Cómo entender la Rusia de Putin
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Cómo entender la Rusia de Putin

Françoise Thom

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Cómo entender la Rusia de Putin

Françoise Thom

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Estudio de la génesis y la historia del putinismo, y la política exterior rusa a la luz de los cambios en su política interna. Aparece así la paradoja de una "civilización rusa" que da la espalda a Occidente.¿Cómo podría definirse el régimen de Vladimir Putin? ¿Se trata de un autoritarismo camuflado bajo una apariencia democrática? ¿Es quizá una autocracia, en continuidad con la historia rusa, o más bien una oligarquía mafiosa? ¿Cuál es la influencia de la antigua KGB sobre el pensamiento de los hombres del Kremlin y sus métodos de gobierno? ¿Puede el régimen sobrevivir a su hombre fuerte? ¿Por qué la oposición ofrece una imagen de debilidad y división ante un poder que muestra fallos flagrantes?

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Información

Año
2019
ISBN
9788432151620
1.
LA BASE RUSA
El mundo de la criminalidad […] deshace el
tejido de nuestra sociedad civil aún inmadura.
Y a veces sustituye a la sociedad civil.
Valery ZORKIN, presidente
del Consejo constitucional de Rusia.
Los rusos son aún muy arcaicos. […] No somos
ciudadanos, sino una especie de tribu.
Igor YURGENS, consejero
del presidente Medvedev.
Eso era también la civilización soviética,
una mezcla de prisión y de jardín de infancia.
Svetlana ALEXIEVITCH.
LA IMPRONTA DE LA «ZONA»
Un factor ampliamente subestimado en la génesis de la Rusia de hoy es la influencia del universo carcelario. La sociedad soviética era un magma atomizado, atravesado por pequeñas redes informales para transgredir las prohibiciones del Estado. Ya que toda actividad económica individual era sancionada, lo mismo que el «parasitismo», el número de soviéticos que pasaron por el Gulag fue considerable. De 1960 al final de los 80, hubo 35 millones de sentencias de detención. En 1977, se cuentan aún 900 000 reclusos en Rusia. A día de hoy, uno de cada cuatro rusos ha conocido la reclusión; en algunas ciudades siberianas uno de cada dos, es decir, toda la población masculina. La «zona» ha impregnado la sociedad rusa. Esta influencia es atestiguada por la evolución del lenguaje desde fines de los años 1980: este se «criminalizó» hasta tal punto que el argot de las prisiones y el slang de los delincuentes no choca ya a nadie. El mismo presidente Putin lo usa mucho.
La prisión y los campos han servido de intermediarios entre el mundo criminal y el resto de la sociedad rusa. Para los bolcheviques, los delincuentes eran «socialmente cercanos». La ideología en boga en los años 1920 y 1930 afirmaba que era posible «reeducarlos» y hacer de ellos buenos comunistas. Los malhechores no pedían más para alimentar esas ilusiones, lo que les permitía sobrevivir gracias a condiciones más favorables en los lugares de detención que las reservadas a los «políticos». Durante los años 1930, esta hampa soviética se desarrolla progresivamente en un «orden clandestino» tentacular (la expresión es de Varlam Shalámov, el autor de los Relatos de Kolimá), jerarquizado, regido por un código interno (poniatie) que continúa evolucionando hasta los años setenta. La autoridad criminal, el vor v zakone, está cooptada por la comunidad de los ladrones. Su candidatura se pasa con peine fino: debe haber sido recluido en los campos, no haber cooperado nunca con las autoridades, no haber sido sodomizado y debe estar apadrinado por dos autoridades criminales. Si cumple estas condiciones, es «coronado» en el curso de una asamblea de vory v zakone. Presta juramento: «Estoy muerto. No tengo parientes, solo existen para mí el código de los ladrones y mis compañeros». En la época estalinista, el vor v zakone no tenía derecho a mantener una relación de larga duración con una mujer o a poseer una fortuna personal. Todo el producto de las rapiñas se entregaba a la obchtchak, la caja del grupo. Precisemos que la mafia rusa tiene sus élites, los vory v zakone ya mencionados, pero sin núcleo dirigente. Distintos grupos rivalizan y pelean por el control de territorios y actividades rentables.
