El París de Baudelaire
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El París de Baudelaire

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El París de Baudelaire

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Por su insatisfacción frente al dominio de la burguesía, Baudelaire logró expresar más de su época que lo enunciado por cualquier otra creación literaria de temática social, pero fueron necesarias las interpretaciones de Walter Benjamin –señala Rolf Tiedemann–, para descubrir en el poeta al historiador oculto de aquello en lo que se convertirían, bajo el capitalismo, los proveedores de la fuerza de trabajo.El libro Charles Baudelaire. Un poeta lírico en la era del auge del capitalismo, proyectado inicialmente en el marco del Libro de los pasajes, al igual que este, quedó inconcluso. Este volumen reúne los textos centrales de ese legado: "El París del Segundo Imperio en Baudelaire" y "Sobre algunos temas en Baudelaire", pensados como capítulos pero que constituyen en sí trabajos cerrados, y "Zentralpark", que recopila fragmentos y notas que permiten un examen acabado del fundamento filosófico de los dos primeros. Además, se incluye el exposé "París capital del siglo xix", borrador en el que Benjamin expone sucintamente el marco temático del Libro de los pasajes, y el prólogo de Tiedemann a los tres primeros textos en la edición alemana de 1974.Este libro es, sin dudas, el abordaje más completo a las reflexiones de Benjamin en torno a Baudelaire y las relaciones entre poesía y capitalismo.

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Información

Año
2012
ISBN
9789877121988
Categoría
Literatura
EL PARÍS DEL SEGUNDO IMPERIO EN BAUDELAIRE
(1938)

