Mitos y leyendas celtas
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Mitos y leyendas celtas

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Mitos y leyendas celtas

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Fieros en la batalla y amantes de las historias; así eran los celtas, y así se reflejan en las leyendas que nos han legado. Transmitidas oralmente de padres a hijos durante siglos, aunque puestas por escrito mucho después, nos traen ecos de un pasado donde el valor, el honor, la belleza y la magia formaban parte de lo cotidiano.Desde los conocidísimos caballeros de la corte del rey Arturo hasta los héroes más oscuros, estos personajes milenarios siguen siendo una fuente de inspiración constante para escritores y cineastas, y han entrado a formar parte del imaginario popular como algo a la vez exótico y cercano.Este título es considerado desde su publicación la recopilación más completa sobre la cosmovisión de los pueblos celtas de la antigüedad. Escrito con gran rigor literario y belleza narrativa, es una referencia imprescindible tanto para el estudio en profundidad de esta cultura como para iniciarse en sus misterios.

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Información

Editorial
Turner
Año
2016
ISBN
9788415832775

VIII
MITOS Y LEYENDAS DE GALES

FILOSOFÍA BÁRDICA

Al inicio de nuestro tercer capítulo señalamos la ausencia en la literatura céltica de toda cosmogonía, o relato filosófico del origen y constitución de las cosas. En la literatura gaèlica no hay nada, hasta donde sabemos, que pretenda siquiera representar el pensamiento céltico primitivo sobre este tema. En Gales no ocurre lo mismo. Aquí ha existido desde hace tiempo un cuerpo de enseñanzas que pretende contener una porción, al menos, de aquel pensamiento druídico que, como dijera César, solo se comunicaba a los iniciados y jamás se consignaba por escrito. Esta doctrina se encuentra principalmente en dos volúmenes titulados Barddas, una compilación de materiales que se hallaba en manos de un bardo y erudito galés llamado Lewellyn Sion, de Glamorgan, hacia finales del siglo XVI y que fue editada, con una traducción, por J. A. Williams ap Ithel para la Welsh MS. Society. Los estudiosos modernos de la cultura celta desdeñan las pretensiones de obras como esta de atesorar cualquier pensamiento verdaderamente antiguo. Por ejemplo, Ivor B. John dice: “Es preciso descartar por completo toda noción de una doctrina esotérica bárdica que involucre una filosofía mítica precristiana”. Y también: “Los absurdos debates en torno a este tema se deben principalmente a la invención indiscriminada de los seudoanticuarios de los siglos XVI, XVII y XVIII”.205 No obstante, en algún momento la orden bárdica estuvo ciertamente en posesión de semejante doctrina. Aquella orden tuvo una existencia bastante continua en Gales. Y aunque ningún pensador crítico se aventuraría a desarrollar una teoría sobre una doctrina precristiana a partir de un manuscrito del siglo XVI, no parece prudente desechar del todo la posibilidad de que algunos fragmentos del saber antiguo hayan sobrevivido hasta esa fecha en la tradición bárdica.
En cualquier caso, Barddas es una obra de considerable interés filosófico, y si no representara otra cosa que cierta corriente del pensamiento galés del siglo XVI, no dejaría de merecer el interés del estudioso de la cultura celta. Ni siquiera puede considerarse puramente druídica ya que en ella abundan los personajes y episodios de la historia cristiana. Pero ocasionalmente nos topamos con una corriente de pensamiento que, sea lo que fuere, ciertamente no es cristiana, y nos habla de un sistema filosófico independiente.
En este sistema se contemplan dos existencias primarias, Dios y Cythrawl, que representan respectivamente el principio de la energía que tiende a la vida y el principio de destrucción que tiende a la nada. Cythrawl se materializó en Annwn,206 que se traduce como el Abismo o el Caos. En el principio no había sino Dios y Annwn. La vida organizada comenzó mediante el Verbo: Dios pronunció Su inefable Nombre y se formó el “Manred”. El Manred era la sustancia primordial del universo, fue concebido como una multitud de diminutas partículas indivisibles –átomos, en realidad–, cada una un microcosmos, pues Dios está completo en cada una de ellas, mientras que al mismo tiempo cada una forma parte de Dios, el Todo. La totalidad del ser tal como ahora existe está representada por tres círculos concéntricos. El más pequeño de ellos, donde la vida surgió de Annwn, se llama “Abred”, y es el escenario de la lucha y la evolución –la contienda de la vida contra Cythrawl–. El siguiente es el círculo de “Gwynfyd”, o la Pureza, en el que la vida se manifiesta como una pura fuerza jubilosa, habiendo alcanzado la victoria sobre el mal. El último y más grande de los tres círculos se llama “Ceugant”, o el Infinito. Aquí todos los predicados resultan insuficientes ya que en este círculo, representado gráficamente no por una circunferencia, sino por rayos divergentes, habita solo Dios. El siguiente pasaje de Barddas, en el que la supuesta doctrina bárdica se trasmite en forma de catecismo, servirá para mostrar el orden conceptual en que se movía la mente de su autor:
P.—¿De dónde provienes?
R.—Vine del Mundo Grande, tuve mi origen en Annwn.
P.—¿Dónde estás ahora y cómo llegaste a ser lo que eres?
R.—Estoy en el Mundo Pequeño, a donde llegué atravesando el círculo de Abred, y ahora soy un Hombre, en su culminación y en el extremo de sus límites.
P.—¿Qué fuiste antes de convertirte en hombre, en el círculo de Abred?
R.—Fui en Annwn la menor porción posible de vida y lo más cercano posible a la muerte absoluta; y llegué en todas las formas, y a través de todas las formas capaces de tener cuerpo y vida al estado de hombre a lo largo del círculo de Abred, donde mi condición fue severa y lastimosa durante la edad de las edades, desde que me separé de lo muerto en Annwn, por regalo de Dios, por Su gran generosidad, y Su amor ilimitado e infinito.
P.—¿Por cuántas formas diferentes pasaste y qué te sucedió?
R.—Por todas las formas capaces de albergar vida, en el agua, en la tierra, en el aire. Y me sobrevino toda aspereza, toda tribulación, todo mal y todo sufrimiento, y poca fue la bondad o Gwynfyd antes de volverme hombre […]. Gwynfyd no puede ser alcanzado sin verlo y conocerlo todo, pero no es posible verlo o conocerlo todo sin sufrirlo todo […]. Y no puede haber amor pleno y perfecto que no produzca las cosas que hacen falta para llegar al conocimiento que origina Gwynfyd.
Se dice que todos los seres alcanzarán al fin el círculo de Gwynfyd.207
Hay mucho aquí que nos recuerda el pensamiento gnóstico u oriental. Ciertamente se diferencia mucho de la ortodoxia cristiana del siglo XVI. El lector podría simplemente tomarlo como un producto de la mente galesa de ese periodo, y no enredarse en las teorías de los anticuarios y sus refutaciones.
Volvamos ahora a las creaciones verdaderamente antiguas, que no son filosóficas, sino creativas e imaginativas, de los bardos y fabulistas británicos de la Edad Media. Pero antes de proceder a exponer lo que encontraremos en esta literatura, nos detendremos un momento a explicar algo que no encontraremos en ella.

