A ver qué se puede hacer
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A ver qué se puede hacer

Ensayos, reseñas y crónicas

  1. 512 páginas
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A ver qué se puede hacer

Ensayos, reseñas y crónicas

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La mayor parte de los artículos de este libro son lo que pudo hacerse, al menos lo que pude hacer yo, cuando me metí de lleno a observar lo que los otros pudieron hacer: respuestas culturales a respuestas culturales.En paralelo a su destacada carrera como escritora de ficción, Lorrie Moore ha colaborado en diversas publicaciones con artículos sobre literatura y escritura, arte, películas, series y política actual, entre otros temas.A ver qué se puede hacer es la selección que Moore ha hecho de sus ensayos y reseñas escritos a lo largo de más de treinta años que van de Philip Roth a Margaret Atwood y Alice Munro; del affaire Clinton-Lewinsky a Barack Obama; de Titanic a The Wire y True Detective; de Anaïs Nin a Lena Dunham.Una colección de reflexiones y lecturas sin desperdicio con la mirada certera y perspicaz de una de las escritoras más reconocidas de la literatura estadounidense de los últimos tiempos.La mayor parte de los artículos de este libro son lo que pudo hacerse, al menos lo que pude hacer yo, cuando me metí de lleno a observar lo que los otros pudieron hacer: respuestas culturales a respuestas culturales.

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Información

Año
2019
ISBN
9789877121759
Categoría
Literatura

O. J.: MADE IN AMERICA, DE EZRA EDELMAN

Aunque Martin Luther King afirmaba que el domingo es el día más segregacionista de la semana, el veredicto que absolvió a O. J. Simpson del cargo de doble homicidio llegó un martes. El jurado, que durante el juicio había pasado casi un año secuestrado en un hotel, se tomó solamente tres horas para deliberar y llegar a la sentencia. Sus miembros ya tenían todo el conocimiento necesario y solamente querían irse a casa. Acercándose a la barra del jurado durante su alegato final, el abogado defensor Johnny Cochran había cerrado su discurso con la idea de que el veredicto inminente no iba a ser solo sobre Simpson, sino en general un plebiscito respecto de la justicia racial. El fiscal adjunto, Christopher Darden, ya había caricaturizado previamente la estrategia de la defensa: “Ustedes, venerables miembros del jurado, ¿están con los Hermanos o con el Sistema?”. Sin que el mundo blanco haya podido darse cuenta, esta idea de que el veredicto trascendía el caso de O. J. había prendido en muchos lugares, más allá de las mesas de reunión de los estudios de abogados.
Fue una mañana soleada de octubre de 1995 en Los Ángeles cuando se anunció el veredicto. La policía local había dispuesto a la guardia montada en la entrada de la corte, en caso de que allí mismo comenzaran los disturbios (típicamente, coches incendiados, vidrios rotos y saqueos). En el trabajo y en casa, a lo largo y a lo ancho del país, todo el mundo estaba pegado a la tele. Yo misma estaba a menos de un metro de mi televisor mientras mi bebé dormía en la habitación de arriba, disfrutando plácidamente de su último año de ceguera racial, una condición que el mismo O. J. había perseguido quijotescamente durante toda su vida. “Yo no soy negro, yo soy O. J.”, solía repetir. Es irónico que haya sido la comunidad negra, y especialmente el extendido sentimiento de fraternidad que su caso generó en su interior, la que salió exitosamente en su rescate.
Incluso la espectacular “caza” de la camioneta Bronco en la autopista con el flamante imputado O. J. Simpson en su interior, un pequeño thriller minimalista a la altura de un film de Andy Warhol, les dio a quienes hacían el chiste de que “O. J. es blanco” el pie necesario para la ulterior broma de que ahora que lo perseguía la policía había vuelto a ser negro. (Algo parecido dice uno de los vecinos de Christopher Darden en The People v. O. J. Simpson, la serie de TV que se llevó cinco premios Emmy y que, de una manera un poco desconcertante, reconstruye la historia como entretenimiento y drama judicial). Aquel día, los jóvenes se juntaban en los puentes para peatones para saludar y vitorear al Bronco en su paso por la autopista.
