Los cuerpos rotos
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Los cuerpos rotos

La digitalización de la vida tras la covid-19

  1. 144 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Los cuerpos rotos

La digitalización de la vida tras la covid-19

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Con la irrupción de la covid-19, "por primera vez en nuestra historia moderna (y todo hace pensar que no será la última), el cuerpo ha sido tomado universalmente como potencial agente patógeno". Hemos aprendido a relacionarnos solo a través de pantallas, evitando y eludiendo los cuerpos, que se han convertido casi en un estorbo para desarrollar nuestras vidas. De hecho, "sabemos que si no fuera por internet, el confinamiento, sencillamente, no habría sido posible."Frente a esta progresiva digitalización de nuestras vidas, Enric Puig Punyet se pregunta "¿qué nos ofrece un cuerpo?" todavía hoy, y su pregunta se va desarrollando y transformando en otras página a página, buscando captar y aislar aquello que hay todavía (y siempre) en la corporalidad.Escrito entre abril y mayo de 2020, en medio de la pandemia de covid-19, Los cuerpos rotos despliega una reflexión antropológica y filosófica ineludible sobre el destino de nuestra condición de seres corporales frente a la inquietante fantasía tecnológica de una inmunidad absoluta.

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Información

Año
2020
ISBN
9788412099294
Categoría
Filosofía
¿Qué nos ofrece un cuerpo?
De entrada, la pregunta «¿Qué nos ofrece un cuerpo?» puede parecer de respuesta rápida o breve, pero en verdad exige repensarse con una mayor profundidad a la luz de la pandemia covid-19, este último gran acontecimiento global que nos ha encerrado a muchas y muchos en nuestras casas.
No hay que olvidar que, incluso en los países en los que más esfuerzos se han puesto para evitar la circulación por las calles, muchísimos cuerpos han tenido que seguir exponiéndose al contacto, en muchos casos, además, sin las exigidas medidas sanitarias. El ejemplo más patente es el de la multitud de obreros habilitando diversos edificios como entornos hospitalarios improvisados, denunciados a veces por los medios como «contradicción» (2) frente a los correctos protocolos seguidos por los políticos en videoconferencias, resguardados en sus hogares. Sin embargo, el confinamiento es la realidad en la que la mayoría visible estamos inmersos en el momento de escribir estas líneas, y esta nos ha dejado claro cuáles son las repercusiones por no utilizar el cuerpo, cada cual con sus propias limitaciones: los que vivíamos en la presunta normalidad de poder hacerlo, estamos ahora deseosos de salir a la calle, de entrar de nuevo en contacto, de mirarnos y abrazarnos. Pero, a la vez, esta crisis ha mostrado con toda claridad que el cuerpo es el enemigo, o por lo menos que puede llegar a serlo. Por primera vez en nuestra historia moderna, (3) el cuerpo es presentado universalmente (cualquier cuerpo en cualquier situación y en cualquier lugar) como potencial agente patógeno. «Cada beso en la mejilla a nuestra amiga puede convertirse, de rebote, en el beso de la muerte para su anciana madre.» (4) Y esta posibilidad, como se ha visto en la proliferación de medidas político-sanitarias aislantes, ha pasado por delante de cualquier otra significación del cuerpo en un escenario de excepcionalidad.
Además, sabemos que los estados de excepción pueden contribuir y contribuyen a generar mecanismos que fácilmente terminan instalados en un estado de normalidad. (5) Visto en perspectiva, no es ninguna exageración afirmar que las medidas políticas adoptadas en los períodos aparentemente agitados de la historia, cuando se dan los acontecimientos más memorables que mantienen a quien los vive en interés constante por la actualidad, son las que acabarán determinando las líneas generales que marcarán los períodos considerados «fríos» de la historia (aunque esta es una consideración inapropiada puesto que esos períodos, sin estar plagados de ruidosos acontecimientos, son quizá los más cargados de historia bajo la superficie). (6)
