El vientre vacío
eBook - ePub

El vientre vacío

  1. 128 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

El vientre vacío

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

La capacidad de predecir cómo serán nuestras propias vidas no existe porque la precariedad ha dinamitado la posibilidad de visualizar nuestro futuro.Las dinámicas se han configurado para que todo dure poco: compra lo que vas a cenar hoy, ya veremos qué comes mañana; quizá en un mes no tengas trabajo; en un año acaba el alquiler de tu piso.La incertidumbre que ha generado la crisis ha hecho tambalear no solo nuestras expectativas, sino también nuestras certezas más primitivas, aquellas que pensé que siempre se mantendrían incluso cuando no tuviese nada material a lo que aferrarme: un hijo, por ejemplo.Un panorama en el solo se permite el pensamiento cortoplacista, la pura supervivencia. Un escenario donde plantearse tener hijos da pánico. Pero no tenerlos, cuando lo deseas tanto, también

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a El vientre vacío de Noemí López Trujillo en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Ciencias sociales y Sociología. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2019
ISBN
9788412090604
Categoría
Sociología

04

Capitalizar la espera
«Tienes el útero de una chica de 25 años», me dijo la doctora María José García mientras lo observaba a través de la ecografía y contaba mis folículos ováricos casi como si estuviese en la frutería pesando los gramos de ciruelas que me voy a llevar. En cuanto salí de la Clínica IVI en Madrid, mandé un mensaje de WhatsApp a todas aquellas amigas con las que había compartido mi pánico —infundado— a ser infértil: «Tengo los óvulos [sic][38] tan buenos como los de una chica de 25. Envía este mensaje a 10 de tus contactos y tendrás 6 años de bendiciones. Sigue la cadena».
Al salir, una madre y su hija de unos cinco o seis años pasaban por la puerta. La cría preguntó: «¿Aquí qué hay?». «Es para ayudar a hacer bebés», le respondió la madre. Sí, niña, ahora los bebés no los trae la cigüeña, sino la IVI. De repente envejecí. Como si atreverme a dar el paso de ir a una de estas clínicas me situase en una posición de desventaja biológica que me resisto a asumir. Me vi a mí misma como una de esas hortalizas del supermercado que brillan por fuera, pero que, al probarlas, descubres que no tienen sabor.
Aun así, yo estaba exultante por la buena noticia sobre mi útero. Camino del metro, una mujer de una boutique de dermoestética me paró por la calle y me dijo que entrase para hacerme un diagnóstico gratuito de la piel. Me vine arriba y dije que sí, como si esto fuese otra prueba de un rejuvenecimiento espontáneo y repentino que debía superar. Aquí no tuve tanta suerte. La vendedora me recetó un sérum, una crema con colágeno, un antiojeras y una mascarilla especial para untármela antes de dormir. No compré nada. Pensé: «Bueno, mi hijo tendrá una madre con una piel de mierda, qué le vamos a hacer».
Este capítulo del libro fue mi excusa para plantarme en una clínica de reproducción asistida y hacerme un estudio de fertilidad, que incluía la ecografía transvaginal y un análisis de sangre para ver el nivel de hormona antimulleriana (AMH) en mi cuerpo. Esta hormona da una idea aproximada de la reserva ovárica —tanto en calidad como en cantidad—. Es algo así como leer el horóscopo de tus óvulos.
El resultado fue esperanzador: 5,95 nanogramos por mililitro. Supe que a mis 30 todo estaba bien —si es que «bien» aplica aquí— porque venía acompañado de una relación de valores de la hormona antimulleriana en función de la edad de la mujer.
20-24 años: 1,52 - 9,95
25-29 años: 1,20 - 9,05
30-34 años: 0,71 - 7,59
35-39 años: 0,41 - 6,96
40-44 años: 0,06 - 4,44
45-50 años: 0,01 - 1,79
Se considera baja reserva ovárica cuando el valor es inferior a 1. Pero un valor alto también puede ser indicativo del síndrome de ovario poliquístico, que afecta a la fertilidad y puede dificultar la posibilidad de embarazarse. Así que con el resultado en la mano, hice lo que no hay que hacer: consultar en internet. Esta fue una de las primeras cosas que leí:
Cuando los niveles de hormona antimulleriana están entre 1,2 y 4,9 ng/ml es indicativo de que la reserva ovárica de la paciente está dentro de límites normales en ese momento. Si la AMH es menor de 1,1 ng/ml, hablaremos de baja reserva ovocitaria; y si es mayor de 4,9 ng/ml nos hará sospechar de ovarios poliquísticos.
Y lo siguiente que leí fue esto sobre la sintomatología de dicho síndrome:
Menstruaciones irregulares; dolor pélvico; exceso de vello en la cara, el pecho, el abdomen o los muslos; subida de peso; acné o piel grasosa; parches de piel gruesa de color marrón o negro.[39]