La red de los vory v zakone se extiende a partir de comienzos de los años 1930, paralelamente a la expansión del Gulag, cuando los campos de concentración se convierten en campos de trabajo, cuando el Archipiélago Gulag se despliega a través de la Unión Soviética, en crecimiento por la llegada de los campesinos deskulakizados. Se plantea entonces el problema de vigilar y controlar estas masas inmensas de detenidos. La administración carcelaria encuentra la solución: confía al hampa la tarea de mantener el orden en los lugares de detención. Los demás detenidos, y sobre todo los «políticos», son sometidos a los delincuentes comunes y deben soportar sus vejaciones y su sadismo. «Los criminales más endurecidos se veían dotados de un poder ilimitado, en las islas del Archipiélago, sobre sus compatriotas […], un poder con el que nunca hubiesen podido soñar cuando estaban en libertad —disponían de la gente como de esclavos…—», escribe Solzhenitsyn.
Es en primer lugar por los campos por donde la mentalidad del hampa se infiltra en la sociedad. Durante la Segunda Guerra Mundial, los delincuentes son liberados de los campos y enrolados en el Ejército rojo. Se distinguen en la información, en las operaciones de partisanos. Después de la guerra, se desencadena una oleada de bandidismo: nuestros delincuentes desmovilizados vuelven a sus actividades habituales, endurecidos por su formación militar. No se tarda en reencontrarlos en los campos, donde son muy mal acogidos por los malhechores que quedaron en detención durante la guerra, que les reprochan haber traicionado el código de los ladrones y haberse pasado al enemigo. Sus antiguos compañeros los persiguen sin piedad. Entretanto, las autoridades soviéticas se inquietan por la explosión del crimen organizado en el país, y toman conciencia del peligro que representa para el régimen la política de alianza con los «socialmente cercanos». Van a aprovechar la escisión en el mundo criminal para suscitar una guerra civil en ese medio. Consiguen apartar a un cierto número de vory v zakone del código de los ladrones que les prohíbe toda cooperación con los representantes del poder y hacen de ellos «colabos» declarados de la administración penitenciaria. A partir de 1948, el Archipiélago Gulag se ve sacudido por una guerra a muerte entre los suki (los delincuentes cooptados por las autoridades) y los que siguieron fieles al código de los ladrones. Este conflicto que provoca un baño de sangre debilitará a los vory v zakone sin hacerlos desaparecer del todo. Sobreviven en un folklore de leyenda, con sus canciones, sus héroes y sus modelos. El endurecimiento de la política penitenciaria de Kruschev a partir de 1961 se traduce por un nuevo cierre en el mundo de los campos, rebautizados como «colonias», una presión aumentada sobre los detenidos para la cooptación por las autoridades en el mantenimiento del orden. Esto lleva consigo la aparición del hampa nueva, particularmente endurecida, templada por la resistencia a la política punitiva de la administración carcelaria. Durante los años Brezhnev, los vory v zakone evolucionan. Se procuran una fortuna personal, sobre todo extorsionando a los tsekhoviki, esos emprendedores de la economía paralela que se desarrolla en los años 1970.
Es después del deshielo kruscheviano cuando sale a la superficie la percepción romántica del hampa, celebrada durante los años 1920 por toda una literatura de la que Isaac Babel es el mejor representante. Esta versión idealizada indigna a Shalámov. Para él, el hampa es el grado cero de la humanidad, el campo, un concentrado «de desconfianza, odio y mentira». No cree que la experiencia de los campos pueda aportar nada al ser humano, y se exaspera al ver a Solzhenitsyn presentar personajes engrandecidos por la resistencia en detención. En 1962, le escribe:
Es el mundo de los delincuentes, sus reglas, su ética, su estética lo que pervierte a las almas de toda la gente de los campos, los detenidos, los responsables, los espectadores […]. El campo es una escuela negativa para todos sin excepción.
