Repensando la historia desde la fe
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Información del libro

Este libro no trata solo de atender a la manifestación histórica de lo espiritual como de un sector más, sino de buscar alcanzar "el conocimiento y la comprensión de la experiencia humana", el sentido último de la historia de la humanidad, que no puede alcanzarse sin la apertura al absoluto, a esa Verdad con mayúscula que permanece como el objetivo moral de la Historia.

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Información

Editorial
Editorial UFV
Año
2018
ISBN
9788418360282
EL HISTORIADOR CRISTIANO. REPENSANDO LA DISCIPLINA HISTÓRICA DESDE LA FE
Deontología del historiador
El historiador creyente debe ser modelo de la observancia de la deontología de la investigación y comunicación de la historia. Y esto tanto por lo que ve al cuidadoso manejo de las fuentes en sí mismas, como a la respetuosa y colaboradora relación con los legítimos custodios de ellas y como a la honesta, precisa y sabia heurística, crítica y hermenéutica de las mismas. También por lo que respecta a la profesionalidad metodológica y pericia especulativa en el estudio de los procesos y por cuanto se relaciona con la redacción de los resultados y con la divulgación de su producto. Escapa a las posibilidades de estas líneas entrar en mayores detalles sobre contenidos deontológicos del quehacer historiográfico.
El creyente se sabe llamado a hacer de toda su vida un acto de religión, de culto a Dios, a través de todo su ser humano, y en esto el trabajo ocupa un lugar esencial porque el hombre está en el mundo para administrarlo, hacerlo productivo, mejorarlo conforme la voluntad divina.211 Debe por tanto esforzarse por ser un buen trabajador y, consecuentemente, un buen profesional en su propio ámbito. Lo debe ser desde una sólida espiritualidad ecológica que contrarreste el individualismo predominante,212 que sea resultado de una apertura a la comunión con todos en Dios, extendida en definitiva a la totalidad de la creación.213 Tal espiritualidad tiene su raíz en la gratitud que nace de considerar todo cuanto nos rodea como regalo del amor de Dios y fruto del trabajo de las personas, especialmente de quienes nos han precedido, y en la conciencia de que lo es para toda la familia humana.214 El historiador es particularmente sensible o, mejor dicho, consciente de que el mundo actual es resultado de muchos esfuerzos y sacrificios, es el legado de la historia que recibimos para seguir haciendo historia; además de ser, sobre todo, el testimonio del amor que Dios nos tiene y de la confianza que nos tiene, al confiárnoslo como tesoro y como talento para nuestra misión de multiplicarlo y hacerlo fecundo en bien. En este mundo recibido como don, lo natural y lo cultural se confunden. Se impone una ecología integral que valore también la obligación de preservar los testimonios de las luchas de las generaciones pasadas en la elaboración de la cultura, pues son vitales para la conservación de la memoria histórica y con ella para la madurez de las generaciones presentes y venideras. Ecología cultural215 y natural que nos comprometa en y con el mundo también desde nuestra condición de historiadores.
El historiador cristiano debe ser un historiador auténtico. Su condición de creyente no tiene por qué reconocerse en la lectura de las afirmaciones de sus trabajos, ya que las conclusiones alcanzadas en virtud de una escrupulosa aplicación de la metodología histórica no tienen por qué ser distintas en el estudioso creyente que en el estudioso no creyente, incluso cuando aborden aspectos de la historia de la Iglesia. «En efecto, el historiador no debe estar condicionado por intereses de parte, ni por prejuicios interpretativos, sino que ha de buscar la verdad de los hechos».216 Como historiador, el creyente escribirá su trabajo evidenciando la verdad de sus afirmaciones mediante el contraste de las fuentes y no deberá afirmar nada que no se sostenga en un correcto examen de las fuentes. No se trata de pedir a la fe que sustituya la investigación científica, ni de pedir a la investigación histórica que demuestre verdades de