Introducción
Por tu teléfono ya han pasado varios memes. Tu carpeta de imágenes del Whatsapp puede que aún conserve algunos. Tus redes sociales de preferencia están infestados de ellos. Chavales con la cara azotada de acné los comparten continuamente. Partidos políticos los usan en sus campañas de comunicación. Noticiarios aprovechan huecos de redacción para proyectar algunos de los memes más graciosos. Tu próxima borrachera puede dar pie a un meme. Tal vez seas una estrella memética en algún rincón del mundo y tú aún no lo sabes. Aunque lo cierto es que tampoco cambiaría nada si lo supieras: los memes viven su vida muy a expensas de ti. Muy a expensas de todo el mundo.
Hace años que he enfocado mi trabajo de investigación a entender cómo funciona y acontece la producción cultural contemporánea. También me he pasado mucho tiempo introduciéndome en algunos de los rincones más extraños de internet, dejándome arrastrar por enlaces que con sus proposiciones deshonestas me llevaban a sitios de dudosa reputación. Esta fascinación por las formas en las que se produce, vive, distribuye y participa la cultura me ha hecho basar gran parte de mi empeño en entender la economía política de la cultura, los marcos regulatorios que la modelan o las formas divergentes y autónomas de producción cultural que surgen de forma autoorganizada. Semejante deriva voluntaria me ha acercado a las prácticas culturales más próximas a lo que se denomina cultura libre, es decir, formas de producción que escapan a las nociones tradicionales de autoría y en las que lo colectivo, lo colaborativo y lo interpersonal tienen un papel preponderante.
Precisamente es en esta trayectoria donde me he topado con lo que se denomina «memes de internet», objetos digitales producidos en red y en la red, objetos carismáticos que se mueven siguiendo rutas no lineales, adquiriendo diferentes significados y saltando de una plataforma a otra. Son artefactos de antidiseño que se elaboran de forma colectiva sin respetar autoría ni identidad alguna.
A continuación quiero explorar el origen, el devenir y el comportamiento de estos objetos, pues aunque vivimos rodeados por ellos, poco se sabe de su vida. Cual entomólogo con su cazamariposas, me propongo salir e intentar capturar algunos de ellos, aunque sea de forma temporal, para analizarlos. Me interesa trazar una breve genealogía conceptual y biográfica de estos memes indagando en su política, su ética y estética. Aprovecharé así para hablar de algunos usos sociales de los memes, en concreto cómo son articulados y puestos en circulación por movimientos políticos (tanto formales como informales). También miraré el uso que se hacen de estos objetos en campañas de comunicación y estrategias de marketing. En todo momento intentaré escapar del análisis semiótico del meme, es decir, no me interesa analizarlo cual conjunto de signos dispuestos para trasladar una idea, puesto que argumentaré que lo interesante de los memes no es el mensaje que transportan, sino las atmósferas y ecosistemas que construyen en su transitar de un lado a otro.
Como veremos, los memes son promiscuos y algo impredecibles, cosa que los enfrenta con algunos intentos de su captura con fines comerciales. Para entender mejor este fenómeno distinguiré entre los virales y los memes, es decir entre las campañas dirigidas desde arriba y entre los procesos emergentes que producen formas de innovación colectiva. Intentando escapar del pensamiento neo-darwiniano de autores como Richard Dawkins o el reduccionismo teleológico de Delia Rodriguez, me valdré del pensamiento de autores como Gabriel Tarde, Olga Goriunova o Tony D. Sampson para proponer un marco abierto con el que entender este fenómeno. A continuación voy a analizar las condiciones materiales que constituyen los memes, los espacios que habitan y que producen, los deseos que los generan y los afectos (que no efectos) que producen. Hasta aquí ¿me sigues, o ke ase?