Hay que insistir en que estos días sobrevuela cada hogar confinado un indicio determinante que puede contribuir a volver sistémico, en el próximo período «frío», el nuevo significado de «cuerpo» que hoy vivimos como excepción. E, igual que esta primera, otra cuestión que corre el riesgo de volverse sistémica es el uso excepcional de los datos recabados por dispositivos móviles como fuente de vigilancia legítima. Sin embargo, esto es algo que viene dándose de forma más o menos desregulada desde hace años por parte de las grandes compañías tecnológicas, por lo que esta puede ser, también, una oportunidad para que se normalice una futura regulación más restrictiva del uso de los datos. Dependerá, entonces, de la lectura que se le dé al fenómeno y de cómo avancen los futuros acontecimientos tras el período de excepción. (7)
En cualquier caso, el estado de alarma que ha obligado a aislar nuestros cuerpos, a evitar cualquier contacto entre ellos, ha sido en gran parte posible, soportable, porque las tecnologías digitales estaban ahí para suplantarlos. Sin internet, sencillamente, no hubiera sido posible el confinamiento —o, al menos, los distintos gobiernos habrían valorado de muy otro modo la posibilidad del estado de alarma ante la catástrofe mucho mayor que habría provocado en la economía global la ausencia de esta tecnología—.
En primer lugar, muchas empresas pueden subsistir a medio gas gracias al teletrabajo: el correo electrónico y el WhatsApp, ya habituales en la cotidianidad de muchos empleos, suplantan las conversaciones, igual que las videoconferencias suplantan las reuniones. En segundo lugar, es hoy patente que la crisis económica derivada de la covid-19 ya cuenta con una visible excepción: las empresas en cuyo núcleo reposa la cuestión digital. Quizá uno de los datos más llamativos a este respecto es que a 24 de marzo, solo unos pocos días después de la llamada de Trump al «distanciamiento social» y el anuncio extendido del derrumbe de la economía, Amazon había contratado ya a cien mil empleados más. (8) Que lo que hay detrás de esta excepción son cuerpos, cuerpos en contacto, es algo también importante, ya lo veremos más adelante. De momento, sin embargo, conviene centrar la atención en el orden del discurso, el orden simbólico: la noticia del empleo masivo de nuevos trabajadores en Amazon es, ante todo y al nivel más inmediato, más palpable, un indicador que muestra, como lo hace la rápida recuperación bursátil de esta empresa tras el desplome del mercado de valores a finales de febrero, el carácter de excepcionalidad en la crisis económica actual de las compañías de servicios digitales.
Por último, aunque de una forma mucho más residual pero significativa, junto a las estrategias de teletrabajo de la vieja economía en vías de transformación y a la excepcionalidad de las nuevas economías digitales en esta situación, cabe añadir también el acelerado proceso de transformación de los sectores educativos y culturales. Hoy, algunos eventos culturales pueden resucitar gracias a servicios de streaming, e incluso muchos de los cánticos corales, aplausos y conciertos en los patios de manzana, percibidos ingenuamente como improvisados, son en realidad escenarios montados por y para las redes. Que es por las redes, se constata fácilmente: de repente, quienes estamos más alejados de las redes sociales vemos a nuestros vecinos y vecinas salir al balcón, todos a la misma hora y sin pacto previo, para un mismo gesto o un mismo cántico. De que es para las redes pude tener una constatación en el patio de manzana de mi propio edificio: el primer día, un grupo de vecinos entonaron unas canciones, el segundo día lo repitieron rodeados de cámaras y móviles. El tercero, antes de empezar la sesión, ya convenientemente amplificada, vocearon a toda la manzana sus cuentas de Instagram y sus canales de YouTube. El público aparentemente real se había convertido en pretexto. Esto no significa, por supuesto, que estas no sean formas de generosidad hacia la comunidad por parte de quien las practica, pero sería ingenuo creer, en la mayoría de los casos, que esa es la única explicación.
A través de mecanismos análogos, escuelas y universidades se lanzan también a gran velocidad a cambiar sus metodologías presenciales por otras virtuales, y alaban en toda clase de conversaciones que los medios no han dejado de amplificar (9) la gran potencialidad de las tecnologías digitales, hasta ahora medio desconocidas por muchos docentes. Google, entre otros gigantes tecnológicos, se ha lanzado de lleno, en un gesto aplaudido de generosidad (10) frente a la crisis del coronavirus, a ofrecer sus herramientas al servicio de la virtualización de la educación.