I. LA BOHÈME

En Marx la bohemia aparece en un contexto revelador, en el que es atribuida a los conspiradores profesionales; de ellos se ocupa en un extenso artículo sobre las memorias del agente de policía de la Hodde, publicado en el Neue Rheinische Zeitung. Actualizar la fisionomía de Baudelaire significa hablar de la similitud que demuestra tener con este tipo de personaje político, que Marx presenta del siguiente modo: “A la par de la formación de las conspiraciones proletarias apareció la necesidad de una división del trabajo; los miembros se distribuyeron, por una parte, en conspiradores de ocasión, es decir, trabajadores que ejercían la conspiración en paralelo a sus actividades habituales, que solo participaban de las reuniones y estaban listos a aparecer en el punto de encuentro si el jefe lo ordenaba, y por otra parte, los conspiradores de profesión, que dedicaban todas sus actividades a la conspiración y que vivían de eso... Las condiciones de vida de esta clase determina de antemano todo su carácter... Su existencia vacilante, que más dependía de la casualidad que de sus propias actividades, su vida sin reglas, cuyas únicas estaciones fijas son las posadas de los comerciantes de vino –el lugar de encuentro de los conjurados–, las inevitables relaciones con todo tipo de gente dudosa, los coloca en ese círculo que en París se llama la bohème”.1*
Solo al pasar, vale la pena señalar que el propio Napoleón III había empezado su ascenso en un medio que se vinculaba con el recién descripto. Se sabe que uno de los instrumentos de su mandato presidencial fue la sociedad del 10 de diciembre, cuyos cuadros, según Marx, provenían de “toda esa masa indeterminada, dispersa, arrojada de un lado al otro, que los franceses llaman la bohème”.2 Durante la época de su imperio, Napoleón III continuó perfeccionando sus costumbres conspirativas. Las proclamaciones sorpresivas y los secreteos, los ataques repentinos y la ironía inescrutable son parte de la razón de Estado del Segundo Imperio. Y los mismos rasgos se encuentran también en los escritos teóricos de Baudelaire, que la mayoría de las veces expone sus opiniones de forma apodíctica. La discusión no es su fuerte. Y la evita hasta cuando las contradicciones agudas de las tesis que se va apropiando la hubiera exigido. Baudelaire dedicó el “Salón de 1846” a los “burgueses”; allí aparece como el que intercede por ellos, y su actitud no es la del advocatus diaboli. Más adelante, por ejemplo en su invectiva contra la escuela del bon sens, encontrará ciertos acentos del bohemio más brutal para hablar de la “honnête bourgeoise” y del notario, su respetable representante.3 Hacia 1850, Baudelaire proclama que el arte es inseparable de la utilidad; pocos años más tarde defenderá el l’art pour l’art. En todo esto se preocupaba tan poco por obtener alguna mediación frente a su público como Napoleón III cuando, casi de un día para el otro y a espaldas del parlamento francés, pasó de los derechos aduaneros al libre comercio. Estas características dejan en claro por qué la crítica oficial –ante todo Jules Lemaître– pudo descubrir tan pocos rastros de las energías teóricas de la prosa de Baudelaire.
Marx continúa de la siguiente forma su descripción de los conspirateurs de profession: “La única condición de la revolución es para ellos una organización suficiente de su conspiración... Se entregan a invenciones que deberán generar maravillas revolucionarias; bombas incendiarias, máquinas de destrucción de efectos mágicos, motines cuyos resultados serán más milagrosos cuanto menos basamento racional tengan. Ocupados con múltiples proyectos, no tienen otra meta que la de derrocar el gobierno existente y desprecian profundamente la instrucción más teórica de los trabajadores sobre sus intereses de clase. De ahí su rabia no proletaria sino plebeya contra los habits noirs (trajes negros), la gente más o menos cultivada que representa este lado del movimiento pero de la que, en tanto representantes oficiales del partido, nunca pueden independizarse por completo”.4 Las visiones políticas de Baudelaire, en lo fundamental, no van más allá de las de estos conspiradores profesionales. Tanto puede dedicar sus simpatías a la reacción clerical como al levantamiento del 48: la expresión de estas simpatías sigue siendo no mediada y su fundamento, frágil. La imagen que Baudelaire ofrecía en los días de febrero –en alguna esquina parisina, sacudiendo un fusil con la leyenda “¡Abajo el general Aupick!*”– es prueba de esto. En el mejor de los casos, podría haber hecho suyas las palabras de Flaubert: “De toda la política solo entiendo una cosa: la revuelta”. Esto habría que entenderlo prestando atención al pasaje final de una de sus notas, que se conservó junto con sus borradores sobre Bélgica: “Digo ‘¡viva la Revolución!’ como si dijera ‘¡viva la Destrucción!, ¡viva la Penitencia!, ¡viva el Castigo!, ¡viva la Muerte!’. No solo estaría contento de ser la víctima; tampoco me disgustaría hacer de verdugo, ¡para sentir la Revolución de las dos maneras! Todos tenemos un espíritu republicano en las venas como tenemos la sífilis en los huesos; estamos democratizados y sifilíticos”.5
