Mito y nación
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Mito y nación

Radiografía del nacionalismo en España

  1. 148 páginas
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Mito y nación

Radiografía del nacionalismo en España

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Siguiendo la línea de trabajos del autor, Mito y nación rastrea el discurso simbólico de los nacionalismos españoles. Tras un apartado introductorio, aborda las etapas comunes del relato nacionalista para, posteriormente, detenerse en sus aspectos simbólicos y, por fin, caracterizar las diversas tradiciones regionales. Concluye aportando unas pautas para el futuro.

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Información

Editorial
Editorial UFV
Año
2019
ISBN
9788418360237
Categoría
Education

1

Etapas comunes del relato en Hispania

ORÍGENES DORADOS
Hispania fue el nombre con que los romanos denominaron a la totalidad de España como una adaptación terminológica de un étimo muy antiguo, quizá del II milenio a. C., posiblemente de origen fenicio, que significaría ‘tierra de metales’, I-span-ya, ya que nuestras tierras eran un filón extractivo para sus rutas mercantiles.42
A pesar de contar con numerosas tribus diseminadas, se aprecia desde el exterior una unidad geográfica en la descripción efectuada por los griegos colonizadores y los romanos conquistadores que la diferencian de la Galia o de otras zonas históricas. España es la zona más rica del Imperio romano no solo por recursos, sino por crecimiento y destacó tanto que superó su ascendiente.
La España romana vivió una etapa floreciente durante varios siglos, aportando grandes exponentes a la civilización.43 La residencia estival de Tarraco (Tarragona) por parte del emperador Augusto habla de la centralidad de nuestro país, que además contó con tres emperadores españoles —Trajano, Adriano y Teodosio—, naturales de Itálica (Sevilla, en la demarcación Bética) los primeros y de Gallaecia (o Galicia) el segundo, o figuras universales en el campo filosófico como Séneca y Lucano, naturales de Córdoba, o Marcial, natural de Bílbilis (Calatayud, en Aragón), entre otros. El teatro romano de Mérida (Extremadura), el acueducto de Segovia (Castilla), la muralla de Lugo (Galicia), la villa de las Musas (Navarra) o las minas de oro de las Médulas (León) son algunos de los vivos testimonios monumentales de la expresión del legado romano en España.
FUNDAMENTACIÓN LEGISLATIVA Y DESARROLLO MEDIEVAL
Una idea matriz compartida por todos los regionalismos y nacionalismos, divergentes o convergentes, así como por el nacionalismo español, es la fundamentación de su identidad en dos pilares consistentes en códigos jurídicos tardoantiguos y una religiosidad cristiana puesta con la semilla de los primeros mártires y extendida en la Edad Media.44
a) El Liber Iudiciorum o Fuero Juzgo fue una unificación jurídica del siglo VII que se aplicó a toda la España hispano-visigoda y que serviría de base para los códigos jurídicos medievales aplicados a los territorios cristianos de la Península. Supone la derogación de las leyes romanas anteriores y una unificación social entre la estirpe goda y la población hispano-romana. Los diferentes fueros de los territorios cristianos de la Edad Media intentarán adaptar la legislación anterior a las nuevas realidades y, de esta forma, los reyes intentarán unificar sus diferentes establecimientos para garantizar la cohesión territorial de sus dominios.
Así, en León y en Castilla predomina el Fuero Juzgo traducido al romance que, de hecho, ya era la ley de los mozárabes de Toledo. Será el fuero de las ciudades reconquistadas de Córdoba o Sevilla, así como de Murcia. En Aragón existió un sistema legal más fraccionado, por lo que se tuvo que recopilar y ordenar a partir del siglo XIII sobre la base foral de casos anteriores, tomando como modelo el mismo que al final será de aplicación con variantes en Valencia y en los Condados Catalanes, cuyos Usatges es el Liber de los visigodos adaptado.
Todos estos códigos jurídicos tienen una base común y son el soporte legal de las identidades medievales que dan lugar a las nacionalidades y regiones de España. Los Usatges, primero para el condado de Barcelona y después para el resto, es la principal norma escrita, y se considera el origen de las constituciones catalanas.45 En Aragón y Valencia, los Fueros y Furs son el código jurídico aplicado a todo el reino desde Jaime I el Conquistador; mientras que en Navarra disponemos del Fuero reducido y otros medievales de aplicación local.
b) El segundo pilar fundamental del desarrollo de los pueblos es la semilla del cristianismo, que se ha traducido en una cultura propia enraizada con múltiples manifestaciones. Las persecuciones del bajo Imperio romano hallaron en Hispania un ejército blanco de mártires que obtuvieron la palma heroica y dejaron su semilla en la mayor parte de las diócesis de España. El diácono Vicente en Valencia, Eulalia en Mérida y Barcelona, Acisclo y Victoria en Córdoba, Magí en Tarragona, Leocadia en Toledo, Narcís en Girona, Cucufate en Ampurias… y un sinfín repartidos por la geografía peninsular que después fueron tomados como modelo y piedra angular de las resurgidas demarcaciones cristianas.46