fe. No se puede dar razón histórica de los acontecimientos con explicaciones derivadas de la fe, porque esto sería hacer acaso teología de la historia, pero no Historia. No se puede tampoco forzar las fuentes históricas para argumentar a favor de las verdades de la fe, porque esto sería hacer apologética barata, pero no Historia. La primera nota que debe distinguir al trabajo del historiador cristiano es pues que sea un trabajo de Historia, no de otra cosa, y por tanto que sea ejercicio de la legítima autonomía de la ciencia histórica, pues «la argumentación elaborada siguiendo rigurosos criterios racionales es garantía para lograr resultados universalmente válidos».217
La razón abierta del historiador creyente
Lo anteriormente dicho no significa que debemos escribir la historia como si Dios no existiese, rechazando «las aportaciones de verdad que derivan de la revelación divina» y cerrando las puertas irracionalmente a una verdad más completa en nombre de la defensa de la estricta verdad histórica, como si existieran dos o más verdades opuestas entre sí.218 «El concepto de razón, en cambio, tiene que “ensancharse” para ser capaz de explorar y abarcar los aspectos de la realidad que van más allá de lo puramente empírico»,219 según enseñaba Benedicto XVI. El historiador cristiano debe ser un historiador ejemplar en la práctica del diálogo entre razón y fe.
La fe no puede ser dejada al margen de ningún ámbito de nuestra vida y, por tanto, tampoco del trabajo profesional, sea de investigación, docencia o comunicación. Es posible y obligado para los creyentes hacer ciencia en íntima unión con su fe, ofreciendo a la sociedad el servicio de una Historia que pueda tranquilamente definirse como historiografía cristiana. Repito que esto no significa auspiciar una Historia que mezcle razón y fe, confundiendo sus competencias. En el ámbito de una auténtica historiografía cristiana, la fe no sustituye la investigación racional, sino que la estimula; pero, efectivamente, en el caso del historiador creyente, el diálogo entre la razón y la fe ha de conducirlo a dejarse estimular personalmente en su trabajo por su fe.
Para evitar equívocos, podemos permitirnos una analogía con la arquitectura cristiana. Cuando hay que edificar una iglesia, la arquitectura cristiana no deja al Espíritu Santo la tarea de sostener el techo, ahorrándose la colocación de una columna. La arquitectura cristiana permanece siempre como arquitectura simple y llana, y se adjetiva cristiana porque se desarrolla al servicio de las necesidades de culto litúrgico, de educación, de caridad, de misión de la comunidad eclesial. Al mismo tiempo, debe reconocerse que, precisamente por impulso de la fe cristiana, los arquitectos han logrado alcanzar cumbres altísimas de perfección técnica y belleza artística. Sin el empuje de la fe, tal vez la arquitec tura difícilmente habría llegado a tales alturas.
El historiador cristiano pone sus buenos oficios intelectuales al servicio de la misión y necesidades de la Iglesia, y esto no solo porque puede eventualmente dedicarse a temática directamente relacionada con la vida de la Iglesia, sino porque inscribe su quehacer científico en la realización de su propia misión cristiana incluso cuando trabaja temáticas muy alejadas del aspecto religioso y dirige su trabajo a satisfacer necesidades más directamente vinculadas a otras instancias sociales que a la Iglesia. La misión de la Iglesia es la evangelización del mundo y el cristiano participa en ella también y muy especialmente desde su trabajo personal a modo de fermento en la sociedad. La historiografía cristiana es la Historia elaborada bajo el estímulo de la fe cristiana, ya sea para contribuir a la memoria histórica de la sociedad eclesial, ya sea para contribuir a la actividad apostólica en el mundo, ya sea para evangelizar mediante el quehacer coherente de un trabajo realiz...

Índice

  1. Portada
  2. Creditos
  3. Índice
  4. Repensando la Historia desde la fe. Algunas pistas
  5. Razón y fe en el estudio de la historia
  6. El historiador cristiano. Repensando la disciplina histórica desde la fe
  7. Documento del Magisterio
  8. Bibliografía