Lo que Baudelaire deja aquí registrado podría denominarse la metafísica del provocador. En Bélgica, donde fue escrita esta nota, fue considerado como espía de la policía francesa. En sí, estos arreglos tenían tan poco de extraño que el 20 de diciembre de 1854 Baudelaire escribía a su madre, hablando sobre los literatos becados: “Mi nombre nunca aparecerá en los innobles registros del gobierno”.6 Difícilmente pueda atribuirse la fama que adquirió en Bélgica a la posición de enemistad que adoptó contra Víctor Hugo, aclamado y proscripto. La devastadora ironía de Baudelaire tuvo su rol en el surgimiento de estos rumores; y es posible que le haya agradado dejarlos correr. El culte de la blague, que reaparece en Georges Sorel y que se ha convertido en un componente inalienable de la propaganda fascista, va formando en Baudelaire sus primeros capullos. El título, y el espíritu, con que Céline escribió sus Bagatelles pour un massacre nos reenvían inmediatamente a una entrada en el diario de Baudelaire: “Organizar una bella conspiración para la exterminación de la raza judía”.7 El blanquista Raoul Rigault, que terminó su carrera de conspirador como prefecto de la policía de la Comuna de París, parece haber tenido el mismo humor macabro que se menciona a menudo en los testimonios sobre Baudelaire. Charles Prolès dice en los Hommes de la révolution de 1871: “En todas las cosas, hasta en su fanatismo, Rigault demostraba tener, además de una gran sangre fría, algo de mistificador siniestro e impasible”.8 Hasta el sueño terrorista que Marx descubre en los conspiradores tiene su equivalente en Baudelaire. El 23 de diciembre de 1865 escribe a su madre: “Pero si alguna vez puedo recuperar el vigor y la energía de las que disfruté en otro tiempo, aliviaría mi cólera con libros espantosos. Querría poner la raza humana entera en mi contra. Veo en esto un goce que me consolaría de todo”.9 Esta rabia encarnizada –la rogne– era el estado de ánimo, alimentado por medio siglo de luchas de barricadas, de los conspiradores de profesión parisinos.
Sobre estos conspiradores dice Marx: “Son ellos los que levantan y comandan las primeras barricadas”.10 Y ciertamente, la barricada está en el centro fijo del movimiento conspirativo y tiene una tradición revolucionaria: durante la Revolución de Julio, más de cuatro mil barricadas atravesaban la ciudad.11 Y cuando Fourier busca un ejemplo para el “travail non salarié mais passionné” no encuentra otro más adecuado que la construcción de barricadas. En Les Misérables Víctor Hugo representó de forma impresionante la red de esas barricadas, dejando en sombras a quienes las ocupaban. “La invisible policía de la revuelta estaba de guardia en todas partes, y mantenía el orden, es decir, la noche... Un ojo que hubiera visto desde lo alto este cúmulo de sombras hubiera quizá entrevisto, aquí y allá, de trecho en trecho, unas luces indistintas de las que sobresalían líneas quebradas y extrañas, perfiles de construcciones singulares, algo similar a resplandores yendo y viniendo en las ruinas; era allí que estaban las barricadas”.12 En la inconclusa alocución a París que debía cerrar Les fleurs du mal, Baudelaire no se despide de la ciudad sin dejar de evocar sus barricadas, conmemorando sus “adoquines mágicos erigidos en torres”.13 Y ciertamente, estas piedras son “mágicas” en tanto que la poesía de Baudelaire no reconoce las manos que las han puesto en movimiento. Pero es precisamente este pathos al que estará debido el blanquismo. Pues el blanquista Tridon exclama algo similar: “O force, reine des barricades,... toi qui brilles dans l’éclair et dans l’émeute... c’est vers toi que les prisonniers tendent leurs mains enchaînées”.14 En el final de la Comuna, el proletariado fue a refugiarse, a tientas, de regreso tras la barricada, como un animal herido de muerte a su madriguera. Los trabajadores, formados en las luchas de barricadas, no eran favorables a la batalla abierta que hubiera debido bloquear a Thiers; esto también contribuyó a la derrota. Los trabajadores preferían, como declara uno de los últimos historiadores de la Comuna, “en lugar del encuentro en el campo abierto, la batalla en el propio quartier... y, si así debía ser, la muerte tras los adoquines apilados de una barricada en una calle de París”.15
El más importante jefe de barricadas de París, Blanqui, estaba por entonces en su última prisión, el Fort du Taureau. En su retrospectiva sobre la Revolución de Junio, Marx reconocía en él y en sus compañeros a los “verdaderos líderes del partido proletario”.16 Sería difícil exagerar el prestigio revolucionario que tuvo Blanqui en esa época y que conservó hasta su muerte. Antes de Lenin, no hubo nadie que hubiese dejado trazos tan claros como los suyos en el proletariado. Trazos que también marcaron a Baudelaire. Hay un dibujo suyo que muestra, junto a otros esbozos improvisados, una cabeza de Blanqui.
Solo a través de los conceptos que Marx ut...

Índice

  1. Cubierta
  2. Sobre este libro
  3. Portada
  4. Introducción. Baudelaire, un testigo en contra de la clase burguesa
  5. París, capital del siglo xix (1935)
  6. El París del segundo imperio en Baudelaire (1938)
  7. Sobre algunos temas en Baudelaire (1939)
  8. Zentralpark
  9. Nota de la traductora
  10. Sobre el autor
  11. Página de legales
  12. Créditos
  13. Otros títulos de esta colección