Políticas, espacios y prácticas de memoria
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Políticas, espacios y prácticas de memoria

Disputas y tránsitos actuales en Colombia y América Latina

  1. 326 páginas
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Políticas, espacios y prácticas de memoria

Disputas y tránsitos actuales en Colombia y América Latina

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Información del libro

Después de los procesos de paz que ha vivido Colombia en los últimos años, es necesario preguntarse el papel de las memorias y prácticas comunicativas para crear una verdad histórica desde un punto de vista transdisciplinar, que garantice un espacio a las víctimas y los olvidados.

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Información

Año
2019
ISBN
9789587813517
Categoría
Soziologie
ESPACIOS: LUGARES, PRÁCTICAS Y NARRATIVAS ESPACIALES

ESPACIALIDADES DE LA MEMORIA: LUGARES PARA ABORDAR EL PASADO CONFLICTIVO EN LA COLOMBIA CONTEMPORÁNEA

Sebastián Vargas Álvarez*
* Profesor principal de carrera, Programa de Historia, Escuela de Ciencias Humanas, Universidad del Rosario. Agradezco a Marcela Randazzo por su lectura y comentarios a este texto.
Correo electronico: [email protected].
Memorias y espacios
Si bien la memoria es un proceso psíquico individual gracias al cual evocamos en el presente las experiencias pasadas, este proceso siempre es colectivo, intersubjetivo: ocurre dentro de unos marcos sociales en donde operan códigos culturales que compartimos con los demás miembros de nuestro grupo (familia, barrio, ciudad, comunidad étnica, nación, etc.) que nos ayudan a “recrear” y comprender dicho pasado. Es por eso que varios autores señalan que la memoria social tiene una historia, es decir, que es “histórica y culturalmente situada” (Dickinson, Blair y Ott, 2010, p. 9)1,y por lo tanto debemos hacer un esfuerzo por historizar las memorias, “o sea, reconocer que existen cambios históricos en el sentido del pasado, así como en el lugar asignado a las memorias en diferentes sociedades, climas culturales, espacios de luchas políticas e ideológicas” (Jelin, 2002, p. 2).
Una de las claves para historizar las memorias es ubicarlas en el espacio: reconocer sus geografías, sus localidades, sus lugares. Porque, así como la constante configuración del recuerdo/olvido colectivo implica una interrelación compleja de los tiempos (pasado-presente-futuro), también obedece a las maneras en que las sociedades humanas nos relacionamos con el espacio. En su libro pionero La memoria colectiva (1950), Maurice Halbwachs (2004) ya planteaba cómo toda memoria está anclada, referida a un lugar:
no hay memoria colectiva que no se desarrolle dentro de un marco espacial. Ahora bien, el espacio es una realidad que dura: nuestras impresiones se expulsan una a otra, nada permanece en nuestra mente, y no comprenderíamos que pudiéramos recuperar el pasado si no lo conservase el medio social que nos rodea. Es en el espacio, en nuestro espacio —el que nosotros ocupamos, por el que volvemos a pasar a menudo, al que tenemos acceso siempre, y en todo caso nuestra imaginación o nuestro pensamiento puede reconstruir en cualquier momento— donde debemos centrar nuestra atención; en él debemos centrar nuestro pensamiento, para que reaparezca una u otra categoría de recuerdos.
De esta manera, la permanencia de un grupo, de un pueblo en el espacio a través del tiempo ofrece una relativa estabilidad y continuidad a la constante recreación de sus memorias e identidades colectivas. Existe una estrecha articulación entre memoria, identidad y lugar. También entre estos tres elementos y las relaciones de poder. Según denuncia Edward Said, el desplazamiento del pueblo palestino por parte del Estado moderno de Israel ha implicado no solo un destierro de sus territorios originales, sino también un desvanecimiento de la memoria y la identidad palestinas y una expulsión de los palestinos de la historia universal. Y, viceversa, gracias a ese borramiento del palestino como sujeto histórico (y, por lo tanto, como ser humano con derechos), se han justificado el desplazamiento, el despojo y la segregación de Palestina para erigir en su lugar el Estado israelí. Cuestionando los relatos de historiadores y propagandistas sionistas, según los cuales los palestinos cananeos de la Antigüedad se habían extinguido por su atraso cultural (eclipsados por las más civilizadas tribus de Israel), y por lo tanto sus descendientes en la actualidad no tenían memoria, identidad o cultura, y habían fracasado en “domesticar” el desierto, Said (2002) comenta:
Recuerdo mi rabia al leer un libro que tenía el descaro de decirme que mi casa y mi nacimiento en Jerusalén en 1935 […], por no mencionar la actual existencia de mis padres, tíos, tías, abuelos, y toda mi familia extendida en Palestina, en realidad no estuvieran allí, que no hubieran vivido allí por generaciones, que por lo tanto no tuvieran títulos sobre las tierras de naranjos y olivares que recuerdo desde los primeros destellos de mi conciencia. (p. 254)
La relación memorias-espacios se complejiza en el caso de procesos de elaboración de memoria y duelo tras acontecimientos traumáticos. Cuando nos referimos a pasados conflictivos, a recuerdos dolorosos de hechos atroces frente a los cuales las sociedades no disponen de herramientas suficientes para su asimilación, comprensión o representación, el lugar también se convierte en un detonador de memoria, quizás con más fuerza. Lugares que han sido marcados por la violencia extrema, por el horror: veredas y comunas que han sido escenario de masacres o fosas comunes en Colombia; campos de concentración y exterminio en Alemania o en Polonia; centros de detención/tortura y posterior desaparición en Argentina (como aquel donde funcionó la Escuela de Mecánica de la Armada) o en Chile (por ejemplo, Villa Grimaldi). Se hace imperativo entonces, por parte de las víctimas de estos acontecimientos y de la sociedad en su conjunto, resignificar estos espacios: del trauma, al duelo; del dolor y la muerte, a la dignidad y a la vida; del conflicto y la guerra, al diálogo y a la reconciliación.
