A pesar de los estragos del tiempo
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A pesar de los estragos del tiempo

Sobre libros y artes populares

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A pesar de los estragos del tiempo

Sobre libros y artes populares

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Información del libro

El saber del pasado persiste en nosotros, 'a pesar de los estragos del tiempo'. Esta cita de William Morris da título a esta selección de escritos del gran renacentista británico, padre del movimiento 'Arts & Crafts', compuesta en dos bloques: SOBRE LIBROS: Comentarios sobre los libros iluminados de la Edad Media. La imprenta con Emery Walker. El libro ideal; ySOBRE ARTES POPULARES: Las artes menores. Improvisación. El arte de la gente. Campo y ciudad. Cómo podría ser una fábrica (I). Cómo podría ser el trabajo en una fábrica (II y III). Siendo escritos 'técnicos' sobre las más variadas disciplinas, dan cuenta del amor de Morris por los libros y su elaboración. Aquí está el Morris más batallador e ideológico, en un sentido cultural de la palabra.

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Información

Año
2020
ISBN
9788412119695
Categoría
Arte
SOBRE ARTES POPULARES

LAS ARTES MENORES

Conferencia brindada en el Trades’ Guild of Learning, el 4 de diciembre de 1877. Aquí, entre otras cosas, el lector podrá comprender de forma clara el interés de Morris en rescatar la historia de los pueblos, que es más rica y más noble que la de sus líderes.
A partir de ahora, en una conferencia más, espero tener el placer de darles un relevamiento acerca de las artes menores, o artes decorativas, como se las llama; y debo confesar que me hubiera resultado más placentero empezar a hablar desde el principio sobre la historia de esta inmensa industria; pero, como en los próximos días, en una tercera conferencia, tendré que decir algunas cosas sobre ciertos aspectos conectados con la práctica de la decoración en la actualidad, siento que podría estar en una posición falsa ante ustedes, y que podría terminar confundiéndolos, o repitiéndome en mis explicaciones, si antes no les dejo saber qué es lo que pienso sobre la naturaleza de estas artes, sobre su condición en el presente y su proyección para los tiempos venideros. Haciéndolo, es probable que diga cosas que puedan desagradarles mucho; debo pedirles por lo tanto desde el principio que no crean, ante cualquier cosa que yo acuse o alabe, que cuando pienso sobre lo que ha sido la historia, me inclino sólo a lamentar el pasado, a despreciar el presente, o a sentir desesperanza hacia el futuro. Porque creo que todo cambio y alboroto es un signo propio de la vida del mundo, y que él proseguirá guiándonos —de formas que, por cierto, no podríamos ni conjeturar— hacia la mejoría de la humanidad.
Ahora, y para indagar sobre el alcance y la naturaleza de estas artes debo decir que, aunque me adentre en los detalles del tema, no deberé entrometerme demasiado en el gran arte de la arquitectura, y menos en aquellas Bellas Artes comúnmente llamadas escultura y pintura, por más que no pueda apartarlas de mi mente al pensar en esas otras a las que se denomina artes decorativas, que son a las que hoy me voy a referir: fue sólo en los últimos tiempos, y bajo las más intricadas condiciones de vida, cuando fueron separadas unas de otras. Y sostengo que eso implicó un daño para todas las artes en general: las artes menores se volvieron triviales, mecánicas, toscas, incapaces de resistir los cambios ejercidos sobre ellas por la moda o la deshonestidad. Mientras que en el caso de las artes mayores, por más que por un tiempo fueran realizadas por hombres de grandes mentes y maravillosas manos para trabajar, eso sucedió sin ayuda de las otras; sin ayuda de las menores, y de ese modo seguramente perdieron su dignidad de artes populares, para volverse nada más que sombríos accesorios con insignificante pompa, o juguetes ingeniosos para un par de hombres ricos y ociosos.
Sin embargo, no he comenzado a hablarles sobre arquitectura, escultura y pintura en el sentido estricto de los conceptos, porque, infelizmente, estas artes maestras, más especialmente ligadas al intelecto que otras, están en el presente divorciadas de las artes que son decorativas en sentido estricto. Nuestra materia de estudio es el gran cuerpo del arte, ese que consiste en los medios con los que los hombres de todos los tiempos han luchado, en mayor o menor medida, para embellecer los asuntos de la vida cotidiana; un tema amplísimo, un sector enorme; y asimismo, tanto una gran parte de la historia del mundo como un gran instrumento de lo más útil para estudiar esa historia.
