Salvaje
eBook - ePub

Salvaje

Renaturalizar la tierra, el mar y la vida humana

  1. 352 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Salvaje

Renaturalizar la tierra, el mar y la vida humana

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Salvaje' es la lírica y emocionante historia de los esfuerzos de George Monbiot para volver a comprometerse con la naturaleza y descubrir una nueva forma de vida. En sus páginas demuestra cómo, restaurando y resalvajizando nuestros dañados ecosistemas en la tierra y en el mar, podemos traer la maravilla de nuevo a nuestras vidas.Sin ambigüedad romántica, podemos curar simultáneamente nuestro "aburrimiento ecológico" y comenzar a reparar siglos de daño ambiental. Monbiot nos propone un fascinante recorrido alrededor del mundo para explorar ecosistemas que han sido liberados de la intervención humana y a los que se ha permitido reanudar sus procesos ecológicos naturales.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Salvaje de George Monbiot, Ana Momplet Chico en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Ensayos literarios. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2019
ISBN
9788412090611
Edición
1
Categoría
Literatura

13

Resalvajizar el mar
Duerme el Kraken: pálidos reflejos de luz se agitan alrededor
de su oscura forma; sobre él se inflan
vastas esponjas de milenario crecimiento y altura;
y en la profundidad de la luz enfermiza,
pulpos incontables y desmedidos baten
con brazos gigantescos la verdosa inmovilidad.
ALFRED, LORD TENNYSON
The Kraken
Los habían visto dos días antes, al borde de un arrecife en Llansglodion. La migración había comenzado; estos eran los exploradores. Pronto llegaría el resto, en batallones, divisiones, ejércitos: tantos que no podrías posar el pie por miedo a pisar alguno. Luego, en un par de semanas, se habrían ido. Más adelante en el año sus fantasmales cascarones llenarían las playas. Un día tan calmado y cálido como aquel no podía desperdiciarse.
Los robles habían echado hojas embrionarias tan minuciosamente dentadas como las patas de un ratón. Las frondas de los castaños de Indias del pueblo, que antes colgaban como guantes vacíos, empezaban a erguirse y extenderse. Los helechos se desenrollaban hoja a hoja como un conjunto de Mandelbrot. De pie en la playa de Llansglodion, contemplaba el deprimente paseo marítimo —las casas de huéspedes desconchadas con colores de resaca y el rostro cerrado ante al mar, tiendas y casas en cien sombras de gris y beige, y una monotonía acentuada por llamativos carteles de helados— y aparté la mirada hacia el otro lado. Quedaba media hora para la marea baja. El mar se había retirado mucho más allá de los rompeolas, y la mitad inferior de la playa brillaba como un espejo bajo el sol brumoso. La bahía formaba una media luna alargada y poco profunda. En el norte, las masas tenues de Pen Lleyn e Ynys Enlli se veían encorvadas sobre el horizonte; en el sur, Pencaer —Strumble Head— parecía posado como una nube baja sobre el agua. El mar relucía como renio repujado con bandas oscuras con el batir de las olas.
Me puse el neopreno de invierno y un gorro, y trepé a las rocas en el borde de la playa, reptando sobre fuco y cardincha. En el otro extremo del arrecife me encontré con un conocido metido hasta la cintura en un charco entre las rocas, cogiendo gambas con una red para usarlas de cebo. Sí, me dijo, estaban aquí. Me puse las gafas y el tubo y me metí en el mar. Los fríos dedos del agua se colaron por mi traje bajándome por la espalda.
En algunas partes las olas habían batido el barro contra las rocas, y el mar estaba opaco, así que fui hacia el agua más clara un poco más allá. Oía mi respiración resonando, alta y hueca, dentro de la cabeza. Alcanzaba a ver el fondo y las manchas tenues y claras de conchas en la arena. Seguí hacia delante, disfrutando de la poderosa sensación que produce nadar con la cabeza agachada: era como si mis brazos hubieran crecido. Al levantar la cara, me di cuenta de que había empezado a nadar hacia las rocas otra vez.
Empecé a nadar de nuevo, bajé la cabeza y vi algo que parecía el tipo de arma exótica que se podría descubrir durante una redada en la casa de un fanático de las artes marciales. El agua estaba demasiado turbia para saber a qué profundidad estaba o qué tamaño tenía. En aquella oscuridad aceitunada podía ser un monstruo béntico rondando los bordes de la repisa continental, a un kilómetro de profundidad. Estaba encogido, como a punto de saltar, en una maraña de pinchos, piernas y fuerza latente. No sabía si quería conocerlo.