Y el día del veredicto hasta la Bolsa se sacudió. Bajó el consumo de agua a nivel nacional, y se trabajó tan poco que las pérdidas estimadas en productividad rondaron los 480 millones de dólares. Este tipo de atención de un extremo al otro del país sugiere que al menos parte del público consideraba el veredicto como una especie de referéndum. ¿Podía ser que un hombre negro con dinero tuviera la misma suerte que un blanco con dinero? Simpson ya se había convertido en el trofeo de una final que había dividido al país.
La reacción de los negros, al conocerse que O. J. quedaba libre, fue de júbilo. La multitud en las escalinatas de la corte estaba a los gritos: hasta los caballos de la guardia montada se pusieron nerviosos y hubo que retirarlos. Después de que hubieran quedado en libertad tantos imputados por crímenes contra negros (los casos de Eulia Love, Latasha Harlins y Rodney King todavía estaban frescos en la memoria), por fin una pelota caía del otro lado. En la sala de audiencias, uno de los jurados levantó su puño cerrado, en señal de solidaridad fraternal. Era un excelente ciudadano pero también un exmiembro de las Panteras Negras, algo que se le pasó a la fiscalía durante la selección del jurado.
Los blancos, mientras tanto, se sentían perplejamente ultrajados. Jeffrey Toobin, que cubrió el caso para The New Yorker, se quedó sin palabras tras el veredicto. “En ese momento pensé que me daba un síncope”, reportó. El setenta y siete por ciento de los blancos creía que O. J. era culpable. El setenta y dos por ciento de los negros, que era inocente. En lugar de cerrar la grieta, el juicio la pronunció, ampliando estos guarismos en alrededor de un diez por ciento con respecto a las encuestas previas al juicio, y haciendo así más marcada la divisoria racial en la percepción y la opinión públicas. Negros y blancos habían mirado el mismo juicio por las mismas señales de TV pero habían visto cosas muy distintas. Sus reacciones tras la absolución ocurrieron en mundos paralelos. “Los negros felices, los blancos locos”, en palabras del humorista Chris Rock. “No veía tan locos a los blancos desde que les cancelaron la serie M*A*S*H”.
Recuerdo que en ese momento yo tenía un solo amigo blanco que creía cien por ciento en la inocencia de O. J. y estaba convencido de que, a pesar de la evidencia del rastro de sangre desde la escena del crimen hasta su casa, todo el caso estaba deliberadamente armado para imputarlo, de principio a fin, no solo por la manipulación de la evidencia y los testimonios. Este curioso amigo también creía, por supuesto, que la llegada del hombre a la Luna fue una mentira elaborada en el contexto de la Guerra Fría, algo que por otra parte sostiene, según las encuestas, el sesenta por ciento de la población de Rusia. Es una coincidencia menor que el mismo O. J. haya actuado en una película sobre un aterrizaje espacial falso, Capricornio Uno; en muchos aspectos de su vida en Los Ángeles la realidad estaba muy presente y se presentaba como algo controlable.
El resto de mis amigos, negros y blancos, y yo misma, creíamos que, a pesar de la cantidad de pruebas que lo incriminaban, la policía de Los Ángeles efectivamente había plantado y manipulado parte de la evidencia, sobre todo en la persona del detective Mark Fuhrman, un racista confeso, y que varios de los policías que testificaron mintieron en el estrado, de forma que el juicio mismo adolecía de fallas insalvables y no podía probar las imputaciones de acuerdo con el principio de “culpa fuera de toda duda razonable”. Sobre todo, lo que faltaba era una buena arma con huellas dactilares. No había tampoco testigos directos. Y Barry Scheck, el forense experto en la prueba de ADN, algo nuevo en ese momento, había cuestionado desde el atril de la defensa los logros de la ciencia incipiente que él mismo había ayudado a desarrollar. Si un hombre con el dinero y la fama de Simpson no podía escapar de las garras de un sistema legal tan amañado, entonces quería decir que ningún negro podría. Simpson fue posiblemente el hombre más famoso, no ya el hombre negro más famoso, en ir a juicio por homicidio y salir victorioso. “La gente blanca no podía aceptar que O. J. nunca se quebrara”, me dijo el padre blanco de un niño negro. “Estaban esperando que se deshiciera en pedazos en la corte, pero nunca pasó”.