Un sector enorme, por cierto; comprendido por los oficios de la construcción y la pintura; la ebanistería y la carpintería; la herrería, la alfarería, la producción de vidrio, el tejido, entre otros: un cuerpo formado por unas artes que tienen la mayor importancia para la población general, pero aún más para nosotros en tanto artesanos, desde el momento en que no hay casi nada que ellos usen y nosotros fabriquemos de lo que no se haya pensado que aún no estaba terminado si no tenía algún toque decorativo. Cierto es también que en muchos, o en la mayoría de los casos, nos acostumbramos tanto a esos ornamentos, que los vemos como si hubieran crecido por sí mismos, y no los reconocemos más que al musgo que se halla en los troncos secos con los que encendemos la hoguera. ¡Y tanto peor! Porque sí que hay decoración, o alguna pretensión de ella, y tiene, o debería tener, un uso y un sentido; ya que, y esto está en la raíz de todo el asunto, todo lo que sea hecho por la mano del hombre, que puede ser hermoso o feo (lo bello, si se corresponde con la naturaleza, y la ayuda; lo feo, si está en discordancia con la naturaleza, y la estorba), no puede pasar desapercibido. Nosotros, por nuestra parte, podemos estar ocupados o perezosos, ansiosos o infelices, y nuestros ojos, por su parte, pueden estar listos para embotarse frente la abundante agitación de aquellas cosas a las que siempre estamos observando. Ahora bien, uno de los usos fundamentales de la decoración, la parte más importante de su alianza con la naturaleza, es el que puede agudizar o mermar los sentidos; con esa finalidad se entretejen los intrincados y maravillosos patrones, esas extrañas formas gracias a las cuales los hombres se vienen deleitando desde hace tanto tiempo: formas y entresijos que no necesariamente imitan a la naturaleza, sino más bien sucede que la mano del artesano es guiada para trabajar del modo en que ella lo hace, hasta que el tejido, la taza, o el cuchillo luzcan tan naturales y encantadores como el verde campo, la orilla del río, o el pedernal de la montaña.
Brindarle placer a la gente por medio de las cosas que deben usar necesariamente es una de las grandes funciones de la decoración; brindarle placer a la gente mientras hace lo que debe hacer, ese es el otro uso. ¿No les parece un tema lo suficientemente importante? Digo que sin estas artes nuestro descanso sería vacío e irrelevante, nuestra labor una mera resistencia, un mero desgaste del cuerpo y la mente*.
En relación al último uso de estas artes al que me referí, o sea, a la provisión de placer en nuestro trabajo, apenas sé cómo hablar de ello con la suficiente fuerza; e incluso, si yo no supiese el valor que tiene repetir una verdad una y otra vez, debería excusarme con ustedes por decir cualquier otra cosa más sobre el tema cada vez que les recuerdo cómo un gran hombre, aún vivo, habló sobre ello: me refiero a mi amigo, el profesor John Ruskin**; si leyeran en el segundo volumen de Las piedras de Venecia, un capítulo titulado Sobre la naturaleza del Gótico y la función de los trabajadores de entonces, podrán acceder, y sin rodeos, a probablemente las palabras más veraces y elocuentes que puedan ser dichas sobre el tema.
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Tanto tuvo en cuenta Morris Sobre la naturaleza del Gótico que poco después de poner en funcionamiento la Kelmscott Press lo editó, en 1892.
Lo que yo tenga para decir sobre eso apenas puede ser más que un eco de sus palabras, aunque acepto que hay más utilidad en repetir una verdad que en olvidarla; por eso voy a seguir diciéndolo animosamente: todos sabemos lo que la gente ha dicho sobre la maldición del trabajo; y cuán pesado y penoso es el sinsentido que tienen la mayor parte de sus palabras; cuando en realidad las verdaderas maldiciones de los artesanos han sido los azotes de la estupidez y la injusticia interna y externa; no, no puedo suponer que aquí haya alguien que crea que tener una vida entretenida consista en estar de brazos cruzados, haciendo nada, para vivir como aquéllos a los que los tontos llaman caballeros.
Sin embargo, sí que hay trabajo aburrido por hacerse, y es una tarea fatigosa poner a los hombres a realizar cosas semejantes; viéndolos empeñados en esas labores, yo preferiría hacer el doble de trabajo con mis propias manos que emplearme en tales puestos. Pero ahora permitamos sólo que las artes a las cuales nos referimos, las relacionadas con el embellecimiento de nuestra labor, sean esparcidas ampliamente, de manera sabia; que sean bien comprendidas tanto por el hacedor como por el usuario; permitámosles volverse populares, y así lograremos el fin del trabajo devaluado y su desgastante esclavitud: y ningún hombre volverá a tener jamás excusas para hablar de la maldición del trabajo, ni para evitar la bendición que éste supone.