Conviene retener de este pasado la larga colaboración entre delincuentes y chequistas, que dejará huellas. Solzhenitsyn se plantea esta cuestión profética en Archipiélago Gulag:
¿Quién entre delincuentes y chequistas había reeducado al otro? ¿Los chequistas habían reeducado a los delincuentes o estos a los chequistas? Un delincuente que se convierte a la fe chequista es considerado como un traidor, se le liquida; un chequista que se ha impregnado de la psicología del delincuente […] está bien visto por sus superiores y hace carrera.
Hoy la ideología y el código del hampa se difunden desde los orfanatos e internados a los establecimientos escolares ordinarios en los que los padrinos instalan a sus emisarios. Los vory v zakone patrocinan campos de juventud que difunden una representación idealizada del mundo mafioso, donde las autoridades criminales son presentadas como Robin Hood arregladores de entuertos. Los niños y adolescentes quedan fascinados por este romanticismo del medio activamente difundido por las redes sociales. Los delincuentes detenidos confían a sus capos en libertad la organización de las extorsiones utilizando a los menores. Los chicos constituyen bandas, pegan y violan a sus condiscípulos, y llegan a enfrentarse a las fuerzas del orden. La policía es incapaz de combatir a estas manadas de niños regidas por una estricta disciplina del secreto: a los chivatos se les castiga sin piedad. En 2016, el fenómeno se calificó en las altas esferas como «amenaza a la seguridad nacional». Por temor a la violación, los jefecillos mantienen a raya a los adolescentes. Incidentalmente, la homofobia en Rusia es la de los campos, donde el homosexual es asimilado al paria, al intocable, al que es violado y pisoteado por los demás. El gran miedo del detenido es «ser utilizado», expresión que quiere decir a la vez «ceder a una provocación de las autoridades» y «ser violado por los delincuentes».
A esta metástasis de las organizaciones criminales del mundo carcelario en el resto de la sociedad se añade hoy otra amenaza: en los lugares de detención se forman microcomunidades islamistas, las únicas que desafían a las autoridades criminales y el código del hampa. Las castas inferiores de detenidos no musulmanes se unen a estas «djamaats [asambleas] de las prisiones» para obtener protección. En las colonias penitenciarias, donde hoy la mitad de los detenidos son musulmanes, tiene lugar una verdadera guerra entre las organizaciones criminales y los grupos islamistas. Habida cuenta del modo en que en Rusia el universo carcelario modela al resto de la sociedad, esta tendencia no es nada tranquilizadora.
Pero volvamos al fenómeno más amplio que nos interesa: la impregnación de la sociedad rusa por las mentalidades y la organización de la «zona». La población de los campos se divide en dos categorías: los que forman parte de un grupo bajo la protección de una autoridad criminal y los que no forman parte (los fraera). La consecuencia más importante de la huella de la «zona» en la sociedad es la tendencia a reunirse en pequeños grupos extremadamente vivaces. Es la forma de autoorganización de los detenidos en los campos, que había notado Lev Gumiliov, el hijo de la poetisa Anna Akhma­tova, condenado a largos años de Gulag bajo Stalin, uno de los primeros en reflexionar sobre las consecuencias de este fenómeno. Fuera de la franja europeizada y urbanizada, que representa en torno al 20 % de la población, la sociedad tiende a descomponerse en una serie de microcomunidades (soobchtchestvo) que funcionan según sus propias reglas y que se aíslan del mundo exterior tras un muro infranqueable, bajo el yugo de una administración omnipotente, un poco como lo que se observa en los campos. Los miembros de estos grupos no dan cuenta de nada más que entre ellos. Como en el grupo criminal, la cohesión de estas microcomunidades está asegurada por una ideología medrosa «todos contra nosotros», «nosotros contra el mundo entero». Para prosperar, lo esencial es estar bien conectado. La organización espontánea del tejido social en clanes, en todos los dominios de actividad, desde el sindicato inmobiliario a los grupos petroleros, explica que en una sociedad así es prácticamente imposible deshacer el nudo entre crimen organizado, estructuras de fuerza (policía, servicios especiales, ejército, ministerio público) y burocracia.
