Ciento veinte dedos en el templete secreto
Hace algunos meses, recibí una carta anónima. Por lo general no leo los anónimos, ni los comparto, porque aprendí hace mucho que el mejor lugar para las cartas que no tienen firma es el tacho de la basura. En realidad, ¡por qué prestar atención a una idea de la que ni siquiera su autor se quiere hacer responsable!
Bien, me alegro de no haber tirado esa carta. Porque la leí, la he releído y he vuelto a leerla. ¿Por qué? Léela tú también:
“Querido Dwight:
“Cuando lo escuché predicar el sábado pasado, no pude dejar de preguntarme ¿quién es el “Cristo” de Dwight Nelson? Este librito [el escritor anónimo incluyó las fotocopias de un folleto] [...] recuerda una verdad que es poco conocida y muchas veces resistida en nuestros días: que seguir a Jesús significa convertirse en nada. Tal como lo dice el libro: ‘No hay forma de que Cristo viva en mí, y él sea el todo, a menos que yo esté dispuesto a que mi yo sea nada’.
“Dios lo ha utilizado a usted, Dwight, en Net ‘98... [Pero] Dios quiere hacer más por medio de usted y no tanto gracias a usted, si usted se lo permite. Teniendo en cuenta el protagonismo del que ha disfrutado, puedo imaginar que tendrá dificultades para anonadarse y abrazar el desafío de llamar a sus hermanos de iglesia a unírsele en ese propósito [...].
“Mirando a mi alrededor, en la universidad, a lo que demasiado a menudo parece ser piedad superficial, crecientes divisiones y diferencias, el aferrarse a las cosas y a “mi manera” de hacerlas, no puedo evitar el sentimiento de que el egoísmo está demasiado vivo.
“No creo que sus feligreses reciban con beneplácito un llamado a morir al yo –ninguno de nosotros lo hace–, pero es un mensaje desesperadamente necesario. Oro para que Dios le indique cuál es su situación al respecto...
“Le deseo lo mejor,
“Un hermano viajero”
¿Ahora comprenden por qué no tiré esa carta? Porque el remitente tenía razón. ¿Cómo puedo discutir con él, o ella? ¿Pero qué debería hacer con ese llamamiento anónimo? ¿Qué haremos nosotros con él?
Vivir el undécimo Mandamiento
La respuesta se encuentra en un momento que no es para nada anónimo, en aquel aposento iluminado por antorchas. ¡Seguramente, quedará en la historia como una de las más gráficas y eficaces demostraciones prácticas de todos los tiempos! Sin embargo, no es de extrañar que rara vez la recordemos cuando leemos el undécimo Mandamiento. Después de todo, el crescendo de la última noche y de la Última Cena nos conduce hacia el desenlace, no hacia los momentos anteriores. Pero cuando se trata de vivir el undécimo Mandamiento, es solo volviendo atrás que aprendemos cómo ir hacia delante. El secreto de la carta anónima está en ir atrás. “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”.15
¿Comprendieron la mirada atrás de Jesús? Como vivimos después del Calvario, tenemos la tendencia a ver la cruz en toda referencia al amor divino. Es totalmente natural. Pero cometemos un error, cuando del undécimo Mandamiento se trata. Porque esa noche Jesús hablaba directa y claramente a sus discípulos: Quiero que se amen los unos a los otros “como yo os he amado”. (El original del griego se puede traducir: “tal como los amé”. En pasado. Y punto.)
¿Qué cosa del pasado debería estar en cada una de aquellas mentes aquella noche?
A la grandeza por la humildad
El registro dice acerca de aquella noche: “Cuando era la hora, se sentó a la mesa y con él los apóstoles [...] Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor”.16 En menos de 24 horas Jesús moriría una muerte salvaje y cruel. Esa era su última noche en la Tierra, con sus amigos más queridos. ¡Pero ellos todavía no lo habían comprendido! Y me sonrojo al reconocer que nosotros tampoco lo hemos comprendido. ¿O sí?
“Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve”.17
En un hogar judío, los jóvenes sirven a los mayores, y eso sucede también en la mayoría de las demás familias hoy en día, a menos que el más joven sea una niña, como lo aprendimos a muy temprana edad mi hermano y yo. Pero, por lo general, todos sabemos que el menor es el mandadero oficial: “Tráeme esto, alcánzame lo otro”. El punto de Jesús es claro: ¡Si quieres ser el mayor, tienes que ser el “mandadero”!
“Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve”.18
Entonces, para probar lo que acababa de decir, comenzó el electrizante desarrollo de Juan 13. Los comentadores coinciden en que Lucas 22 y Juan 13 son registros paralelos del mismo momento en el aposento alto.
