El mercado negro del libro en Francia
Gisèle Freund
Fotógrafa y escritora (1908-2000)
Exteriormente, París no ha cambiado. El cielo es de un gris tierno que se mezcla a los colores rosa pálido y azulados de las casas de las orillas del Sena. A lo largo de los muelles, los buquinistas han desplegado libros y estampas en exhibición, como en el buen tiempo de preguerra. En los almacenes de antigüedades de la orilla izquierda pueden siempre descubrirse maravillas; pero, ¡a qué precio! Los objetos de arte y los libros, que eran tan baratos en Francia, se han convertido hoy en artículos de gran lujo.
Con la liberación, una avalancha de nuevos diarios y revistas invadió París. Era de prever, después de tantos años de estancamiento espiritual. Lo que chocaba sobre todo al extranjero era el lujo de la presentación de esas nuevas publicaciones de moda y de arte. La gente se ha preguntado con frecuencia cómo era posible mostrar tanta elegancia en una época en que solo se hablaba de dificultades económicas, de restricciones y de racionamiento en todos los órdenes, pues también el papel estaba racionado y era difícil de obtener.
Hay que buscar la explicación en esa necesidad de belleza y de buen gusto que jamás ha faltado en Francia. Por otra parte, el dinero se obtenía fácilmente en un momento en que las nuevas fortunas de un origen muchas veces dudoso trataban de hacerse perdonar. Con el dinero, todo se obtenía. Había el mercado negro del papel, como el mercado negro de la mayoría de las cosas.
Casi se duplicó el número de las revistas literarias. Las que habían desaparecido durante la guerra, reaparecieron, como Europe o el Mercure de France; las que habían sido editadas en el extranjero o en las colonias, como Fontaine o L’Arche, se instalaron en París. La revista Le Temps Modernes, dirigida por Jean-Paul Sartre, la de Critique, de Georges Bataille, L’Arbalète, impresa a mano en Lyon bajo el cuidado de Marc Barbezat, y alguna otra todavía, aparecieron. Imprimiéronse ediciones de lujo que se vendían a precios fabulosos. Me refiero, entre otras, a un volumen sobre Matisse, editado por E. Tériade, el director de Verve, que se vendía a 30.000 francos. Algunos días después de ponerse a la venta, la obra estaba agotada, y su tirada había sido de 200 ejemplares. Como se ve, la edición era un negocio floreciente en los años 1945 y 1946. Todo se vendía.
Una de las causas de este alza del libro era el resultado de su rarificación en Francia. Bajo la ocupación, la mayoría de los editores debieron restringir la impresión de novedades, si no querían colaborar. Los libros en depósito se agotaban rápidamente: los franceses leían más aún que antes de la guerra. En ese París silencioso y sin luz, el gusto por la lectura había aumentado. Era a menudo la única distracción. Después, las reimpresiones se hicieron a un ritmo retardado; donde antes se tiraban 10.000 ejemplares, no se imprimía ya más que 2.000 a causa de la falta de papel.
Convertido en una mercancía rara, el libro fue acaparado de inmediato por la especulación y el mercado negro. Los años 1945 y 1946 se parecen a los que siguieron a la primera guerra mundial. Un pequeño grupo de nuevos ricos, aprovechándose del mercado negro, ansiosos de invertir su dinero en objetos de arte y mercancías que prometieran conservar su valor, se lanzaron sobre ese campo. En provincias sobre todo, se ve aparecer al señor que compra todos los libros posibles al librero inocente, para revenderlos a precio de oro en París.
El editor, aprovechando el aumento de la demanda, no enviaba los libros sino con cuentagotas; y ello, de una parte, por especulación; de otra, porque no tenía bastante reserva en almacén y debía de intentar contentar un poco a cada librero. Este debía ingeniarse a su vez a fin de retener un cierto número de ejemplares para su clientela. Si había pedido diez, podía esperar que solo recibiría tres. Tenía que ir él mismo al almacén del distribuidor, que ya no se molestaba en enviarle a sus corredores. Armado de una maleta, y con frecuencia provisto de cigarrillos y de otros regalos preciosos en esos tiempos de restricciones, el librero obtenía libros contra fajos de billetes donde triunfaban los ceros.
