CENTAUROS, NUBES, ESTATUAS. UN ENSAYO A PARTIR DE EROTICA ROMANA
Salvador Mas Torres
Hab ich noch Augen? Zeigt sich tief im Sinn
Der Schönheit Quelle reichtlichstens ergossen?
(Goethe, Faust II, 6487)
O Mundo não se fez para pensarmos nele
(Pensar é estar doente dos olhos)
Mas para olharmos para ele e estarmos de acordo…
Eu não tenho filosofia: tenho sentidos…
(A. Caeiro, O guardador de rebanhos, II)
I
A su regreso de Italia Goethe escribió ese conjunto de elegías que constituyen Erotica Romana; por «elegía», en la actualidad, suele entenderse una composición poética en la que se lamenta la muerte de una persona o algún otro suceso desgraciado. Goethe, sin embargo, utiliza la palabra en sentido originario, según el cual una elegía es un dístico de hexámetro y pentámetro. En esta acepción es un género característico de la lírica augústea, que tal vez alcanzó su máximo esplendor en la obra del poeta romano Propercio, que como es obvio utilizaba el latín. Goethe, no es menos evidente, escribe en alemán, pero sintiendo de alguna manera, a pesar o más allá de las distancias, que enlaza con aquellos poetas —Propercio, pero también Tíbulo, Cátulo u Ovidio— que llevaron la poesía latina a cimas de expresividad, particularmente en el terreno amoroso.
Al escribir en alemán con métrica clásica surge de manera inesperada un lenguaje poético radicalmente nuevo [1], paradójica situación, pues aunque se acude a los pies que habían utilizado los poetas griegos y romanos para acercarse a los modelos clásicos, de tal imitación no surge lo antiguo, como quizá habían esperado sus promotores, sino lo nuevo, tanto frente a la poesía alemana tradicional como frente al clasicismo francés. Para imitar lo antiguo se crea lo nuevo, como si fueran imágenes reflejadas una en otra hasta el infinito (wiederholte Spiegelungen). Por otra parte, la deuda directa de Goethe con sus predecesores romanos es pequeña, pues utilizar expresiones relativamente semejantes o servirse de las mismas figuras mitológicas no es una referencia expresa. Lo antiguo es una especie de «pátina» que se extiende sobre el todo: Goethe escribe «a la manera de los antiguos». Los préstamos más o menos puntuales no son decisivos, sino la manera en la que la sensibilidad erótica de los poetas clásicos se adapta a las necesidades expresivas de su cosmos poético [2]: lo importante no es lo dado o heredado, sino —al igual que sucede en la naturaleza— su configuración y transformación. Mitos, motivos, temas, figuras, metros son los mismos pero sometidos a nuevas exigencias poéticas: al igual que los elegíacos romanos metamorfosean a sus predecesores griegos, Goethe metamorfosea a los romanos [3].
Pero para que Goethe tomara conciencia de esta compleja problemática en la que se entremezcla lo nuevo y lo antiguo, la distancia temporal tenía que plasmarse de forma visible y material en alejamiento geográfico: sin las experiencias artísticas, intelectuales y eróticas acumuladas en Italia serían incomprensibles las elegías de Erotica Romana, una obra donde las cuestiones esbozadas en las líneas precedentes se plantean con rara intensidad.
Goethe había sentido el anhelo por Italia desde su niñez [4] y en las últimas páginas de Dichtung und Wahrheit, retrospectivamente, narra el dilema al que se vio sometido en su juventud: ¿marchar a Italia como sugería su padre o aceptar la invitación para ir a Weimar? Hablando de sí mismo en pasado y tercera persona se refiere a «algo» que creía descubrir en la naturaleza, animada e inanimada, que sólo se manifiesta en contradicciones y que no puede captarse ni con conceptos ni mucho menos con palabras: ni humano ni divino, ni diabólico ni angelical, semejante al azar y la providencia, pero sin ser ni uno ni otra. Goethe denominaba a esta fuerza, a este inexpresable enigma cósmico y vital, «lo demónico». Si en aquella época esa fuerza misteriosa urge a marchar al norte, hacia Weimar, once años más tarde el daimon empuja al poeta al sur, hacia Italia.