Fui corriendo al espejo y me miré la cara, intentando descubrir indicios de la enfermedad. De repente, mi frente grasa —por el flequillo—, mis kilos de más —fruto de una autopercepción errónea— y un nuevo pelo en mi barbilla confirmaban la sospecha. Me acababa de autodiagnosticar síndrome de ovarios poliquísticos yo solita, tan solo con un ordenador y un espejo. Resultaría cómico si no fuese porque al segundo llamé a mi ginecóloga, alarmada, para que me realizase una citología lo antes posible. No soy una persona especialmente obsesionada con las enfermedades —ni propias ni ajenas—, pero esta vez sí estaba convencida de que algo malo me ocurría.
La ginecóloga me exploró y me dijo que no había razón alguna para creer que tuviese tal síndrome. Me puse a llorar en la consulta. Me sentí avergonzada, a pesar de que llorar es la primera cosa que hacemos al llegar al mundo. Le dije: «Mira, es que tengo miedo de ser una de esas mujeres que no pueden quedarse embarazadas y se enteran ya demasiado tarde», dije. «Hay muchos factores que influyen. Eso lo sabrás cuando llegue el momento», respondió ella. ¿Qué momento? Me imagino como una de esas ancianas que se sientan en el poyete de la puerta de su casa, al fresco, mientras espera a que se le aparezca la Virgen o una epifanía.
Vuelvo una y otra vez sobre esto que me duele y a por qué me duele. Este dolor —que casi puedo acariciar como acaricio mi pelo en la cama o a los animales en la calle— me concierne aquí y ahora, y no es aplazable. Habito en una contienda, esperando a que algo estalle allá fuera o aquí dentro. «Vivir no debería ser una afrenta», musito para mí misma.
Decía que para mí fue una coartada porque es lo que me arrancó a tomar la decisión de enfrentarme a uno de mis mayores miedos: el de ser una mujer incapaz de gestar. No acabo de dilucidar el origen de tal sospecha aunque soy consciente de que hay un componente absolutamente patriarcal y cultural. De no ser así, las clínicas de reproducción asistida no dirigirían sus mensajes comerciales exclusivamente a mujeres, ni lo harían aludiendo a dos emociones tan atávicas como son el miedo y el deseo. Las propias clínicas juegan a la guerra de precios y compiten por ser las primeras en capitalizar nuestras dudas e incertidumbres cuando llamamos para informarnos. Te lanzan el chaleco salvavidas cuando estás ahogándote, ofreciéndote tiempo y, por tanto, tranquilidad.
Muchas de las mujeres a las que he entrevistado para este libro comparten el miedo a ser estériles ya desde jóvenes y sin que haya habido detonante médico alguno para creerlo. Anna, que tiene 27 años, fue con su hermana a una clínica en Barcelona para saber cómo era la calidad de sus óvulos: «Lo habíamos visto anunciado, y encima lo hacían gratis. Obviamente lo hacen gratis para luego venderte la congelación. Mi hermana, que tiene 30, está en un nivel de rayadura absoluto. Yo lo hice también para quedarme un poco más tranquila porque muchas veces me persigue esta paranoia de: “A ver si voy a ser estéril”. Lo pienso mucho y digo: “Todo este miedo a que nunca pueda ser madre por el tema de la precariedad y luego igual ni siquiera puedo generar bebés”. Toda esta preocupación para nada. Como que me gustaría que me lo dijeran ya». «He llegado a hablarlo con mi madre, le he preguntado: “¿Y a ti te costó quedarte embarazada?”. También por el tema de la genética. “No, no, yo lo tuve cuando me lo propuse, todo fácil”, me dijo», añade Anna. Recuerdo cómo en varias ocasiones yo misma he pensado en que mi madre se quedó embarazada «a la primera» tanto con mi hermana como conmigo, y esa idea me ha aliviado.
También Luna —que acaba de cumplir 33— se cuestiona su capacidad reproductiva: «Me lo planteé por primera vez cuando empecé a tener relaciones sexuales. No es que esté obsesionada, pero sí que lo pienso. Digo: “Joder, como sea estéril… No voy a poder soportarlo”. Creo que es porque quiero ser madre biológica y me dolería no poder. Aunque siempre he pensado que si la persona estéril no fuese yo, sino mi pareja, no me dolería tanto. Como que si él no pudiese tener hijos, no pasaría nada, lo aceptaría. Pero si fuese yo, me sentiría muy culpable».
Creo que el análisis más acertado sobre esta cuestión es, sin duda, el de la activista y filósofa Silvia Federici, que reinterpreta la maternidad como una forma de contribución al Estado: «Yo siempre digo que el cuerpo de la mujer es la última frontera del capitalismo. Quieren conquistar el cuerpo de la mujer porque el capitalismo depende de él [y de cualquier sistema político y social, añadiría yo]. Imagínate si...

Índice

  1. Portada
  2. El vientre vacío
  3. Prólogo (María Sánchez). Una crisálida permanente
  4. 01. Introducción
  5. 02. Así es el mundo en el que nacerías
  6. 03. Las que no fueron
  7. 04. Capitalizar la espera
  8. 05. Las que no seremos
  9. Índice
  10. Sobre este libro
  11. Sobre Noemí López Trujillo
  12. Créditos