Por la vida con Séneca
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Por la vida con Séneca

Existencia, tiempo, muerte e inmortalidad en el filósofo de Córdoba

  1. 190 páginas
  2. Spanish
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Por la vida con Séneca

Existencia, tiempo, muerte e inmortalidad en el filósofo de Córdoba

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Información del libro

La vida humana es una travesía. Séneca se la imagina como un viaje de Italia a la ciudad de Siracusa, en Sicilia. En el recorrido habrá peligros, contratiempos, tormentas y también quietud e incomparables maravillas. Con esa metáfora de la navegación, el filósofo nos hace adentrarnos en los anhelos de la existencia humana: el dar sentido a la vida y al tiempo, la búsqueda de la felicidad y la gloria; pero también, en sus pruebas y enigmas: el combate de los vicios y de las virtudes, la brevedad de la existencia, la vejez, la muerte, la inmortalidad.En Por la vida con Séneca, el filósofo cordobés parece tendernos la mano para invitarnos a recorrer, sencillamente, a su lado, la aventura de la vida. Cogidos de su mano y llevados de sus obras, de estilo vivo e inquieto, captaremos no solo el pulso y la intensidad con que él recorrió esa travesía, sino que tendremos una carta de marear útil también para la nuestra.

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Información

Editorial
Editorial UFV
Año
2018
ISBN
9788418360244
Edición
1
Categoría
Filosofía
Recapitulación
Hasta aquí ha llegado el recorrido por algunos de los capítulos importantes de la antropología senecana: la vida, el tiempo, la muerte y la inmortalidad. Una travesía por la existencia rumbo a la felicidad, como el filósofo de Córdoba planteaba. Pero el temario antropológico repasado brevemente en estas páginas se asoma también forzosamente a la teología y a la ética en que se mueve Séneca. Se puede afirmar que quizás hemos tocado lo esencial de la filosofía de Séneca. El acercamiento no ha sido a unos conceptos técnicos fríos, sino vivos, porque para él la filosofía es maestra y orientadora en la vida.213 Hemos calado, pues, no solo en la filosofía, sino en la vida del propio Séneca. Este cordobés de hace veinte siglos ha dado por momentos la sensación de ser un contemporáneo nuestro que pisa nuestros mismos problemas y que, en sus anhelos, incertidumbres y seguridades bulle y palpita con nosotros, compartiendo casi idénticas inquietudes. Un filósofo más de campo que de escritorio. Que las cuestiones de sus obras son existenciales y que preocupan al hombre contemporáneo lo demuestra la filosofía existencialista. Filósofos como J. P. Sartre, A. Camus o G. Marcel siguieron parecidas vetas de estudio —vida, libertad, tiempo, muerte...—, desde sus respectivas posiciones ideológicas o religiosas, sobre todo con el trasfondo desolador de lo que representaron para la historia y existencia humanas las dos guerras mundiales y los totalitarismos del siglo XX. 1. También nos hemos topado con las contradicciones del pensamiento senequista. Se dan muchas y son frecuentes en su escaparate filosófico. Los estudiosos del instructor de Nerón siempre se topan con ellas. Las tesis sustentantes del edificio que Séneca levanta en unas páginas se tambalean frecuentemente un poco más adelante con postulados contrarios.
• Como muestra, tomo el enfoque que da al suicidio. Ya hemos aludido en la exposición a los titubeos, ambigüedades y contradicciones del autor sobre todo en este punto. Séneca admite y defiende que la vida es un don prestado por la divinidad y que la naturaleza es la regla racional para un estoico como él candidato a sapiens. Sostener el suicidio equivale a quitar a la natura su imperio, adelantándose a su mandato sobre el final natural de la vida. En el análisis de un laboratorio estoico más refinado e incluso más racional que el de Séneca, no parece que ninguno de estos tres elementos dé licencia para desobedecer a la naturaleza: ni la consideración subjetiva de una vida ya perfecta y consumada, ni la ratio que sopese todos los elementos, ni siquiera una vida llena de infortunios. No cabe en la ratio humana, en ninguna de esas u otras coyunturas, asumir un permiso para suprimir lo que uno no se ha dado a sí mismo. Séneca, sin embargo, admite no sé qué letra pequeña del dictado de la natura que autoriza, a su entender, saltarse la ley racional de ella causándose la muerte. Según el filósofo de Córdoba, el derecho a la propia libertad podría verse enfrentado con el instinto de vivir. El hombre frente a sí mismo, pudiera decirse. Y en ese apuro, en esa aporía —si se permite el vocablo griego de parecido sonido—, el derecho a la libertad tiene que vencer al deseo de vivir. Contradicción palmaria, si hemos de juzgar la tesis de Séneca en todo el horizonte de su filosofía: si el hombre no es libre de darse la vida, no lo debe ser tampoco de quitársela. El don que le otorgó la naturaleza o la divinidad es de ella misma. La vida es de la divinidad, que se sirve de la naturaleza tanto para darla como para indicar su término.