En julio de 1786 Lavater visita a Goethe en Weimar y escribe a sus amigos que lo ha encontrado «más viejo, más sabio, más férreo, más cerrado, más práctico»; mucho tiempo después, comentando la recensión que Jean Jacques Ampère había hecho de una traducción al francés de sus obras dramáticas, Goethe confiesa que éste tiene razón cuando señala que en sus primeros diez años en Weimar no había hecho absolutamente nada y que la desesperación le empujó a Italia [5]. El motivo del hastío, del hartazgo de la vida cortesana, encuentra eco en las Elegías, por ejemplo, en los versos iniciales de la segunda:
¡Respetad si así lo deseáis! Yo finalmente estoy a salvo.
Bel as damas y vosotros caballeros del más selecto mundo
por tíos y primos preguntad, por viejas tías y parientes
y que el triste juego siga al estrecho diálogo.
También en la séptima:
¡Oh, qué feliz soy en Roma! Recuerdo los tiempos,
los días grises en los que me hallaba en el Norte,
turbio era el cielo y pesado sobre mí caía,
y era el mundo sin luz ni contornos, en silencio
hundiéndome en los sombríos caminos que yo,
sobre mi Yo, espíritu insatisfecho, avistaba.
O en la alusión a Floro de la XVII:
A César no habría seguido yo a la lejana Britania,
que antes Floro me habría llevado a la taberna [6].
Weimar había agostado la capacidad creativa de Goethe. El Tasso refleja este motivo, el conflicto entre las tareas de gobierno y la actividad literaria, que se recuerda en las «Conversaciones con Eckermann»: «El talento poético en conflicto con la realidad […] marchar a Italia para recobrar la productividad poética» [7]. En estas circunstancias se impone la «huida». «Herder tiene toda la razón —escribe Goethe en los primeros compases del diario para Frau von Stein— cuando dice que soy y seguiré siendo un niño grande, y ahora siento que puedo seguir mi naturaleza infantil sin miedo al castigo». Goethe marcha a Italia casi en secreto. Sus amigos y conocidos más próximos sólo conocen muy vagamente sus planes, saben de su intención de emprender un viaje, pero desconocen el lugar, la fecha de partida y el tiempo que desea permanecer en otros lugares [8]. «Diversas circunstancias —escribe enigmáticamente— me fuerzan a perderme en regiones del mundo en las que soy completamente desconocido, marcho sólo, bajo nombre falso, y de esta empresa que parece algo extraña aguardo lo mejor» [9]. Fue sin embargo un proyecto cuidadosamente meditado [10], también desde el punto de vista económico.
Goethe acababa de firmar un contrato con el librero Georg Jochim Göschen para publicar sus obras completas y contaba con este dinero para financiarse el viaje; pero de los ocho volúmenes previstos sólo cuatro estaban listos para la imprenta. Goethe sabe que no puede vivir de sus escritos, pues en la Alemania de aquel entonces, dividida en infinidad de pequeños Estados, era muy fácil piratear en uno de ellos lo publicado en otro; ya en 1787 y sólo en Alemania circulaban más de veinte ediciones ilegales del Werther, una obra que había tenido un éxito enorme pero que había reportado muy poco dinero a su autor. Goethe comprende que debe permanecer en Weimar al amparo de Carl August, aunque sólo sea por motivos económicos, pero sabe igualmente que tiene que cambiar radicalmente las condiciones del servicio.
Entre las enigmáticas «diversas circunstancias» que están en la raíz de la huida a Italia también habría que mencionar la necesidad de modificar la índole de las relaciones con Frau von Stein, tan provechosas en algunos aspectos como insatisfactorias en otros. Al comienzo de su viaje escribe un diario para ella, el Tagebuch der Italianischen Reise für Frau...