En todos los niveles, se encuentra este modo de organización prepolítica que impide la emergencia de un Estado moderno. No hay partidos políticos, hay grupos de apoyo en torno a un jefe. Esta sociedad desestructurada en un conjunto de bandas no deja lugar a la esfera pública. No hay sistema de referencias común al conjunto de la sociedad, nada de comprensión común de lo que es bueno o malo, incluso entre los miembros de un mismo clan. Los acuerdos en la cumbre entre los jefes de grupo, rectores de universidad, directores de empresa, directores de compañías petrolíferas, y así se sigue, sustituyen a un funcionamiento encuadrado por instituciones. Fuera de estas microcomunidades, no hay solidaridad ni cooperación entre los individuos. Como en los campos, se sobrevive si se olvida al prójimo. Los sentimientos dominantes son la impresión de impotencia, de vulnerabilidad, el odio de todos contra todos, la alegría maligna ante la desgracia ajena —como en los campos—: «Se alegraba uno doblemente. Primero porque alguien sufría; luego porque ese alguien no era yo», escribe Shalámov. El cine ruso actual, el de Zviaguintsev o de Serebriannikov, nos muestra estos despojos humanos dejados a la deriva por la ola comunista, incapaces de empatía, incapaces de orientarse entre el bien y el mal, viviendo en el instante, en un mundo cerrado, eligiendo siempre la gratificación inmediata, incapaces de pensar en su futuro —pues para eso hay que sentirse libre—, no imaginando más que lo de ahora mismo, sin preocuparse de los demás, oscilando entre la agresividad y la depresión, uniendo una crueldad infantil a un odio siempre presto a inflamarse, «el sentimiento más duradero de todos», decía Shalámov. Al mismo tiempo, estos descendientes del «hombre rojo» tienen la impresión de estar en el centro del mundo, pues no se figuran el universo exterior, a la manera como el preso borra lo que no es su prisión.
El escritor Andrei Chipilov, intentando comprender por qué tantos rusos instalados en el extranjero, habiendo huido del régimen putiniano, devienen fervientes defensores de la política del Kremlin, hace el siguiente análisis. Según él, los rusos se ven siempre a sí mismos en el fondo como detenidos. En su espíritu, el gobierno se identifica con una administración penitenciaria, donde la jerarquía aparente no corresponde de ningún modo con la jerarquía real: así, el chófer de un procurador tiene una posición infinitamente superior a la de un académico. En el extranjero, continúan comportándose como en la zona, tratando de afirmar su estatuto desafiando las costumbres y las reglas del país en que se encuentran. Como esta actitud les pone en conflicto con el país de acogida, se alían instintivamente a la manada de origen y aprueban sin reserva al presidente Putin, que sabe poner en su sitio a estos extranjeros.
La mentalidad de la «zona» está en el origen de una percepción particular de la humanidad, chocante en la literatura rusa de hoy: el género humano está dividido entre predadores y subhumanos. «Has salido del mundo perecedero para entrar en la guerra eterna», dice le jefe de la banda al héroe de Okolonolia, la novela de Vladislav Surkov, después de su primer asesinato iniciático. En el código del mundo carcelario, importa ante todo no perder la cara, no dejarse rebajar. Por el contrario, la capacidad de humillar impunemente a otro es indicio de una posición elevada en la jerarquía carcelaria. Cada primer contacto es la ocasión de una prueba de fuerza. El recién llegado es sometido a una provocación: por ejemplo, se tiran sus cosas al suelo; si se agacha para recogerlas, está acabado: acaba de ponerse al margen de la comunidad carcelaria. Despu...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. ÍNDICE
  5. INTRODUCCIÓN
  6. 1. LA BASE RUSA
  7. 2. EL PUTINISMO Y EL MUNDO
  8. CONCLUSIÓN
  9. BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES
  10. AUTOR