LA SAGA DE ARTURO

Para la mayoría de los lectores modernos que no han cursado estudios especializados sobre el tema, la mención de antiguas leyendas británicas evocará inevitablemente las glorias de la saga de Arturo, pensarán en el palacio fabuloso de Caerleon-on-Usk; los Caballeros de la Tabla Redonda cabalgando en busca de aventuras, la Búsqueda del Grial; el amor culpable de Lanzarote, flor de la caballería, por la reina; la última gran batalla junto al mar del norte; el viaje de Arturo, malherido pero inmortal, hasta el místico valle de Avalón. Pero lo cierto es que en la literatura medieval autóctona de Gales no aparece casi nada de esto; no hubo ninguna Tabla Redonda, ningún Lanzarote, ninguna Búsqueda del Grial, ninguna isla de Avalón, hasta que los galeses oyeron hablar de estas cosas en el extranjero; y aunque ciertamente tenían un Arturo en su literatura, se trata de un ser completamente distinto del que aparece en lo que hoy llamamos el ciclo artúrico.

NENNIO

La referencia más antigua que existe de Arturo se halla en la obra del historiador británico Nennio, que escribió su Historia Britonum alrededor del año 800. Su autoridad proviene de diversas fuentes: antiguos monumentos y textos de Gran Bretaña e Irlanda (en relación con esta última Nennio registró la leyenda de Partholón), anales romanos y crónicas de santos, especialmente san Germán. Nennio presenta una visión fantásticamente romanizada y cristianizada de la historia británica, atribuyendo a los britanos una ascendencia troyana y romana. Su relato de Arturo, sin embargo, es tan sobrio como breve. Arturo, quien, según Nennio, vivió en el siglo vi, no era un rey; su ascendencia era menos noble que la de muchos caudillos británicos, quienes, no obstante, por sus grandes cualidades como Imperator militar, o dux bellorum, lo escogieron como líder en su guerra contra los sajones, a los que derrotó en doce batallas, la última de las cuales tuvo lugar en el monte Badon. El cargo de Arturo fue sin duda un vestigio de la organización militar romana, y no hay razones para dudar de su existencia histórica, por impenetrable que sea el velo que ahora oscurece su intrépido y a menudo victorioso batallar a favor del orden y la civilización en aquella era desastrosa.