Durante el periodo hispano-visigodo, en 589 se celebró el III Concilio de Toledo, que selló la triple unidad espiritual (conversión al catolicismo), social (integración de linajes godos con hispano-romanos) y territorial (asunción de un mapa diocesano único y no duplicación de obediencias) para todos los españoles. En el concilio destacaron el rey Flavio Recaredo, promotor del encuentro sinodal; el metropolitano Leandro de Sevilla y el abad Eutropio, además de una cifra extraordinaria de obispos, hasta 72 venidos de Hispania en un sentido amplio, con la incorporación de la cláusula del Filioque al credo niceno constantinopolitano.47 Este sínodo toledano creó un nacionalismo político de naturaleza hispana unido al catolicismo que será invocado en periodos posteriores y se irá enriqueciendo con el paso de los años.48
Durante la Edad Media, los reinos medievales cristianos experimentaron un crecimiento desde el siglo XI para recuperar la España perdida de los visigodos de Toledo, con una aspiración imperial bajo un solo cetro. El signo de la cruz acompañó a los reyes en los momentos iniciales y tomaron por divisa para sus victorias el signo de Cristo en estandartes y sellos personales. Así, en el reino de Asturias, en el de Pamplona y en el condado de Sobrarbe y Ribagorza, la cruz es el signo heráldico del siglo IX, pues no en vano los godos también la habían adoptado como bandera. No es extraño, porque el aspecto crucial del reino hispano-visigodo fue el III Concilio de Toledo (589), que condujo al origen de la unidad católica de los habitantes de España.49
En los albores de la resistencia, los astures reclamaron la herencia del paraíso nacional y las crónicas Albeldense y de Alfonso III desarrollaron en el siglo IX un programa político de neogoticismo para la Hispaniae salus o salvación de España. Sin tanto lustre ideológico, pero con los mismos argumentos, se emplearon en Sobrarbe y Ribagorza, la cuna del futuro Aragón, o en el primitivo reino de Pamplona.
En el siglo XIII se realizó una extraordinaria cruzada, con bula de Inocencio III, cuyo resultado fue la victoria de las Navas de Tolosa en 1212, con la participación de los reinos peninsulares de Castilla, Aragón, Navarra y Portugal. Entre los paladines regios más destacados del periplo peninsular que propagaron con éxito reconquistador la idea de cruzada sobre los sarracenos fueron, en el siglo XIII, Jaime I de Aragón, conquistador de las Mallorcas, Valencia y Murcia, o Fernando III el Santo, rey de Castilla, que reintegró León y fue conquistador de Sevilla y Córdoba.
Las entidades político-geográficas peninsulares de naturaleza cristiana aspiran a recuperar la tierra original de España que se ha perdido y la unidad con una misión profética que, con el paso de los siglos, se cumplirán en 1492 bajo la monarquía de los Reyes Católicos.
Todas las crónicas medievales de los reinos cristianos apuntan una conciencia nacional española no reñida con el solar en el que uno está. Esta idea asume con naturalidad la pluralidad de la forma regnícola y la existencia de diferentes lenguas y costumbres de los pueblos, porque lo que se subraya en la época es seguramente que se tiene un origen común y un vínculo histórico, patrimonio de todos y cada uno de los españoles. La España medieval no es un Estado, aunque aspire a ello, ni siquiera una geografía, sino algo superior que tiene que ver con el pasado y con el futuro.50
La multitud de diversidades jurisdiccionales de cada reino no era obstáculo para la unidad nacional. En el siglo XV, el rey tenía un poder superior en Castilla que en otros territorios. León mantenía su denominación, pero estaba integrado al territorio castellano, mientras que Vizcaya funcionaba como un señorío del monarca. Navarra era uniforme en su interior. Aragón presentaba un modelo pactista con amplias atribuciones para Aragón y Valencia, así como para los Condados Catalanes, actuando como entidades separadas. Esta pluralidad en la concepción no impedía tener el mismo soberano y sentirse unidos por un proyecto afianzado a través de la reconquista que era recuperar España.
El desarrollo medieval de Hispania o España tuvo una frustración insalvable: Portugal. Era un reino ibérico nacido de la historia hispánica, uno de los cuatro de la reconquista, que no era diferente a los otros y que los avatares de la historia lo dejaron marginado, fuera del proyecto común de manera plena. Portugal representaba una divergencia política importante que miraba hacia el Atlántico y obligaba al resto del territorio a buscar en Sevilla un puerto hacia América. A diferencia de Aragón, Portugal chocó pronto con la fuerza mesetaria de Castilla y se puso de espaldas al continente, convirtiendo la frontera interior en una barrera de salvación para preservar su vocación marítima.51
PÉRDIDA DEL VIGOR. DECADENCIA
El relato de cada territorio de España comparte con el vecino la constatación de que se encuentra viviendo una etapa de decadencia durante los últimos siglos en los que ha perdido el vigor identitario por errores del pasado. España se acabó convirtiendo en un país de tercera fila, marginal en el contexto internacional.