Una vez, durante una comida con un famosísimo director de cine (blanco), que estaba cien por ciento convencido de que O. J. era culpable, me permití poner en duda la logística del crimen y dejé caer en la mesa una pregunta como sin querer. ¿Cómo puede ser que una persona sola logre matar así a una pareja, de esa manera tan tranquila a la vez que brutal, con los chicos durmiendo en su cuarto? “¿Que cómo puede ser?”, repitió mi interlocutor con la mirada extraviada, tras lo cual se levantó de la mesa e hizo una especie de coreografía samurái, con un arma invisible que parecía ser una katana. Al verlo actuar tan magistralmente me convencí de que había elegido el trabajo correcto. Pero con su arma invisible, como también ocurrió con el arma criminal que nunca apareció durante el juicio, mi conocido podría haber recurrido a la ayuda de un buen utilero. (La serie de FX, basada en el libro de Toobin, The Run of his Life: The People v. O. J. Simpson, sugiere al pasar que O. J. podía estar familiarizado con técnicas de lucha con arma blanca, que presuntamente debió aprender cuando preparaba un papel para una película sobre la Marina).
La gente siguió hablando durante años del juicio de Simpson, que se convirtió en la piedra angular de toda tensión de raza, clase y género. Si no fue el juicio del siglo, como se lo llamó espectacularmente, al menos fue el juicio de los noventa. Y en el caso de que los estadounidenses nos hayamos olvidado del tema por poquito tiempo, o al menos pensando en quienes todavía no habían nacido, o en quienes extrañan la serie de FX, con su abundante dosis de niñas Kardashian y John Travolta y Nathan Lane en versiones camp de Robert Shapiro y F. Lee Bailey respectivamente (aunque también hay que decir que la serie logra extraer buenos papeles de Marcia Clark, Christopher Darden y Johnny Cochran), un documental nuevo, inteligente y sobrio producido y dirigido por Ezra Edelman, el hijo ganador del Emmy de Marian Wright Edelman, acaba de salir por la inesperada señal ESPN, para que podamos ver de cerca toda la vida y los momentos complicados de O. J., y la construcción artificial que es O. J. en su integridad. El título: Made in America.
Muchos de los libros, artículos y productos audiovisuales sobre O. J. Simpson, a lo largo de los años, han sido titulados o subtitulados “una tragedia estadounidense”, a la manera de Dreiser. Cuando uno le presta atención a una tragedia, casi nunca se trata de la víctima, inocente o pecaminosa. Lo importante, el significado y la complejidad de la historia, cae del lado de quien comete el crimen. Otelo, Don José, Pagliaccio: los casos abundan. Solo la pobre Carmen es la protagonista condenada de la ópera a la que le da título. Y la historia de Simpson es una ópera, un drama conmovedor que por siempre jamás va a titularse “O. J.”, nunca “Nicole y Ron”, en honor de su exesposa y su novio. El héroe trágico es alguien excepcional pero que, como los otros tenores recién mencionados, tiene un pequeño defecto fatal: a menudo un cuadro agudo de celos combinado con una fuerte dislocación socioespacial. Pueden concurrir problemas de autenticidad, tanto como el síndrome del impostor culposo, resultado de la fama o de alguna otra variedad de exilio. Una falla profunda de la sociedad le corre por dentro, también. Su éxito enorme, al que llegó con tanto esfuerzo, se le revela vacío. Es un indigente espiritual, humillado por su amante y quizás también por su trabajo, si es que ya terminó la parte divertida del trabajo (Don José) o si es que solo piensa dormirse en los laureles (Otelo), o si su trabajo es dar un espectáculo de mal gusto (Pagliaccio). Quizás, como parte de la trama, también haya una pizca de raza y clase, o el tópico del advenedizo social, dando vueltas. Todos estos elementos aparecen en la caída épica de Simpson. Después de separarse de su primera esposa, que había sido su novia de la secundaria, Simpson se volvió a casar con una camarera de dieciocho años que conoció en un restaurante, y cuando fue evidente que no era la esposa perfecta para un mujeriego ya mayor de edad como él (ella le contestaba con sus propias infidelidades), Simpson optó por comenzar a amenazarla y golpearla.