GEOFFREY DE MONMOUTH

A continuación tenemos a Geoffrey de Monmouth, obispo de San Asaph, que escribió su Historia Regum Britaniæ en el sur de Gales, en la primera mitad del siglo XII. Esta obra es un audaz intento por hacer verdadera historia a partir de una gran cantidad de material mítico o legendario, principalmente derivado, si hemos de creer al autor, de un antiguo libro traído de Gran Bretaña por su tío Walter, archidiácono de Oxford. La mención de Gran Bretaña en este contexto es, como veremos, muy significativa. Geoffrey escribió expresamente para conmemorar las hazañas de Arturo, quien aparece como un rey, hijo de Uther Pendragon y de Igerna, la esposa de Gorlois, el duque de Cornualles, a la que Uther logra acceder adoptando la figura de su esposo con las artes mágicas de Merlín. Geoffrey sitúa el comienzo del reinado de Arturo en el año 505, relata sus guerras contra los sajones, y dice que llegó a conquistar no solo Gran Bretaña, sino Irlanda, Noruega, la Galia y la Dacia, y logró oponerse con éxito a las exigencias de tributo y pleitesía de los romanos. Tenía su corte en Caerleon-on-Usk. Mientras se encontraba en el continente enfrascado en su lucha contra Roma, su sobrino Mordred usurpó su corona y se casó con su esposa Guanhumara. Arturo, al enterarse, regresó, y tras derrotar al traidor en Winchester lo mató en una última batalla en Cornualles, en la que el propio Arturo resultó malherido (542). La reina se retiró a un convento en Caerleon. Antes de morir, Arturo entregó su reino a su pariente Constantino, y luego fue transportado misteriosamente a “la isla de Avalón” para curarse, y “el resto es silencio”. Geoffrey habla de la espada mágica de Arturo “Caliburn” (en galés Caladvwlch; véase la nota 157) y refiere que fue forjada en Avalón, nombre que parece aludir a una especie de tierra feérica, una Tierra de los Muertos, acaso relacionada con el Valhala nórdico. Avalón no fue identificado con un lugar concreto de Gran Bretaña (Glastonbury) sino hasta mucho después. En el relato de Geoffrey no se menciona el Santo Grial, ni a Lanzarote, ni a la Tabla Redonda, y salvo por la alusión a Avalón carece del elemento místico que permea al ciclo artúrico. Al igual que Nennio, Geoffrey atribuye un fantasioso origen clásico a los britanos. Su pretendida historia es completamente inútil desde el punto de vista documental, pero ha constituido una verdadera mina para poetas y cronistas, y tiene el mérito de haber aportado el tema de la primera tragedia inglesa Gorboduc, así como de El rey Lear de Shakespeare; y su autor bien pudiera ser considerado el padre del ciclo artúrico –al menos en su aspecto cuasihistórico–, el cual se conformó a partir de las referencias al dux bellorum histórico en los anales de Nennio, y de las amplificaciones poéticas que de ellas hicieron los descendientes de exiliados galeses, muchos de los cuales huyeron de Gales en la misma época en que Arturo batallaba contra los sajones infieles. El libro de Geoffrey tuvo un éxito inmenso. Fue traducido enseguida al francés por Wace –quien escribiera Li Romans de Brut cerca de 1155, añadiendo detalles tomados de fuentes bretonas–, y traducido luego del francés de Wace al anglosajón por Layamon, quien con ello se anticipó a las adaptaciones que haría Thomas Malory de las posteriores novelas en prosa francesas. Salvo unos pocos eruditos, nadie dudó de su estricta historicidad, y tuvo el importante efecto de otorgar a la historia antigua británica una nueva dignidad ante los ojos de los príncipes del continente y de Inglaterra. Los monarcas Plantagenet, que no tenían ni una gota de sangre inglesa, y mucho menos de Arturo, se gloriaban con el mero hecho de sentarse en el trono de Arturo.