Orígenes del meme: de la biología a la internáutica
Uno de los factores más interesantes de los memes de internet es que funcionan como memes, es decir, han escapado del significado original que les había sido atribuido para adoptar un sentido totalmente diferente. Los memes son elementos recursivos; tienen una vida cuya trayectoria les ha alejado mucho de su origen conceptual. Han pasado de ser una apuesta teórica arriesgada de la biología neo-darwiniana a ser artefactos idiotas que proliferan dentro y fuera de las redes digitales.
Fue en 1976 cuando Richard Dawkins aplicaba las tesis de Darwin para justificar el egoísmo individualista en su libro El gen egoísta —un texto que, por cierto, se convertiría en el libro de cabecera del thatcherismo—. En esta obra, Dawkins presentaba los genes como elementos replicantes que buscaban perpetuarse y competir de forma egoísta para sobrevivir en un proceso de selección natural. Junto a los genes, elementos claramente biológicos, Dawkins proponía otro tipo de elementos replicantes que estaban igualmente «sometidos a procesos de variación, competición, selección y retención», en palabras de la especialista en memes Limor Shifman. Estos elementos eran replicantes de carácter cultural, es decir, ideas que contribuían a preservar la vida de los humanos y que también funcionaban siguiendo lógicas de selección natural, pues las ideas más aptas son las que sobreviven. Estas ideas que se replican y reproducen fueron denominadas memes (de «mimesis») y la teoría apunta a que son, junto a los genes, las responsables de la supervivencia de los humanos más aptos.
Esta tesis, que tuvo numerosas críticas y levantó innumerables controversias, generó una escuela de pensamiento denominada memética, encabezada por el propio Dawkins o pensadores como Susan Blackmore, entre otros. Una de las críticas más habituales a esta noción es que los humanos pierden toda capacidad de agencia y se vuelven simples transmisores de estos memes. Como aclara Tony D. Sampson en su libro Virality, con esta idea de meme «se deriva una noción de la mente como un vehículo bobo o como un reproductor de casetes». La memética replica un modelo de comunicación estándar en donde el mensaje permanece invariable con independencia del medio por el que pase, sin tener en cuenta posibles modificaciones, agenciamientos, traducciones o contaminaciones. Más adelante volveremos a esta crítica.
De igual manera se denunció que limitar los usos y actos culturales a una metáfora biológica era no entender la riqueza y la complejidad de la cultura. Desde aquí también quiero argumentar en contra de la idea de que hay un creador o una creadora original de una idea que luego es simplemente copiada y adaptada por otros seres humanos, limitando los posibles artefactos, tecnologías, situaciones y actuaciones colectivas con las que se crean las ideas. A lo largo de este trabajo me valdré de los memes de internet con el fin de demostrar mi hipótesis (siempre y cuando ellos se dejen, claro).
En un artículo titulado «The force of digital aesthetics: on memes, hacking, and individuation», la investigadora de cultura digital Olga Goriunova va un paso más lejos y proclama que «la memética, tal y como la presentan Dawkins y sus discípulos, ignora tanto el pensamiento ecológico como la percepción sensual. Ignora los procesos epigenéticos múltiples a través de los que los memes se estabilizan y se manifiestan, como por ejemplo las máquinas que producen grandes agregaciones de sentido y, cómo no, de sandeces». Los memes se conciben como entidades cerradas inalterables, incapaces de dejarse seducir por nuevas ideas, de dejarse contaminar por nueva información, inalterables pese a su cambio de escala o intensidad.
Efectivamente este es el gran problema de la memética: considerar que hay unas unidades de información cerradas que transitan de cerebro en cerebro, sin tener en cuenta los procesos de negociación y de mediación que acontecen en los cuerpos de los sujetos por los que pasa esta información. La memética no da espacio a la creatividad, puesto que el meme necesita mantenerse cerrado para seguir transmitiendo su mensaje de cuerpo a cuerpo. En las páginas que siguen quiero aportar una nueva lectura de este proceso, proponiendo la idea de memes como objetos-proceso. Elementos abiertos que van mutando a través de micro-repeticiones y micro-diferencias. Cada versión de un meme modifica ligeramente la versión anterior, de manera que el meme es un conjunto de pluralidades y no una unidad cerrada.
