El secreto de Augusta
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El secreto de Augusta

  1. 200 páginas
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El secreto de Augusta

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El tema de El secreto de Augusta es psicológico y por ello universal: la frivolidad. gestos, comportamientos, vestidos y expresiones son revelados como actuaciones de doble propósito. El argumento, complejo o sencillo, es lo de menos, lo importante es la personalidad de los protagonistas plasmada con nitidez y que muestra la decadencia de la clase que anhela conservar el poder. Son letras escritas con tinta de desprecio hacia la existencia regalada e interesada que no fue la que le tocó en suerte a Machado de Assis.

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Información

EL SECRETO DE AUGUSTA
Machado de Assis




CAPÍTULO I




SON LAS ONCE DE LA MAÑANA. DOÑA AUGUSTA VASCONCELOS ESTÁ RECLINADA SOBRE UN sofá, con un libro en la mano. Adelaida, su hija, deja correr los dedos por el teclado del piano.
— ¿Papá ya se despertó? — pregunta Adelaida a su madre.
— No — respondió, sin levantar los ojos del libro.
Adelaida se incorporó y se acercó a Augusta.
— Pero mamá, ya es muy tarde — dijo ella—. Son las once. Papá duerme demasiado.
Augusta dejó caer el libro sobre su regazo, y mirándola le dijo:
— Sucede que tu padre ayer se acostó muy tarde.
— Ya me di cuenta que nunca puedo despedirme de papá cuando me voy a acostar. Siempre está fuera.
Augusta sonrió:
— Eres una campesina — dijo ella— , duermes como las gallinas. Aquí son otras las costumbres. Tu padre tiene mucho que hacer de noche.
— ¿Son cuestiones de política, mamá? — preguntó Adelaida.
— No lo sé — respondió Augusta.
Empecé diciendo que Adelaida era hija de Augusta, y esta información, necesaria para el relato, no lo era menos en la vida real en que tuvo lugar el episodio que voy a narrar, porque a primera vista nadie diría que quienes allí estaban eran madre e hija; parecían dos hermanas, tan joven era la mujer de Vasconcelos.
Tenía Augusta treinta años y Adelaida quince; pero comparativamente la madre parecía más joven que la hija. Conservaba la misma frescura de los quince años, y tenía además lo que le faltaba a Adelaida, que era la conciencia de la belleza y de la juventud ; conciencia que sería loable si no tuviese como consecuencia una inmensa y profunda vanidad. Su estatura era mediana pero imponente. Era muy blanca y sonrosada. Tenía los cabellos castaños, y los ojos garzos. Las manos largas y bien dibujadas parecían criadas para las caricias del amor. Augusta, sin embargo, daba a sus manos mejor destino: las calzaba en tersa cabritilla.
Todos los encantos de Augusta estaban en Adelaida, pero en embrión. Se podía presentir que a los veinte años Adelaida iba a competir con Augusta; pero por ahora había en la niña ciertos restos de infancia que atenuaban el realce de los atributos de que la naturaleza la había dotado.
Sin embargo, era perfectamente capaz de despertar el amor de un hombre, sobre todo si él fuese poeta y le gustasen las vírgenes de quince años, incluso porque era un poco pálida, y los poetas en todas las épocas tuvieron siempre debilidad por las criaturas de piel desvaída.
Augusta vestía con suprema elegancia; gastaba mucho, es verdad; pero aprovechaba bien los enormes egresos que realizaba, si es que a lo que hacía podía considerárselo un aprovechamiento. Debe, empero, hacerse justicia a un hecho: Augusta no regateaba jamás; pagaba el precio que le pedían por cualquier cosa. Ponía en ello su grandeza, y creía que el procedimiento contrario era ridículo y de baja condición.