LA SAGA DE ARTURO EN BRETAÑA: MARÍA DE FRANCIA

A continuación analizaremos las fuentes bretonas. Desgraciadamente, no ha llegado hasta nosotros ni una línea de la literatura de la antigua Bretaña y nuestro conocimiento de ella depende de sus apariciones en la obra de escritores franceses. Entre los autores más antiguos está la poetisa anglo-normanda que se llamó María de Francia, y que escribió aproximadamente a partir de 1150. Escribió, entre otras cosas, algunos lays, o cuentos, que, tal como ella recalca explícitamente, fueron traducidos o adaptados de fuentes bretonas. A veces asegura haber reproducido exactamente el original de un autor:
Les contes que jo sai verais
Dunt li Bretun unt fait les lais
Vos conterai assez briefment;
Et cief [sauf] de cest coumencement
Selunc la lettre ‘e l’escriture
.
Apenas se habla de Arturo en estos cuentos, pero los acontecimientos narrados se sitúan en su época –en cel tems tint Artus la terre–, y las alusiones, que incluyen una mención de la Tabla Redonda, implican evidentemente un conocimiento general del tema entre el público de estos lays bretones. No se menciona a Lanzarote, pero hay un lay acerca de un tal Lanval, a quien ama la reina de Arturo, pero él la rechaza porque tiene una amante feérica en la “isle d’Avalon”. Se menciona a Gawain, y hay un episodio en el Lai de Chevrefoil sobre Tristán e Isolda, en el que se habla de “Brangien”, la doncella, dando a entender que el público sabe el papel que esta joven desempeñó en la noche de bodas de Isolda. En resumen, aquí tenemos pruebas de la existencia en Bretaña de un cuerpo bien difundido y desarrollado de leyendas caballerescas en torno a la personalidad de Arturo. Estas leyendas son tan conocidas que cualquier alusión a sus personajes y episodios puede ser comprendida como cualquier referencia a los Idilios de Tennyson entre nosotros hoy en día. Todo parece indicar que los lays de María de Francia son la verdadera cuna del ciclo artúrico, por el lado de la caballería y el romance. Sin embargo, en ellos no se nombra el Grial.

CHRÉTIEN DE TROYES

Por último, y en primer lugar, tenemos la obra del poeta francés Chrétien de Troyes, quien comenzó en 1165 a traducir lays bretones, como María de Francia, y quien prácticamente introdujo el ciclo artúrico en la literatura poética de Europa, y le dio su estructura y su carácter. Escribió un Tristán (actualmente perdido). Fue él (o Walter Map) quien introdujo a Lanzarote del Lago en la historia; escribió “Le Conte del Graal”, en el que aparecen por primera vez la leyenda del grial y Percival, aunque dejó incompleta esta historia, y no dice lo que el “Grial” era en realidad.208 También escribió una largo conte d’aventure titulado “Erec”, que contiene la historia de Geraint y Enid. Estos son los más antiguos poemas que poseemos en los que el Arturo de las leyendas caballerescas tiene un papel prominente. ¿Cuáles eran las fuentes de Chrétien? Sin duda fueron principalmente bretonas. Troyes están en la Champaña, que había sido unificada con Blois en 1019 por Eudes, conde de Blois, y vuelta a reunificar en 1128 por el conde Teobaldo de Blois tras un periodo de usurpación. María, condesa de Champaña, fue la patrona de Chrétien. Y había estrechas relaciones entre los príncipes de Blois y de Bretaña. Alain II, duque de Bretaña, se había casado en el siglo X con una hermana del conde de Blois, y en el primer cuarto del siglo XIII Juan I de Bretaña se casó con Blanca de Champaña, mientras que su hija Alix se casó con Juan de Chastillon, conde de Blois, en 1254. Es sumamente probable, por tanto, que a través de los menestrales que servían a sus señores bretones en la corte de Blois, desde mediados del siglo X en adelante, muchos lays y leyendas bretones se introdujeran en la literatura francesa durante los siglos XI, XII y XIII. Pero también se puede aseverar que a su vez las leyendas bretonas habían recibido una fuerte influencia francesa, y que a la Matière de France, como la llamaban los autores medievales209–esto es, las leyendas de Carlomagno y sus paladines– debemos la Tabla Redonda y las instituciones caballerescas atribuidas a la corte de Arturo en Caerleon-on-Usk.

BLEHERIS

No hay que olvidar (como ha subrayado Miss Jessie L. Weston en sus inapreciables estudios sobre el ciclo artúrico) que Gautier de Denain, el más antiguo de los continuadores o recreadores de Chrétien de Troyes, menciona como la fuente de sus historias de Gawain a un tal Bleheris, un poeta “nacido y criado en Gales”. Se piensa que este bardo olvidado, es el mismo famosus ille fabulator, Bledhericus, mencionado por Giraldus Cambrensis, y el mismo Bréris, al que Tomás de Bretaña cita como fuente de la historia de Tristán.

CONCLUSIÓN ACERCA DEL ORIGEN DE LA SAGA DE ARTURO

No obstante, al no disponerse de ninguna información sobre cuándo y exactamente qué, escribió Bleheris, considero que debería imponerse el criterio de que el ciclo artúrico, tal como lo conocemos, no es de origen galés,...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Prefacio
  6. I Los celtas en la historia antigua
  7. II La religión de los celtas
  8. III Los mitos irlandeses de las invasiones
  9. IV Los primeros reyes milesios
  10. V Cuentos del ciclo de Ulster
  11. VI Cuentos del ciclo osiánico
  12. VII El ‘Viaje de Maldun’
  13. VIII Mitos y leyendas de Gales
  14. Notas
  15. Glosario e índice
  16. Notas al píe