amenaza de quiebra de las finanzas públicas.
El pacto fiscal seguía siendo la oferta clave de CiU para las elecciones generales que se iban a celebrar y era el mantra que acompañaba, junto a los recortes, toda la campaña que se desarrollaba en Catalunya. Tras un año de machacona insistencia sobre este tema, también se había conseguido que el debate alrededor de esta cuestión rebasase las fronteras catalanas para entrar de pleno en la agenda española.
La reivindicación debía discutirse con el nuevo gobierno que eligiesen los españoles, puesto que José Luis Rodríguez Zapatero era a ojos de todo el mundo un pato cojo desde hacía tiempo. Lo que se pretendía por la parte catalana es que el déficit fiscal (la diferencia entre lo que se aporta a las arcas del Estado y lo que se recibe de ellas) quedase reducido a un porcentaje razonable (siempre se hablaba del 4 por ciento, aunque nadie formalizó nunca esa cifra) y que, se respetase el principio de ordinalidad. Es decir, que, tras el reparto de los recursos económicos por parte del ministro de Economía de turno para cubrir las necesidades de todo el territorio español, si una comunidad autónoma era la número 3 en aportar, como mínimo mantuviese esa posición a la hora de recibir. Esa era la agenda política en Catalunya en ese momento, amén de la crisis económica y de los recortes.
Pero volvamos a la cena que se organizó bajo el auspicio del delegado de El Mundo en Catalunya, Àlex Salmon. Entre plato y plato, y cuando la conversación abandonó definitivamente las cuitas revolucionarias de los franceses del siglo xviii para deslizarse a la actualidad española y catalana, Pedro J. se ofreció a liderar una corriente de opinión pública favorable a una mejora de la financiación de la Generalitat. Al mediodía había hecho ese mismo ofrecimiento a Xavier Trias, en una comida privada en el Ayuntamiento de Barcelona.
Pedro J. dijo estar convencido de que la reivindicación podía tener sentido y que era factible crear un clima «opinativo», desde la capital de España, favorable a esa mejora que con tanto ahínco se exigía desde instancias catalanas. El fundador de El Mundo y de El Español veía argumentos razonables en la defensa de un necesario nuevo modelo de financiación y se ofreció para que su periódico colaborase en la siembra que debía germinar y propiciar la aparición de los imprescindibles brotes de complicidad entre la opinión pública española.
Brotes, por otra parte, sin los cuales no era posible allanar el pedregoso camino que cualquier decisión que deba tomar un gobierno español con respecto a Catalunya necesita, máxime si de ella se deriva algún hipotético beneficio para la segunda. Nótese que ello no resulta imprescindible cuando de lo que se trata es de mejorar el cupo vasco o, pongamos por caso, defender los privilegios de la insularidad.
Pero Pedro J. no se quedó ahí. Añadió, a continuación, que el catalanismo también debía poner algo de su parte para que tal proceder fuese factible. Se trataba de establecer una especie de quid pro quo. Y en ese dar y recibir, lo que había que poner Catalunya era el fin de la inmersión lingüística en las escuelas y la puesta en marcha de un sistema educativo de doble red, una para aquellos que escogiesen el catalán y otra para los que eligiesen el castellano. Pedro J., que en su época como director de El Mundo inflamó la agenda lingüística elevando a categoría un supuesto conflicto entre lenguas que jamás había existido ni existe en Catalunya, demostró ese día desconocer, a pesar de los esfuerzos que haya hecho para subsanar tal carencia, la complejidad de la realidad social catalana.
El tema quedó zanjado rápidamente. Uno de los invitados al ágape, empresario afincado en Catalunya desde hace mucho tiempo, pero nacido y criado en tierras castellanas, se sintió insultado y así lo hizo saber abiertamente. Quiso hablar en nombre de los castellanohablantes catalanes y dejó claro al periodista que, amén de no tener ni idea de lo que planteaba, su sola mención era tremendamente ofensiva porque se sustentaba sobre la mentira. Insistió que en Catalunya se garantizaba con la inmersión el conocimiento de las dos lenguas oficiales, además de favorecerse la integración y la cohesión de la sociedad habitualmente independiente del origen y de qué lengua utilice cada uno en sus quehaceres diarios.
Traigo a colación esta anécdota porque sirve para escenificar la fuerza con la que el discurso del pacto fiscal había calado en los ambientes de la capital de España en un solo año de gobierno de Artur Mas al frente de la Generalitat. El nacionalismo catalán, a pesar de la sentencia del Tribunal Constitucional contra el Estatut dictada en junio de 2010, había canalizado su energía política a través de la voluntad de negociar un nuevo encaje económico y una mejora de la inversión del Estado en infraestructuras.
La clase empresarial catalana, sin diferencias entre grandes, medianas y pequeñas empresas, compartía el objetivo de la mejora de la financiación, y la ciudadanía también se sumaba con entusiasmo a esa reivindicación que servía para galvani...

Índice

  1. Últimos días en el castillo o prefacio de un desenlace
  2. escena 1 La pelota del hat-trick
  3. escena 2 Pedro J. y el pacto fiscal
  4. escena 3 Más telarañas que billetes
  5. escena 4 Las elecciones anticipadas las carga el diablo
  6. escena 5 Las cultas y educadas diputadas de la CUP
  7. escena 6 Por encima de la verdad, está la unidad de España
  8. escena 7 Creatividad, imaginación, improvisación
  9. escena 8 Corrupción y esteladas
  10. escena 9 El parto de la burra
  11. escena 10 LA CONSULTA descarrila en Pedralbes
  12. escena 11 Las lágrimas del 9-N
  13. escena 12 Guerra de conferencias
  14. escena 13 Divorcio exprés y matrimonio de conveniencia
  15. escena 14 Hemos ganado. Hem guanyat. On a gagné. We have won
  16. escena 15 El rey ha muerto, viva el rey
  17. escena 16 La primera en la frente
  18. escena 17 Referéndum o referéndum
  19. escena 18 El fin del procesismo y los procesistas
  20. escena 19 La victoria
  21. escena 20 La derrota
  22. escena 21 Paisaje después de la batalla
  23. ¿Por qué se ganó el proceso y se perdió la república?
  24. España ante el espejo catalán