En suma, la vida laboral ha sido en muchos casos reemplazada por sustitutos virtuales que, a pesar de sus inconvenientes, tienen también ciertos beneficios como evitar los tediosos desplazamientos diarios. El cine se ha sustituido finalmente por Netflix, como apuntaba ya la tendencia hace tiempo; y la escuela por el aula virtual, otra tendencia en alza; y los encuentros entre familiares y amigas y amigos persisten también, al fin, como sustituto de las raciones de ocio habituales, en forma de videollamadas.
Es cierto que, en la práctica de estas formas virtuales de contacto, generalmente nos llama la atención o incluso llegamos a quejarnos de la evidente diferencia entre la versión física y la virtual de una misma conversación, de una misma reunión, de un mismo evento. Pero empezamos a reconocernos en la creencia de que esta diferencia radica, en el fondo, en que las tecnologías digitales no están todavía suficientemente desarrolladas, y compartimos también la opinión de que llegarán a estarlo algún día. (11) Pensamos, quizá, que el verdadero culpable en esa relación somos nosotros mismos por no habernos puesto convenientemente al día de las oportunidades que nos ofrecen las tecnologías. E incluso habrá quien pueda tener la tentación de pensar, llevando el razonamiento hasta sus últimas consecuencias, que una completa automatización deberá encargarse a la larga de hacer desaparecer las formas casi obsoletas de trabajo que requieren todavía, de modo indispensable, una base material de cuerpo (obreros físicos en fábricas y hospitales, cuidadores —especialmente cuidadoras— del hogar y de personas, repartidores, constructores, campesinos y otros tantos), (12) como de hecho están ya invisibilizadas en el discurso mediático diario. La mediatización alrededor de la covid-19 está siendo una excepción a esta regla, lo que es precisamente un indicador más de cómo la cuestión del cuerpo atraviesa de forma inédita esta crisis particular. Aun así, la visibilidad de los trabajos considerados intelectuales o cognitivos sigue siendo, a pesar de todo, muy superior a la de cualquier trabajo físico.
Todos estos pensamientos, unidos, refuerzan la idea latente (y patente en tecnócratas de izquierdas) de que la función del cuerpo es anacrónica, es decir, propia de otros tiempos, y refuerza también otra idea latente (y patente en tecnócratas de derechas) según la cual la necesidad de uso del cuerpo es algo propio de clases populares. Hoy estas ideas complementarias se esbozan tímidamente en un escenario de excepción, resuenan subterráneas bajo el mismo mantra en cada televisor de cada casa confinada: «No hay que salir a la calle si no es estrictamente necesario». Cabría preguntarse qué hace que el desplazamiento de un cuerpo sea «estrictamente necesario», para quién y por qué lo es. (13) En medio de esta proliferación de discursos y creencias se torna urgente, como tantas otras, la pregunta sobre el cuerpo. Será determinante para los próximos años empezar a posicionarnos en la respuesta de si nos ofrece algo o si, al contrario, es un lastre que, por todos los problemas que puede conllevar —y que de hecho conlleva—, más valdrá deshacernos finalmente de él, reemplazándolo por diversos sustitutos.
Antes de abordar propiamente esta pregunta, sin embargo, convendría moldearla, corregirla ligeramente para evitar la tentación de contestaciones precipitadas. En primer lugar, hay que dejar claro a qué se refiere este texto cuando utiliza la palabra «cuerpo». Por supuesto, tenemos que evitar caer en el dualismo cartesiano según el cual estaría por un lado el cuerpo material y por el otro una entidad separada, llámese alma, mente o consciencia. Esta es una tendencia que lamentablemente sigue vigente y no solo, por ejemplo, en discursos religiosos, sino también en cierta verborrea cibernética que sueña todavía con formas de transferencia de la consciencia humana a la máquina. El millonario ruso Dmitry Itskov declara que su objetivo es «transferir la personalidad