“[Jesús] se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido”.19
Conocen el incidente, ¿verdad? El siervo, que debería estar disponible para realizar esa tarea, la más baja y servil, no apareció. De paso, la tarea de lavar los pies era tan servil, que si un amo judío tenía esclavos o siervos judíos y gentiles, se sobreentendía comúnmente que los siervos judíos estaban exceptuados de tener que lavarle sus pies, y la tarea quedaba en manos de los esclavos gentiles. A veces, las esposas y los hijos lavaban los pies del esposo y padre, pero nunca a la inversa.
¡Qué es lo que confiere tanta magnificencia a ese momento! ¡Un maestro judío, que es reverenciado como Maestro por sus propios discípulos, se ha desnudado hasta la cintura y se ha arrodillado a los pies de sus discípulos judíos, para realizar la tarea servil que está relegada, de acuerdo con las costumbres sociales, a los esclavos gentiles de más bajo rango!
¡Por eso Pedro se niega a que Jesús continúe!
“Entonces vino a Simón Pedro y Pedro le dijo: Señor, ¿tú [modo enfático, en el original griego] me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo [modo enfático en el griego] hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo comprenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás [doble negativa en el original griego, para mostrar la encendida protesta de Pedro]. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro [fiel a su estilo tumultuoso de hablar sin pensar]: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza [¡Dame un baño completo!]. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos.
“Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho?”20
Nos deja con la intriga, ¿no es verdad? ¿Sabemos qué acababa de hacer Jesús?
¡Amar como Jesús
No quiero parecer irreverente, pero ¿qué sucedería si tratáramos de psicoanalizar a Jesús por un momento? No creo que pudiéramos tener algún éxito. Pero pensemos por un instante en qué sucedería si pudiéramos introducirnos en la mente de Jesús, investigar su psiquis, descubrir sus patrones de pensamiento en su vida interior Después de todo, ¿no nos ordenó amar a los demás de la misma manera que él nos amó? ¿Cómo podremos saber la forma de amar a los otros, si no comprendemos verdaderamente cómo nos amó él?
Por suerte para nosotros, el Evangelio de Juan expone la vida interior y la mente de Jesús como ningún otro evangelio. Y aunque Juan no utiliza nunca los vocablos “humilde” ni “humildad”, lo que emerge claramente de su Evangelio es una definición profunda de esa humildad manifestada en el aposento alto, que según lo afirma Jesús es como debemos amarnos los unos a los otros.
Examinemos las siguientes declaraciones de Jesús en el Evangelio de Juan, y advirtamos la forma intencional en que se refiere constantemente a su relación con el Padre. Advirtamos cuidadosamente cuán a menudo Jesús utiliza las palabras “no” y “nada” con relación a sí mismo:
Juan 5:19 – “De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo”.
Juan 5:30 – “No puedo yo hacer nada por mí mismo [...] porque no busco mi voluntad”.
Juan 5:41 – “Gloria de los hombres no recibo”.
Juan 6:38 – “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad”.
Juan 7:16 – “Mi doctrina no es mía”.
Juan 7:28 – “Y no he venido de mí mismo”.
Juan 8:28 – “Y que nada hago por mí mismo”.
Juan 8:42 – “Pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió”.
Juan 8:50 – “Pero yo no busco mi gloria”.
Juan 14:10 – “Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta”.
Juan 14:24 – “Y la palabra que habéis oído no es mía”.
Cuéntenlas. Jesús se niega públicamente a sí mismo, en honor del Padre, doce veces. Andrew Murray, el ministro sudafricano del siglo pasado que advirtió esas doce negaciones intencionales de Jesús en su movilizador libro Humility, llega a esta conclusión:
“Cristo era nada, para que Dios pudiera ser todo. Renunció a sí mismo, con su voluntad y sus poderes para que el Padre pudiera obrar en él. De su propio poder, su propia voluntad y su propia gloria, de su misión plena con todas sus obras y enseñanzas, Jesús dijo: ‘No soy yo; yo no soy nada; le entregué mi yo al Padre para que él obre. Yo no soy nada, el Padre lo es todo’ ”.21
Por ello, cuando Jesús se inclinó para lavar los 120 dedos de los pies de sus subordinados, cuando el Maestro se arrodilló ante los pies polvorientos de sus discípulos y se ensució a sí mismo para servirlos, estaba dando testimonio de su autorrenuncia intencional. El que se había hecho nada ante su Padre en el cielo, se humilló y se convirtió en nada ante sus propios seguidores. ¡Humildad extrema! ¡De qué otra manera podríamos describir tal humillación del Dios encarnado! Está dispuesto a hacerse nada para que aquellos que él ama –ya sea Dios o el hombre– puedan llegar a ser todo.
Vez tras vez en el Evangelio de Juan, Jesús reitera su anonadación. Y para probarla, ¡lava nuestros pies! Esta escena sorprendente es tan extraña y extrema para nuestros corazones egoístas, que Jesús tiene que preguntarnos: “¿Sabéis lo que os he hecho?”22
¿Lo sabemos? ¿Sabemos el significado de esta humildad extrema que nace del amor abnegado?
El templo del ego
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