En este punto Augusta com partía los sentimientos y servía los intereses de algunos mercaderes que entienden que es una deshonra hacer cualquier tipo de rebaja en el precio de sus mercaderías.
El proveedor de telas de Augusta, cuando hablaba a este respecto, solía decirle:
— Pedir un precio y entregar la mercadería por otro menor, es confesar que se tenía la intención de estafar al cliente.
El proveedor prefería realizar la estafa sin confesarla.
Otro hecho incuestionable al que cabe hacer justicia, era que Augusta no ahorraba esfuerzos en su afán de que Adelaida llegara a ser tan elegante como ella.
No era pequeño el trabajo.
Desde los cinco años, Adelaida había sido educada en el campo, en casa de unos parientes de Augusta, más dados al cultivo del café que a los menesteres de la moda. Adelaida fue criada en la práctica de tales hábitos e ideas. Por eso, cuando llegó a la Corte, donde se reunió con su familia, se produjo en ella una verdadera transformación. Pasaba de una civilización a otra; vivió en poco tiempo una larga serie de años. Lo que le sirvió de mucho fue tener en su madre una excelente maestra. Adelaida se transformó, y el día en que comienza este relato ya era otra; todavía, sin embargo, distaba mucho de ser como Augusta.
En el momento en que la madre respondía a la curiosa pregunta de su hija acerca de las ocupaciones de Vasconcelos, un carruaje se detuvo ante su puerta.
Adelaida corrió hacia la ventana.
— Es doña Carlota, mamá — dijo la niña volviendo hacia adentro. Pocos minutos después entraba en la sala de estar la referida señora. Para dar a conocer este nuevo personaje a los lectores bastará con decirles que era un calco de Augusta; hermosa como ella, elegante como ella, vanidosa como ella.
Todo esto significa que eran las más afables enemigas que puede haber en este mundo.
Carlota venía a pedirle a Augusta que fuese a cantar a su casa, donde iba a realizarse un concierto, organizado en su honor para que estrenase un magnífico vestido nuevo.
Augusta, de muy buen grado, accedió al pedido.
— ¿Cómo está tu marido? — le preguntó a Carlota.
— Salió a caminar; ¿y el tuyo?
— El mío duerme.
— ¿Como un justo? — preguntó Carlota sonriendo maliciosamente.
— Así parece — respondió Augusta.
En ese momento, Adelaida, que a pedido de Carlota había ido a ejecutar un nocturno al piano, regresó junto a las dos mujeres.
La amiga de Augusta le preguntó:
— ¿Me equivoco si pienso que ya tienes algún novio en vista?
La niña se sonrojó mucho y balbuceó:
— No diga eso.
— ¡Seguro que sí! O entonces estarás muy cerca del momento en que habrás de tener un novio, y yo ya profetizo que ha de ser buen mozo...
— Es muy temprano — dijo Augusta.
— ¡Temprano!
— Sí; todavía es una niña; se casará cuando llegue el momento, y ese día aún está lejos...
— Ya sé — dijo Carlota riendo— , quieres prepararla bien... A pruebo tus intenciones. Pero si es así no le quites las muñecas.
— Ya se las quité.
— Entonces no te resultará fácil alejar a los pretendientes. Una cosa remplaza a la otra.
Augusta sonrió, y Carlota se incorporó para salir.
— ¿Ya te vas? — dijo Augusta.
— Debo irme; adiós.
— Adiós.
Intercambiaron besos y Carlota partió de inmediato.
Casi en seguida llegaron dos mandaderos: uno con vestidos y el otro con una novela; eran compras hechas en la víspera. Los vestidos eran carísimos y la novela tenía este título: Fanny, por Ernesto Feydean.

CAPÍTULO II





HACIA LA UNA DE LA TARDE ESE MISMO DÍA SE LEVANTÓ VASCONCELOS DE LA CAMA.
Vasconcelos era un hombre de cuarenta años, bien parecid...

Índice

  1. INTRODUCCIÓN
  2. EL SECRETO DE AUGUSTA Machado de Assis
  3. AVISO LEGAL