El primer trabajo emprendido al volver a casa era raspar los precios, impresos al dorso de los volúmenes. El nuevo precio correspondía, por supuesto, a un aumento. Así, el libro entraba en el mercado negro. Cabe preguntar cómo llegaban los libreros a establecer un precio determinado de tal o cual obra. La cosa se producía en este ramo como en todos los otros donde escaseaba la mercadería: había una especie de bolsa negra, con su cotización diaria, sostenida por la oferta y la demanda. «¿Cómo saber lo que vale un libro?», preguntaba yo un día a cierto librero, asombrada de haber encontrado en tres librerías diferentes un volumen de La Pléiade expuesto al mismo precio de 2.500 francos (en lugar de 150 francos, de antes de la guerra). «Uno se informa», me respondió. «Yo estoy en contacto continuo con otros libreros. Sé los volúmenes que faltan, los que son raros. Miro los escaparates, y cada cual hace lo mismo. Mis clientes me informan también. No podemos hacer otra cosa, pues nuestros gastos generales han aumentado en la misma medida. Cada día me expongo a vender un libro a un precio inferior a aquel que debo pagar en casa del editor para reponerlo...»
Tengo ante mis ojos una colección popular en pequeño formato sobre los poetas de hoy, editada por Pierre Seghers, el animador de la revista Poésie 45. El primer volumen sobre Aragon, publicado en julio de 1945, se vendía a 65 francos. El segundo, sobre Paul Éluard, aparecido algunas semanas después, a 75 francos. En febrero de 1946, el tercer volumen sobre Max Jacob está marcado en 100 francos. En septiembre, se paga un volumen sobre Henri Michaux a 190 francos.
Cuando se pedía a un librero de París en 1946 que enviara libros a sus clientes del extranjero, se encogía de hombros. ¿Para qué? Todos los libros se vendían en la plaza, con la ventaja de poder recuperar el dinero en seguida; nadie sabía lo que valdría el dinero algunos meses más tarde. Las dificultades del transporte suministraban un pretexto más.
Hoy, en 1947, la situación ha cambiado mucho. Después de estos años de gran especulación y de ganancias, la crisis comienza a sentirse. Las revistas de arte y de literatura disminuyen, el dinero escasea, y también el buen libro que editar. Los clientes no compran ya cualquier cosa. Es, tal vez, el signo de una estabilización general en Francia, de la que obtendrán ventaja cuantos, en el extranjero, gustan de la literatura y de la espiritualidad francesa.
Publicado en REALIDAD. Revista de Ideas, Año 1, Vol. 2
Buenos Aires, Julio-Agosto de 1947
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Las mujeres y los libros
Una reflexión a través de la pintura occidental
Inés Alberdi
Socióloga
Las imágenes de mujeres leyendo, o teniendo un libro entre sus manos, son muy frecuentes en la pintura europea desde el Renacimiento. El uso del libro en las manos femeninas, como símbolo de elegancia y distinción, aparece muy tempranamente y se mantiene, en la pintura occidental, hasta bien entrado el siglo XX. El hacer un recorrido por estas obras sirve para reflexionar sobre la escasa educación formal que recibían las mujeres en las fechas en las que se realizaron.
Leer ha sido durante siglos un privilegio aristocrático, especialmente para las mujeres. Incluso después de la invención de la imprenta los libros siguieron siendo inaccesibles a la mayoría de las mujeres. Por ello, el libro adquiere, en manos de las mujeres, una carga simbólica de estatus, conocimiento y distinción. Los libros han estado históricamente restringidos o prohibidos para ellas y ello aumenta su valor.
LAS MUJERES Y SU ALEJAMIENTO DE LOS LIBROS
Si hablamos de la historia de las mujeres, hay una serie de características que han diferenciado sus condiciones de vida de las de los hombres. Esas características han ido variando con el paso del tiempo y con las diferentes circunstancias económicas y políticas de cada sociedad, pero un rasgo común a todas ellas es que, durante cientos de años, las mujeres estuvieron apartadas de la cultura y no se les permitió acceder a los asuntos públicos. Fueron minoría las mujeres que aprendieron a leer y escribir, y fueron excepcionales las que se dieron a conocer por sus escritos en la tradición europea. Son muchos los hombres que han sido analfabetos, pero nunca se ha predicado para ellos la ignorancia. La situación de las mujeres ha sido distinta. Se ha fomentado en ellas el alejamiento del conocimiento y de los libros.
Hay unas diferencias enormes entre las mujeres de distintas sociedades, pero todavía se mantienen algunos rasgos comunes a todas ellas. Hoy en día, y aun en las sociedades más avanzadas y democráticas, se advierten rasgos de su inferioridad social. Las mujeres son minoritarias en los grupos de poder económico y político en todas las sociedades, y en muchas de ellas tienen obstáculos formales para formar parte de dichos grupos.
Sin embargo, en la pintura europea aparecen muchas imágenes de mujeres con libros y a través de ellas se puede hace...