Creo que no hay nada que pueda ayudar más al progreso del mundo que intentar promover esto; y les aseguro que no hay otra cosa en el mundo que yo desee tanto, añadido a cambios políticos y sociales, que de algún modo u otro todos nosotros deseamos.
Ahora bien, si se objetase que estas artes han sido siervas del lujo, la tiranía y la superstición, debo aceptar que es verdad en cierto sentido; han sido usadas, tanto como se han usado tantas otras cosas excelentes. Pero también es verdad que en algunas naciones, en los momentos más vigorosos y libres, se ha dado el florecimiento del arte. Mientras que a la vez, debo reconocer que estas artes decorativas han florecido en pueblos oprimidos, que parecían no tener esperanzas de libertad; aunque no pienso que nos equivocaríamos si pensásemos que en esos tiempos, entre esas gentes, el arte, al menos, era libre; y que, cuando no lo fue, y fue apresado por la superstición o el lujo, fue inmediatamente después de haber empezado a enfermarse a causa de esos sojuzgamientos. No debe olvidarse que cuando los hombres hablan de que papas, reyes y emperadores construyeron determinados edificios, se trata de una mera forma de hablar. Miren en sus libros de Historia, para averiguar quién construyó la Abadía de Westminster, o quién erigió Santa Sofía en Constantinopla, y les dirán que fue Enrique III, o el Emperador Justiniano. ¿Fueron ellos? ¿O más bien se trató de artesanos, hombres como ustedes y yo, que no dejaron sus nombres detrás de sí mismos, sino sólo su trabajo?
Ahora, en la medida en que estas artes llaman la atención y el interés de la gente por los temas de la vida cotidiana de hoy en día, y asimismo —y no me parece que sea un tema menor—, atraen nuestra atención en cada paso hacia esa historia de la que formaron parte importante (porque ninguna nación, ningún estado de sociedad, por rudimentario que fuera, ha carecido totalmente de las artes). Hay pueblos, de los que no podría decirse en absoluto que sean pocos, de los que no conocemos casi nada, salvo que pensaron en formas hermosas. Es tan grande el lazo entre la decoración y la Historia que en la práctica de la primera no podríamos, aunque quisiéramos, extirpar la influencia que tiene sobre lo que hacemos en el presente lo sucedido en tiempos pretéritos.
No me parece exagerado afirmar que ningún hombre, por original que sea, pueda sentarse hoy a dibujar el ornamento de una tela, la forma de una vasija ordinaria, o una pieza de mobiliario, que no sea otra cosa que el desarrollo o la degradación de formas usadas hace cientos de años atrás; y que éstas además, muy frecuentemente, fueron formas que alguna vez tuvieron una significancia seria, aunque ahora se volvieran poco más que un hábito de la mano; formas que quizás fuesen los misteriosos símbolos de plegarias y creencias hoy apenas recordadas, o ya totalmente olvidadas. Aquellos que hayan seguido diligentemente el delicioso estudio de estas artes se hallan en condiciones de verlo, como si se tratara de ventanas por las que mirar hacia la vida del pasado: el nacimiento primigenio del pensamiento en naciones a las que no podemos ni siquiera nombrar; los terribles imperios del Antiguo Oriente; el libre vigor y la gloria de Grecia; la dura carga impuesta por la garra de Roma; la caída de su Imperio temporal, que se expandiera tan ancho sobre el mundo; tanto bien y tanta maldad que los hombres no podrán olvidar, y que nunca dejarán de sentir; el choque entre Oriente y Occidente; del Sur y el Norte por Bizancio, su rica y fructífera hija; el surgimiento, los disensos y la mengua del Islam; los nómadas de Escandinavia; las Cruzadas; la fundación de los Estados de la moderna Europa; las luchas del pensamiento libre contra el moribundo sistema antiguo: la historia del arte popular está entretejida con todos estos eventos y su significado. Con tales evidencias puedo afirmar que el cuidadoso estudiante de la decoración podrá verla como una industria histórica y así sentirse familiarizado con todo esto. Cuando pienso en ello, y en la utilidad de todo este conocimiento, me parece que la Historia se ha vuelto un estudio demasiado formal entre nosotros, como si hubiese sido impartida, por así decirlo, con un nuevo sentido; en un tiempo en el que esperamos conocer la realidad de todo lo que ha sucedido, se lo posterga cada vez más con las aburridas memorias de batallas e intrigas de reyes y sinvergüenzas; digo que cuando pienso en todo esto, me cuesta hallar la manera de decir cómo puede ser que este entretejimiento de las artes decorativas en los sucesos del pasado pueda ser de menor importancia que sus relaciones con la vida del presente, ¿por qué no debieran estas memorias ser también parte de nuestra vida cotidiana?