El documental de Edelman, como la serie de FX, comienza con la golpiza que la policía le dio a Rodney King. (En el documental este tema integra la secuencia inicial de títulos, junto a otros momentos públicos que definieron el destino de Simpson, y luego es explorado más exhaustivamente en el segundo episodio). Podríamos pensar que hoy en día, cuando la violencia policial ha salido a la luz, la golpiza de King debería resultarnos algo familiar. Pero más bien ocurre lo contrario: estas escenas siguen resultando chocantes y perturbadoras. Su sadismo gratuito parece propio de un linchamiento. En ese momento no existían accesorios como lentes y gorras con cámaras de video, ni siquiera teléfonos celulares con cámara, y la policía de Los Ángeles podía actuar con la impunidad de quien sabe que no lo están mirando. Todo ocurrió en la calma de la noche, además: es una paliza tan prolongada que la violencia se vuelve grotescamente deportiva. Obvio que la comunidad negra estaba al tanto de que estas cosas pasaban, pero cuando apareció el video hubo evidencia suficiente para que el tema viera luz pública en el juicio.
Poco más de dos semanas después apareció otro video, que mostraba a un almacenero disparándole en la nuca a la adolescente Latasha Harlins. En un momento en el que la condena por posesión de crack le caía fácilmente con décadas enteras en la cárcel a cualquier negro, que el almacenero no haya pasado tiempo preso, y que los policías que participaron en la golpiza de King también hayan quedado libres, en la comunidad fue sentido como un ultraje y llevó a una lamentable serie de disturbios que tampoco lograron cerrar las heridas abiertas. Cuando un negro desarmado que camina casualmente por la calle muere a manos de la policía, cuya función declarada es proteger y servir, la respuesta natural, aunque desesperada, es prender fuego cualquier coche vacío que uno encuentra. Pero la imagen del tendal de barrios negros en llamas llevó a que el pobre Rodney King tuviera que preguntar: “¿Podemos dejar esto atrás?”. Es una pregunta cuya respuesta ya se sabía.
Daryl Gates, el jefe de la policía de Los Ángeles, era famoso por haber convertido a su fuerza en un cuerpo militarizado y letal. Gates no solo era un defensor del estrangulamiento y otras maniobras parecidas de combate personal; también introdujo equipos SWAT, con francotiradores y todo, en el día a día de la policía: algo que pronto copiaron los departamentos policiales de otras ciudades con consecuencias frecuentemente desastrosas. (Algo así puede verse en el documental Peace Officer, de 2015, de Scott Christopherson y Brad Barber). El documental de Edelman se enfoca en Gates mínimamente pero, a cambio, incluye una larga entrevista con Mark Fuhrman, el detective que dio falso testimonio durante el juicio de Simpson en relación con su propia historia de racismo y su empleo de insultos raciales, y que al final recurrió a un abogado y a la quinta enmienda, que lo exime de dar testimonio contra sí mismo, para evitar responder sobre si había plantado evidencia o no en contra de O. J. La derrota de la fiscalía a la larga tuvo que ver menos con el famoso guante (que de alguna manera le entraba a Simpson, y que claramente le pertenecía) que con este recurso a la quinta enmienda. También influyó la confesión, de parte de miembros del equipo forense, de que habían llevado y traído la sangre del acusado de la escena del crimen al laboratorio y viceversa, con la admisión incluida de que no se trataba de un procedimiento normal. (Aunque quizás lo era). Como sea, la tarea de la fiscalía ya no era tan fácil como meter un gol con el arco vacío.