La visión neo-darwiniana de la memética transforma al sujeto en un medio por el que pasa un mensaje que le acaba contaminando con su información, cosa que suscita varios interrogantes. Como bien nos indica Tony Sampson, «lo que se propaga no puede ser transformado en una unidad, al contrario que los genes, no puede concretarse. Lo que se propaga no tiene una unidad organizada ni un cuerpo molar». Esto nos lleva al problema más fundamental de la memética, y es que nadie ha sido capaz de aislar un meme.
La unidad inicial nunca ha sido ni localizada ni puesto bajo escrutinio. Pese a ello no faltan voces que siguen sosteniendo que existen estas unidades ideales de información que transitan nuestro cuerpo. Un ejemplo reciente lo encontramos en el libro Memecracia, de la periodista Delia Rodriguez. Calcando las tesis de Dawkins, la autora intenta explicar el funcionamiento de la prensa contemporánea entendiendo el lugar que ocupa la memética en la producción de titulares y noticias. En este sentido, no duda en afirmar que «los memes son egoístas y solo buscan beneficiarse a sí mismos, aunque por lo general se alían con los genes igual que los virus intentan no matar a sus víctimas para no desaparecer o los parásitos no exprimen hasta la muerte a sus huéspedes».
Alargando esta metáfora de lo vírico, Rodríguez dibuja a los lectores de noticias cual peleles infectados por ideas que han sido concebidas en redacciones del mundo con el objetivo de captar su interés. Incluso llega al extremo de crear la figura del memoide, es decir «la persona cuyo comportamiento está totalmente dirigido por un meme». Obviamente, Rodríguez es incapaz de aportar ninguna prueba o ejemplo de uno de estos sujetos, pero da pie a un llamativo titular: después del ataque de los zombis, llegan los memoides.
Esta idea no es nueva, y ha sido refutada con elegancia con anterioridad. En su crítica a la creciente comercialización de la cultura y la influencia de los grandes medios de comunicación, Adorno y Horkheimer presentaban una figura de consumidor cultural dócil y acrítico, y una industria cultural organizada para producir una ideología que el espectador no dudaba en deglutir. Desde los estudios culturales, en especial Stuart Hall con su teoría de la «codificación-descodificación», ponía en crisis el papel del espectador sin agencia y detallaba los procesos por los cuales los espectadores negocian la información que consumen, la reinterpretan e incluso la subvierten. Uno de los ensayos más llamativos que nacen inspirados por el trabajo de Hall es el de Ien Ang Watching Dallas, en donde tras analizar las cartas que espectadores y fans escribieron sobre la serie Dallas, la autora detecta cómo ciertos estereotipos son reinterpretados por los televidentes. En concreto y de forma llamativa describe cómo miembros de la comunidad gay han transformado a JR en uno de sus iconos. Los mensajes son dúctiles y reinterpetados. Los géneros, flexibles y jaqueables.
De forma más reciente, las teorías del «remix» y la «remediación» que han introducido autores como Lawrence Lessig o Herny Jenkins nos han mostrado que el consumo de noticias, películas, series y demás no constituye un acto pasivo; al contrario, las y los espectadores crean sus propios productos derivados, introducen en el mundo sus reinterpretaciones de ideas, burlas, parodias y transformaciones de objetos culturales. Los memes tampoco son unidades de conocimiento cerradas, sino elementos abiertos que se van reencarnado y van adoptando nuevos significados a medida que avanzan.
Delia Rodriguez se queja de que «la producción deliberada de memes ha alcanzado niveles inéditos en la historia. Resulta sorprendente —casi un milagro— que no vivamos en un estado de manipulación absoluta», ...