Los siglos XVII, XVIII y XIX son percibidos por todos los españoles como una etapa de franca decadencia en todos los órdenes y al margen de excepciones puntuales, coincidiendo con el ocaso del Imperio, los Austrias menores y el cambio dinástico por la entronización de los borbones.
Tanto el nacionalismo español tradicional como los nacionalismos y regionalismos periféricos suelen coincidir en que estos siglos corresponden a un proceso de agotamiento y desgaste de la potencia nacional, pero no comparten el diagnóstico.
El nacionalismo tradicional argumenta el abandono de la fidelidad a la fe católica como el principal factor desencadenante de la crisis, que vendrá acompañada de una alianza oculta internacional, una teoría conspirativa que aglutinaría a los enemigos de España contra los de la verdadera fe. España expresaría su grandeza y unidad solo de una forma porque no sabe otra, la de ser «martillo de herejes, luz de Trento y espada de Roma», en palabras del más preclaro exponente de esta corriente nacionalista: Marcelino Menéndez Pelayo.52
Los nacionalismos periféricos y disgregadores apuntan al ocaso de las instituciones medievales, con sus cuerpos legales forales a la cabeza, como el factor que desencadenó la crisis nacional. Para el discurso catalán, la Decadència proviene de la hegemonía del castellano y la postergación política y cultural de Cataluña, que tendría sus antecedentes en el reinado de los Reyes Católicos. Se trata de una reinvención de los autores de la Renaixença, puesto que la caída de Barcelona dentro de la corona de Aragón ya se percibía a mediados del siglo XV, cuando Valencia era la verdadera capital de todo el territorio. En el caso vascongado, la decadencia proviene en su inicio de la abolición foral, pero se concibe en términos de contagio de los territorios limítrofes franceses y españoles. Esto implica una despersonalización dramática porque atenta contra lo fundamental de la identidad vasca: su raza y su religión.53
Los casos de Navarra y León tienen su caída realmente antes, puesto que ven cerradas sus posibilidades expansionistas por Aragón la primera y por Castilla la segunda.
Tanto la percepción de una corriente ideológica como otra perciben la decadencia en términos conservadores, por el abandono de un elemento considerado crucial para la identidad de España o de sus regiones. Para el nacionalismo español tradicional es la traición a la fe de nuestros padres, y, para el nacionalismo periférico, el abandono de un sistema tradicional de gobierno con instituciones y leyes forales dadas por nuestros antepasados. La pérdida de ese ingrediente (la fe católica o las instituciones forales) provoca un desorden en todos los ámbitos y la hecatombe identitaria.
Una vez más, el patriotismo progresista no aporta una lección suficiente, puesto que no comparte la versión apasionada de los nacionalismos (integrador o disgregador). Su respuesta es evolutiva porque pretende esperar que llegue el momento culminante del relato histórico en la contemporaneidad. El nacionalismo alternativo laico propone la centralidad de la historia a partir de la adopción de un contrato donde el pueblo decida su forma de gobierno. Esta consagración del constitucionalismo laico, expresada sobre todo en Cádiz en 1812, quiere sustituir la fe en Dios o en nuestros antepasados. El constitucionalismo regeneracionista de comienzos del siglo XX buscó en la cultura nacional y las relaciones sociales un argumento para transformar España y equipararla a otros nacionalismos más modernos.54
REIVINDICACIÓN MODERNA Y CONTEMPORÁNEA
Los siglos XIX y XX han supuesto, en diferentes etapas, un intento de reivindicación política y cultural de los territorios de España, tanto de los nacionalismos disgregadores como del español. Es el intento romántico de reverdecer aquel pasado medieval glorioso que ha permanecido en nuestra memoria selectiva mediante la formalidad de unas instituciones y leyes simbólicas o unas tradiciones piadosas de nuestros pueblos.
Sin embargo, con la historia en la mano, ni la fe rememorada era tan excelsa y uniforme entre nuestros antepasados, a tenor de los autos de fe y las minorías religiosas, ni tampoco las instituciones y leyes eran tan estables y añoradas cuando fueron modificadas generación tras generación y acabaron siendo abolidas.
Respecto a los Fueros, conviene detenerse en el territorio foral por excelencia: Navarra. Es cierto que el Estatuto de Bayona del 6 de julio de 1808 menciona los fueros particulares de los territorios de Navarra, Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, estableciendo que «se examinarán en las futuras Cortes para determinar lo que se juzgue más conveniente para el interés de las mismas provincias y de la nación». Sin embargo, el constitucionalismo español, comenzando con la Constitución española de 1812, popularmente llamada «La Pepa», los niega e incluso hace desaparecer las diputaciones forales, de forma que languidecen.
Solo será a partir del abrazo de Vergara de 1839 cuando la paz entre los generales Espartero, por el b...

Índice

  1. Portada
  2. El autor
  3. Resumen
  4. Página de créditos
  5. Índice
  6. Introducción
  7. 1. Etapas comunes del relato en Hispania
  8. 2. Utillaje para la comprensión nacional
  9. 3. Expresiones territoriales de España
  10. 4. La construcción nacionalista española
  11. 5. Pistas para el futuro
  12. Bibliografía