Existiendo estas causas de duda razonable, después de 267 días de confinamiento grupal bajo la vigilancia agresiva de los guardias pero con el consuelo esporádico de la visita conyugal, los miembros del jurado no se tomaron más de tres horas para dar su veredicto. Ya habían presenciado todo el juicio, después de todo: ¿para qué esperar más? Hasta el día de hoy les siguen echando en cara la rapidez de su decisión.
El documental de Edelman retrata de manera brillante el conflicto que se vivía por entonces en Los Ángeles, con una cultura policial que había institucionalizado el uso excesivo de la fuerza, y que trajo muchas desgracias bajo el brazo: los incidentes de Watts, el asesinato policial de Eulia Love en la puerta de su casa en 1979, y el caso de Rodney King en 1991. La población negra en la ciudad se había septuplicado entre 1940 y 1960, en gran parte debido a una corriente inmigratoria, procedente de estados como Luisiana y Texas, que en Los Ángeles encontraba un racismo tan duro sin embargo como el de las tierras de Jim Crow. “No le pedimos a esta gente que viniera a vivir con nosotros”, había dicho Bill Parker, jefe de la policía de Los Ángeles durante los disturbios de Watts. Parker había sido criado en Deadwood, Dakota del Sur, y aunque tiene en su haber el logro de haber combatido la corrupción policial, también convirtió a su fuerza en una presencia armada cuasimilitar, un ejército de ocupación cruel y pernicioso desplegado milimétricamente sobre los barrios negros. Se dice que incluso reclutó miembros del KKK.
También la familia de Simpson había llegado a California desde un paraje rural de Luisiana. Orenthal James nació y creció en un monoblock de San Francisco. Su padre, que se hizo travesti y dejó a la familia, murió de sida en 1985. El documental deja que el público saque sus propias conclusiones sobre cómo un padre gay y negro pudo haber afectado la cabeza de un hijo metido en la hipermasculinidad estupidizante de la cultura deportiva. Seguramente hizo que Simpson se apegara a su madre, que aparece en el film como la mujer religiosa, buena y dulce que llevan y traen en sillas de ruedas, en silencio, a lo largo del juicio.
Y aunque el film de Edelman no tiene de protagonista a Nicole Brown, su exmujer brutalmente asesinada, se la ve como la gran belleza que todos los que la conocieron dicen que fue. La vemos adorable en su vestido de bodas, dándose un baño de sol con su hijo chico, y jugando al básquet al lado de la pileta con los amigos de su marido, que la adoraban. También vemos algo de su modelaje sexy en producciones fotográficas. De hecho la belleza física es un tema importante en este relato: los dos, Simpson y Brown, eran tan lindos que ningún actor podía caracterizarlos: en The People v. O. J., Cuba Gooding Jr. es la mala elección del casting para el papel de O. J., y Brown no aparece en absoluto: apenas vemos una mancha fuera de foco que parece el cadáver de una mujer rubia en la escena de su funeral. En una industria tan llena de gente linda como la del cine, el problema del casting suele ser inverso: los actores son demasiado atractivos para los papeles que tienen que hacer. Un documental basado en filmaciones de las personas reales no tiene este problema. Edelman utiliza grabaciones caseras y fotos de las víctimas, lo que las honra parcialmente. Pero no se detiene demasiado tampoco: no son ellos los protagonistas.
Si el héroe épico encarna las virtudes y la vitalidad de una sociedad, el héroe trágico, bajo su barniz de buena reputación (manchado con los rastros del esfuerzo que le llevó sobreponerse a las circunstancias más adversas durante su juventud), también es la encarnación de los vicios secretos de una sociedad. Simpson sufrió en carne propia las facetas de la celebridad y el éxito en Estados Unidos: el aumento de su riqueza lo movió de la miseria a la opulencia y le permitió desconectarse totalmente de la comunidad negra. También sufrió de raquitis de niño y de artritis de adulto; su belleza juvenil le deparó, con la edad, la inseguridad por su pérdida y un sentido sexual del privilegio que alimentaba sus celos, su ira y su narcisismo por igual. Algunas categorías patológicas más a la moda también resultarían plausibles: trastorno límite de personalidad, com...