Y permítanme ahora recapitular un poco antes de continuar, antes de empezar a centrarnos en la situación de las artes en el presente. Estas artes, como he dicho, son parte de un gran sistema inventado para la expresión del deleite que causa la belleza en el hombre: todos los pueblos y épocas las usaron; han sido el disfrute de las naciones libres, y el consuelo de naciones oprimidas; la religión las ha elevado, ha abusado de ellas y las ha degradado; están conectadas con todo el transcurso de la Historia, y son sus claras maestras; y, lo mejor de todo, son las que endulzan la labor humana, tanto para el artesano, que se pasa la vida trabajando en ellas, como para la población general, que se encuentra con ellas cada vez que vuelve de su empleo: ellas hacen que nuestro esfuerzo sea feliz, y que sea fructífero nuestro descanso.
Y ahora, si todo lo que les acabo de decir no les parece más que una locuaz exaltación de estas artes, debo aclararles que no es por nada que les dijera lo dicho hasta el momento, y de la forma en que lo hice. Se debe a que ahora tengo que formularles las siguientes preguntas: a todas estas cosas buenas, ¿ustedes las podrán tener? ¿Las sacarán de ustedes?
¿Les sorprenden las preguntas que les formulo a ustedes que, al igual que yo, están comprometidos mayoritariamente con la práctica actual de las artes que son, o deberían serlo, populares?
Para explicarme, debería repetirles lo que ya he dicho: ya pasó el tiempo en el cual el misterio y la maravilla de las artesanías eran bien reconocidos por el mundo, cuando la imaginación y la fantasía se entremezclaban con todo lo que el hombre hacía; esos días en que todos los artesanos eran artistas, que es como los deberíamos llamar en la actualidad. Pero el pensamiento del hombre se volvió más intricando, más difícil de expresar, y devino en algo con lo que fue aún más difícil lidiar, y su labor fue dividiéndose cada vez más entre hombres grandes, hombres menores y hombres pequeños; hasta que el arte, que fuera alguna vez poco más que un descanso para el cuerpo y el alma, como la mano que guía la lanzadera o balancea el martillo, luego se volvió para los hombres un trabajo tan serio que sus vidas laborales han sido desde entonces una larga tragedia de esperanza y miedo, alegría y dificultades. Así fue el crecimiento del arte. Que, como todo crecimiento que alguna vez fuera fructífero, entró en decadencia; como toda decadencia de lo que alguna vez fuese fructífero, devendrá en algo nuevo.
Cuando se cayó en decadencia fue porque se dio el cercenamiento de las artes, a las que se divide en mayores y menores: las despreciadas, por un lado; las descuidadas, por el otro, y ambas, engendradas del desconocimiento de aquella filosofía de las artes decorativas, de la cual he intentado darles alguna idea. El artista provino de los artesanos, a los que abandonó, despojándolos de esperanzas de elevación, mientras que él mismo se vio sin la ayuda de la inteligente e industriosa afinidad. Ambos han sufrido: el artista no menos que el artesano. Pasa lo mismo con las artes que con una compañía de soldados frente a un reducto, cuando el capitán corre hacia adelante lleno de esperanza y energía, pero sin mirar atrás para percatarse de si sus hombres lo están siguiendo o no, y ellos titubean, sin saber por qué los llevaron allí a morir: la vida del capitán es derrochada, y sus hombres son lúgubres prisioneros en la trinchera de la brutalidad y la desdicha.
Debo decirles claramente que, en relación a las artes decorativas, si son comparadas con todas las otras artes, más que encontrarnos en una posición de inferioridad con respecto a quienes se dedicaron a ellas antes que nosotros, lo que sucede, sobre todo, es que hoy se hallan en un estado de anarquía y desorganización tal que demandan un cambio radical y necesario.
Por eso les pregunto nuevamente: ¿Podrán ustedes obtener todos los buenos frutos que el arte debería dar? ¿Ellos saldrán de ustedes? ¿El cambio radical que habrá de darse, será una pérdida o una ganancia? Los que creemos en la continua vida del mundo, seguramente estemos compelidos a creer que el cambio traerá ganancias y no pérdidas, y a esforzarnos por obtenerlas.
¿Quién puede decir cómo el mundo responderá a esta pregunta? Un hombre en su corta vida no puede ver más que un poco hacia adelante, y aún en la mía han sucedido cosas hermosas e inesperadas. Necesito decirles que en eso radica mi esperanza, más que en lo que veo que está ocurriendo en nuestro alrededor. No discuto que si las artes imagina...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Título
  4. Contenido
  5. Sobre la presente edición
  6. Prólogo. William Morris o cómo asir la felicidad
  7. SOBRE LIBROS
  8. SOBRE LAS ARTES POPULARES
  9. CÓMO PODRÍA SER UNA FÁBRICA I
  10. CÓMO PODRÍA SER EL TRABAJO EN UNA FÁBRICA II
  11. CÓMO PODRÍA SER EL TRABAJO EN UNA FÁBRICA III
  12. Bibliografía utilizada y recomendada.