Monumentos y otras inscripciones de la memoria en el espacio público
Toda memoria, decíamos, es colectiva. Pero para que pueda ser efectivamente transmitida entre generaciones y compartida por un grupo amplio (por ejemplo, una nación, los habitantes de un país que se identifiquen como cociudadanos), necesita hacerse pública, mostrarse, visibilizarse en los espacios compartidos. Un grupo social, para representar su identidad y garantizarse una sensación de continuidad en el tiempo y en el espacio, debe poner en marcha diversas pedagogías de la memoria en aquellos lugares de sociabilidad en donde sus integrantes convergen: plazas, parques, avenidas, escuelas, etc., y más recientemente, los medios masivos de comunicación. En este espacio público común solemos encontrar —e interactuar con— estatuas y monumentos, celebraciones y conmemoraciones, libros y mitos de origen, múltiples soportes de la memoria, tanto materiales como intangibles.
Pensemos por ejemplo en el monumento a los Héroes, situado en la intersección de las avenidas Caracas y 80 en la ciudad de Bogotá. Una estructura rectangular de piedra de unos seis pisos de altura, diseñada en 1952 y erigida en 1963, en cuyos costados aparecen nombres de batallas, héroes y batallones del periodo de la Independencia, y en el frente se encuentra la estatua ecuestre de Simón Bolívar realizada por Emmanuel Frémiet en 19102. Los Héroes es una marca en el espacio urbano que nos recuerda la importancia de Bolívar como padre de la patria y de la Independencia como un momento fundacional de nuestro devenir colectivo como colombianos. Pero, además, dicha supuesta importancia es a su vez reiterada en diversos artefactos y relatos culturales (libros de historia escolar, efemérides, billetes, cuadros, etc.) con los que interactuamos cotidianamente, y que podríamos considerar vehículos de la memoria o, en palabras del historiador Pierre Nora, lugares de memoria (Nora, 2008). Es interesante observar cómo muchos de estos lugares no permanecen estáticos, sino que advierten trayectorias, recorridos, están moviéndose constantemente (por ejemplo, los billetes que viajan en nuestros bolsillos o los desfiles y procesiones de las fechas conmemorativas, que se desplazan por distintos puntos de las ciudades).
Es precisamente el monumento uno de los lugares de memoria más importantes que han sido usados por las sociedades desde la Antigüedad para darle materialidad al recuerdo y anclar la memoria en un espacio físico determinado. La palabra monumento (del latín monere: advertir + mentum: medio, instrumento, modo) designa una “obra pública y patente, en memoria de alguien o de algo”, una “construcción que posee valor artístico, arqueológico, histórico”. En muchas ocasiones el monumento cumple la función funeraria, real o simbólica, de “sepulcro (obra para dar sepultura a un cadáver)” (Real Academia Española, 2014).
La doble condición del monumento (lugar de rememoración y sepulcro) radica en la relación que la obra/construcción instaura entre los vivos y los muertos: relación de deuda y de identificación de los vivos (quienes levantan el monumento y tienen la responsabilidad de recordar, imitar y repetir el ejemplo de los ancestros) con los “difuntos gloriosos” (Smith, 1998, p. 67). La función política del monumento es, por ende, hacer coincidir el sentido de la muerte de los antepasados —o contemporáneos sacrificados en nombre de la comunidad— con la fundación de sentido de los supervivientes para invocar “una identidad común de los vivos y los muertos” (Koselleck, 2011, p. 68-69); o, dicho de otra forma, engendrar una conexión/continuidad entre el pasado y el presente del grupo, que le permita convertirse en una “comunidad de historia y de destino” (Smith, 1998, p. 70). Esta función resulta todavía más evidente después de la Revolución francesa y con la emergencia de los Estados nacionales modernos: retomando la figura cristiana del mártir, los monumentos comienzan a codificarse a partir de los nacionalismos —nuevas religiones civiles— para venerar a los héroes, a los “padres de la patria”, a los soldados anónimos, cuya presencia fantasmática influye en nuestras acciones presentes (y futuras) (Tovar, 1997).
Además de los monumentos, existen otros objetos y prácticas que podemos considerar inscripciones de la memoria social en el espacio público. Por ejemplo, las placas conmemorativas: estelas de diferentes tamaños, formatos y materiales (como el bronce o el mármol) que son colocadas en sitios específicos con el objetivo de recordar algún evento, personaje o acontecimiento relevante directamente relacionado con dichos lugares. Por ejemplo, la placa que se encuentra en la pared exterior del costado sur d...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADILLA
  3. PÁGINA LEGAL
  4. CONTENIDO
  5. PRÓLOGO MEMORIAS DE UN ACTO FALLIDO
  6. POLÍTICAS: MEMORIA, NACIÓN, DISPOSITIVOS Y NARRATIVAS MUSEOGRÁFICAS
  7. ESPACIOS: LUGARES, PRÁCTICAS Y NARRATIVAS ESPACIALES
  8. PRÁCTICAS: REVISANDO SUPUESTOS Y CUESTIONANDO LOS MARCOS HABITUALES DE OBSERVACIÓN
  9. EPÍLOGO