de una persona» y que en los próximos treinta años se asegurará «de que todos nosotros podamos vivir para siempre». El neurocientífico norteamericano Ken Hayworth busca el «mapa de las complejas conexiones de las neuronas del cerebro» porque no le importa si este «se implementa en un cuerpo físico o en un simulador informático que controla un cuerpo robótico». (14) José Luis Cordeiro, profesor en la Singularity University de Ray Kurzweil, tachado por muchos de charlatán, (15) afirma en una entrevista que en veinte años van a crear un nuevo cerebro humano, «un exocórtex en la nube, que va a ser distribuido y descentralizado como lo es internet, al que solo nos conectaremos si queremos» y defiende esa idea junto con la inmortalidad, sobre la que añade la siguiente perla: «Decir que la muerte da significado a la vida es absolutamente idiota, es como decir que el divorcio es necesario para el matrimonio». (16)
Pero, por supuesto, el uso que aquí haremos de «cuerpo» no se funda en esta escisión. La consciencia, si es que es algo que pueda decirse aparte, es también y sobre todo consciencia corporal, y claro está que su funcionalidad depende de la funcionalidad del cuerpo que la contiene. Sin embargo —y ahí es a donde quiere llegar este breve excurso—, gracias a la ayuda de las tecnologías digitales, la reclusión no es un límite para el cuerpo. El cuerpo puede ejercitarse y autoestimularse en todos los sentidos desde una posición de encierro, y solo requiere del contacto virtual con lo externo, de su representación o su proyección, para que eso tenga lugar. Vemos, por tanto, que el límite del cuerpo es de orden social, y ahí es precisamente donde las tecnologías digitales toman el relevo: el cuerpo propio puede activarse, y se activa de hecho, ante otro cuerpo representado en una clase de gimnasia en YouTube, se activa para una llamada en Skype, se activa tras una conversación de WhatsApp o una visualización en YouPorn.
Si alguien se empeña en salvar todavía el dualismo cartesiano, por todo lo dicho podríamos inferir que es posible, desde una experiencia de reclusión, alimentar el cuerpo con todos los requisitos necesarios para que la mente o la consciencia sea plenamente funcional. Entonces, está claro, tras este primer ejercicio de corrección, que la pregunta «¿Qué nos ofrece un cuerpo?» no se refería a la configuración anatómica del organismo ni a su condición carnal, sino que conllevaba en el fondo cierta concepción social del cuerpo, según la cual una de sus principales especificidades sería su propensión a trascender lo individual para convertirse en cuerpo físico-social. La pregunta, entonces, deberá plantearse mejor de la siguiente manera: ¿Qué nos ofrece el contacto físico con un cuerpo?
2. Por ejemplo, en una noticia emitida el 19 de marzo de 2020 en tv3, la televisión autonómica catalana: https://www.ccma.cat/tv3/alacarta/telenoticies/madrid-obre-el-seu-primer-hotel-hospital-per-combatre-el-virus/video/6035940/.
3. Otros casos modernos de pandemias, como la gripe de 1918 o las más recientes crisis de las gripes aviar y bovina, no tuvieron la amplitud mediática y la respuesta política que ha tenido esta nueva crisis; y la expansión global de virus como el sida, por la propia naturaleza de su transmisión y a pesar de todas las repercusiones de orden biopolítico que tuvo, nunca alcanzó el índice mediático generalizado de alarma social que se ha visto con esta última crisis.
4. Miguel A. Hernán y Santiago Moreno, «El tiempo de actuar con éxito se acaba», El País, 11 de marzo de 2020. https://elpais.com/sociedad/2020-03-10/el-tiempo-de-actuar-con-exito-se-acaba.html.
5. El número de autoras y autores que han abordado desde distintas perspectivas la forma en que las situaciones de emergencia acaban derivando en muchos casos en regímenes totalitarios es inabarcable. Entre otros, los textos de Giorgio Agamben, Silvia Federici, Tony Judt, Timothy Snyder y Enzo Traverso pueden ser aquí...

Índice

  1. Portadilla
  2. Legales
  3. Los cuerpos visibles
  4. ¿Qué nos ofrece un cuerpo?
  5. ¿Qué nos ofrece el contacto físico con un cuerpo?
  6. Una (in)definición de cuerpo
  7. Los cuerpos sujetos
  8. La institucionalización del cuerpo sujeto
  9. Las roturas del cuerpo sujeto
  10. Los cuerpos invisibles