Por otro lado —y sigo aquí una pauta agustiniana—, el suicidio acaba con lo esencial de la filosofía estoica. Si el vir sapiens es el que está adornado de la fortitudo, sobre todo para afrontar los embates y combates de la vida, debería sobrellevar todos los males, semper et ubique, mientras durase su existencia. Negar esos males o decir que no son tales es desfachatez. Huir de ellos por el suicidio es, cuando menos, cobardía y, sobre todo, asesinato de los principales dogmas estoicos. Lo escribe san Agustín: «No comprendo cómo han tenido desfachatez los estoicos para negar que estos son verdaderos males, llegando a reconocer que si se agrandasen hasta el punto de que el sabio no pueda o no deba soportarlos está obligado a inferirse la muerte a sí mismo y emigrar de esta vida».214
• ¿Qué decir luego del poder de la divinidad? ¿Es ella en verdad siempre libre? Otra vez emergen islotes en los que parece que el fatum aprisiona a los mismos dioses o al deus, y no les deja un mar de total libertad. Pero a veces queda la impresión de que sí gozan de libertad, incluso contra el fatum. Gran aporía del mundo antiguo que Séneca experimenta, aunque no resuelve. Quizá porque no pueda resolverla, aunque lo quiera e intente.
• Si hablamos del sentimiento humano o humanitas, el filósofo cordobés enaltece al hombre como sacra res. Luego, empero, ese impulso cargado de humanismo se topa con la seca disciplina estoica que ve la misericordia como una rebaja y cesión del hombre ante el hombre. Y salta la contradicción: no puede darse el hombre como sacra res, ni por su parte se puede mostrar el hombre como sacra res a los demás, cuando su corazón está cerrado a la clemencia para con los demás.
• Entrado en la reflexión sobre el alma, Séneca bascula entre su espiritualidad y la concepción todavía algo material del alma después de la salida del cuerpo. El alma es una partícula fundida con los astros o con la materia de este mundo. Por lo tanto, no deja de ser eso: material.
• La misma afirmación de la inmortalidad, que casi siempre parece robusta, otras es vacilante o ambigua. E incluso hemos encontrado textos en los que el filósofo llega a negarla, al asimilar el post mortem a la nada, al no ser del ante vitam. Aunque esos titubeos sobre la inmortalidad eran los propios del estoicismo, dado que la doctrina era muy debatida en dicha escuela.215
• Y si cabe echar una mirada a la coherencia del modo de vivir en relación con su doctrina, las contradicciones se hacen carne en él. Ahí está el punzante: «Aliter loqueris, aliter vivis», que tanto le escoció en vida y contra el que se defendió haciendo equilibrios portentosos en el filo de esa navaja que se agitaba contra él.216
Es prácticamente imposible encontrar en las obras de Séneca un principio o tesis ante la que el filósofo adopte un planteamiento lineal y constante. Por el contrario, toma posiciones diferentes y hasta encontradas. Séneca no es lineal. Tal vez lo más cercano a la coherencia y continuidad es el tratamiento doctrinal de las virtudes y de los vicios, y aun en ese discurso hay ligeras variaciones y matizaciones de pensamiento.
Ese tira y afloja entre tesis y antítesis, afirmaciones y contradicciones vuelve complicado sacar conclusiones claras sobre las posiciones de Séneca. Es una dificultad real.217 Se puede atribuir a los géneros preferentes de expresión que escogió: diálogos, cartas… Y posiblemente los prefirió porque le permitían volcar esas inquietudes y zozobras huyendo de lo sistemático. Pero esas dudas y contradicciones incitan —en mi modo de ver— a volver y a revolver una y otra vez sobre sus escritos y hacen, como indicaba, que el filósofo siga vivo, inquieto e inquietante ante nosotros. Precisamente porque las preguntas que nos suscita son más abundantes que sus respuestas, espolea a los hombres de cada generación a continuar, y en cierto modo a completar y rectificar, sus reflexiones sobre los perennes interrogantes del ser humano.