Índice

  1. Cubierta
  2. Sobre este libro
  3. Portada
  4. Introducción
  5. Se acabó el pastel, de Nora Ephron (1983)
  6. Galápagos, de Kurt Vonnegut (1985)
  7. Cortes, de Malcolm Bradbury (1987)
  8. Anaïs Nin, Marilyn Monroe (1987)
  9. John Cheever (1988)
  10. Love Life, de Bobbie Ann Mason (1989)
  11. A Careless Widow, de Victor Sawdon Pritchett (1989)
  12. The MacGuffin, de Stanley Elkin (1991)
  13. Mao II, de Don DeLillo (1991)
  14. Día de las elecciones de 1992: votantes en el país de las maravillas (1992)
  15. Shadow Play, de Charles Baxter (1993)
  16. La novia ladrona, de Margaret Atwood (1993)
  17. Sobre escribir (1994)
  18. Amos Oz (1996)
  19. Navidad para todos (1997)
  20. Starr-Clinton-Lewinsky (1998)
  21. New and Selected Stories, de Ann Beattie (1998)
  22. JonBenét Ramsey por Lawrence Schiller (1999)
  23. Broke Heart Blues, de Joyce Carol Oates (1999)
  24. Dawn Powell (1999)
  25. La mejor canción de amor del milenio (1999)
  26. Titanic (2000)
  27. Passionate Minds, de Claudia Roth Pierpont (2000)
  28. La mancha humana, de Philip Roth (2000)
  29. Sam el gato y otros relatos, de Matthew Klam (2000)
  30. Asistente jurídica: mi primer empleo (2001)
  31. Frederic Cassidy (2001)
  32. Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio, de Alice Munro (2002)
  33. Edna St. Vincent Millay (2002)
  34. Darryl Pinckney y Caryl Phillips (2002)
  35. Oryx y Crake, de Margaret Atwood (2003)
  36. The Early Stories, de John Updike (2003)
  37. Checkpoint, de Nicholson Baker (2004)
  38. Escapada, de Alice Munro (2004)
  39. Joan Silber (2005)
  40. Eudora Welty (2006)
  41. Las lunas de Júpiter, de Alice Munro (2006)
  42. Shakespeare: el isabelino moderno (2006)
  43. Un verano caluroso, o una breve historia del tiempo (2006)
  44. Sweeny Todd, de Stephen Sondheim (2007)
  45. Peter Cameron (2007)
  46. Donald Barthelme por Tracy Daugherty (2009)
  47. Clarice Lispector (2009)
  48. Barack Obama (2009)
  49. The Wire (2010)
  50. Memorias (2011)
  51. Friday Night Lights (2011)
  52. 11/9/11 (2011)
  53. El debate de las primarias presidenciales del Partido Republicano (2011)
  54. Into the Abyss, de Werner Herzog (2011)
  55. Wayward Saints, de Suzzy Roche (2012)
  56. Lena Dunham (2012)
  57. La revocatoria del gobernador de Wisconsin (2012)
  58. Canadá, de Richard Ford (2012)
  59. “El ladrón de palacio”, de Ethan Canin (2012)
  60. Homeland (2013)
  61. Top of the Lake, de Jane Campion (2013)
  62. La vida de Adèle (2013)
  63. Bernard Malamud (2014)
  64. Miranda July (2015)
  65. True Detective (2015)
  66. Making a Murderer (2016)
  67. Helen Gurley Brown (2016)
  68. O. J.: Made in America, de Ezra Edelman (2016)
  69. Algunos pensamientos sobre Hillary Clinton, diciembre de 2016 (2017)
  70. Stephen Stills (2017)
  71. Agradecimientos
  72. Créditos de publicación
  73. Sobre la autora
  74. Página de legales
  75. Créditos
  76. Otros títulos de esta colección