Llené el pecho de aire y bajé hacia el fondo. No llevaba aletas, y el lecho del mar, que estaría a un par de brazas y media de profundidad, era lo máximo que podía bajar. Toqué a la bestia. Levantó sus largas pinzas sobre su espalda. Me quedé sin aire y me dejé ir hacia la superficie. Volví a intentarlo, demasiado rápido, consciente de que podía perder la referencia en aquel agua turbia. Esta vez conseguí meterle una mano por debajo, pero sus patas estaban plantadas en el fondo y tuve que volver a la superficie antes de poder hacer palanca para sacarlo. Sobreexcitado y olvidándome de mí mismo, llené otra vez los pulmones de aire y volví a bajar. Lo cogí con ambas manos y empecé a dar pies, utilizando mi flotabilidad para levantar a la criatura. Estaba asombrado de su peso. Alcancé la superficie y tomé aire con tanta fuerza que se cerró la válvula del tubo. Volví a intentarlo, con el mismo resultado, y casi me asfixio. Escupí el tubo y aspiré un buen trago de agua. Casi en pánico, eché la cabeza hacia atrás, resollando y tosiendo salmuera. Pero no solté mi hallazgo. Lo llevaba agarrado contra mi pecho con una mano aun cuando me costaba mantenerme a flote. Los biólogos evolucionistas han dado con una regla que llaman el principio de vida-cena. Un depredador imprime menos esfuerzo en la persecución que su presa: si el cazador falla solo pierde su cena, si la presa falla, pierde la vida. En este caso la ecuación era al revés.
Con la respiración rasgada y poniéndome boca arriba, empecé a dar pies hacia las rocas hasta que el agua era lo suficientemente poco profunda para ponerme de pie, con la barbilla levantada. Caminé hasta el arrecife, repté sobre las algas y me senté sobre una roca grande, jadeando todavía y con la criatura pegada al neopreno. La puse sobre la roca y me quedé mirándola. Parecía la pala que se usa para levantar coches usados en los vertederos de metal. Sus pinzas medían más de sesenta centímetros de punta a punta, poderosamente dentadas y abombadas, almenadas en los bordes cortantes. Cada pata terminaba en un largo pincho negro, que había utilizado para clavarse en el fondo cuando intentaba levantarlo. Ahora, aquella araña monstruosa estaba hecha un ovillo, haciéndose la muerta. Los únicos movimientos que veía en ella eran las burbujas que salían y estallaban de su caparazón.
Su concha estaba cubierta de algas y esponjas: aún no había mudado. Era abultada e insinuaba musculatura como en una coraza romana. Tenía agujas y pináculos góticos, cada uno rodeado por un anillo de cortas cerdas y coronado con puntas como las de la Estatua de la Libertad, que se extendían entre los ojos como un par de cuernos. La parte inferior del monstruo estaba cubierta de placas blandas articuladas. Parecía una roca que hubiera cobrado vida. Bajo sus articulaciones de robot y su costra mineral, apenas parecía tener vida. Pensé en todas aquellas criaturas pesadas que salían de las profundidades al final del invierno, reuniéndose lentamente en la orilla, y me pregunté qué percibían, entre esos ganglios disgregados que pasan por cerebro en los crustáceos, qué espíritu se movía bajo su inexpresiva concha. Era un macho, lo cual significaba que podía quedarme con él.
Subí por la costa en busca de agua clara. Algo más de tres kilómetros al norte de Llansglodion, las dunas se deshacían en ondas de arena limpia. Bajé a la playa y me metí en el mar. El agua tenía tanta luz que el sol relucía en el lecho. Allí no podía perderme: las ondas del fondo iban de norte a sur, y según rodaban hacia la orilla las olas levantaban pequeñas nubes de arena hacia el este. Bajando la cabeza, podía entregarme a aquel mundo.
Aquel mundo pertenecía a los cangrejos. Cangrejos ermitaño, con yelmos en forma de capucha y chapitel —bígaros, turitelas, Nucella lapillus y caracoles cigua—, se escabullían por el fondo cerca de la playa, con el cascarón pesado, casi volcándose con el paso de las olas. Ya en aguas más profundas, eran cangrejos enmascarados, del tamaño y forma de huevos diminutos, y pinzas como fórceps del doble de largo que su cuerpo. Me quedé mirando a uno que se estaba metiendo un molusco aplastado en la boca. Los cangrejos de mar comunes, con sus conchas en forma de tapa de masa de tarta, huían al notar mi presencia acechándoles.
La marea llevaba una hora y media subiendo. Nadé hacia el horizonte, sintiendo el agua verde y fría rozando mi cara. De repente vi un caparazón de color rosa pomelo reptando sobre la arena a dos brazas de agua. Me sumergí y lo cogí en un solo movimiento, casi pinchándome las manos con los picos. Era hembra, así que la solté. Se dejó ir sobre el fondo, remando un poquito para mantener el equilibrio. Seguí nadando y al poco tiempo, ...

Índice

  1. Portada
  2. Salvaje
  3. 01. Un verano ruidoso
  4. 02. La caza salvaje
  5. 03. Presagios
  6. 04. Fuga
  7. 05. El leopardo jamás visto
  8. 06. Reverdeciendo el desierto
  9. 07. Devolvednos al lobo
  10. 08. Una obra de esperanza
  11. 09. El desastre ovino
  12. 10. Acallamientos
  13. 11. La bestia que llevamos dentro (o cómo no resalvajizar)
  14. 12. La cárcel conservacionista
  15. 13. Resalvajizar el mar
  16. 14. Los regalos del mar
  17. 15. La última luz
  18. Índice
  19. Sobre este libro
  20. Sobre George Monbiot
  21. Créditos