Quizás sean iluminadoras al respecto estas consideraciones: «Séneca nos resulta más atractivo a medida que mejor se aceptan en él la ambigüedad y la contradicción; deforman, más que ayudan, los intentos de homogeneizar vida y obra con el fin de no dañar el prestigio sapiencial de que ha gozado su figura al socaire del cristianismo, a lo largo de los siglos».218
2. En último análisis, ese juego de idas y venidas, de síes y noes, nos afecta también a nosotros, a todo hombre, al de todos los tiempos. Reconocemos que sus afirmaciones y perplejidades son cercanas a las nuestras. Séneca no nos deja indiferentes, ni es una estatua más, tan bella como muerta, en la galería de la historia filosófica. También en nosotros es más numeroso el montón de preguntas que el de las respuestas. Lo mismo le pasaba a san Agustín de Hipona. Confesaba que era una gran pregunta para sí mismo, no una respuesta.219 Es quizá la experiencia de todo hombre que navega responsablemente por la vida. Poco a poco, se van despejando con claridad ciertos interrogantes, pero surgen otros, a la espera de encontrar todas las respuestas, por fin, en la vida que seguirá a esta.
Estos enfoques hacen ver por qué Séneca goza y ha gozado siempre de perenne actualidad en las carteleras de la filosofía. En sus páginas conecta con el hombre de cualquier tiempo y cultura.
Diálogos, cartas y obras de teatro se aúnan para mostrarnos que el hispanorromano de Córdoba da siempre en el clavo de los problemas existenciales. Más aún, ofrece a menudo buenas sendas de solución, aunque pueda no siempre dejarnos satisfechos ni convencidos.
3. Es de alabar en él el esfuerzo racional de sus análisis, particularmente al tratar las virtudes y los vicios. Pocos pensadores han profundizado tanto como él en defectos como la ira, el respeto humano o la soberbia. Pocos han elogiado tanto la virtud. Séneca, al dictado de la doctrina estoica, busca el fundamento de todo en la natura y lo descubre por la ratio. Esto le enaltece como humanista, pues sabe exigir mucho al λόγoς y lo estira casi hasta donde ya no se puede más, en la búsqueda de respuestas a los misterios de la vida humana y divina. Ese primado de la razón nos puede venir muy bien en una época como la actual en la que predomina el sentimiento, lo sensible, lo sensual, sobre el λόγoς.
4. Quizá por esa puesta a prueba de la ratio en toda su musculatura, a veces llega a verdades o enfoques muy cercanos a los de la revelación cristiana. Recogíamos en la introducción la sentencia de Tertuliano que veía a Séneca poco menos que cristiano. La ratio y la fides se dan una mano, y también se corrigen cuando es el caso.
Asombra positivamente cómo algunas de las sentencias del filósofo cordobés pudieran mezclarse con los libros sapienciales del Antiguo Testamento sin desentonar; otras afirmaciones suyas no desencajarían en el pensamiento de san Pablo. Pero también es verdad que hay reflexiones senequistas, como la puerta que deja abierta al suicidio, que chirrían estrepitosamente en la senda cristiana y que ponen a las claras cómo la revelación sobrenatural y la fides han aportado a la humanidad lo que ni la ratio de Séneca ni ninguna ratio humana pudo dar, por más que estiraran las zancadas de su esfuerzo intelectual.
Lo que desde luego nunca se debe hacer —en mi opinión— es juzgar inmediatamente los logros del pensamiento de Séneca y sus desajustes con arreglo a los parámetros cristianos o según se acerquen o alejen de ellos. Eso sería querer bautizar, a todo trance, a un pagano; algo muy del gusto de la Edad Media cristiana, sobre todo para el caso de Séneca. Hasta se llegó en esa época a poner en circulación una supuesta correspondencia epistolar entre san Pablo y Séneca, algo que se ha demostrado luego espurio. Una vez indagado en sí el pensamiento de este filósofo, se podrán muy bien señalar al final las cercanías o lejanías que presenta en relación con el cristianismo. Al final, sí, pero no al inicio, dado que sería prejuzgar y condicionar los grandes esfuerzos de la ratio senecana. Quaestio disputata es, por el contrario, si el pensador pagano llegó a conocer la doctrina de los cristianos y a profundizar en ella. Más bien parece que no se interesó por los postulados de la nueva religión o los consideró hostiles a Roma —como también los estimab...

Índice

  1. Portada
  2. El autor
  3. Resumen
  4. Página de créditos
  5. Índice
  6. Introducción
  7. I. El inicio de la travesía
  8. II. Los imponderables de la navegación. El hombre ante Dios y ante el destino
  9. III. Combate a bordo: las virtudes contra los vicios en el vir sapiens
  10. IV. Sentido y aprovechamiento de la vida y del tiempo
  11. V. La muerte y la inmortalidad
  12. Recapitulación
  13. Bibliografía